Dar Lang Ahn había oído su explicación antes y no le prestó mucha atención, pero al terminar incluso él se sintió atraído. Esto fue en el punto donde Kruger estaba explicando la necesidad de dos conductores y los resultados que aparecerían si algún orificio de salida para la corriente se abriera entre ellos. Esto debía haber sido sólo una explicación, ya que no había presumiblemente alrededor ningún material para una demostración; por desgracia, cuando Ten Lee Bar puso unos cables juntos para ver lo que el chico quería decir, los filamentos de plata se pusieron de repente al rojo vivo haciéndole retirar su mano con un aullido de sorpresa y dolor.
No estaba más sorprendido que Nils Kruger. Durante varios segundos, el chico miró asombrado los ardientes cables; después los separó amparándose en el mango aislante de su cuchillo.
— ¿Sentiste sólo calor, o algo más? — preguntó Kruger rápidamente.
— No sé si eso era calor. Ya veo por qué los libros nos prevenían contra él — el arquero tenía la mano en la boca en una divertida forma humanoide.
Dándose cuenta de que no podría obtener ninguna información de un ser que ni sabía lo que se sentía al quemarse, Kruger experimentó. Después de sacar unas chispas con la hoja de su cuchillo, llegó a la conclusión de que el voltaje tenía que ser muy bajo.
Asegurándose de que estaba en suelo de piedra seca, tan seca como podía estarlo con esta atmósfera, lo empalmó con dos dedos. No pudo sentir ningún impacto, aunque una averiguación final con la hoja del cuchillo le demostró que el circuito no había elegido aquel momento para cerrarse.
Una cuestión le asaltó rudamente: ¿Tenía la ciudad normalmente un voltaje muy bajo y sus generadores estaban aún en marcha? ¿O era éste el último latido de un sistema de reserva de emergencia? Y también, ¿sabían esto los Profesores del poblado cercano? ¿Y era ésta la causa por la que habían formulado una prohibición general sobre la ciudad?
Kruger había llegado a sentirse unido con la gente de Dar Lang Ahn, a pesar de la hostilidad que sentía hacia sus Profesores. Si no se movían por iniciativa propia para obtener la información que necesitaban, ¡Nils Kruger haría que lo hicieran! Se volvió abruptamente a Ten Lee Bar.
— Esto cambia el asunto. Dar Lang Ahn y yo vamos a ir a ese poblado; hay cosas que aprender. Puedes venir o no con tus hombres, como prefieras.
— Pero si os vais, ¿para qué sirve que esperemos aquí?
— No tengo la menor idea. Usa tu cabeza. Nosotros nos vamos — Kruger salió del edificio sin siquiera preguntar a Dar si le acompañaba. Ten les miró un momento; entonces él también salió y empezó a llamar a su grupo para que saliera de sus escondrijos. Sólo una vez volvió Kruger la vista atrás y vio cómo salían detrás de él, sonriendo para sus adentros, pero sin hacer ningún comentario.
La pista era fácil de seguir, pues la habían recorrido ya suficientes veces. Nada ocurrió durante el camino. No se podía detectar ninguna señal, ni de animales ni de habitantes, con la vista o el oído. Incluso el claro de los géiseres estaba en silencio cuando se aproximaron a él. En el sitio en que el sendero se dividía, con una rama dirigida al lugar donde habían siempre hablado con los Profesores, Kruger se volvió hacia la poza que casi les había engullido en agua hirviendo. Unos instantes después el grupo completo estaba situado delante del cobertizo de roca que se proyectaba desde uno de los lados del borde de la poza.
El silencio era sólo roto por el ruido que producían las zarpas al arañar al roca. Tras esperar unos minutos, Kruger se dirigió osadamente al cobertizo y empezó a examinarlo minuciosamente intentando descubrir cualquier traza de una entrada. Empezó por el lado que daba al agua, asomándose sobre el borde para hacerlo, ya que estaba convencido desde hacía tiempo que la puerta debía estar escondida allí. Sin embargo, no encontró rastro alguno de grietas en la roca. El extender la búsqueda a los otros lados y al frente no produjo mejores resultados.
La parte superior fue más productiva. Había allí un conjunto de grietas finas y casi invisibles que señalaban lo que podía haber sido una escotilla cuadrada, pero la abertura enmarcada por ellas hubiera difícilmente dejado sitio para Dar Lang Ahn. En ningún caso podía haber dejado pasar el gran cuerpo de un Profesor. No había duda de que los libros y el encendedor habían pasado por aquí, pero era un misterio dónde fueron los Profesores.
Kruger extendió la búsqueda muchas yardas alrededor de la poza, con la ayuda del resto del grupo, una vez que entendieron lo que quería y habían superado los nervios que la vista del agua hirviendo les produjo. Encontraron numerosas grietas, pero todas parecían ser rupturas casuales producidas por la naturaleza. Un intento de mirar por los pequeños agujeros, a través de los cuales los Profesores miraban presumiblemente hacia fuera, resultó ser igualmente en vano; ninguno de ellos tenía más de unas pocas pulgadas de profundidad. Kruger empezó a preguntarse si todo aquel asunto no había sido una gran farsa, algo para distraer deliberadamente su atención. Tal vez los Profesores habían estado mirando todo el rato desde el borde de la selva, o desde algún punto igualmente ventajoso, mientras sus conversaciones tenían lugar.
En ese caso, ¿dónde estaban ahora? Y sin ningún signo todavía de los habitantes del poblado, y sin ningún sonido de voz del Profesor; Kruger se sintió de repente incómodo.
Los otros habían abandonado su búsqueda y volvieron adonde él se encontraba para recibir más órdenes; mientras, él estaba de pie pensando, pero no se paró a pensar en la satisfacción de haber usurpado el mando de la expedición.
— Sigamos al poblado — dijo duramente, y encabezó la marcha.
No había ninguna señal de vida. Se acercaron al borde del claro con cuidado y pararon cuando vieron las primeras cabañas. A una orden de Kruger, se dispersaron para no ser blanco fácil de posibles ocultas ballestas, y continuaron su avance hasta que estuvieron todos dentro del poblado. Aún no había ningún ruido ni movimiento. Entraron casa por casa con cuidado y buscaron, pero siempre con el mismo resultado negativo. El lugar se hallaba realmente desierto.
— ¡Y supongo que mis libros se fueron con ellos! — Dar Lang Ahn llegó amargamente a esta conclusión.
— Parece lo más probable, me temo, a menos que quieras volver a la poza y abrir aquella escotilla. Claro que aún no hemos estado en la pequeña cabaña donde informaban a sus Profesores. Aunque ahora que he visto uno de ellos, no comprendo cómo cabría allí.
— Ese no es el punto importante — Dar se dirigió hacia la mencionada cabaña con la rapidez de una saeta de su propia ballesta. Desapareció dentro y un instante después llamó a Kruger.
— ¿Qué pasa? — preguntó el chico a la vez que echaba a correr hacia la cabaña —. ¿Te dejaron tus libros como gesto de buena voluntad?
— No son los libros. No puedo describir la cosa — Kruger se encontraba ya en la puerta al decir Dar sus últimas palabras. Paró un momento mientras sus ojos se acostumbraban a la oscuridad; entonces vio lo que el pequeño piloto quería decir.
La cabaña estaba vacía, excepto por una ruda mesa que había en el centro, en la cual había una especie de aparato. No tenía caja y contenía espirales y condensadores y lo que parecían haber sido tubos de vacío, todo a la vista. Kruger se dio cuenta de lo que tenía que ser casi instantáneamente, pero no le dieron ninguna oportunidad de expresar su opinión, pues el aparato que había en la mesa habló primero.
— Adelante, Nils Kruger. Te he estado esperando bastante tiempo. Tenemos mucho que decirnos el uno al otro.