– Ya le digo que es interesante. -Eve paró frente a la verja de seguridad de Canal 75-. Hemos llegado.
– Podría llevarme hasta la puerta.
– Coja el tranvía, Nadine.
– Escuche, sabe muy bien que va a investigar lo que acabo de decirle. Por qué no comparamos algunos da?tos, Dallas, usted y yo tenemos aquí una buena historia.
Eso era bastante cierto.
– Mire, Nadine, las cosas están ahora mismo pen?dientes de un hilo. No quisiera arriesgarme a cortarlo.
– No diré nada en antena hasta que usted me dé el visto bueno.
Eve dudó, meneó la cabeza.
– No puedo. Mavis me importa demasiado. Hasta que no haya demostrado su inocencia, no puedo arries?garme.
– Vamos, Dallas. ¿Va Mavis camino de ello?
– Extraoficialmente: la oficina del fiscal está reconsi?derando los cargos. Pero todavía no los van a retirar.
– ¿Tiene usted otro sospechoso? ¿Es Redford?
– No me presione, Nadine. Casi somos amigas.
– Joder. Hagamos una cosa. Si algo de lo que le he di?cho o puedo decirle más adelante influye en el caso, us?ted me debe una.
– Le informaré tan pronto haya aclarado el asunto, Nadine.
– Quiero un tête-à-tête con usted, diez minutos an?tes de que cualquier noticia salga a la luz.
Eve se inclinó para abrirle la puerta.
– Hasta pronto.
– Cinco minutos. Maldita sea, Dallas. Cinco asque?rosos minutos.
Lo que significaba centenares de puntos en el nivel de audiencia. Y millares de dólares.
– Que sean cinco, si es que ha lugar. No puedo pro?meterle más.
– De acuerdo. -Satisfecha, Nadine se apeó del coche y luego se inclinó hacia Eve-. Sabe una cosa, Dallas, us?ted nunca falla. Seguro que lo consigue. Tiene un talento especial para los muertos y los inocentes.
Muertos e inocentes, pensó Eve con un escalofrío mientras se alejaba. Sabía que muchos de los muertos eran los culpables.
Lloviznaba por la ventana cenital cuando Roarke se se?paró de Eve en la cama. Era una nueva experiencia para él el hecho de tener nervios antes, durante y después de hacer el amor. Había docenas de razones, o así se lo dijo a sí mismo mientras ella se acurrucaba contra él como era su costumbre. La casa estaba llena de gente. El vario?pinto equipo de Leonardo había tomado posesión de un ala entera. Roarke tenía varios proyectos en diversas fa?ses de desarrollo, negocios que estaba resuelto a cerrar antes de la boda.
Luego estaba la boda en sí. Suponía que cualquier hombre estaba un poco distraído en semejantes ocasio?nes.
Pero Roarke era, al menos consigo mismo, un hom?bre brutalmente sincero. Los nervios sólo podían venir de una cosa. De la imagen que continuamente le asalta?ba, la imagen de Eve apaleada, ensangrentada y deshe?cha. Y del terror de que al tocarla pudiera hacerla revivir todo aquello, convertir algo hermoso en algo brutal.
Eve se movió un poco y se incorporó para mirarle. Tenía la cara encendida, los ojos apagados.
– No sé qué he de decirte.
Él le pasó un dedo por la mandíbula.
– Sobre qué.
– Yo no soy frágil. No hay razón para que me trates como si estuviera herida.
Él juntó las cejas, enojado consigo mismo. No se había dado cuenta de que era tan transparente, incluso con ella. Y la sensación no le gustó.
– No sé a qué te refieres.
Empezó a levantarse para servirse una copa que no quería, pero ella le cogió firmemente del brazo.
– Roarke, tú no sueles escurrir el bulto. -Estaba preo?cupada-. Si tus sentimientos han cambiado por lo que hice, por lo que recordé…
– Esto es insultante -le espetó él, y el mal humor que brilló en sus ojos fue para ella un alivio.
– ¿Qué quieres que piense, si no? Es la primera vez que me tocas desde aquella noche. Parecías más una ni?ñera que otra cosa…
– ¿Es que tienes algo contra la ternura?
Qué inteligente es, pensó Eve. Sereno o enardecido, sabía cómo barrer hacia dentro. Eve no apartó la mano, siguió mirándole a los ojos.
– ¿Crees que no veo que te contienes? No quiero que te contengas, Roarke. Me encuentro bien.
– Pues yo no. -Se apartó de ella-. Algunas personas somos más humanas, necesitamos más tiempo. No ha?blemos más de ello.
Sus palabras fueron como un bofetón en la mejilla. Eve asintió, volvió a acostarse y se dio la vuelta.
– Está bien. Pero lo que me pasó de niña no fue irse a la cama. Fue una obscenidad.
Cerró fuertemente los ojos con la intención de dormir.
Capitulo Dieciséis
Cuando su enlace sonó, el día apenas despuntaba. Cerrados todavía los ojos, Eve alargó la mano.
– Bloquear imagen. Aquí Dallas.
– Dallas, teniente Eve. Comunicado. Probable homicidio, varón, detrás del 19 de la calle Ciento Ocho. Pro?ceda inmediatamente.
Notó nervios en el estómago. Eve no estaba en lista de rotación, no tenían por qué llamarla.
– ¿Causa de la muerte?
– Aparentemente una paliza. La víctima no ha podi?do ser identificada debido a las heridas faciales.
– Enterado. Maldita sea. -Sacó las piernas de la cama y parpadeó al ver que Roarke ya se había levantado y es?taba vistiéndose-. ¿Qué estás haciendo?
– Te llevo a la escena del crimen.
– Eres un civil. No se te ha perdido nada en un cri?men.
Él la miró mientras Eve se ponía los téjanos.
– Tienes el coche en el taller, teniente. -Roarke se sintió satisfecho al oírla proferir juramentos-. Te llevo, te dejo allí y luego me marcho a la oficina.
– Como quieras. -Se ajustó la correa del arma.
Era un barrio miserable. Varios edificios exhibían depra?vados graffiti, cristales rotos y esos rótulos desvencija?dos que la ciudad empleaba para condenarlos. Allí vivía gente, por supuesto, apiñada en cuartos nauseabundos, rehuyendo las patrullas, colocándose con la sustancia que ofreciera el máximo subidón.
Había barrios así en todas partes del mundo, pensó Roarke de pie a la débil luz del sol tras la barricada poli?cial. Se había criado en uno parecido, aunque a cinco mil kilómetros, al otro lado del Atlántico.
Comprendía esta clase de vida, la desesperación, el tráfico, igual que comprendía la violencia que había conducido a los resultados que Eve estaba examinando ahora.
Mientras la observaba a ella, a la gente tirada, las pu?tas de la calle y los curiosos, se dio cuenta de que tam?bién comprendía a Eve.
Sus movimientos eran tan veloces como impertur?bable su rostro. Pero su mirada traslucía piedad mien?tras examinaba lo que había sido un hombre. Roarke pensó que Eve era capaz, fuerte y flexible. Pese a las he?ridas, sabría salir adelante. No necesitaba que él la cura?ra, sino que la aceptara.
– Es raro verle aquí, Roarke.
Bajó los ojos para ver a Feeney a su lado.
– He estado en sitios peores.
– Quién no -suspiró Feeney, sacando un donut del bolsillo-. ¿Le apetece?
– Paso. Coma usted.
Feeney deglutió la pasta de tres ávidos mordiscos.
– Será mejor que vaya a ver qué ocurre. -Cruzó la barricada, señalándose el pecho allí donde tenía la placa para apaciguar a los nerviosos agentes de uniforme que vigilaban la escena del crimen.
– Qué suerte que no hayan llegado los media -co?mentó.
Eve levantó los ojos.
– No les interesa este barrio, mientras no se sepa cómo se han cargado al muerto. -Sus manos enguantadas esta?ban ya manchadas de sangre-. ¿Tiene las fotos? -A una señal del técnico de vídeo, Eve pasó las manos por debajo del cuerpo-. Ayúdeme a darle la vuelta, Feeney.
Había caído, o lo habían dejado, boca abajo y había perdido gran cantidad de sangre y sesos por el agujero grande como un puño que tenía en la nuca. El otro lado estaba igual o peor.
– No lleva identificación -informó Eve-. Peabody está en el edificio preguntando puerta por puerta, a ver si alguien le conocía o vio alguna cosa.