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Randall miró alrededor de la mesa.

– ¿Han surgido algunas ideas al respecto?

El inspector Heldering, que había estado tomando apuntes en una libreta, levantó la cabeza.

– Yo he sugerido que empleemos el detector de mentiras con las veintiuna personas que recibieron el memorándum o se enteraron del mensaje.

– No, no -dijo firmemente el doctor Deichhardt-. Divulgaría demasiada información a demasiada gente; además, afectaría y desmoralizaría a todos aquellos que son leales.

– Pero, no todos son leales -insistió el inspector Heldering-. Evidentemente, alguien es desleal. No se me ocurre ninguna otra solución.

– Debe haberla -dijo el doctor Deichhardt.

Randall escuchaba a medias, tratando de fijar una idea fugaz que había cruzado por su mente. Su imaginación había despertado y su cerebro estaba trabajando. El mismo método mediante el cual habían sido traicionados podría utilizarse para atrapar al traidor. Mientras reflexionaba, ignoró las angustiadas voces que lo rodeaban, y su idea quedó consolidada en unos cuantos segundos, lógica y segura.

De pronto, Randall interrumpió a los demás.

– Tengo una idea -dijo-. Podría funcionar. Es algo que podemos intentar de inmediato.

Todos callaron, y Randall sintió encima las miradas. Se levantó, restregó su pipa pensativamente, dio unos cuantos pasos atrás de su silla y regresó a la mesa.

– Es casi demasiado simple, y no le encuentro ningún defecto -dijo, dirigiéndose al grupo-. Escuchen ustedes. Supongamos que inventamos un segundo memorándum confidencial, una continuación acerca de nuestros planes promocionales. El contenido no importa, pero deberá aparentar que es parte básica de nuestra información acerca de la promoción que, lógicamente, vendrá inmediatamente después del anuncio en el palacio real. Digamos que remitimos ese comunicado a las mismas personas que recibieron el anterior., bueno, no tendríamos que incluir a ninguno de los presentes, porque ya estarían enterados… pero enviaremos copias a todos los demás. Cada copia del nuevo memorándum será exactamente igual que las demás, salvo por una palabra. En cada comunicado habrá una palabra que no aparecerá en los otros. Nosotros llevaremos un registro de cada persona a quien le enviemos el mensaje… y junto a su nombre anotaremos la palabra especial que aparecerá únicamente en su copia. ¿Me explico? Cuando se despachen las copias, la persona que nos está traicionando pasará el mensaje, palabra por palabra, a De Vroome, ¿no es verdad? Y el delator que tenemos en el cuartel general de De Vroome, al enterarse, lo informará directamente a ustedes. Puesto que ningún comunicado será igual a los otros (debido al cambio de la palabra especial), buscaremos la clave del memorándum que De Vroome recibió y así podremos descubrir a la persona que transmitió la información de su copia. De esta manera sabremos quién es el traidor.

Randall hizo una pausa para observar la reacción del grupo.

– No está mal, no está nada mal -dijo Wheeler, francamente entusiasmado.

El doctor Deichhardt y varios de los otros parecían confusos.

– Quiero asegurarme de que he comprendido su plan -dijo el editor alemán-. ¿Puede proporcionarnos algún ejemplo concreto?

La mente de Randall estaba alerta, creativa, y ya había pensado en un enfoque específico.

– Muy bien. Tomemos como ejemplo la Última Cena de Cristo. ¿Cuántos discípulos estaban reunidos allí con Él?

– Doce, por supuesto -dijo Sir Trevor Young-. Ya se sabe… Tomás, Mateo y todos los demás.

– De acuerdo, doce -dijo Randall-. Esto va a funcionar muy bien. Voy a hacer una lista con los doce nombres de los discípulos, los cuales harán juego con los nombres de las doce personas que trabajan en este proyecto y que están enteradas del último comunicado, o que lo recibieron. Como dije, no es necesario incluir a ninguno de los presentes en esta sala. Aquí estamos ocho, incluyendo a Naomí. Esto deja trece posibilidades. Restemos a Jessica Taylor, a quien necesito para preparar esto y de quien yo me hago responsable. Quedan doce nombres a quienes enviaremos el memorándum para ver quién se traga el anzuelo. Si ninguno de los doce nos traiciona, entonces el traidor tiene que ser Jessica o Naomí o yo o uno de ustedes. Pero estamos casi seguros de que alguno de los doce volverá a transmitir a De Vroome el contenido del mensaje… Naomí, por favor, léenos los nombres de los doce.

Naomí se puso de pie y leyó de su lista:

– El doctor Jeffries, el doctor Trautmann, el reverendo Zachery, monseñor Riccardi, el profesor Sobrier, el señor Groat, Albert Kremer, Ángela Monti, Paddy O'Neal, Les Cunningham, Elwin Alexander, Helen de Boer.

A Randall se le ocurrió otra idea. El doctor Florian Knight acababa de llegar a Amsterdam. Consideró la conveniencia de añadir el nombre de Knight, pero tuvo miedo. El joven caballero de Oxford, amargado como estaba por el proyecto que había arruinado su propio libro, aún no podía ser admitido dentro de este juego. Sin embargo, si realmente representaba un riesgo considerable, debería ser incluido. Con todo, conociendo el problema de Knight, Randall no se animó a involucrarlo. Se dijo a sí mismo que de todos modos no era necesario. El doctor Jeffries probablemente compartiría su propia copia con su protegido.

– Muy bien, Naomí -dijo Randall-. Ésos serán los que recibirán el nuevo mensaje.

El doctor Deichhardt suspiró profundamente.

– Es difícil siquiera imaginar que uno de ellos nos haya traicionado. Cada uno ha pasado las investigaciones de seguridad, la mayoría ha estado con Resurrección Dos desde el principio, y todos tienen un interés personal en la seguridad de la nueva Biblia.

– Alguien lo hizo, profesor -dijo Wheeler.

– Sí, sí, supongo que sí… Continúe usted, señor Randall.

– Muy bien, supongamos que el memorándum dice algo así como: «Confidencial. Se ha decidido que al anuncio de nuestra publicación en el palacio real (día dedicado a la gloria de Jesucristo) le seguirán doce días consecutivos dedicados a los doce discípulos que el Nuevo Testamento menciona por su nombre. Durante esos días habrá acontecimientos públicos que celebren la nueva Biblia. El primero de los doce días será dedicado al discípulo Andrés.» Bien, enviaremos ese memorándum al doctor Jeffries. El nombre clave para el doctor Jeffries será el del discípulo Andrés. Luego, prepararemos otra copia del mensaje con el mismo contenido, salvo la última oración. Ésta dirá: «El primero de los doce días será dedicado al discípulo Felipe.» Enviaremos ese memorándum a Helen de Boer. El nombre clave para ella será el del discípulo Felipe. El tercer comunicado será igual que los otros, pero terminará diciendo «el discípulo Tomás». Éste lo remitiremos al reverendo Zachery. De ahí en adelante, el nombre clave para Zachery será el del discípulo Tomás. Y así sucesivamente con toda la lista, haciendo juego con los nombres de los distintos discípulos y los de aquellos colaboradores nuestros que recibirán el memorándum. Si mañana nos comunican que De Vroome obtuvo una copia, lo probable será que la haya conseguido a través del miembro de nuestro grupo a quien se la habíamos enviado. Si nos enteramos de que la copia a De Vroome menciona (digamos) al discípulo Andrés, entonces sabremos que, sea cual fuere su motivo, nuestro eslabón débil es el doctor Jeffries. ¿Está lo bastante claro?

Todos asintieron en coro, y el doctor Deichhardt murmuró:

– Demasiado claro y demasiado espantoso.

– ¿Demasiado espantoso? -repitió Randall.

– Sí, pensar que alguno de los doce nos ha traicionado.

– Si uno de los doce discípulos de Cristo lo traicionó -dijo Randall-, ¿por qué no habríamos de creer que uno de nuestros colaboradores lo podría traicionar también… traicionarlo a Él y destruirnos a nosotros?

– Tiene usted razón -dijo el doctor Deichhardt, levantándose cansadamente y mirando a sus colegas.

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