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– Es muy bonita -murmuró. Luego abrió la caja y vio una cadena con un pequeño colgante de plata-. ¡Me encanta! -exclamó emocionada.

– Es egipcio -explicó Pierce mientras le ponía el collar-. Es un símbolo de vida. Y no es una superstición; sólo trae buena suerte -añadió con solemnidad.

Ryan recordó su penique aplanado y se lanzó en brazos de Pierce riendo.

– ¿Es que nunca te olvidas de nada?

– No. Y ahora me debes un beso.

Ryan accedió. Se olvidó incluso de que no estaban solos.

– Oye, que queremos probar la tarta -Bess pasó un brazo alrededor de la cintura de Link y sonrió cuando Ryan puso fin al beso.

– ¿Estará tan rica como parece? -se preguntó ésta en voz alta mientras agarraba un cuchillo para partir la tarta-. No sé el tiempo que hace que no pruebo una sarta de cumpleaños. Toma, el primer trozo para ti, Link.

Éste tomó el platito con la tarta y Ryan se chupó los dedos.

– Está buenísima -dijo mientras partía otro trozo-. No sé cómo te has enterado. Yo misma me había olvidado hasta que… ¡has leído la nota! -exclamó en tono acusador.

Pierce puso cara de no saber nada.

– ¿Qué nota?

Ryan resopló disgustada sin advertir que Bess le había quitado el cuchillo para seguir partiendo la tarta ella.

– Miraste en el bolso y leíste la nota.

– ¿Qué? -Pierce enarcó una ceja-. De verdad, Ryan, ¿crees que podría hacer algo tan indiscreto?

Se quedó pensativa unos segundos antes de responder:

– Sí.

Bess soltó una risilla mientras le entregaba una ración de tarta a Pierce.

– Los magos no necesitan rebajarse a meter mano en los bolsos de los demás para conseguir información.

Link soltó una risotada alegre que sorprendió a Ryan.

– ¿Lo dices por la vez que le quitaste la cartera del bolsillo a aquel hombre de Detroit? -le recordó a Pierce.

– ¿O por los pendientes de la mujer de Flatbush? -añadió Bess.

– ¿En serio hizo eso? -Ryan miró a Pierce, pero éste se limitó a meterse un trozo de tarta en la boca.

– Siempre lo devuelve todo al final del espectáculo -continuó Bess-. Pero suerte que no se decidiera por hacerse delincuente. Si es capaz de abrir los cerrojos de una caja fuerte desde dentro, imagínate de lo que sería capaz estando fuera.

– Fascinante -convino Ryan-. Contad más, contad.

– ¿Te acuerdas de cuando te fugaste de la cárcel ésa de Wichita, Pierce? -prosiguió Bess-. Sí, que te habían encerrado por…

– ¿No te apetece más champán? -interrumpió Pierce al tiempo que inclinaba la botella para llenarle la copa.

– Me habría encantado ver la cara del comisario al descubrir que la celda estaba vacía, con cerrojo y todo -añadió Link sonriente.

– ¿Te fugaste de una cárcel? -preguntó asombrada Ryan.

– Houdini lo hacía a menudo -Pierce le sirvió una copa de champán.

– Ya, pero lo ensayaba primero con los policías- Bess sonrió por la mirada con la que Pierce le contestó y cortó otro trozo de tarta para Link.

– Así que carterista y ex presidiario -dijo Ryan. Le hacía gracia la expresión incómoda que notaba en los ojos de Pierce. No solía verse en situaciones de ventaja con él y no estaba dispuesta a dejar pasar la oportunidad-. ¿Algo más que deba saber?

– En mi opinión, ya sabes más de lo necesario -comentó Pierce.

– Sí -Ryan le dio un beso sonoro-. Y es el mejor cumpleaños que he tenido en la vida.

– Vamos, Link-. Bess levantó la botella medio vacía de champán-. Ya nos terminamos esto y la tarta por ahí. Que Pierce se las arregle como pueda para salir de ésta por su cuenta… Tendrías que contarle lo del comerciante aquél de Salt Lake City.

– Buenas noches, Bess -la despidió Pierce con paciencia y se ganó otra risotada de su ayudante.

– Feliz cumpleaños, Ryan -Bess le lanzó una sonrisa radiante a Pierce y sacó a Link de la suite.

– Gracias, Bess. Gracias, Link -Ryan esperó hasta que dos hubieron salido antes de girarse hacia Pierce-. Antes de ver lo del comerciante de Salt Lake City, ¿cómo te apañaste para acabar en la cárcel? preguntó con tono burlón, mirándolo por encima de la copa.

– Fue un malentendido.

– Eso dicen todos -Ryan enarcó una ceja-. Un malentendido con un marido celoso, ¿quizá?

– No, con un agente de policía al que no le sentó bien encontrarse atado a un taburete de un bar con sus propias esposas -Pierce se encogió de hombros-. No se mostró nada agradecido cuando lo solté.

– Me lo creo -dijo ella, conteniendo las ganas de echarse a reír.

– Fue una pequeña apuesta-explicó Pierce-. Y perdió él.

– Pero, en vez de pagar, te metió en la cárcel -concluyó Ryan.

– Algo así.

– Así que estoy ante un delincuente peligroso. Supongo que estoy a tu merced -Ryan exhaló un suspiro. Luego dejó la copa y se acercó a Pierce-. Gracias por organizarme esta fiesta. Ha sido un detalle precioso.

– Tenías una cara tan seria -murmuró él justo mientras le echaba hacia atrás el pelo que le caía sobre la cara. Después la besó sobre los párpados. No podía quitarse de la cabeza la expresión de dolor que había percibido en el rostro de Ryan después de leer la carta de su padre-. ¿No vas a abrir el regalo de tu padre?

Ryan negó con la cabeza y apoyó una mejilla sobre el hombro de Pierce.

– Esta noche no. Mañana. Los regalos importantes ya los he recibido.

– No se ha olvidado de tu cumpleaños.

– No, él jamás cometería un error así. Seguro que lo tiene marcado en el calendario -contestó con amargura-. Perdona. En el fondo, sé que me quiere.

– A su manera -Pierce le agarró las manos-. Lo hace lo mejor que puede.

Ryan le devolvió la mirada. Su ceño desapareció, dando paso a una expresión más comprensiva:

– Sí, es verdad. Nunca lo había pensado desde esa perspectiva. Lo que pasa es que no dejo de esforzarme por complacerme con la esperanza de que algún día me diga que me quiere y que está orgulloso de ser mi padre -Ryan suspiró-. Lo sé, es una tontería, ya soy mayor. Pero, aun así, ¡me gustaría tanto!

– Nunca se deja de desear que los padres nos quieran -dijo Pierce al tiempo que la abrazaba con fuerza. Ryan pensó en la infancia de Pierce, que a su vez estaba preguntándose por la de ella.

– Seríamos personas diferentes si nuestros padres se hubiesen portado de otra forma con nosotros, ¿no?

– Sí -contestó Pierce-. Seguro que sí.

– No me gustaría que fueses diferente. Eres justo lo que quiero -dijo ella antes de ir al encuentro de su boca con avidez-. Llévame a la cama. Y dime en qué estabas pensando hace unas horas antes de que nos interrumpieran -añadió susurrando.

Pierce la levantó en brazos con agilidad. Ryan se colgó, recreándose en la potencia de sus músculos.

– Lo cierto -arrancó él camino del dormitorio- es que me preguntaba qué llevarías debajo del vestido. Ryan rió y apretó la boca contra el cuello de Pierce.

– La verdad es que no hay mucho debajo por lo que preguntarse.

La habitación estaba a oscuras y en silencio. Ryan estaba acurrucada junto a Pierce mientras éste le acariciaba el cabello con los dedos. Estaba muy quieta, debía de haberse dormido. Pero a Pierce no le importaba estar despierto. De ese modo, podía permitirse el lujo de disfrutar del tacto de su piel contra el cuerpo, de la textura sedosa de su pelo. Mientras dormía, podía tocarla sin excitarla, simplemente para consolarse confirmando que Ryan estaba a su lado. No le gustaba la idea de no tenerla en su cama la noche siguiente.

– ¿En qué piensas? -murmuró ella, sobresaltándolo.

– En ti -Pierce la abrazó-. Creía que estabas dormida.

– No…, yo también estaba pensando en ti -respondió ella mientras abría los ojos. Levantó un dedo y lo deslizó por el mentón de Pierce-. ¿Cómo te hiciste esta cicatriz? Seguro que te la hizo alguna hechicera en una pelea -añadió al ver que Pierce no respondía. No había sido su intención, pero debía de haber metido el dedo en alguna herida abierta del pasado. Lamentó no poder dar marcha atrás a la pregunta.

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