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Sin embargo, Heartley dejaba la puerta abierta. Cuando Eve tuviera otro sospechoso, si eso llegaba a ocurrir, él estaría más que dispuesto a escucharla.

– Calzonazos -murmuró ella al entrar en el Blue Squirrel. Inmediatamente vio a Nadine, que ya estaba sentada estudiando el menú.

– ¿Por qué diablos tiene que ser siempre aquí, Da?llas? -inquirió Nadine.

– Soy persona de hábitos. -Pero el club ya no era el mismo, pensó, no estando Mavis en el escenario largando sus embrolladas letras ataviada con su último y des?pampanante vestido-. Café, solo -pidió Eve.

– Para mí lo mismo. ¿Es malo?

– Espere y verá. ¿Todavía fuma?

Nadine miró alrededor, intranquila.

– En esta mesa no se puede fumar.

– Como si en un tugurio así nos fueran a decir algo. Déme uno, ¿quiere?

– Usted no fuma.

– Me apetece desarrollar hábitos nocivos.

Sin dejar de vigilar, por si había alguien conocido en el local, Nadine sacó dos cigarrillos.

– Quizá le vendría bien algo más fuerte.

– Esto vale. -Se inclinó para que Nadine Furst lo en?cendiese y diese una calada. Tosió-. Caray. Deje que lo pruebe otra vez. Tragó humo, notó que se mareaba, que los pulmones empezaban a quejarse. Enfadada, aplastó el cigarrillo-. Es repugnante. ¿Por qué fuma?

– Una se acostumbra a todo.

– A comer mierda también. Y hablando de mierda. -Eve cogió su café por la abertura de servicio y sorbió con valentía-. Bueno, ¿cómo le ha ido?

– Francamente bien. He estado haciendo cosas para las que no creía tener tiempo. Es curioso cómo una muerte próxima le hace a una darse cuenta de que no lle?gar a tiempo es perder el tiempo. He sabido que Morse será sometido a juicio.

– No está loco. Sólo es un asesino.

– Sólo un asesino. -Nadine se pasó el dedo por la garganta allí donde un cuchillo había hecho manar la sangre-. Usted no cree que ser lo uno le impida ser lo otro.

– No; hay gente a la que le gusta matar. No le dé más vueltas, Nadine, eso no ayuda.

– He procurado no hacerlo. Me tomé unas semanas libres, estuve con mi familia. Eso me fue bien. Y me sir vio para recordar que me gusta mi trabajo. Y soy buena, a pesar de todo…

– Usted no hizo nada malo -la interrumpió Eve im?paciente-; la drogaron, le pusieron un cuchillo en la gar?ganta y se asustó. Olvídese de todo.

– Ya. Está bien. -Nadine exhaló el humo-. ¿Alguna novedad de su amiga? No tuve ocasión de decirle lo mu?cho que siento que tenga problemas.

– Saldrá de ésta.

– Me inclino a pensar que usted se ocupará de ello.

– Exacto, Nadine, y usted me va a ayudar. Traigo unos datos de una fuente policial no identificada. No, nada de grabadoras, anótelo -ordenó al ver que ella abría el bolso.

– Lo que usted diga. -Buscó en el fondo, sacó un bo?lígrafo y una libreta-. Dispare.

– Tenemos tres homicidios, y las pruebas apuntan a un solo asesino para los tres. Primero, Hetta Moppett, bailarina a tiempo parcial y acompañante con licencia para trabajar en clubes, muerta a golpes el 28 de mayo, aproximadamente a las dos de la mañana. La mayoría de los golpes en la cara y la cabeza, de tal forma que sus facciones quedaron desdibujadas.

– Ah -dijo Nadine sin añadir más.

– Su cuerpo fue descubierto, sin identificación, a las seis de la mañana siguiente y archivado como muerta anónima. En el momento del crimen, Mavis Freestone estaba en ese escenario que tiene usted detrás, vomitando como una loca delante de unos ciento cincuenta testigos.

Las cejas de Nadine se enarcaron.

– Caramba, caramba. Siga, teniente.

Y eso hizo Eve.

De momento no podía hacer nada mejor. Cuando la no?ticia viera la luz, era dudoso que alguien del departa mentó pudiese adivinar quién había sido la fuente. Pero en cualquier caso, nadie podría probarlo. Y Eve, tanto por Mavis como por sí misma, mentiría sin inmutarse cuando le preguntaran al respecto.

Invirtió unas horas más en la Central, tuvo que pasar el mal trago de contactar con el hermano de Hetta -úni?co pariente próximo que se pudo localizar- y comuni?carle la muerte de su hermana.

Tras aquel alegre interludio volvió a repasar a con?ciencia todas las pruebas forenses que los del gabinete de identificación habían obtenido en el caso Moppett.

La habían matado allí mismo, sin duda. El asesinato había sido limpio, probablemente rápido. Un codo mal?trecho como única herida defensiva. Aún no habían en?contrado ningún arma homicida.

Tampoco en el caso de Boomer, reflexionó Eve. Unos cuantos dedos fracturados, la astucia de un brazo roto, las rodillas aplastadas: todo eso antes de la muerte. No podía llamarse otra cosa que tortura. Boomer debió tener algo más que información: una muestra, la fórmu?la, y el asesino había ido por las dos cosas.

Pero Boomer se había resistido. El asesino, a saber por qué razón, no había tenido tiempo o ganas de arries?garse a ir a casa de Boomer y registrarla.

¿Por qué habían arrojado a Boomer al río? Para ga?nar tiempo, especuló Eve. Pero el truco no había funcio?nado y el cuerpo había sido hallado e identificado rápi?damente. Ella y Peabody habían estado en la pensión poco después del hallazgo y habían etiquetado las prue?bas.

Bueno, ahora Pandora. Ella sabía demasiado, quería demasiado, resultó ser un socio inestable, amenazó con hablar a personas poco recomendables. Una de estas co?sas, reflexionó Eve frotándose la cara con las manos.

En la muerte de Pandora había habido más saña, más pelea, más destrozos. Claro que ella iba ciega de Immortality. No era una pobre bailarina de club atrapada en un callejón, ni un patético soplón que sabía más de la cuen?ta. Pandora era una mujer poderosa, inteligente y ambi?ciosa. Aparte de tener unos bíceps bien desarrollados.

Tres cadáveres, un asesino y un vínculo entre ellos. Ese vínculo era el dinero.

Pasó todos los sospechosos por el ordenador para verificar las transacciones normales. El único que tenía problemas era Leonardo. Estaba endeudado hasta las cejas, y algo más.

Claro que la codicia carecía de saldo. Era propiedad de ricos como de pobres. Hurgó un poco más y descu?brió que Redford había estado escamoteando fondos. Reintegros, depósitos, más reintegros. Transferencias electrónicas que habían saltado de costa a costa y a los satélites vecinos.

Muy interesante, pensó Eve, y más cuando descu?brió una transferencia desde su cuenta en Nueva York a la de Jerry Fitzgerald. Ciento veinticinco mil dólares.

– Hace tres meses -musitó, volviendo a comprobar la fecha-. Mucho dinero para ser dos amigos. Ordena?dor, revisar todas y cada una de las transferencias desde esta cuenta a todas y cada una de las cuentas a nombre de Jerry Fitzgerald o Justin Young en los últimos doce meses.

COMPROBANDO. NO SE REGISTRAN TRANSFERENCIAS.

– Comprobar transferencias desde todas y cada una de las cuentas a nombre de Redford a las cuentas previa?mente solicitadas.

COMPROBANDO. NO SE REGISTRAN TRANSFERENCIAS.

– Vale, está bien, a ver esto: comprobar transferen?cias desde todas y cada una de las cuentas a nombre de Redford a todas y cada una de las cuentas a nombre de Pandora.

COMPROBANDO. SIGUEN TRANSFERENCIAS: DIEZ MIL DE NEW YORK CENTRAL ACCOUNT A NEW YORK CENTRAL ACCOUNT, PANDORA, 6-2-58. SEIS MIL DE LOS ANGELES ACCOUNT A NEW LOS ANGELES SECURTTY, PANDORA, 19-3-58. DIEZ MIL DE NEW YORK CENTRAL ACCOUNT A NEW LOS ANGELES SECURITY, PANDORA, 4-5-58. DOCE MIL DE STARLIGHT STATION BONDED A STARLIGHT STATION BONDED, PANDORA, 12-6-58. NO SE ENCUENTRAN MAS TRANSFERENCIAS.

– Ha de ser eso. ¿Te estaba chupando la sangre, ami?go, o traficaba para ti? -Eve deseó tener a mano a Feeney y luego dio el siguiente paso-. Ordenador, compro?bar año anterior, mismas fechas.

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