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Mientras el ordenador trabajaba, se programó café y sopesó distintas tramas.

Dos horas después tenía los ojos hinchados y le do?lía el cuello, pero había conseguido más que suficiente para justificar otra entrevista con Redford. Hubo de dialogar con el correo electrónico de Redford, pero al menos tuvo el placer de solicitar su presencia en la Cen?tral el día siguiente a las diez de la mañana.

Tras dejar sendas notas para Peabody y Feeney, de?cidió dar por finalizada la jornada.

Su estado de ánimo no mejoró al encontrarse una nota de Roarke en el enlace de su coche.

«No hay forma de dar contigo, teniente. Ha surgido algo que requiere mi presencia. Supongo que ya estaré en Chicago cuando te llegue esto. Quizá tenga que que?darme allí a dormir, a no ser que arregle esto rápido. Po?demos vernos en el River Palace si lo necesitas, de lo contrario, nos veremos mañana. No te quedes trabajan?do toda la noche. Me enteraría.»

Molesta, Eve desconectó el aparato.

– ¿Y qué diablos voy a hacer si no? -inquirió en voz alta-. No puedo dormir si tú no estás.

Cruzó la puerta giratoria y vio con cierta esperanza que había luces por todas partes. Roarke había cancela?do la reunión, solucionado el problema o perdido el transporte. Lo que fuera, se dijo, pero estaba en casa. Entró por la puerta con una sonrisa de bienvenida y si?guió el sonido de la risa de Mavis.

Había cuatro personas tomando copas y canapés en el salón, pero Roarke no estaba entre ellas. Agudo poder de observación, teniente, pensó Eve sombría, y registró con la vista la habitación antes de que nadie la viera.

Mavis seguía riendo, vestida con lo que sólo ella consideraría ropa de andar por casa. Su malla integral roja estaba tachonada de estrellas plateadas y cubierta por un blusón esmeralda, holgado y abierto. Se colum?piaba sobre tacones de aguja de quince centímetros mientras le hacía arrumacos a Leonardo, quien la rodea?ba con un brazo mientras la otra mano sostenía un vaso lleno de algo transparente y efervescente.

Una mujer se atiborraba a canapés con la precisión y la velocidad de un androide cortando chips en una fábrica. Llevaba el pelo en prietos tirabuzones, cada extremo adornado con un tono de joya diferente. Su lóbulo izquierdo estaba incrustado de aretes de plata que sostenían una cadena retorcida pasando por el puntiagudo mentón hasta la otra oreja, a la que queda?ba fijada mediante un botón grande como un dedo pul?gar. Un costado de la fina nariz afilada lucía un tatuaje en forma de capullo de rosa. Por encima de sus ojos azul eléctrico, sus cejas eran sendas uves de color púr?pura.

Lo cual hacía juego, vio Eve no sin asombro, con el minúsculo mono que terminaba en vuelta justo al sur de su entrepierna. Llevaba unos elásticos estratégicamente colocados sobre los grandes pechos desnudos a fin de cubrir los pezones.

A su lado, un hombre con lo que parecía un mapa ta?tuado en la calva observaba la acción desde sus gafas de lentes rosadas, sorbiendo de lo que Eve dedujo debía ser uno de los vinos blancos de reserva de la bodega de Roarke. Su atuendo consistía en un holgado pantalón corto que le llegaba hasta unas rodillas huesudas y un patrióti?co peto rojo, blanco y azul.

Eve pensó por un momento en subir a hurtadillas al piso de arriba y encerrarse en su despacho.

– Sus invitados -dijo Summerset a su espalda en un tono de desdén- la estaban esperando.

– Mire, amigo, ésos no son mis…

– ¡Dallas! -chilló Mavis, aproximándose peligrosa?mente sobre sus tacones de última moda. Dio a Eve un abrazo de oso borracho que casi dio con las dos en el suelo-. Llegas muy tarde. Roarke ha tenido que irse a no sé dónde, dijo que no le importaba si venían Biff y Tri?na. Se mueren de ganas de conocerte. Leonardo te pre?parará una copa. Oh, Summerset, los canapés son fabu?losos. Eres un encanto.

– Me alegro de que los estén disfrutando -dijo Sum?merset, gozoso. No de otra manera podía expresarse la luminosa mirada soñadora que lanzó su rostro sepulcral antes de que se perdiera por el pasillo.

– Vamos, Dallas, únete a la fiesta.

– Tengo mucho trabajo, en serio. -Pero Eve ya esta?ba casi en el salón, arrastrada por Mavis.

– ¿Le sirvo una copa, Dallas? -ofreció Leonardo con una sonrisa de perro apaleado. Eve se desmoronó.

– Claro. Estupendo. Un poco de vino.

– Un vino absolutamente extraordinario. Me llamo Biff. -El hombre del mapa tatuado en la cabeza le ofre?ció una mano enjuta y delicada-. Es un honor conocer a la defensora de Mavis, teniente Dallas. Tenías toda la razón, Leonardo -añadió con mirada intensa tras las gafas rosadas-. La seda color bronce le va perfecta.

– Biff es un experto en telas -explicó Mavis con voz que seguía espumeando-. Trabaja con Leonardo de toda la vida. Han estado preparando juntos tu ajuar.

– Mi…

– Y ésta es Trina. Se encargará del peinado.

– No me digas. -Eve sintió que la sangre se le iba a los pies-. Vaya, yo no… -Hasta la mujer menos vanido?sa puede sentir pánico cuando se enfrenta a una estilista con un arco iris de tirabuzones-. No creo que…

– Gratis -anunció Trina con el equivalente vocal del hierro oxidado-. Si demuestras la inocencia de Mavis, tienes la puerta abierta de mi salón para el resto de tu vida. -Cogió un mechón de pelo de Eve y apretó-. Bue?na textura, buen peso, mal corte.

– El vino, Dallas.

– Gracias. -Lo necesitaba-. Me alegro de conocerles, pero tengo un trabajo pendiente que no puede esperar.

– Oh, no seas mala. -Mavis se colgó de su brazo como una sanguijuela-. Han venido para hacer lo tuyo.

Ahora la sangre se le escapó a Eve por los dedos de los pies:

– ¿Lo mío?

– Lo tenemos todo organizado arriba. El taller de Leonardo, el de Biff, el de Trina. El resto de abejas tra?bajadoras empezará a zumbar mañana por la mañana.

– ¿Abejas? -balbuceó Eve-. ¿Zumbar…?

– Para el show. -Totalmente sobrio y menos dis?puesto a creer que era bienvenido, Leonardo tocó a Ma?vis en el brazo para contener su entusiasmo-. Palomita, es posible que Dallas no quiera que se le llene la casa de gente. Quiero decir… -Escurrió el bulto-. Estando tan cerca la boda.

– Es la única forma de trabajar juntos y terminar los diseños para el desfile. -Con mirada suplicante, Mavis se volvió a Eve-. A ti no te importa, ¿verdad? No estorba?remos nada. Leonardo tiene mucho que hacer. Habrá que modificar algunos modelos porque… porque Jerry Fitzgerald será cabeza de cartel.

– Otro tono -terció Biff-. Otro tipo de piel. Diferen?te del de Pandora -terminó, pronunciando el nombre que todos habían eludido.

– Sí. -Mavis tenía la sonrisa a punto-. Total, que hay un montón de trabajo extra. Roarke dijo que no había problema. Como la casa es tan grande… Ni siquiera te enterarás de que están aquí.

Gente entrando y saliendo, pensó Eve. Una pesadi?lla para el sistema de seguridad.

– No te preocupes -dijo. Ya se preocuparía ella.

– Te dije que todo iría bien -Mavis besó a Leonardo en la barbilla-. Dallas, le prometí a Roarke que esta no?che no dejaría que te encerraras en tu cuarto. Tendrás que dejar que te mime. Tenemos pizza.

– Qué bien. Oye, Mavis…

– Todo va sobre ruedas -prosiguió ella, apretando con dedos desesperados el brazo de Eve-. En Canal 75 han hablado de esa nueva pista, de los otros asesinatos, de una conexión con las drogas. Yo ni siquiera conocía a los otros muertos, Dallas, de modo que nadie dudará de que lo hizo otro. Y terminará la pesadilla.

– Creo que aún falta un poco para eso. -Eve calló, sintiéndose mal al ver un atisbo de pánico en sus ojos. Sonrió forzadamente-. Sí, pronto terminará todo. Con?que pizza, ¿eh? Tomaré un poco.

– Magnífico. Bien. Voy a buscar a Summerset y de?cirle que estamos listos. Llévala arriba y enséñaselo, ¿vale? -Salió disparada.

– Le ha venido muy bien -dijo Leonardo en voz baja- ese telediario. Mavis necesitaba ánimos. El Blue Squirrel la ha despedido.

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