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– Sí. Deja que me cambia.

– Sólo ponte una de mis chaquetas de lana. -Él se acercó al aparador y sacó algo suave, negro y del tamaño de una lona. -Me gusta la idea de que lleves mi ropa.

Cuando la ayudó a ponérselo, su risa fue una expresión muy masculina de satisfacción. Y posesividad.

Y maldita fuera si esto no manifestaba satisfacción en su cara.

Cuando terminaron de comer y habían vuelto a su habitación, Rhage tenía problemas de concentración. El zumbido rugía con toda su fuerza, peor que la última vez. Y él estaba totalmente despierto, su cuerpo tan caliente que parecía que su sangre iba a secar en sus venas.

Cuando Mary se acercó a la cama y se instaló, él se dio una rápida ducha y se preguntó si no debería darle una liberación a su erección antes de acostarse. La maldita cosa estaba dura, tiesa y dolía como una perra y el agua que caía sobre su cuerpo le hacía pensar en las manos de Mary sobre su piel. Se cogió a si mismo y recordó como se había sentido los movimientos de su boca y el placer se sus suaves secretos. Él duró, como, menos de un minuto.

Cuando hubo terminado, el vacío orgasmo sólo lo enervó más. Parecía que su cuerpo sabía que el verdadero asunto estaba en el dormitorio y no tenía ninguna intención de desviarse.

Maldiciendo, saliendo y secándose con la toalla, se dirigió hacia el armario. Agradeciendo por lo detallista que era Fritz, él buscó hasta que encontró-gracias-a-Dios un pijama que nunca antes se lo había puesto antes. Se encogió de hombros y luego se puso la bata que hacía juego por añadidura.

Rhage hizo muecas, parecía que llevaba la mitad del maldito armario. Pero este era el punto.

– ¿Está la habitación demasiado caldeada para ti? -Le preguntó mientras encendía una vela y apagó la lámpara.

– Está perfecto.

Personalmente, pensaba que se encontraba en el trópico. Y la temperatura aumentó cuando se acercó a la cama y se sentó sobre el lado opuesto al de ella.

– Escucha, Mary, en aproximadamente una hora y cuarenta y cinco minutos, escucharás que las persianas se cerrarán durante el día. Se deslizan sobre las ventanas hacia abajo. No es que haga mucho ruido, pero no quiero que te asustes.

– Gracias.

Rhage se dejó caer sobre el edredón y cruzó los pies sobre sus tobillos. Todo esto lo irritaba, la habitación caliente, el PJs, la ropa. Ahora sabía como se sentían los regalos, todo rígido como en papeles y cintas: picante.

– ¿Normalmente llevas todo eso cuando te vas a dormir?- Le preguntó ella.

– Absolutamente.

– ¿Entonces por qué aún tienes puesta la etiqueta de la ropa?

– Es que en caso de que quiera otra, sabré cual es.

Él se giró sobre su lado, distanciándose de ella. Rodando sobre sí mismo hasta que se quedó mirando fijamente hacia el techo. Un minuto más tarde, se colocó sobre su estómago.

– Rhage. -Su voz fue adorable en la oscura quietud.

– ¿Qué?

– Duermes desnudo, ¿verdad?

– Ah, normalmente.

– Mira, te puedes quitar la ropa. No va a molestarme.

– No quería que te sintieras…incómoda.

– Me hace estar más incómoda que te arrojes sobre aquel lado de la cama. Parezco una ensalada revuelta en este lado.

Él habría reído en silencio por su razonable tono, pero la bomba caliente que tenía entre las piernas aspiró directamente todo su humor.

Ah, infiernos, si pensaba en el atuendo tenía que ir a guardarlo comprobándolo, estaba fuera de sí. La quería tan duramente que excepto la cota de malla, lo que llevara o no llevara no iba marcar la diferencia.

Manteniéndose de espaldas a ella, se levantó y se desnudó. Con algunas artimañas, logró meterse bajo el edredón sin dirigirle ni una mirada de lo que llevaba entre manos debajo de él. Aquel monstruoso despertar no era para que ella no lo supiera.

Él se mantuvo a distancia de ella, echándose sobre su lado.

– ¿Puedo tocarte? -Le preguntó ella.

Su erección se tensó, como si se ofreciera voluntario para ser “ello”. -¿Tocar qué?

– El tatuaje. Me gustaría…tocarlo.

Dios, ella estaba muy cerca de él y aquella voz suya, voz dulce, hermosa- era mágica. Pero el zumbido en su cuerpo hacía que pareciese que tenía un mezclador de pintura en la tripa.

Cuando se quedó tranquilo, ella murmuró. -No importa. No hago…

– No. Es solo… -Mierda. El odió la distancia en su tono.-Mary, está bien. Haz lo que quieres.

Oyó el roce de las sábanas. Sintió como el colchón se movió un poco. Y luego las yemas de sus dedos rozaron su hombro. Él siguió estremeciéndose.

– ¿Dónde te lo hicieron? -Susurró ella, remontando el contorno de la maldición. -El material gráfico es extraordinario.

Todo su cuerpo se tensó cuando sintió con precisión cuando ella estuvo sobre la bestia. Ella pasaba a través de su garra delantera izquierda y lo sabía por que sintió la correspondencia del zumbido en su propio miembro.

Rhage cerró lo ojos, atrapado entre el placer de tener su mano sobre él y la realidad que coqueteaba con el desastre. La vibración, la quemazón -ella lo elevaba todo, llamaba a la oscuridad en su corazón, lo más destructivo de él.

Él respiró a través de sus dientes cuando ella le acarició el flanco de la bestia.

– Tu piel es tan lisa. -Dijo ella, pasando su palma por la zona inferior de su espalda.

Congelado en el lugar, incapaz de respirar, rezó para tener autocontrol.

– Y…bueno, de todos modos. -Ella se retiró. -Creo que eres hermoso.

Él ya estaba encima de ella antes de que supiera que se había movido. Y no era un caballero. Empujó su muslo entre sus piernas, fijó sus brazos sobre su cabeza y buscando su boca con la propia. Cuando ella se acercó hacia él, él agarró el borde de su camisón y tiró de él con fuerza. Iba a tomarla. En este momento y en su cama, tal como había querido.

Y ella iba a ser perfecta.

Sus muslos se dejaron vencer por él, abriéndose ampliamente y ella lo animó, su nombre un gemido ronco que abandonó sus labios. El sonido encendido de una violenta sacudida en él, que oscureció su visión y enviando pulsos a sus brazos y piernas. Tomarla lo consumía, lo despojaba de cualquier tapa civilizada que había sobre sus instintos. Él era la materia prima, salvaje y…

Al borde de la implosión que quemaba que era la tarjeta de visita de la maldición.

El terror le dio la fuerza para saltar hacia atrás y separase de ella, tropezando por el cuarto. Se golpeó con algo. La pared.

– ¡Rhage!

Hundiéndose en el suelo, él puso sus temblorosas manos sobre su cara, sabiendo que sus ojos estaban en blanco. Su cuerpo estaba tan sacudido que sus palabras salieron como ondas. -Estoy fuera de mi mente…Esto es…Mierda, no puedo…tengo que alejarme de ti.

– ¿Por qué? No quiero que pares…

Él le habló directamente. -Tengo sed de ti, Mary. Estoy maldito…hambriento, pero no puedo tenerte. No te tomaré…a ti.

– Rhage. -Ella se quebró, como si intentara comunicarse con él. -¿Por qué no?

– No me quieres. Confía en mí, realmente no me quieres así.

– Un infierno que no quiero.

Él no estaba a punto de decirle que era una bestia que esperaba el acontecimiento. Entonces decidió repugnarla en vez de asustarla. -He tenido a ocho mujeres diferentes esta semana.

Hubo una larga pausa. -Buen Dios…

– No quiero mentirte. Nunca. Pero déjame ser muy claro. He tenido mucho sexo anónimo. He tenido muchas mujeres, ninguna por la que me haya preocupado. Y no quiero que pienses que alguna vez te utilizaría así.

Ahora que sus pupilas volvían a ser negras, él la miró.

– Dime que practicas el sexo seguro. -Refunfuñó ella.

– Cuando las mujeres me lo comentaban, lo hacía.

Sus ojos llamearon. -¿Y cuando ellas no lo hacen?

– Yo no puedo padecer ni siquiera un resfriado común, de la misma manera no puedo contagiarme el VHI o Hep C o cualquier enfermedad de transmisión sexual, tampoco. Los virus de los humanos no nos afectan.

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