Mientras todos empezaban a hablar a la vez, Mira dio un par de palmadas como una maestra en un aula ruidosa.
– Eve necesita un sitio tranquilo. Le han dado algo para contrarrestar la droga, pero habrá efectos secunda?rios. Y no ha dejado que le curaran los cortes y las magu?lladuras.
Roarke se quedó de piedra.
– ¿Qué droga? -Miró a Mavis-. ¿Adonde coño la has llevado?
– No es culpa suya. -Vidriosos los ojos, Eve rodeó el cuello de Roarke con sus brazos-. Fue Casto, Roarke. Casto. ¿Lo sabías?
– Ahora que lo dices…
– Qué estúpida; cómo no me di cuenta. ¿Podría acos?tarme?
– Llévela arriba, Roarke -dijo Mira con calma-. Yo me ocuparé de ella. Se pondrá bien, créame.
– Sí, me podré bien -dijo Eve escaleras arriba-. Te lo contaré todo. Puedo contártelo todo, ¿verdad? Porque tú me quieres, bobo.
Roarke sólo quería saber una cosa en ese momento. Dejó a Eve en la cama, echó un vistazo a la mejilla con?tusa y la boca hinchada.
– ¿Está muerto?
– No. Sólo le di una paliza. -Eve sonrió, vio cómo la miraba él y meneó la cabeza-. De eso nada. Ni lo pienses siquiera. Nos casamos dentro de un par de horas.
Roarke le apartó un mechón de la cara.
– ¿De veras?
– Lo he pensado bien. -Era difícil concentrarse, pero tenía que hacerlo. Cogió la cara de él con sus manos para no perderlo de vista-. No es una formalidad. Y tampoco un contrato.
– ¿Qué es, entonces?
– Una promesa. Además, no es tan duro prometer algo que realmente quieres hacer. Y si resulta que soy una mala esposa, tendrás que aguantarte. Yo siempre cumplo mis promesas. Y aún hay otra cosa.
Roarke vio que se estaba durmiendo, y se apartó un poco para que Mira le curara la mejilla.
– ¿Qué cosa, Eve?
– Te quiero. A veces eso me da dolor de estómago, pero creo que me gusta. Estoy cansada. Ven a la cama. Te quie…
Roarke dejó el campo libre a Mira y le preguntó:
– ¿No hay problema en que se duerma?
– Es lo mejor. Cuando despierte se encontrará bien. Puede que con un poco de resaca, cosa que es injusta ya que no ha probado el alcohol. Dijo que quería tener la cabeza despejada para mañana.
– ¿Eso dijo? -Roarke recordó que ella nunca parecía serena cuando dormía-. ¿Recordará todo esto?, ¿lo que me estaba diciendo ahora?
– Tal vez no -dijo Mira-. Pero usted sí, y eso será su?ficiente.
Roarke asintió. Eve estaba a salvo. A salvo una vez más. Se volvió hacia Peabody.
– Agente, ¿cuento con usted para que me dé los detalles?
Eve tenía resaca, efectivamente, y eso no le gustó. No?taba como nudos de grasa en el estómago, y le dolía mucho la mandíbula. Pero entre Mira y los sortilegios de Trina habían hecho que apenas se notaran las contu?siones. Como novia, se dijo mirándose al espejo, podía pasar.
– Estás de fábula, Dallas. -Mavis suspiró emociona?da y dio lentamente la vuelta para contemplar la obra maestra de Leonardo. El vestido le sentaba muy bien, el tono bronceado añadía calidez a su piel y las líneas real?zaban su tipo largo y delgado. La simplicidad del diseño hacía buena la frase de que lo que importaba era la mujer que había dentro-. El jardín está repleto de gente -si?guió muy animada mientras Eve luchaba con su estóma?go-. ¿Has mirado por la ventana?
– No es la primera vez que veo gente.
– Hace un rato había periodistas en vuelo de inspección. No sé qué botón habrá pulsado Roarke, pero han desaparecido.
– Menos mal.
– Te encuentras bien, ¿verdad? La doctora dijo que no tendrías ningún efecto secundario peligroso, pero…
– Estoy bien. -Sólo era mentira a medias-. Cerrado el caso y conocidos todos los hechos, la verdad sim?plifica las cosas. -Pensó en Jerry y sufrió. Al mirar a Mavis con su cara radiante y su cabello con puntas pla?teadas, sonrió-. ¿Tú y Leonardo aún pensáis en coha?bitar?
– De momento sí, en mi casa. Estamos buscando algo más grande, donde haya espacio para que él pueda tra?bajar. Y yo voy a hacer clubes otra vez. -Sacó una caja del escritorio y se la entregó-. Roarke te manda esto.
– ¿Ah, sí? -Al abrirla, sintió placer y alarma a la vez. El collar era perfecto, por descontado. Dos gargantillas de cobre tachonadas de piedras de colores.
– Al final se lo dije.
– Ya lo veo. -Con un suspiro, Eve se lo puso y luego se ajustó en las orejas las dos lágrimas a juego. Su aspec?to, pensó, era el de un guerrero pagano.
– Otra cosa.
– Mavis, no estoy para más cosas. Roarke tiene que comprender que… -Calló mientras Mavis iba hasta la caja larga que había sobre la mesa y sacaba un bonito ramo de flores blancas: petunias. Sencillas petunias de patio trasero.
– Siempre da en el clavo -murmuró. Los músculos de su estómago se relajaron, los nervios desaparecieron de golpe-. No sé cómo lo hace.
– Imagino que cuando alguien te comprende tan bien, tan, bueno, tan íntimamente, es una gran suerte.
– Sí. -Eve cogió las flores y se las llevó al pecho. Al mirarse al espejo ya no vio a una desconocida: era, pensó, Eve Dallas en el día de su boda-. Roarke se va a caer de espaldas cuando me vea.
Riendo a carcajadas, Eve agarró a su amiga del brazo y corrió a cumplir sus promesas.
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