Pero no era demasiado rápido o demasiado áspero. Dios la ayudara, le gustaba. Lo quería con fuerza y ahora y lo quería con él. Quería romper las reglas, quería el peligro y la emoción, quería el calor salvaje y el poder de él. Y ya estaba lista, sobre todo cuando le empujó la falda hacia las caderas. Todo lo que tenía que hacer era apartar su tanga y podría hundirse profundamente.
Pero ella quería verlo cuando la penetrara. Y quería tocar su cuerpo también. Comenzó a levantarse, pero él la contuvo, inclinándose contra su cuello, manteniéndola en el lugar.
– Lo siento, soy un pony con truco. Solo lo hago así.
Ella luchó, muriéndose por besarlo. -Zsadist…
– Llegas tarde para habértelo repensado. -Su voz era un gruñido sensual en su oído. -Por alguna razón, quiero joderte. Mal. Por lo que háganos a ambos un favor y aprieta los dientes. No me costará mucho tiempo.
Su mano abandonó su pecho, se lanzó entre sus piernas y encontró su centro.
Zsadist se congeló.
Instintivamente ella movió sus caderas, frotándose entre sus dedos, sintiendo una maravillosa fricción…
Él saltó hacia atrás. -Sal de aquí.
Desorientada, ferozmente despertada, se balanceó cuando se incorporó. -¿Qué?
Zsadist se acercó a la puerta, la abrió y miró fijamente al suelo. Cuando ella no se movió, él rugió. -Márchate.
– Por qué…
– Dios, me pones enfermo.
Bella sintió que toda la sangre le abandonaba la cara. Se bajó la falda y recompuso su camisa y el sostén. Entonces salió de la habitación.
Zsadist cerró con un golpe la puerta y corrió al cuarto de baño. Levantó la tapa del retrete, se inclinó y vomitó la manzana que se había comido.
Cuando tiró de la cadena, se hundió en el suelo, tembloroso y mareado. Intento respirar profundamente, pero todo lo que podía oler era a Bella. Su adorable, inexplicable excitación estaba en sus dedos. Se quitó el jersey de cuello vuelto y lo colocó alrededor de su mano, necesitando su débil olor.
Dios, el perfecto satén de ella. La magnífica fragancia de su pasión. Todo lluvia exquisita.
Ninguna mujer se había mojado por él durante cien años. No desde su tiempo como esclavo de sangre. Y entonces…él no lo había querido, había aprendido a temer la excitación.
Intentó concentrarse en el actual regalo, intentando mantener la imagen del cuarto de baño, pero el pasado lo succionó hacia atrás…
Estaba en la celda, con los grilletes puestos, su cuerpo no era suyo. Sintió las manos de la Mistress, olió el bálsamo que tenía que ponerle para conseguir la erección que necesitaba. Y luego ella lo montaba, bombeándolo hasta que lo conseguía. Después de esto, lo mordía y agredía mientras bebía y se alimentaba de sus venas.
Todo había vuelto. Las violaciones. Las humillaciones. Las décadas de abusos hasta que perdió la noción del tiempo, hasta que casi no fue nada, casi muerto excepto por el incesante latido de su corazón, atrapado en su memoria y el funcionamiento mecánico de sus pulmones.
Escuchó un extraño sonido. Comprendió que estaba gimiendo.
Oh…Bella
Colocó su frente sobre su bíceps. Bella. Dios, ella hacía que se avergonzara de sus cicatrices y de su fealdad, sus aspecto arruinado y su negra y repugnante naturaleza
En la fiesta ella sin ningún esfuerzo se había dirigido a sus hermanos y a las mujeres, sonriendo, riendo. Tenía un encanto y una facilidad que hablaba de la vida cómoda que había tenido. Probablemente nunca había conocido una palabra o un hecho poco amable. Seguramente nunca había sido cruel o dura con otra persona. Era una mujer que valía, no como la gente mala, hambrientas humanas de las que había estado bebiendo.
No la había creído cuando le había dicho que quería acostarse con él, pero ella había querido. Era lo que toda su sedosa humedad significaba. Las mujeres podrían mentir sobre muchas cosas, pero no en esto. Nunca sobre esto.
Zsadist se estremeció. Cuando la había tenido inclinada y tocaba sus pechos, había planeado detenerse a pesar de lo que le había dicho. Había creído que la asustaría estando a solas, la abrumaría un poco antes de enviarla de nuevo a su camino.
Pero en realidad había querido estar con él.
Recordó de nuevo lo que había sentido cuando se había zambullido entre sus muslos. Había sido tan…suave. Tan increíblemente caliente, lisa y lista. Al principio la había tocado para saber lo que sentía por él. No había tenido ninguna idea de hacerlo, pero entonces turbándolo, la Mistress había regresado. Había visto su cara y había sentido su cuerpo encima suyo.
La Mistress siempre había ido a él muy animada y hacía muchos esfuerzos para asegurarse de que él lo sabía, aunque no la hubiera tocado nunca con las manos. Había sido astuta. Después de cada cosa que le hacía, si hubiera sido capaz de oponerse a ella, la habría desgarrado como un animal rabioso y ambos lo sabían. Peligrosamente enjaulado le representaba una gran emoción a ella.
Pensó en la atracción de Bella hacia él. Estaba basado en lo mismo ¿no? El poder del sexo. El salvaje sujeto con los grilletes usados para el placer.
O en el caso de Bella, el hombre peligroso utilizado para una aventura.
Se estómago se removió otra vez y se balanceó sobre el retrete.
– Pensaba que solo eras cruel. -Dijo Bella detrás de él. – No sabía que en realidad te hice enfermar.
Joder. No había cerrado la puerta.
Nunca se habría imaginado que ella regresaría.
Bella se abrazó a sí misma. De todas las cosas que podía haberse inventado, esta superaba la ficción. Zsadist tumbado y medio desnudo sobre el retrete con su jersey alrededor de su mano, los movimientos ascendentes y descendentes que hacían que se tensara.
Mientras él maldecía, ella miró fijamente su cuerpo. Querido Señor, su espalda. La amplia extensión estaba surcada por cicatrices, evidenciando un pasado de azotes, que de algún modo no se habían curado con suavidad. Aunque como había pasado no lo podía adivinar.
– ¿Por qué estás otra vez en mi habitación? -Le preguntó él, la voz resonando alrededor del borde porcelana.
– Yo, ah, quería gritarte.
– ¿Te importa si primero termino y me levanto? – El agua salió y gorgoteó mientras se lavaba.
– ¿Estás bien?
– Sí, esto solo es parte de la diversión.
Ella entró en el cuarto de baño y tuvo la impresión que era muy limpio, muy blanco y totalmente impersonal.
En un abrir y cerrar de ojos, Zsadist estaba de pie mirando hacia ella.
Ella se tragó un jadeo.
Aunque claramente poderoso, sus músculos destacaban descarnadamente, las estriadas fibras individuales y visibles. Para ser un guerrero, para cualquier hombre, era delgado, demasiado delgado. Sinceramente estaba cerca de cerca de morir de hambre. Tenía cicatrices delante, aunque solo en dos lugares; sobre su pectoral izquierdo y sobre su hombro derecho. Tenía ambos pezones perforados, pequeños aros de plata con pequeñas esferas colgando de ellos captando la luz mientras él respiraba.
Pero nada de eso fue lo que la dejó estupefacta. Las gruesas marcas negras tatuadas en su cuello y muñecas eran horribles.
– ¿Por qué llevas las marcas de un esclavo de sangre? -Susurró ella.
– Haz cuentas.
– Pero que es…
– ¿Supones que no le puede pasar a alguien como yo?
– Bien, sí. Eres un guerrero. Un noble.
– El destino es una perra cruel.
Su corazón se abrió de par en par para él y todo lo que había pensado sobre él cambió. Era más que una emoción, pero un hombre que ella quería aliviar. Reconfortar. Con un impulso, dio una pasó hacia él.
Sus oscuros ojos se estrecharon. -Realmente no quieres acercarte, mujer. Sobre todo no ahora.
Ella no le escuchó. Cuando ya no hubo distancia entre ellos, él echó marcha atrás hasta que quedó atrapado en la esquina entre la ducha de cristal y la pared.
– ¿Qué diablos estás haciendo?
Ella no le contestó, por que no estaba segura.