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Sin embargo, reflexionó Randall, este mismo Libro al que Heine aludiera se había vuelto, a los ojos de muchos lectores, un objeto muerto, obsoleto, desconectado de una nueva era, como un polvoriento, inútil mueble heredado, relegado al ático de la civilización. Ahora, casi de la noche a la mañana, por azar, le había sido inyectada la vida; se le había dado juventud, y el Libro -al igual que su héroe- se había revitalizado. Sus patrocinadores prometían que una vez más sería el Libro de los Libros. Pero más aún, este libro ostentaba la contraseña, la clave, la Palabra que inspiraría una fe sustentada en el retrato fresco de Jesús, obra de Santiago; y, por ende, la justicia, la bondad, el amor, la unión y, finalmente, la esperanza eterna, entrarían en un mundo materialista, injusto, cínico y maquinal que oscilaba cada vez más y más cerca de Armagedón.

En la calle, dos hombres habían estado dispuestos a herir, incluso a matar, con tal de obtener esa contraseña. Hasta antes de esa aterradora experiencia, Randall había tomado como jarabe de pico la advertencia en el sentido de que se había incorporado a un juego peligroso. Ya no sería necesaria una nueva advertencia; había quedado completamente convencido. Desde esta noche en adelante, estaría preparado para todo.

Había llegado a su suite ardiendo en deseos por leer la Palabra, pero había decidido posponerlo hasta que se calmaran sus nervios. Había regresado a la enorme sala de su suite, donde una bandeja con botellas, vasos jaiboleros y una cubeta con hielo se encontraban sobre la mesa para café con cubierta de mármol, rodeada por tres sillones forrados en encendido color verde limón y un moderno sofá largo tapizado con fieltro azul.

Sobre la bandeja había encontrado una nota de Darlene, escrita en tono ligeramente irritado. No le había gustado quedarse sola todo el día… pero la excursión en autobús había sido un éxito y había reservado lugar en el último paseo a la luz de las velas a través de los canales, ya que la camarera le había dicho que era lo más romántico, y por lo tanto estaría de vuelta cerca de medianoche.

Randall se había servido un escocés doble con hielo, se había paseado un poco por la regia sala, se había sentado al moderno escritorio con su carpeta de piel marroquí y había observado los tres juegos de puertas francesas que conducían a un balcón que daba al río, y se había terminado su bebida. Luego había solicitado servicio en su habitación, y ordenado la salade, el filetsteak y media botella de beaujolais, y entonces se había metido al baño para tomar una placentera ducha.

Acababa de ponerse su bata de baño de seda italiana encima de su pijama de algodón, cuando el camarero entró con su cena. Había resistido la tentación de leer el Nuevo Testamento Internacional mientras cenaba, pero no se demoró con la ensalada, el filete y el vino.

Al fin, hacía ya una hora, rebosante de expectación, había abierto su portafolio, sacando las pruebas y llevándolas al sofá. Acomodó bien los cojines y se hundió en ellos para examinar el libro.

En la página titular, bajo el epígrafe de Nuevo Testamento Internacional, se leía un aviso en tinta: PRUEBAS DE PAGINAS SIN CORREGIR. Abajo, en una etiqueta pegada a la hoja, aparecía una copa de un memorándum de Karl Hennig, de K. Hennig Druckerei, Maguncia. En este escrito, Hennig señalaba que el papel de las pruebas era corriente, pero que las dos ediciones iniciales de la Biblia se harían en papel de la mejor clase existente, siendo la primera una edición para la Prensa y el clero, que se llamaría Edición del Púlpito y que se realizaría en papel importado de la India, y la otra sería una edición popular comercial para el público, que se haría en papel vitela. Las páginas medirían veinticinco centímetros de alto por quince de ancho. Puesto que la Biblia sería utilizada principalmente por los protestantes (aunque fuera igualmente asequible a los católicos), las anotaciones habían quedado reducidas al mínimo e incorporadas como un suplemento especial en seguida de cada libro del Nuevo Testamento.

El contenido del Pergamino de Petronio había quedado colocado como un apéndice entre el Evangelio según San Mateo y el Evangelio según San Marcos, e incluía anotaciones acerca de los antecedentes del descubrimiento del pergamino en Ostia Antica, su autentificación, su traducción del griego y su relación con la historia de Cristo.

El recién descubierto libro, escrito por el hermano de Jesús, se había incorporado como parte de los cánones y había tomado sitio entre el Evangelio según San Juan y los Hechos de los Apóstoles. Todo el Nuevo Testamento había sido retraducido a la luz de los últimos descubrimientos. En último término, un Antiguo Testamento Internacional se publicaría como un volumen aparte, y sería asimismo retraducido para aprovechar los adelantos lingüísticos propiciados por el hallazgo de Ostia Antica. La fecha tentativa de publicación era el 12 de julio.

En su infancia y juventud, Randall había leído el Nuevo Testamento y releído algunos fragmentos, interminablemente. Esta noche no había tenido la paciencia de releer una vez más los Evangelios Sinópticos (los de Mateo, Marcos y Lucas ni el cuarto evangelio, el de Juan, con sus discursos simbólicos). Quería ir directamente a los nuevos descubrimientos; a Petronio, a Santiago. En seguida del Evangelio de San Mateo, Randall había encontrado la página que ostentaba el encabezado.

INFORME DEL JUICIO DE JESÚS POR PETRONIO.

El texto del informe de Petronio, escrito en nombre de Pilatos, llenaba dos páginas. Las anotaciones que le seguían llenaban cuatro páginas. Randall comenzó a leer.

A Lucio Elio Sejano, amigo del César. Informe de la sentencia pronunciada por Poncio Pilatos, gobernador de Judea, de que un tal Jesús de Nazaret fuera castigado con la crucifixión. Al séptimo día de los idus de abril, en el año decimosexto del reinado del César Tiberio, en la ciudad de Jerusalén, Poncio Pilatos, gobernador de Judea, condenó a Jesús de Nazaret por actos de insurrección y le sentenció a muerte en la cruz [Anotación: el patibulum].

Conmovido por este frío y seco veredicto pagano que reverberaba a través del correr de los siglos, Randall continuó sentado leyendo hasta terminar el informe oficial escrito el viernes 7 de abril del año 30 A. D.

Sin perder tiempo en examinar el texto de nuevo, o siquiera en pensar en él, Randall hojeó las páginas siguientes hasta llegar a la última del Evangelio según San Juan. Contuvo la respiración y pasó también esa página.

Allí estaba, en su sencillo esplendor, tina realidad, un hecho, la contraseña hacia la fe, la largamente esperada Resurrección.

EL EVANGELIO SEGÚN SANTIAGO

Yo, Santiago de Jerusalén, hermano del Señor Jesucristo, Su heredero, el mayor de Sus hermanos sobrevivientes e hijo de José de Nazaret, pronto seré llevado ante el Sanedrín y su más alto sacerdote, Ananías, acusado de conducta sediciosa en virtud de mi jefatura de los seguidores de Jesús en nuestra comunidad.

Aquí, como un sirviente de Dios y del Señor Jesucristo, y mientras me resta tiempo para realizar este acto necesario, doy un breve testimonio de la vida de mi hermano Jesucristo, y de Su ministerio, para prevenir las crecientes distorsiones y calumnias y para dar orientación a los discípulos de la fe contra las múltiples tentaciones y para restaurar la fortaleza a nuestros seguidores entre las doce tribus perseguidas de la Dispersión.

Los otros hijos de José, hermanos sobrevivientes del Señor y míos propios son… [N. del Editor: Parte faltante del fragmento.] Yo quedo para hablar del primogénito y más amado Hijo. Este testimonio es la fe y memoria que doy de la vida, y el testimonio de los apóstoles, de Los Discípulos de Jesús que también pudieron atestiguar Su vida donde yo no pude atestiguarla, y asiento la verdad del Hijo, que habló por el Padre para que los mensajeros pudieran traer las nuevas a Los Pobres en todas partes. [N. del Editor: Los primeros seguidores de Jesús eran conocidos como Los Discípulos de Jesús y también como Los Pobres.]

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