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– Bien, ¿por qué no? Naturalmente… por supuesto.

– ¿Crees que puedes ayudarme?

No eludió su mirada; su sonrisa se profundizó y la piel del costado de su ojo izquierdo fue tironeada por algún nervio; repentinamente se levantó y permaneció inmóvil como si hubiera olvidado para qué. Se debatió contra agudezas y gracias que a ella de nada servirían; no sabía cómo volver al plano de la simpatía sin responsabilidad. Ella ni siquiera había pronunciado el condicional «podrías»; había dicho «puedes». Más, viniendo de ella: Estoy dispuesta a permitírtelo.

Se pasó ambas manos por el pelo corto, estiró los dedos y dejó caer las manos. Sonrió con la mirada fija en ella, demostrándole que mantenía el buen humor, el encanto… casi como un caballero británico, desconcertando a los propios liberales ingleses en el debate. Cuando habló se dirigió a Rosa con un diminutivo en su idioma para que notara -¿comprendía?- que no repudiaba vínculos sin necesidad de consanguineidad. Ella y su padre y su madre compartían algo con él aunque ellos renegaran del volk nada podía cambiar eso, Lionel Burger había muerto en la cárcel como un comunista impenitente, pero con él también había muerto un afrikaner. Brandt Vermeulen no necesitaba decirle que su padre podría haber sido primer ministro si no hubiese sido un traidor. Era algo que se había dicho muchas veces. Para el pueblo afrikaner, Lionel Burger era una tragedia más que un paria; de ese modo seguía perteneciéndoles. No podrían permitir que la tierra de la madre patria fuese profanada por su cadáver y sin embargo así ellos mismos quedaban absueltos de su destrucción.

– Kleintjie [«chiquitina». (N. de la T.) ] no eres un problema fácil… -le sonrió con dulzura-. No se trata de quién ayudará… lo sabes muy bien… no tengo que decírtelo… la mejor voluntad del mundo…

– Estoy dispuesta a intentarlo. Te lo pido porque a nadie se le ocurriría dudar de ti… quiero decir que no puedo perjudicarte de ninguna manera.

– Oye… no debes sobrestimar lo que soy, mi posición. No le hablo al oído al primer ministro… y si lo hiciera, si pudiera… es un hombre de principios, nadie… ni sus enemigos lo niegan. Si quieres decir exactamente lo que dices… y das la impresión de decir siempre exactamente lo que quieres decir.

– Quiero salir.

– Créeme, lo entiendo… no lo pongo en tela de juicio, yo mismo he vivido lejos, en el extranjero. Es necesario, te ayuda a saber de dónde eres. Te convence… ya verás.

– Espero tener la oportunidad de verlo -rieron, acortándose rápidamente el tempo entre ambos, a pesar de él.

– Lo verás… espero. Lo que estamos haciendo aquí puede asustar al mundo, pero todo lo que es salvaje y maravilloso siempre resulta un tanto terrible para alguien. Tu padre encontraba la misma reacción ante sus ideas, ¿no? Desde luego: los que somos diametralmente opuestos nos entendemos mejor. Si las cosas hubieran sido distintas… si tu padre hubiese vivido más tiempo, creo que hubiera superado su desesperación. A mi juicio el hecho de que viviera como un comunista era una expresión de desesperación. No creía que su pueblo pudiera resolver el problema de su situación histórica. Entonces se inclinó por la noción de la solución históricamente inmutable. Y, sí, no confiaba en nosotros: su propio pueblo; él mismo… así es como yo veo las cosas. Pero si hubiera vivido un poco más, sinceramente creo que un hombre con sus cualidades… un gran hombre…

Brandt Vermeulen forzó la pausa para que los dos pudieran reflexionar.

– Un hombre como Lionel Burger habría estado preparado para reconocer un descubrimiento: nosotros hemos llegado más lejos… estoy convencido. A menudo he pensado que quería hablarte de esto, pero en realidad no te conocía. La dinámica del afrikaner no se agotó como la dinámica social en Europa y probablemente en Estados Unidos. Ha adquirido diversas formas desde la época de la conquista a saco, muchas. La de tu padre fue una de esas formas. He oído decir que alguien está escribiendo un libro acerca de él… con frecuencia he pensado que soy yo quien… me gustaría desarrollar esta idea de que se ha desviado de su destino y por qué.

Rosa mantuvo la expresión considerada de quien respeta un enfoque erudito. Por supuesto, el sentimiento era una emoción demasiado poco profunda para alguien de sus antecedentes.

– Es terrible… murió prematuramente. Pero en otro sentido -buscó la forma de decirlo sin parecer brutal- no ha pasado el tiempo suficiente. ¿Me sigues? Aunque para ti… -contuvo la respiración y se inclinó hacia adelante.

– Otra vida -no se explicó… estaba separando el contexto de su padre del propio o en cierto modo era tan directa que Brandt Vermeulen no podía dar crédito a su demanda: Quiero conocer otros sitios.

– Claro… no hay que vivir en el pasado, el presente es tan emocionante. Sí, alarmante ¡y sin embargo! -no tuvo necesidad de mencionar Angola, Mozambique, Rodesia, Namibia, las guerras fronterizas que libraba su país, cuestiones en las que él y ella podían no estar del mismo lado-. Y eso es todo -su mano en el aire abarcó la atención de Rosa, su rostro, su existencia, con el gesto de su bolígrafo rojo seleccionando párrafos en los periódicos-. ¿Sencillamente, quieres irte? ¿De vacaciones?

– La gente lo hace todos los días.

– De vacaciones.

– Sí.

– Como cualquiera.

Intercaló movimientos afirmativos de la cabeza y sonrisas, como si ella fuera una cría que daba las respuestas correctas.

– Si tú eres como cualquiera… suponiendo que uno formulara algún tipo de petición en tu nombre, sólo suponiendo… en principio… es demasiado esperar que te consideren como a cualquiera.

– Lo comprendo.

– Lo comprendes -las uñas muy limpias después de nadar; con ellas palpó la línea que agrietaba la almohadilla rosada de su mentón-. Lo comprendes.

Ella no se intimidó.

De momento, súbitamente frívolo, Brandt se protegió congratulándose a sí mismo por incluirla entre quienes no se toman demasiado en serio.

– Tendrás que conformarte con un tarro de las calabazas en conserva que prepara Nina. No sé qué puedo hacer, si es que hay algo… si algo…

– Cualquier cosa que ofrezcas.

– No se trata de lo que yo ofrezca… sino de lo que se pide, chiquitina -rió, rieron, la mano de él estabilizó el hombro de Rosa.

Sin duda volvieron a investigarla, si eso era lo que él quería decir. Al menos Brandt Vermeulen llegó tan lejos como para conseguir que su íntimo amigo del Ministerio del Interior consintiera en considerar la necesidad de investigarla, en lugar de rechazar la cuestión lisa y llanamente. Eso fue un logro en sí mismo; ella dedujo que lo había conseguido, en posteriores visitas a su recluida y encantadora casa con cuya existencia uno no habría soñado cuando sólo conocía el camino del tribunal y de la cárcel. Aparentemente, siempre se alegraba de verla, o mantenía, a su manera, una tradición de hospitalidad que sustentaría cualesquiera fuesen las circunstancias.

– Nada alentador para decirte. Tienes que saberlo desde el principio… tendrás que armarte de la paciencia de un santo -seguían hablando en afrikaans, pero la frase salió en inglés.

Nunca mencionaban nada por teléfono, observando cada uno por sus propias razones las cautelas necesarias en el país. Fue en marzo y abril para escuchar este consejo personalmente; era posible, incluso probable, que en algún lugar de la sala, detrás de uno de los cuadros de su colección o en las grandes vasijas de «arreglos» florales que proveía su jardín… hubiese otro «arreglo» que registraba la conversación como parte de la investigación. Era lo que ella debía suponer; para ser justa con él, para salvaguardar su posición. El no sólo usaba su nombre a menudo, sino que ella empleaba el de él, llamándolo Brandt, tranquila y abiertamente: para cualquier servicio de escucha ella estaba apelando a una autoridad. El le contó la divertida historia de la forma en que había llegado a adquirir el torso de plástico con las fantasías anatómicas -las denominó así recurriendo una vez más al inglés y volvió una y otra vez al tema de la biografía de su padre. Ella le habló del joven que la estaba escribiendo, o al menos reuniendo material, y cuál era el enfoque. Coincidieron en que probablemente el resultado no sería gran cosa; un inglés -sintetizó Brandt Vermeulen-, ¿cómo esperaba un inglés desentrañar la personalidad de Lionel Burger? Ella siempre se olvidaba de llevar el bañador, aunque a finales de abril hacía bastante calor como para que en una ocasión (Nina la hizo pasar y la acompañó hasta el jardín) lo encontrara en la piscina, arrojando una pelota a un pequeñajo negro muy alborotador que chapoteaba envuelto en la cámara de un viejo neumático.

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