– Decir que la economía de Suecia está a punto de naufragar es una auténtica tontería -replicó Mikael rápido como un rayo.
«La de TV4» se quedó perpleja. La respuesta no seguía el patrón que ella esperaba, de modo que se vio obligada a improvisar. Acto seguido le formuló la pregunta que él había estado esperando:
– Ahora mismo estamos pasando por la peor caída bursátil de la historia de Suecia… ¿Quieres decir que eso es una tontería?
– Hay que distinguir entre dos cosas: la economía sueca y el mercado de la bolsa sueca. La economía sueca está constituida por la suma de todos los servicios y mercancías que se producen en el país día tras día. Son los teléfonos de Ericsson, los coches de Volvo, los pollos de Sean y todos los transportes del país, desde Kiruna hasta Skövde. Eso es la economía sueca. Y hoy se encuentra igual de fuerte que hace una semana. -Hizo una pausa retórica y bebió un trago de agua-. La bolsa es algo completamente diferente. Ahí no hay economía que valga, ni producción de mercancías, ni de servicios. Simples fantasías; de una hora a otra se decide si esta empresa o la de más allá vale no sé cuántos miles de millones más o menos. No tiene absolutamente nada que ver con la realidad ni con la economía sueca.
– ¿Así que quieres decir que no importa nada que la bolsa esté cayendo en picado?
– No, no importa absolutamente nada -contestó Mikael con una voz tan cansada y resignada que sonó como un oráculo. (Esas palabras suyas iban a ser citadas no pocas veces durante el año.) Mikael continuó-: Sólo significa que un montón de especuladores están trasladando sus carteras bursátiles de las empresas suecas a las alemanas. Verdaderas ratas financieras a las que un reportero algo más valiente debería poner en evidencia e identificar como los traidores del país. Son ellos los que sistemática y, tal vez, incluso conscientemente dañan la economía sueca para satisfacer los ánimos de lucro de sus clientes.
Luego «la de TV4» cometió el error de formular exactamente la pregunta que Mikael quería oír.
– ¿Quieres decir, entonces, que los medios de comunicación no tienen ninguna responsabilidad?
– Todo lo contrario, tienen una responsabilidad muy grande. Durante más de veinte años un gran número de reporteros de economía han renunciado a controlar a Hans-Erik Wennerström. Más bien al contrario: han contribuido a consolidar su prestigio mediante absurdos retratos en los que lo idolatraban. Si hubiesen hecho su trabajo durante todos aquellos años, hoy en día no nos hallaríamos en esta situación.
Su aparición televisiva marcó un antes y un después. A posteriori, Erika Berger estaba convencida de que hasta aquel momento -cuando Mikael defendió tranquilamente sus afirmaciones en la televisión- la Suecia de los medios de comunicación, a pesar de que Millennium llevaba una semana acaparando los titulares, no se había dado cuenta de que la historia realmente se sostenía y de que todas las fantasiosas alegaciones de la revista eran, de hecho, verdaderas. La actitud de Mikael dio un cambio de rumbo a la historia.
Tras la entrevista, el caso Wennerström, de la noche a la mañana, saltó de las manos de los periodistas de economía a la sección de sucesos. Marcó una nueva manera de pensar en las redacciones. Antes, los reporteros de sucesos raramente, o nunca, habían escrito sobre actividades económicas delictivas, a no ser que se tratara de la mafia rusa o de contrabandistas de tabaco yugoslavos. No se esperaba de este tipo de reporteros que investigaran los intrincados líos de la bolsa. Un periódico vespertino siguió al pie de la letra lo que había dicho por Mikael y llenó cuatro páginas con retratos de algunos de los corredores de bolsa de las principales casas financieras, inmersas en plena actividad de compra de valores alemanes. El titular rezaba: «Venden su país». A todos los corredores se les invitaba a realizar las pertinentes aclaraciones. Todos declinaron la oferta. Pero aquel día el comercio de acciones disminuyó considerablemente y algunos corredores, deseosos de ofrecer una imagen de patriotas progresistas, empezaron a ir contra corriente. Mikael Blomkvist se tronchaba de risa.
La presión resultó ser tan grande que algunos de esos hombres serios vestidos con trajes oscuros fruncieron el ceño preocupados y rompieron la regla más importante de aquella exclusiva sociedad constituida por el círculo más selecto de la Suecia de las finanzas: no pronunciarse sobre un colega. De pronto, jefes retirados de Volvo, líderes industriales y directores de banco aparecieron en la tele contestando a una serie de preguntas para paliar los daños. Todos se dieron cuenta de lo grave de la situación; se trataba de distanciarse rápidamente de Wennerstroem Group y de deshacerse cuanto antes de posibles acciones. Al fin y al cabo, Wennerström, constataron casi al unísono, nunca fue un industrial y nunca había sido aceptado de verdad en «el club». Alguien recordó que, en el fondo, no era más que un simple chaval de una familia obrera de Norrland, cuyos éxitos tal vez se le hubiesen subido a la cabeza. Otro describió su actividad como «una tragedia personal». Y unos cuantos descubrieron que llevaban años dudando de Wennerström; era demasiado fanfarrón y pecaba de otros muchos vicios.
Durante las semanas siguientes, a medida que se examinaba con lupa la documentación de Millennium y las piezas del rompecabezas iban encajando, el imperio de Wennerström, con sus oscuras empresas, fue vinculado al corazón de la mafia internacional, que lo abarcaba todo, desde el tráfico ilegal de armas y el lavado de dinero procedente del narcotráfico latinoamericano hasta la prostitución de Nueva York e, incluso, aunque indirectamente, hasta el mercado sexual de niños en México. Una empresa de Wennerström, registrada en Chipre, provocó un gran escándalo al descubrirse que había intentado comprar uranio enriquecido en el mercado negro de Ucrania. Por todas partes, una u otra de las innumerables empresas buzón de Wennerström aparecían metidas en los asuntos más turbios.
Erika Berger constató que el libro sobre Wennerström era lo mejor que Mikael había escrito jamás. El contenido pecaba de cierta desigualdad desde un punto de vista estilístico, y en algunas partes el lenguaje resultaba pésimo -no había tenido tiempo para cuidar el estilo-, pero Mikael había disfrutado de lo lindo con su venganza; todo el libro estaba impregnado de una rabia que no le pasaba desapercibida a ningún lector.
Por casualidad, Mikael se topó con su viejo antagonista, el antiguo reportero de economía William Borg. Se cruzaron en la puerta del Kvarnen, cuando Mikael, Erika Berger y Christer Malm, en compañía del resto del personal de la revista, salieron la noche de Santa Lucía para agarrar una cogorza de muerte a costa de la empresa. Borg iba acompañado de una chica, borracha como una cuba, de la misma edad que Lisbeth Salander.
Mikael se paró en seco. William Borg siempre había conseguido sacar su lado más negativo, de modo que Mikael tuvo que controlarse para no decir o hacer nada inapropiado. Él y Borg permanecieron callados, uno frente a otro, midiéndose con las miradas.
El odio de Mikael hacia Borg resultaba físicamente palpable. Erika interrumpió aquel juego de machos cogiendo a Mikael por el brazo y llevándoselo a la barra.
Mikael decidió pedir a Lisbeth Salander, cuando se presentara la oportunidad, que hiciera una de sus investigaciones personales sobre Borg. Sólo por incordiar.
Durante la tormenta mediática, el protagonista del drama, el financiero Hans-Erik Wennerström, permaneció prácticamente invisible. El día en que se publicó el artículo de Millennium, el financiero comentó el texto en una rueda de prensa anunciada con anterioridad y relacionada con otro asunto completamente distinto. Wennerström declaró que las acusaciones carecían de fundamento y que la documentación a la que se hacía referencia era falsa. Recordó que el mismo periodista, un año antes, había sido condenado por difamación.