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– ¿Tuno?

Ella le miró fríamente.

– Cuando me lo haya ganado.

– Y, por supuesto, mientras tanto participarás a par?tes iguales con Casto.

– Cierra el pico, Roarke. El caso es que he de relacio?nar ambas muertes de una forma sólida. He de encontrar la persona o personas que los pusieron en contacto, que conocían a Boomer y a Pandora. Hasta entonces, Mavis tiene pendiente un juicio por asesinato.

– Tal como lo veo, tienes dos caminos que explorar.

– ¿Que son?

– El que conduce a la alta costura y el que conduce a las calles, uno reluciente y otro arenoso. -Encendió un cigarrillo-. ¿Dónde dices que estuvo Pandora antes de regresar al planeta?

– En Starlight Station.

– Tengo algunos intereses allí.

– Vaya sorpresa -dijo ella secamente.

– Puedo hacer algunas preguntas. El tipo de gente que Pandora frecuentaba no reacciona muy bien ante una placa de policía.

– Si no obtengo las respuestas adecuadas, tal vez ten?ga que ir yo personalmente.

Algo en su tono puso a Roarke en alerta.

– ¿Problemas?

– No, ninguno.

– Eve…

Ella se apartó de la mesa.

– Nunca he salido del planeta.

Él la miró divertido.

– ¿Nunca?

– ¿Crees que la gente se pone en órbita simplemente por el prurito de hacerlo? Aquí abajo hay trabajo de so?bra para todos.

– No tienes nada que temer -dijo él, sabiendo de qué pie calzaba-. Un viaje espacial es más seguro que condu?cir por Nueva York.

– Chorradas -dijo ella por lo bajo-. Yo no he dicho que tenga miedo. Si tengo que hacerlo, lo haré. Prefería no hacerlo, eso es todo. Cuanto menos se me escape este caso, más rápido demostraré la inocencia de Mavis.

– Hummm. -Muy interesante, pensó él. Su valerosa teniente tenía una fobia-. ¿Y si vemos qué puedo averi?guar yo?

– Tú eres un civil.

– Extraoficialmente, claro.

Ella lo miró y vio que había un entendimiento mu?tuo. Suspiró.

– Bueno. Supongo que no tendrás un experto en flo?ra extraplanetaria para prestarme mientras tanto. Él volvió a coger su copa de vino y sonrió. -Pues ya que lo dices…

Capitulo Once

El caso estaba yendo en demasiadas direcciones a la vez, pensó Eve. El mejor trayecto era el más familiar. Optó por la calle.

Había dejado a Peabody con un montón de datos por comprobar y llamado a Feeney para que le pusiera al corriente, pero salió en solitario. No quería charlar con nadie de cosas triviales, ni que nadie metiera las narices. Había pasado una mala noche y era muy consciente de que se le notaba.

Esta pesadilla había sido una de las peores. La había acosado hasta hacerla despertar empapada en sudor, he?cha una pena. Su único consuelo había sido que el alba había hecho acto de presencia en el clímax de la pesadi?lla. Y se había encontrado sola en la cama mientras Roarke estaba ya en la ducha.

Si él la hubiera visto u oído, ella no habría consegui?do salir de casa. Tal vez era orgullo equivocado, pero Eve había utilizado todas sus tácticas para evitarle y an?tes de salir a hurtadillas de la casa le había dejado una breve nota.

También había esquivado a Mavis y Leonardo, y sólo se había tropezado con Summerset lo suficiente para recibir una de sus paralizantes miradas.

Al dejar atrás la casa de Roarke, había tenido la preocupante sensación de que se alejaba de muchas cosas más. La respuesta, o así lo esperaba, estaba en el trabajo. De eso sí entendía. Se detuvo en frente del club Down amp; Dirty en el East End y se apeó del coche.

– Eh, rostro pálido.

– ¿Cómo va todo, Crack?

– Oh, reina la calma. -El gigantesco negro con la cara trabada de tatuajes le sonrió. Su pecho, que parecía un lanzacohetes, estaba parcialmente cubierto por un cha?leco que le colgaba hasta las rodillas y añadía estilo al ta?parrabos rosa fluorescente que lucía-. Parece que hoy también va a hacer calor.

– ¿Tienes tiempo para ofrecerme algo?

– Quizá. Por ti sí, culona. ¿Has seguido mi consejo y has devuelto la placa para menearte como sabes en el Down amp; Dirty?

– Ni lo sueñes.

Él rió, palmeándose la tripa.

– No sé por qué me caes tan bien. Vamos, entra, remójate el gaznate y cuéntale a Crack qué se cuece por ahí.

Eve había estado en peores pubs, y daba las gracias por haber estado en mejores. Los rancios olores noctur?nos impregnaban el aire: incienso, perfumes baratos, li?cor, humo de procedencia dudosa, cuerpos sin lavar y sexo casual.

Era demasiado temprano incluso para los más adic?tos. Las sillas estaban boca abajo sobre las mesas y pudo ver donde un androide había fregado descuidadamente el pegajoso suelo. Atrás quedaban sustancias que ella prefería no identificar. Con todo, las botellas relucían tras la barra a la luz de colores. En el escenario de la de?recha, una bailarina envuelta en unas mallas rosa practi?caba unos pases.

Con un gesto de cabeza, Crack despidió al androide y a la bailarina.

– ¿Qué te apetece, rostro pálido?

– Café solo.

Crack fue tras el mostrador, sonriendo.

– Vale. ¿Te añado un par de gotas de mi reserva espe?cial?

Eve levantó un hombro.

– Claro.

Crack programó el café y luego abrió un pequeño ar?mario de donde sacó una botella ideal para un genio. In?clinada sobre la empañada barra, sintiendo los olores, Eve se relajó un poco. Sabía por qué le gustaba Crack, un noctámbulo al que apenas conocía pero que comprendía bien. Formaba parte de un mundo que ella había fre?cuentado durante buena parte de su vida.

– Bueno, ¿qué haces tú en un tugurio como éste? ¿Asuntos de trabajo?

– Eso me temo. -Probó el café y contuvo el aliento-. Menuda reserva, Dios.

– Sólo para mis mejores amigos. Raya el límite de lo legal. -Guiñó un ojo-. Por muy poco. ¿Qué quieres de Crack?

– ¿Conocías a Boomer? Carter Johannsen. Un bus?cador de datos.

– Conocía a Boomer. La ha palmado.

– Sí, es verdad. Alguien se empleó a conciencia. ¿Al?guna vez hiciste negocios con él, Crack?

– Venía aquí de vez en cuando. -Él prefería su licor de reserva sin mezclar. Echó un trago y chasqueó los labios satisfecho-. A veces tenía pasta y a veces no. Le gustaba ver el espectáculo, hablar de cosas. Era bas?tante inofensivo. Supe que le habían desgraciado la cara.

– En efecto. ¿Quién pudo hacerle eso?

– Supongo que alguien se cabreó con él. Boomer te?nía las orejas grandes. Y si iba un poco ciego, también tenía la boca grande.

– ¿Cuándo le viste por última vez?

– Uf, no me acuerdo. Hará unas semanas, creo. Me parece que entró una noche con el bolsillo lleno de cré?ditos. Compró una botella, unas cuantas pastillas y un cuarto privado. Lucille entró con él. No, qué coño, no era Lucille. Fue Hetta. Todas las blancas parecéis iguales -dijo con un guiño.

– ¿Le contó a alguien cómo se había llenado los bol?sillos?

– Puede que a Hetta, iba ciego como para eso y más. Parece que Boomer no quería dejar de ser feliz. Hetta dijo que él pensaba convertirse en empresario o yo qué sé. Nosotros nos reímos y luego él salió del cuarto y se subió desnudo al escenario. La que se armó. El tipo tenía la polla más patética que hayas visto nunca.

– O sea que estaba celebrando un negocio.

– Eso diría yo. Tuvimos bastante trabajo. Me tocó partir unas cuantas cabezas y echar a un par de tipos. Recuerdo que cuando estaba fuera en la calle, él salió co?rriendo del local. Le sujeté, en plan de broma. Ya no pa?recía contento, sino más bien cagado de miedo.

– ¿Dijo algo?

– Sólo se zafó y echó a correr. Es la última vez que le vi, si mal no recuerdo.

– ¿Quién le asustó? ¿Con quién había hablado?

– Eso no lo sé, monada.

– ¿Viste a alguna de estas personas aquí esa noche? -Sacó unas fotos de su bolso: Pandora, Jerry, Justin, Redford y, pues era necesario hacerlo, Mavis y Leo?nardo.

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