– ¿Qué? -exclamó Randall incrédulamente-. ¿Está hablando en serio?
– Ya lo oyó, Steven. Lori podía caminar normalmente, y decía y repetía por teléfono que sentía desvanecerse y que tenía fiebre, como si estuviera fuera de este mundo, y que necesitaba ver a alguien inmediatamente. Y claro, Jessica Taylor fue a verla en seguida. Jessica encontró a Lori desmayada en el suelo de su apartamento, y la revivió; pero después de escuchar los balbuceos de Lori, y no sabiendo qué hacer, también ella se puso nerviosa. Entonces me telefoneó a mí, pero yo había salido, así que Naomí recibió la llamada e inmediatamente pidió que una ambulancia fuera a recoger a Lori. Más tarde, Naomí me localizó, y yo mismo llamé al doctor Fass, el médico que atiende al personal de Resurrección Dos, y le conté lo sucedido. Llamé a otras personas más, y todo el mundo se presentó de inmediato en el «Hospital de la Universidad Libre». ¿Qué le parece, Steven?
Mientras Wheeler estuvo hablando, Randall había recordado su primera entrevista con Lori, aquella chica que tenía aspecto de gorrión gris y que estaba obsesionada con su cojera. Recordó que le había platicado acerca de su eterno peregrinar (como ella lo llamaba) a Lourdes, Fátima, Turín y Beauraing; aquella odisea de esperanza y desesperación en busca de un milagro que la volviera a la normalidad.
– ¿Que qué me parece? -repitió Randall-. No sé qué pensar. Me gustaría enterarme de los hechos. Lo siento, George, pero yo no creo en milagros.
– Vamos, vamos; usted mismo ha dicho que el Nuevo Testamento Internacional es un milagro -le recordó Wheeler.
– Nunca lo dije en sentido literal, sino hiperbólicamente. Nuestra Biblia surgió de una excavación arqueológica totalmente científica. Está basada en hechos racionales y verdaderos. Pero, las curaciones milagrosas…
Randall se distrajo al recordar algo que Lori Cook le había dicho en su entrevista, algo así como que la nueva Biblia significaba todo para ella y que había oído que el descubrimiento era increíblemente milagroso. Una sospecha surgió en su mente.
– George, debe haber algo más. ¿No ha explicado Lori qué pudo haber motivado la aparición y… el tal milagro?
– ¡Una percepción extrasensorial! Eso era precisamente lo que iba yo a decir -dijo Wheeler todavía entusiasmado-. Tiene usted toda la razón; algo lo motivó. Y eso fue una falla de seguridad por parte de nuestro director de publicidad, el señor Steven Randall. Usted fue el culpable directo; pero, considerando lo sucedido, lo perdonamos.
– ¿Que yo cometí una violación de seguridad?
– Así es. Haga memoria. El doctor Deichhardt le facilitó unas pruebas de nuestro Nuevo Testamento por una noche, para que usted lo leyera, con la condición de que se las devolviera personalmente al día siguiente; pero usted le pidió a Lori que ella se encargara de hacerlo.
– Ahora lo recuerdo. Estaba yo a punto de llevárselas a Deichhardt, y de pronto me encontré muy ocupado con Naomí arreglando los últimos detalles de mi viaje, así que le entregué las pruebas a Lori. Bueno, estaba seguro de que ella las entregaría. Quizá debí haberlo hecho yo mismo… pero, de todas formas, ¿qué tenía de malo que Lori las devolviera?
Wheeler sonrió.
– Lori le confesó a Jessica anoche, antes de que llegara la ambulancia, que usted había dispuesto que ella entregara esas pruebas al doctor Deichhardt en persona; sólo a él y a nadie más. ¿Correcto?
– Así fue.
– Pues la chica le tomó la palabra. Fue a entregar las pruebas al doctor Deichhardt, pero en esos momentos él no se encontraba en su oficina, así que Lori no quiso dejárselas a la secretaria y decidió guardarlas hasta que el doctor regresara. Pero como tenía tan cerca ese… ese objeto sagrado, como ella misma dijo… era como si tuviera en sus manos el Santo Sudario o el Cáliz de la Última Cena… y la tentación fue demasiado grande. Lori confesó que fingió salir a comer y que, en lugar de eso, se escondió en una de las bodegas de nuestro piso en el «Kras» y se puso a leer el Pergamino de Petronio y el Evangelio según Santiago. De hecho, si es que es verdad lo que dice, leyó el evangelio de Santiago cuatro veces, antes de devolver los documentos al doctor Deichhardt más tarde.
– Yo sí creo que lo haya leído cuatro veces. ¿Y qué… qué sucedió después?
– Durante esa semana, todos sus pensamientos, todo lo que cabía en su mente y llenaba los deseos de su corazón, tenían que ver con lo que Santiago había escrito acerca de Jesús. Comenzó a imaginarse, a representar en su mente, despierta o dormida, a Jesús caminando sobre la Tierra, Su supervivencia a la Crucifixión, Su audaz visita a Roma; a Santiago en Jerusalén, enfrentándose a la muerte, escribiendo el evangelio sobre un papiro. Y anoche estaba sola en su recámara, con sus alucinaciones del momento, cuando de pronto cerró los ojos, puso sus manos sobre el corazón y, parándose en medio de la habitación, le pidió a Santiago el Justo que la condujera a la plenitud de la vida, así como ya le había traído a Jesús a su vida. Y así fue cómo, cuando abrió los ojos, apareció ante ella un círculo luminoso y brillante que casi cegaba la vista, una bola de luz que parecía flotar por el cuarto; ahí estaba la figura de Santiago el Justo, con su barba y su túnica, levantando la mano y bendiciéndola. Dice Lori que se sintió simultáneamente asustada y exaltada, y que después de hincarse volvió a cerrar los ojos, rogándole a Santiago que la ayudara. Cuando los abrió de nuevo, la aparición se había esfumado; luego, se levantó, dio unos cuantos pasos y notó que su cojera había desaparecido. Continuó sollozando y llorando, al mismo tiempo que decía: «¡Estoy curada!» Después, telefoneó a Jessica Taylor, quien la encontró desmayada o en trance (aún no se sabe) y, bueno, Steven, ya le he contado lo demás. Ahora vayamos arriba.
Tomaron el ascensor al cuarto piso y apresuradamente pasaron delante de dos pabellones de seis camas y siguieron hasta donde se hallaba un grupo de personas enfrente de lo que obviamente era el cuarto de Lori Cook.
Al acercarse al grupo, Randall reconoció a Jessica Taylor, que llevaba un cuaderno de apuntes, y a Oscar Edlund, el fotógrafo pelirrojo, de cuyo hombro colgaba una cámara. Las otras personas a quienes también conocía Randall eran el señor Gayda, monseñor Riccardi, el doctor Trautmann y el reverendo Zachery.
Al unirse al grupo, Randall notó que todos prestaban atención al médico que vestía una bata blanca y que se estaba dirigiendo a ellos. Junto a él se encontraba una atractiva enfermera vestida con un uniforme azul de cuello blanco. Wheeler murmuró a Randall que el médico era el doctor Fass, un internista holandés, digno, seco y meticuloso, de aproximadamente sesenta años de edad.
– Sí, le tomamos radiografías a la señorita Cook tan pronto como fue internada -estaba diciendo el médico, en respuesta a la pregunta que alguien le había formulado-. Cuando la trajeron aquí anoche… esta madrugada, para ser más preciso… se la puso en una camilla de ruedas (no nos gusta usar camillas de mano) y se la trajo a este cuarto. Para apresurar los diagnósticos, nuestras camas suizas están diseñadas de tal manera que podemos tomar radiografías de un paciente a través del colchón; y esto fue lo que se hizo con la señorita Cook de inmediato. Ahora bien, volviendo a su otra pregunta; definitivamente no podemos saber con exactitud en qué estado se encontraba la paciente antes de la alucinación… digamos, la experiencia traumática… por la cual atravesó anoche. Estamos tratando de localizar a los padres de la chica, quienes se encuentran de vacaciones en el Lejano Oriente. Una vez que hayamos hablado con ellos, confiamos en poder obtener el historial clínico de la enfermedad que lisió a la señorita Cook cuando era niña. Por ahora, sólo podemos basarnos en su palabra. Por la forma en que la paciente ha descrito su padecimiento, a mí me da la impresión de que sufrió algún tipo de osteomielitis cuando era pequeña, hará unos quince años.