Литмир - Электронная Библиотека
A
A

– No le dije cómo llamarnos.

– Y tampoco le borraste la memoria. ¿En qué maldición estabas pensando?

– Ella no será un problema.

– Ya lo es. Llama a nuestro teléfono.

– Relájate, hombre…

Tohr lo pinchó con un dedo. -Arréglala antes de que tenga que hacerlo yo ¿me entiendes?

Rhage se levantó del banco y su hermano parpadeó -Nadie se acercará a ella, a no ser que quieran tratar conmigo. Esto te incluye.

Los oscuros ojos azules de Thor se estrecharon. Ambos sabían quien ganaría si llegaban al fondo de la cuestión. Nadie podía luchar contra Rhage cuerpo a cuerpo; este era un hecho probado. Y él estaba preparado para golpear a Thor si tuviera que hacerlo. Aquí mismo. Ahora mismo.

Thor le habló en tono severo. -Quiero que respires profundamente y te separes de mi, Hollywood.

Cuando Rhage no se movió, se escucharon pasos a través de las alfombras y el brazo de Butch se colocó alrededor de su cintura.

– Por qué no te calmas un poco, grandote. -Butch habló arrastrando las palabras- Vamos a terminar la fiesta, ¿vale?

Rhage permitió que lo retirase, pero mantuvo los ojos sobre Thor. La tensión crujía en el aire.

– ¿Qué está pasando? -Exigió Thor.

Rhage dio un paso liberándose de Butch y se paseó con inquietud alrededor de la habitación de pesas, serpenteando entre bancos y pesas en el suelo.

– Nada. No pasa nada. Ella no sabe lo que soy y no se cómo consiguió el teléfono. Tal vez aquella mujer civil se lo dio.

– Mírame, mi hermano. Rhage detente y mírame.

Rhage se detuvo y movió sus ojos.

– ¿Por qué no la borraste? Sabes que la una vez que la memoria es de largo plazo, no podrás limpiarla lo suficiente. ¿Por qué no lo hiciste cuando tuviste la oportunidad? – Cuando el silencio se alargó entre ellos, Tohr sacudió la cabeza. -No me digas que te has liado con ella.

– Cualquier cosa, hombre.

– Tomaré eso como un sí. Cristo, mi hermano…¿en qué estás pensando? Sabes que no deberías haberte enredado con una humana, y sobre todo, no con ella debido a su relación con el muchacho. -La mirada de Thor era aguda. -Te doy una orden. Otra vez. Yo quiero que borres la memoria de esa mujer y no quiero que vuelvas a verla.

– Ya te lo dije, ella no sabe lo que soy…

– ¿Estás intentando negociar este conmigo? No puedes ser tan estúpido.

Rhage le echó a su hermano una mirada desagradable. -Y tú no me quieres encima de tu parrilla otra vez. Esta vez no permitiré que el poli me despegue.

– ¿Ya la has besado en la boca? ¿Qué le has dicho sobre tus colmillos, Hollywood? -Cuando Rhage cerró los ojos y maldijo, el tono de Tohr se alivió. -Sé realista. Ella es una complicación que no necesitamos, ella es un problema para ti porque la escogiste por encima de una orden mía. No hago esto para romperte las pelotas, Rhage. Es más seguro para todos. Para ella Lo harás, mi hermano.

Más seguro para ella.

Rhage se sentó y agarró los tobillos. Estiró sus tendones con fuerza, casi colocó su espalda en sus piernas.

Más seguro para Mary.

– Me encargaré de ello. -Dijo él finalmente.

– ¿Sra. Luce? Por favor, venga conmigo.

Mary miró hacia arriba y no reconoció a la enfermera. La mujer parecía realmente joven con su uniforme rosado, probablemente acababa de salir de la escuela. Y aún pareció más joven cuando sonrió debido a sus hoyuelos.

– ¿Sra Luce? -Ella cambió de lugar el voluminoso archivo en sus brazos.

Mary puso el tirante de su bolso sobre su hombro, se levantó y siguió a la mujer por la sala de espera. Bajaron a medias por un largo pasillo, pintado de beige e hicieron una pasusa ante el mostrador de registro.

– Sólo voy a pesarla y a tomarle la temperatura.-La enfermera sonrió otra vez y consiguió más puntos siendo buena con el peso y el termómetro. Ella era rápida. Amistosa.

– Ha perdido algo de peso, Sra Luce. -Dijo ella, anotándolo en el archivo. -¿Cómo está de apetito?

– El mismo.

– Bajaremos aquí hacia la izquierda.

Las habitaciones de reconocimientos eran todas parecidas. Un póster de un Monet enmarcado y una pequeña ventana con persianas dibujadas. Un escritorio con folletos y un ordenador. Una mesa de reconocimiento con un pedazo de papel blanco estirado sobre ella. Un fregadero con varios suministros. Un contenedor rojo para desechos biológicos en la esquina.

Mary tenía ganas de levantarse.

– La Dra. Delia Croce dijo que quería que le tomara los signos vitales. -La enfermera le entregó un cuadrado de tela perfectamente doblado. -Si se pone esto, ella vendrá enseguida.

Las batas eran todas iguales, también. Fino algodón, suave, azul con un pequeño estampado rosado. Había dos juegos de lazos. Ella nunca estaba segura de si se ponían aquellas malditas cosas a la derecha, si la abertura debía ir adelante o atrás. Hoy escogió hacia adelante.

Cuando ya estuvo cambiada, Mary se sentó encima de la camilla y dejó sus pies colgando. Tenía frío sin su ropa y las miró, todas muy bien dobladas sobre la silla al lado del escritorio. Pagaría un buen dinero por volver a tenerlas encima.

Con un repique y un pitido, su teléfono móvil sonó en su bolso. Ella cayó sobre el suelo colchado por sus calcetines.

Ella no reconoció el número cuando comprobó la identificación y contestó esperanzada. -¿Hola?

– Mary.

El rico sonido de la masculina voz hizo que sintiera alivio. Había estado casi segura de Hal no le iba a devolver la llamada.

– Hola. Hola, Hal. Gracias por llamar. -Ella miró a su alrededor buscando un lugar para sentarse que no fuera la mesa de revisión. Colocando la ropa sobre su regazo, ella despejó la mesa. -Mira, siento lo de anoche. Yo solo…

Hubo un golpe y luego la enfermera asomó la cabeza.

– Perdóneme, ¿nos dio su escáner óseo el julio pasado?

– Sí. Deberían estar en mi archivo.- Cuando la enfermera cerró la puerta, Mary, dijo. -Lo siento.

– ¿Dónde estás?

– Yo, ah…-Ella se aclaró la garganta. -No es importante. Sólo quería que supieras lo mal que me sentí sobre lo que te dije.

Hubo un largo silencio.

– Yo sólo me aterroricé. -Dijo ella.

– ¿Por qué?

– Tú me haces…no se, tú solo…-Mary tocó el borde de su vestido. Las palabras se desvanecieron.

– Tengo cáncer, Hal. Creo, lo he tenido y podría volver.

– Lo sé.

– Entonces te lo dijo Bella.-Mary esperó que lo confirmara, cuando él no lo hizo, ella suspiró. -No utilizo la leucemia como excusa por el comportamiento que tuve. Es sólo…Estoy en un lugar extraño ahora mismo. Mis emociones rebotan por todas partes y tenerte en mi casa-sintiéndome totalmente atraída por ti- provocó algo y repartí golpes a diestro y siniestro.

– Entiendo.

De algún modo, ella sintió que lo hacía.

Pero Dios, sus silencios la asesinaban. Ella comenzaba a parecer una idiota por mantenerlo en la línea.

– En cualquier caso, esto es todo lo que quería decirte.

– Te recogeré esta noche a las ocho. En tu casa.

Ella apretó el teléfono. Dios, quería verlo. -Te esperaré.

Desde el otro lado de la puerta del cuarto de reconocimiento, se elevó la voz de la Dra. Delia Croce y disminuyó de común acuerdo con la enfermera.

– ¿Y Mary?

– ¿Si?

– Suéltate el pelo para mí.

Hubo un golpe y entró la doctora.

– De acuerdo. Lo haré. -Dijo Mary antes de colgar. -Hey, Susan.

– Hola, Mary. -Cuando la Doctora Delia Croce cruzó la habitación, sonrió y sus negros ojos se arrugaron en las esquinas. Tenía aproximadamente unos cincuenta años, con el pelo canoso que se cuadraba en su mandíbula.

La doctora se sentó detrás del escritorio y cruzó las piernas. Cuando ella se tomó un momento para colocarse, Mary movió la cabeza.

– Odio cuando tengo razón. -Refunfuñó ella.

– ¿Sobre qué?

– Ha vuelto, ¿verdad?

Hubo una leve pausa. -Lo siento, Mary.

27
{"b":"108644","o":1}