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– Eh, a esas dos las conozco. Son modelos. -Sus gruesos dedos acariciaron a Jerry y Pandora-. La peli?rroja venía de vez en cuando, a buscar pareja y mierda. Es posible que estuviera aquí esa noche, no te lo sé decir. Los otros no están en nuestra lista de invitados, por así decir. Al menos no los reconozco.

– ¿Alguna vez viste a la pelirroja con Boomer?

– Él no era su tipo. A ella le gustaban grandes, estúpi?dos y jóvenes. Boomer sólo era estúpido.

– ¿Qué sabes de una nueva mezcla que corre por ahí, Crack?

Su enorme cara se quedó de pronto sin expresión:

– No he oído nada.

Ella sabía que había algo más. Sacó unos créditos y los dejó sobre la barra:

– ¿Te mejora esto el oído?

Crack miró los créditos y luego la miró a ella. Vien?do que se prestaba a negociar, Eve añadió unos pocos más. Los créditos desaparecieron.

– Bueno, ha habido ciertos rumores sobre un nuevo producto. Muy potente, de efectos prolongados y caro. He oído que lo llaman Immortality. Por aquí, de mo?mento no lo hemos visto. Nuestros clientes no pueden pagar drogas de diseño. Tendrán que esperar a las reba?jas, y eso puede llevar meses.

– ¿Habló Boomer de esa sustancia?

– Conque, se trata de eso. -Crack estaba haciendo conjeturas-. A mí nunca me soltó nada. Como te he di?cho, solamente he oído algunos rumores de pasada. Se le está dando muchísimo bombo, pero no conozco a na?die que lo haya probado. El negocio es bueno -añadió con una sonrisa-. Consigues un producto nuevo, haces que la clientela se ponga nerviosa, que desee conocer?lo. Y cuando sale a la calle, la gente compra. Y paga lo que sea.

– Sí, muy buen negocio. -Eve se inclinó hacia la ba?rra-. Tú ni lo pruebes, Crack. Es letal. -Al ver que él desdeñaba el consejo, le puso una mano en su brazo de buey-. Lo digo en serio. Es puro veneno, veneno lento. Si alguien que te importe lo consume, avísale de que lo deje o muy pronto dejarás de verle.

Él la miró detenidamente.

– No me estás tomando el pelo, ¿eh, rostro pálido? No será una treta de poli…

– Ninguna de las dos cosas. En cinco años de consu?mo regular puedes cargarte el sistema nervioso y acabar con tu vida. No es coña, Crack. Y quien lo esté fabrican?do sabe muy bien que es así.

– Vaya manera de hacer dinero.

– Es lo que digo. Bien, ¿dónde puedo encontrar a Hetta?

Crack lanzó un bufido y meneó la cabeza.

– De todos modos, nadie se lo va a creer cuando lo cuente. Los que lo están esperando no, desde luego. -Volvió a mirar a Eve-. ¿Hetta? Jo, no lo sé. No la he visto desde hace semanas. Estas chicas vienen y van, tra?bajan en un local y luego en otro.

– ¿Su apellido?

– Moppett. Lo último que sé es que tenía un cuarto en la Novena, sobre el número ciento veinte. Si alguna vez quieres ocupar su puesto, ricura, no tienes más que decirlo.

Hetta Moppett no pagaba el alquiler desde hacía tres se?manas, ni había paseado por allí su magro trasero. Todo esto según él superintendente del edificio, quien tam?bién informó a Eve que la señorita Moppett disponía de cuarenta y ocho horas para ponerse al día en los atrasos o se le confiscarían sus pertenencias.

Eve escuchó sus airadas quejas mientras subía los tres miserables pisos sin ascensor. Llevaba en la mano el código maestro que el hombre le había dado, y no le cupo duda de que ya lo había utilizado cuando abrió el cuarto de Hetta Moppett.

Era una habitación individual de cama estrecha y sucio ventanuco, con tímidos intentos de ambiente ho?gareño a base de una cortina rosa con volantes y unos cojines baratos del mismo color. Eve hizo un registro rápido, descubrió una agenda de direcciones, un libro de crédito con más de tres mil en depósito, unas cuantas fotografías enmarcadas y un permiso de conducir cadu?cado donde constaba la última dirección de Hetta en Jersey.

El ropero estaba medio vacío y a juzgar por la de?rrengada maleta que había en el estante superior, Eve dedujo que Hetta no tenía nada más. Examinó el enlace, hizo un duplicado de todas las llamadas registradas en el disco y copió el número de la licencia.

Si había salido de viaje, sólo se había llevado unos pocos créditos, la ropa puesta y su permiso de acompa?ñante para trabajar en clubes.

Eve no lo veía claro.

Llamó al depósito desde su coche.

«Listado de muertas anónimas -ordenó-. Rubia, blanca, veintiocho años, unos cincuenta y ocho kilos, metro sesenta. Transmitiendo holograma del permiso de conducir.»

Estaba a unas tres manzanas de la Central de Policía cuando le llegó la respuesta.

– Teniente, tenemos algo. Pero necesitamos prueba dental, adn o huellas para la verificación. La candidata no puede ser identificada vía holograma.

– ¿Por qué? -preguntó Eve, aunque ya lo sabía.

– No le queda cara suficiente.

Las huellas encajaban. El investigador asignado al caso le entregó a Hetta sin pensárselo dos veces. Ya en su des?pacho, Eve examinó las tres carpetas.

– Qué desastre -murmuró-. Las huellas de Moppett estaban archivadas desde que sacó su licencia de acom?pañante. Carmichael podría haberla identificado hace semanas.

– Yo creo que a Carmichael no le interesaba dema?siado una muerta anónima -comentó Peabody.

Eve refrenó su ira, lanzó una mirada a Peabody y dijo:

– Entonces Carmichael se ha equivocado de profe?sión, ¿no? Aquí están los enlaces. De Hetta a Boomer. De Boomer a Pandora. ¿Qué porcentaje de probabili?dad obtuvo cuando preguntó si fueron asesinados por la misma persona?

– Un noventa y seis coma uno.

– Bien. -Eve suspiró de alivio-. Voy a llevar todo esto a la oficina del fiscal. Puede ser que les convenza para que retiren los cargos contra Mavis. Al menos has?ta que reunamos más pruebas. Y si no acceden… -Miró a Peabody-. Entonces lo filtraré para que Nadine Furst lo emita. Es una violación del código, y se lo digo por?que mientras esté asignada a mí en este caso, la res?ponsabilidad recae también en usted. Se expone a una posible reprimenda si se queda conmigo. Puedo ha?cer que le asignen a otra sección antes de que esto se sepa.

– Lo consideraría una reprimenda, teniente. E inme?recida.

Eve guardó silencio por un momento.

– Gracias, DeeDee.

Peabody dio un respingo.

– No me llame DeeDee, por favor.

– Bien. Lleve todo lo que tenemos al departamento electrónico, entrégueselo personalmente y a mano al ca?pitán Feehey. No quiero que estos datos sean transmiti?dos por los canales habituales, al menos mientras yo no hable con el fiscal e intente una pequeña investigación en solitario.

Vio que la luz se encendía en los ojos de Peabody y sonrió. Sabía qué significaba ser nueva y tener la prime?ra oportunidad.

– Vaya al Down amp; Dirty, donde trabajaba Hetta, y cuénteselo a Crack, es el grandullón. No puede equivo?carse. Dígale que trabaja para mí, que Hetta ya es un ca?dáver. Vea qué le puede sacar, a él o a quien sea. Con quién salía, qué pudo haber dicho acerca de Boomer esa noche, qué otras compañías tuvo. Ya sabe.

– Sí, señor.

– Ah, Peabody -Eve metió las carpetas en su bolso y se levantó-, procure no ir de uniforme. Asustaría a los nativos.

El abogado acusador echó por tierra sus esperanzas en sólo diez minutos. Ella siguió discutiendo durante otros veinte, pero fue en vano. Jonathan Heartley le concedió que había una posible conexión entre los tres homici?dios. Era un hombre agradable. Admiraba el trabajo de Eve, su poder de deducción y la ordenada presentación de sus conclusiones. Admiraba a cualquier policía que hiciera su trabajo de un modo ejemplar y le ayudara a mantener alto el índice de condenas.

Pero ni él ni la oficina del fiscal estaban dispuestos a retirar los cargos contra Mavis Freestone. Las pruebas físicas eran demasiado consistentes y el caso, en el punto en que se encontraba, demasiado sólido como para vol?verse atrás.

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