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Fue identificado gracias a las radiografías odontológicas aportadas por el dentista de Marty y por el análisis del contenido del estómago. Según parece, la víctima había dicho a Leonard por teléfono que se había preparado una lata de sopa de tomate y un bocadillo de atún. Las latas vacías se habían encontrado en la basura de la cocina. El momento de la defunción se había fijado en un estrecho margen comprendido entre el momento de la llamada telefónica y el momento en que se había dado la alarma por el incendio.

Leí el informe de la autopsia sintetizando mentalmente un sinfín de detalles técnicos. El patólogo notificaba que no había rastros de carbono ni en los bronquios ni en los pulmones, ni óxido carbónico en la sangre u otros tejidos. Así pues, la víctima ya estaba muerta al declararse el incendio. Los análisis posteriores no habían descubierto en su organismo ningún rastro de alcohol, cloroformo, productos estupefacientes o venenos. La causa de la muerte se atribuía a las múltiples fracturas craneanas producidas al parecer por los impactos causados por un objeto contundente. A juzgar por la naturaleza de las heridas, el patólogo estimaba que dicho objeto tenía que tener entre 10 y 13 centímetros de anchura, y aventuraba que podía haberse tratado de una tabla de madera empuñada con energía, un bate de béisbol o una porra o bastón, seguramente de metal. No se había encontrado el arma homicida. A menos que fuera un madero destruido por las llamas, si bien no había pruebas palpables que apoyaran esta suposición.

Los investigadores estaban al parecer convencidos de que se había tratado de un incendio provocado. Las pruebas del laboratorio habían revelado la presencia de rastros de petróleo en las vigas del suelo. Los regueros calcinados que recorrían toda la casa confirmaban la hipótesis. Los investigadores habían visto las mismas salpicaduras ennegrecidas y los mismos rastros de líquido que viera yo al recorrer la casa. Además, se habían servido de métodos muy precisos para calcular el punto de origen del incendio y la dirección del mismo. Se había interrogado a Leonard Grice a propósito del petróleo y había manifestado que guardaba cierta cantidad en el sótano para llenar dos lámparas y una cocina que él y Marty solían llevar consigo cuando iban de acampada, lo que aclaraba cómo había obtenido el intruso el combustible. Todo parecía indicar que el intruso se había presentado con un arma en la mano, pero sin intención de prender fuego al lugar. El incendio, por lo visto, había sido una ocurrencia posterior, un plan ideado a toda prisa para enmascarar los golpes mortales asestados a Marty Grice. No había nada que indicase que el asesino estuviera al tanto de la presencia de la víctima en la casa, por lo que la policía lo tenía difícil si pensaba que el asesinato se había planeado de antemano.

No había pruebas de que se hubiera utilizado un mecanismo de retardación, lo que descartaba la posibilidad de que Grice hubiera preparado el incendio antes de marcharse. Mike, el sobrino de Grice, había sido interrogado y declarado libre de toda sospecha. Muchos testigos desinteresados lo habían visto en un cuchitril del centro de Santa Teresa, llamado The Clockworks, durante el período crítico en que según los expertos se había declarado el incendio. No había más sospechoso ni otros testigos. Todas las demás pruebas concluyentes, entre ellas las huellas dactilares, habían sido eliminadas por el incendio. El nombre de Elaine Boldt figuraba en una lista de personas pendientes de interrogatorio y una nota indicaba que el teniente Dolan había hablado con ella por teléfono el día 5 de enero. La había citado para el día 10, pero aquélla no se había presentado. De acuerdo con la información con que yo contaba, se había marchado a Florida la noche anterior.

En mitad de un informe vi un detalle que despertó muchísimo mi interés. Según una agente que estaba de servicio en Jefatura, a las nueve y seis minutos de la noche del crimen se había recibido una llamada que pudo haber sido de Marty Grice. Se había tratado de una mujer que, presa del pánico, había lanzado un grito de auxilio antes de que la comunicación se cortase. Puesto que se había llamado directamente a Jefatura y no al 911, la agente no había podido localizar el origen de la llamada. Había tomado nota de la misma, pese a todo, y al descubrirse el homicidio había informado a Dolan, quien incluyó el detalle en el informe. También había preguntado a Leonard Grice a propósito de aquello. Si de verdad se trataba de Marty, ¿por qué había llamado a Jefatura en vez de marcar el 911? Leonard había manifestado que tenían un contestador automático con agenda-marcador. Marty había introducido en la memoria el número de Jefatura y el de los bomberos. El contestador automático se había encontrado intacto en una mesa situada al fondo del pasillo con los números claramente impresos en el índice. Marty, al parecer, se había percatado de algún modo de la intrusión, se las había arreglado para llegar hasta el teléfono y había podido lanzar una mutilada señal de socorro antes de encontrar la muerte. Si había sido ella en efecto quien había llamado, dicha llamada determinaba que la muerte se había producido a las nueve y seis minutos o inmediatamente después.

Durante unos instantes acaricié la pasajera sospecha de que Leonard Grice estuviera complicado. A fin de cuentas, y por lo que yo sabía, la policía no contaba más que con la palabra de Lily para determinar que se encontraba en casa de ésta a aquella hora. Según mi hipótesis, había podido volver antes a casa, matar a Marty, provocar el incendio y esconderse en los alrededores hasta el momento de hacer acto de presencia. Si estaba compinchado con la hermana, bastaba con que los dos afirmasen que ambos habían estado juntos en el momento del siniestro. Pero la suerte me daba la espalda. Después de leer otros tres interrogatorios, vi un párrafo que detallaba una charla que Dolan había sostenido con unos vecinos de Lily que se habían presentado inesperadamente en su casa a las nueve para entregarle un regalo de cumpleaños. El marido y la esposa habían dicho, cada uno por su lado, que Leonard estaba allí y que no se había marchado hasta las diez, más o menos. Sabían la hora aproximada porque habían tratado de convencerle de que se quedase para ver un programa de televisión que comenzaba a las diez. Se trataba de una película que reponían, pero como estaba deseoso de volver a casa con su mujer, se marchó.

Hay que joderse, pensé.

Ahora bien, ¿por qué me cabreaba tanto aquello? Ah, pues porque yo quería que Leonard Grice fuera culpable de algo. De asesinato, de ayudar a prepararlo, de ayudar a cometerlo. Me gustaba la idea por mor de pulcritud, aunque sólo fuera por razones estadísticas. En California hay más de tres mil homicidios al año y dos tercios largos corresponden a crímenes cometidos por amigos, conocidos o parientes, lo que obliga a pensar si no será mejor ser huérfano y misántropo en este estado. La cuestión es que cada vez que se comete un asesinato hay muchas probabilidades de que haya participado una persona querida y próxima a la víctima.

Medité la posibilidad, reacia a descartarla. ¿Podía Grice haber contratado a alguien para que matara a su mujer? Desde luego que sí, aunque no era tan fácil ver lo que habría ganado en tal caso. La policía, que no pecaba de ignorante, había investigado también esta pista y no había llegado a nada. No había dinero surgido de improviso, ningún encuentro con personajes indeseables, ningún motivo aparente, ningún beneficio visible.

Lo cual me hacía volver a Elaine Boldt. ¿Podía haber estado complicada en la muerte de Marty Grice? Prácticamente todo lo que había ido sabiendo de ella arrojaba un «no» tan rotundo como resonante. No había ningún indicio de que hubiera estado relacionada con Leonard ni románticamente ni de algún otro modo, salvo como ocasional pareja de bridge. No me cabía en la cabeza que Marty Grice hubiera sido asesinada por desbaratar un pequeño slam, aunque con los jugadores de bridge nunca se sabe. Wim Hoover me había dicho que Elaine y Beverly se habían peleado en navidad por un hombre, pero resultaba difícil imaginarse a aquellas dos luchando a brazo partido por Leonard Grice. A mí me seguía tentando la vieja sospecha: que Elaine sabía algo o había visto algo relacionado con el asesinato de Marty y que se había ido de la ciudad para eludir la investigación de la policía de Santa Teresa.

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