Rhage tembló, una prisa balsámica floreciendo saliendo por toda su piel. El deje musical de su voz, el ritmo de su discurso, el sonido de sus palabras, todo eso esparciéndose a través de él, calmándolo, confortándolo. Encadenándole dulcemente.
Él cerró sus ojos. -Dime algo más.
– ¿Qué? -Preguntó ella, desconcertada.
– Conversación. Háblame. Quiero oír tu voz otra vez.
Ella guardó silencio, y él estaba a punto de exigirle que hablase cuando dijo. -No tienes buen aspecto. ¿Necesitas un médico?
Él se encontró tambaleándose. Las palabras no importaban. Era el sonido: El punto bajo, suave, acariciándole los oídos. Se sintió como si él estuviera siendo acariciado por dentro de su piel.
– Más.-Dijo él, retorciendo su palma por la parte delantera de su cuello de manera que podía sentir las vibraciones de su garganta mejor.
– ¿Podría…podría por favor soltarme?
– No. – Él subió su otro brazo. Llevaba puesta algún tipo de lana, y él movió a un lado el cuello, echándose al hombro su mano de manera que no pudiera escapar de él. -La conversación.
Ella comenzó a luchar. -Me aprieta.
– Lo sé. La conversación.
– Oh, por el amor de Dios, ¿qué quieres que diga?
Aun exasperada, su voz fue bella. -Cualquier cosa.
– Bien. Saca tu mano de mi garganta y déjame ir o yo voy a darte con la rodilla donde cuenta.
Él se rió. Luego hundió su cuerpo inferior sobre ella, atrapándola con sus muslos y sus caderas. Ella se quedó rígida contra él, pero él obtuvo una abundante percepción suya. Tenía la constitución delgada, sin embargo no había duda de que era una mujer. Sus pechos golpean su pecho, sus caderas servían de almohada para las de él, su estómago era suave.
– Sigue hablando.-Dijo él contra su oído. Dios mío, ella olió muy bien. Limpio. Fresco. Como el limón.
Cuando ella empujó contra él, él recostó totalmente contra ella. Su respiración se aceleró.
– Por favor. -Murmuró él.
Su pecho se movió contra el de él cuando inspiró. -Yo… er, no tengo nada para decir. Excepto apártate de mi.
Él sonrió, cuidadoso en mantener la boca cerrada. No hubo sentido de alardear de sus colmillos, especialmente si ella no sabía lo que era.
– Entonces di eso.
– ¿Qué?
– Nada. Di nada. Otra y otra y otra vez. Hazlo.
Ella se encolerizó, el perfume del miedo se cambió por una especia afilada, un acre de menta fresca en el jardín. Ella estaba molesta ahora.
– Dilo.- Le ordenó él, necesitando sentir más de lo que ella le hacía a él.
– Bien. Nada. Nada.-Abruptamente ella se rió, y el estrecho disparó lo atravesó directamente por su columna vertebral, quemándolo. -Nada, nada. Naaada. Naaada. Naaaaaaaada. -¿Está lo suficientemente bien para ti? ¿Me dejarás marchar ahora?
– No.
Ella peleó contra él otra vez, creando una fricción deliciosa entre sus cuerpos. Y él supo el momento en que su ansiedad y su irritación se convirtieron en algo caliente. Él olió su excitación, un precioso dulce en el aire, y su cuerpo contestó a su llamada.
Él se puso duro como un diamante.
– Háblame Mary. – Él movió sus caderas en un lento círculo contra ella, frotando su erección sobre su abdomen, aumentando su dolor y su temperatura.
Después de un momento la tensión de ella disminuyó, suavizándola en contra del empuje de sus músculos y su excitación. Sus manos aplastadas en su cintura. Y luego lentamente deslizándose aproximándose a su espalda, como si estuviera insegura de la forma en que iba a responderle.
Él se arqueó contra ella, para exteriorizar su aprobación y animarla a que lo tocara. Cuando sus palmas subieron por su columna vertebral, él se expresó con un bajo gruñido en su garganta y dejó caer su cabeza de tal manera que su oído estuviera más cerca de su boca. Él quería darle otra palabra para que dijera, algo apetitoso o un susurro o una fresa.
Infiernos, podría juntarlo.
El efecto que ella tuvo sobre él era como una droga, una combinación tentadora de necesidad sexual y desahogo profundo. Como si estuviese teniendo un orgasmo y cayese en un sueño tranquilo al mismo tiempo. No era como nada de lo que él hubiese sentido antes.
Un escalofrío pasó como un relámpago por él, absorbiendo el calor de su cuerpo.
Echó su cabeza hacia atrás cuando recordó lo que Vishous le había dicho.
– ¿Eres virgen? -El exigió Rhage.
Volvió la rigidez de su cuerpo, como si fuera cemento. Ella intentó apartarlo con un duro empujón, no moviéndolo ni una pulgada.
– Perdona. ¿Qué el tipo de pregunta es esa?
La ansiedad hizo que apretara la mano de su hombro. -¿Alguna vez has sido tomada por un macho? Contesta a la pregunta.
Su preciosa voz se elevó, asustada. -Sí. Sí, he tenido a… un amante.
La desilusión aflojó su apretón. Pero el alivio lo puso sobre sus talones.
Tomando todo en consideración, no estaba seguro de necesitar responsabilizarse por su destino en estos diez minutos.
Además, aun si ella no era su destino, esta hembra humana era extraordinaria… algo especial.
Tenía que hacer algo.
Mary inspiró profundamente cuando la presión en su garganta disminuyó de intensidad.
Hay que ser cuidadosa con lo que se pide, pensó ella, recordando cómo había querido que un hombre se sintiera cautivado por ella.
Dios mío, esto no era como la experiencia que ella quería. Estaba completamente abrumada. Por cuerpo masculino presionando el de ella. Por la promesa de tener sexo con él. Por el poder letal que esgrimía si pensaba apretar su cuello otra vez.
– Dime dónde vives. -Dijo el hombre.
Cuando ella no contestó, onduló sus caderas, esa erección maciza moviéndose, dando vueltas, presionando en su abdomen.
Mary cerró los ojos. E intentando no preguntarse sobre la impresión que tendría si él estuviera en su interior un rato haciéndole eso.
Su cabeza bajó y sus labios acariciaron el lado de su cuello. Acariciándola con la nariz.- ¿Dónde vives?
Ella sintió un golpe suave, húmedo. Dios, su lengua. Subiendo por su garganta.
– Finalmente vas a decírmelo.- Murmuró él. -Pero tómate tu tiempo. Ahora mismo no tengo mucha prisa.
Sus caderas la dejaron brevemente, regresando con su muslo empujado entre sus piernas y acariciándole el centro. La mano en la base de su cuello barrió totalmente hacia su esternón, deteniéndose finalmente entre sus pechos.
– Tu corazón palpita rápidamente, Mary.
– Eeeeso es por que tengo miedo.
– El miedo no es lo único que sientes. ¿Por qué no compruebas con tus manos lo que aumentas?
Dilo. Estaban levantadas sobre sus bíceps. Y los agarraban, acercándolo más. Sus uñas clavándose en su piel.
Cuando ella lo soltó, él frunció el ceño. -Me gusta lo que percibo. No te detengas.
La puerta se abrió detrás de ellos.
– ¿Mary? Estas okey… Oh… Dios mío.- Las palabras de Bella se desvanecieron.
Mary se preparó sicológicamente cuando el hombre giró su torso y mirado a Bella. Sus ojos la miraron de reojo, atisbándola de arriba a abajo y luego regresaron a Mary.
– Tu amiga está preocupada por ti. -Dijo él suavemente. -Puedes decirle que no debería.
Mary trató de soltarse y no se sorprendió cuando él dominó con maestría sus abruptos movimientos fácilmente.
– Tengo una idea. – Masculló ella. -¿Por qué no me dejas marchar, y así no tendré que reconfortarla?
Una seca voz masculina atravesó el vestíbulo. – Rhage, la mujer no ha venido aquí para tu placer, y éste no es el One Eye, mi hermano. Nada de sexo en el vestíbulo.
Mary trató de girar la cabeza, pero la mano entre sus pechos se deslizó hacia su garganta y tomó su barbilla, sujetándola. Sus ojos azules taladrándola.
– Vamos a ignorarlos a ambos. Si tú haces lo mismo, entonces los podemos hacer desaparecer.
– Rhage, déjala ir.- Un torrente afilado de palabras le siguió hablado en un lenguaje que ella no entendió.