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– Mira Kimmie, ése es nuestro Señor, probablemente mucho más parecido al verdadero que el hombre rubio y de ojos azules que te muestran en la escuela.

Después fuimos a nadar a una de las calas entre Antibes y Juan les Pins que los amigos de Katya consideran una reserva de su propiedad, guardando en secreto las dificultades y la forma insólita de bajar, pasando por lugares prohibidos y entre cubos de basura de restaurantes. Ahora yo podría guiar a cualquiera. Sumamos nuestro almuerzo al de Donna y Didier. Era la última vez, ese verano, que iríamos allí, dijo ella, los suecos y los alemanes llegan después de mediados de junio, habrá que ir a nadar mar adentro, desde el yate. Tiene una mente muy ordenada: los impulsos no dominan a esa mujer que puede hacer lo que le venga en gana. Deduzco de las conversaciones que navega hasta las Bahamas en noviembre, va a esquiar en enero y le gusta viajar a sitios donde no ha estado antes… Oriente o África, digamos, durante un mes a finales del verano europeo. Le sorprende que yo no conozca los países africanos donde ella ha ido para ver cacerías y visitar puntos de interés turístico. Me habla de ello y yo escucho con los otros europeos como Gaby Grosbois, para quienes África es una vocación que no pueden permitirse. No es posible saber qué edad tiene Donna… también es algo que ella ha determinado con todos sus recursos como bisnieta de un canadiense millonario gracias a la instalación de ferrocarriles, me dices: esta mujer de largo y ondulado pelo rojo claro estirado hacia atrás a partir de un rostro elegante y sin afeites, con un brillo alrededor de la boca y las mejillas bajas al sol, tiene el mismo tipo de antecedentes fronterizos que yo. Los Burger emigraban al Transvaal cuando su bisabuelo tendía vías férreas a través de territorio indio. Corresponde a un accidente de nacimiento, eso es todo, que una tenga un abuelo que ha elegido un país donde sus descendientes pueden volverse ricos sin dudar de sus derechos, o donde el patrimonio consiste en descubrir por una misma mediante qué estilo de vida debe ganarse el derecho de pertenencia cada generación sucesiva, si es que puede ganárselo. Supongo que se le ha decolorado el pelo. Incluso puede tener mechones blancos mezclados en su espesura y nadie lo notaría. Probablemente cuarenta y cinco o más, en otros tiempos una chica grandota y de cara sonrosada que aún conserva los hoyuelos en el paréntesis que rodea su sonrisa. A veces, cuando sigue lo que alguien le dice, descubre sus dientes sin sonreír, un amaneramiento semejante a un gruñido complaciente. Noto esta costumbre porque es la única señal de la intensa sexualidad que esperaría encontrar en una mujer que siente la necesidad de pagarse un amante joven. Tú y Gaby -Madame Bagnelli y Madame Grosbois- coincidís en que éste es el mejor que ha tenido; no es ningún «putito» (utilizas las inversiones despectivas de las amigas lesbianas) como Vaki el Griego, su predecesor.

¿Qué ocurrió con Vaki el Griego?

Yo hago preguntas inesperadamente, como un niño que aprende de la tradición oral. Estoy empezando a entender que existe cierto espectro de posibilidades dentro de la órbita de un orden de vida específico; se reproduce en habladurías, en conversaciones íntimas ante mesas donde sólo caben los codos en el fondo del bar de Jean-Paul, en bulliciosas discusiones en las terrazas de la casa de éste o del otro. Vaki el Griego se fugó a América del Sur con el director de una empresa electrónica alemana al que ligó aquí mismo, en la aldea, en la place; Darby fue testigo de todo y se lo contó a Donna después que el putito desapareció con el Alfa Romeo que estaba a nombre de él, por cuestiones impositivas de ella. Didier es derecho (no sé si eso significa que no es bisexual) y aunque con toda razón espera ser tratado generosamente, no parece un ladrón… ¡jamás!

– Cuando se vaya, se irá, eso es todo -aprueba Gaby, avalando las palabras de Katya.

Didier conoce su trabajo. Sabe cómo complacerlas, a todas vosotras. Cómo complacer a Donna, aunque esto puede requerir cierta habilidad: a veces prescinde de su compañía instalándose en la torre de marfil de su juventud, para recordarle su confinamiento, y en otras ocasiones es un asistente personal astuto y altanero que discute en el garaje los precios que le cobran por las reparaciones, que la acompaña a hablar con sus abogados. Sea cual sea la relación entre ellos, percibo que nunca están tan unidos como cuando los encontramos antes o después de una de sus sesiones con los abogados, compartiendo la misma preocupación a la manera en que otros amantes se acarician por debajo de la mesa. Y hay ocasiones, perfectamente cronometradas, en que lo veo volver sobre sus pasos hasta la habitación que estaba abandonando, como con cierta premonición del significado del momento, para besarla una vez, en la boca, sujetándola de los brazos con expresión grave. Ella nunca inicia el movimiento de acariciarlo en público. Este debe ser uno de los acuerdos tácitos entre ambos, quizá para salvar las apariencias delante de las demás mujeres. Por medio de algún instinto sano, él sabe cuándo debe hacer hacia ella el movimiento que ella no puede darse el lujo de hacer hacia él.

Su profesionalidad se extiende a mí. El y Donna intercambian conmigo el saludo en la mejilla izquierda y derecha, como hacen todos los demás desde que llegué a tu casa, pero no coquetea conmigo del mismo modo que con las mujeres mayores que Donna. Heterosexuales o lesbianas, todas pertenecéis a una categoría que no la pone a prueba. Ese es el código. Un día especialmente caluroso en que estaban pintando el yate de Donna, Didier decidió venir con nosotras a nadar en una de las playas demasiado contaminadas para ella. Katya, Madame Grosbois, Solvig: entre ellas tan a salvo de demandas como ellas mismas. Si intento describírmelo a mí misma en una sola palabra, es para etiquetarlo de precoz: un chico cómodo con preocupaciones que van más allá de una prueba y de un esfuerzo sostenido. Que te hagan rico es envejecerte, si eres joven. En la playa, ni la sexualidad de su cuerpo -el bulto de los genitales convirtiendo en un escudo el bañador blanco- era agresiva. La noruega se quitó la parte de arriba del bikini, Madame Grosbois exhibió una barriga arrugada y floja por los partos de años atrás. La presencia del cuerpo de Didier no os avergonzó. Empiezo a ver que en realidad el pudor es una función de vanidad. Cuando el cuerpo ya no es atractivo, una expresión de deseo, destapar los pechos y la tripa es sencillo; os tumbáis como perros o gatos viejos y agradecidos por el sol. Sin intención de escandalizar.

Nadamos por un mar sin olas, con matices azul eléctrico: Rosa, Didier, Katya. Tú hablabas, llamabas y te quitabas fragmentos de plástico flotando como si creyeras, al igual que uno de los primeros navegantes, que por allí hay un borde del mundo sobre el cual serán transportados, interrumpiendo el ciclo global mediante el cual te liberas de los remanentes. Te cansaste y empezaste a flotar; Didier y yo nadamos alrededor de un pequeño cabo internándonos en una franja de aguas profundas y tocamos tierra entre rocas, donde me corté el dedo gordo del píe con una lata de sardinas. Hilillos de mi sangre caían al agua; cuando saqué el pie, desde abajo de un párpado de piel chorreaba un dolor rojo. Salté sobre los guijarros. No me había dolido después de la primera punzada, en el agua, pero al aire me ardía. Examinamos juntos mi dedo gordo; sangre; el recordatorio de la vulnerabilidad, la vida siempre bajo la amenaza de derramarse. Una pequeña ceremonia de hermandad carnal, cada vez.

– Necesitamos algo para vendarlo -dijo muy serio.

Dos personas con un bikini y un bañador: no podíamos. Sonreí… sanaría en seguida, el agua lavaría la herida cuando volviéramos nadando.

Debo mantener el pie en alto para invertir la circulación. Dije que no, no, estaba bien, el frío del agua restañaría la sangre.

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