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– ¿Cuánta gente cree que puedes volverle la espalda a los blancos? ¡Disparates! No desaparecerán. Darán la vuelta con las armas desenfundadas… ¿y cuántos negros quieren luchar? No queremos matar, sabemos que es nuestra sangre la que se derramará. La gente prefiere que haya algunos líderes -rechazó las objeciones-, no estoy hablando de líderes políticos presos, me refiero a gente de la comunidad que ha surgido, incluso hombres de negocios, peces gordos de Soweto, gente que puede enfrentarse con los blancos a su propio nivel en el comercio y otras actividades… prefieren poner un pie y hacer equilibrio desde donde pueden empujar. Después otros sentirán que pueden seguirlos. Quieren estar vivos.

James Nyaluza sonrió ante lo que probablemente esperaba oír.

– Por supuesto. Pero no comprenden que la exclusividad racial del poder económico y político de la clase dominante blanca es una característica primaria del montaje. Si los blancos, por miedo, asimilan a algunos miembros de la clase media negra, sólo será a título auxiliar y dependiente, ni siquiera tendrán la propina de un cargo político. Ni siquiera un ministerio títere. Ni siquiera el poder simbólico que obtienes si eres un matanzima o un buthelezi en tu bantustán «patrio».

– Tú quieres decir que serían lo que ya son los policías negros. Como ha señalado Dhladhla… ¿sólo colaboradores en un sistema continuo de represión racial?

Pero nadie recogió la analogía de Orde Greer; no posee la curiosa diplomacia necesaria hacia la cuestión de la policía negra que, aunque nunca se ha negado a actuar contra su propio pueblo, sigue siendo considerada una víctima semejante a cualquier negro cuando intimida y hace redadas a las órdenes de un opresor común. Los blancos y no los negros son responsables, en última instancia, de todo lo que sufren y odian los negros, incluso a manos de su propio pueblo; un blanco tiene que aceptar este hecho si admite alguna responsabilidad. Si se siente culpable, es un liberal; en esa casa donde yo crecí no había culpa porque se creía que era como clase dominante y no como color que los blancos asumían la responsabilidad. No se trataba de un decoloramiento en la carne.

Me deslicé en la conversación como un pie introduce al otro en una pauta de movimientos -el juego de piernas de boxeador, la forma de estar en cuclillas de un corredor- para la que han sido entrenados. Mi voz se cruzó y se alzó con las otras.

– ¿Las cosas son así, James? Al quemar el último cartucho, ¿no es posible que los blancos estén preparados para asimilar a suficientes capitalistas negros creando una identidad y una solidaridad de clase… y en consecuencia un interés común en oprimir a las masas negras?

Marisa habló con la autoridad que da la Isla.

– Sé que eso es lo que teme Joe… piensa que esa clase se vincularía con los líderes «patrios» con el propósito de mantener la mano de obra barata, la mano de obra migratoria, con una recompensa a la pandilla «patria» y a los negros favorecidos en las zonas blancas.

– A eso me refiero. Es el tipo de cuestión que discute la oposición liberal cuando intenta ponerse de acuerdo. Y los progresistas blancos incluso hablan de «poder compartido»: en realidad están pensando en algo de la naturaleza del cargo político… para los negros «correctos», desde luego. Esto podría tener un enorme atractivo para los negros de clase media. Va más lejos que ofrecerle a Fats una voz en la junta nacional de boxeo, o que un hombre de negocios negro ocupe una plaza entre los directores de la Anglo-American.

Orde extendió la palma de la mano en un gesto que abarcaba a James de un lado y a mí del otro.

– ¿Creéis que un grupo negro como ése puede ocupar un lugar en el movimiento nacional?

James respondió como yo contaba que haría, extrayendo cada palabra de mi mente.

– Jamás. Sus intereses estarían en contradicción con los del pueblo en su conjunto, incluso en el contexto de los objetivos nacionales.

– ¿Entonces qué quieres que haga? ¿Que no permita que mi chico pelee al otro lado del mar hasta que tú decidas cómo aplastaremos la segregación racial? -Fats se volvió hacia Marisa con una consternación casi cómica-. ¿Eso ayudará realmente a que salgan Joe y Nelson? -dejó caer una gota de whisky en el vaso de James y se detuvo con una fugaz sonrisa delante de Dhladhla, que no bebía y cuya abstinencia era una elocuente desaprobación del efecto corruptor de los vicios del blanco-. ¿Esperar que él eleve tan alta la conciencia blanca para que Vorster y Kruger vean caer esta enormidad sobre sus cabezas?

– De modo que no hay peligro… ni esperanzas, si quieres expresarlo así para alguna gente, de que ese grupo ocupe un lugar en el movimiento nacional.

Dhladhla interrumpió a Greer.

– ¿Qué movimiento nacional conoces tú?

Pero era inconcebible para cualquiera de los presentes que Orde Greer se refiriera a algo distinto al Congreso Nacional Africano.

– La cuestión consiste, seguramente, en que la burguesía africana está siendo descubierta, inventada por los blancos demasiado tardíamente para desempeñar el papel clásico, al margen de cuál crean que desempeñarán. Esa es la cuestión. No que algunos negros lo deseen o no. ¿No comprendéis -ahora se dirigía a la habitación, la casa, las calles, la totalidad del «lugar»- que para que emerjan vuestros promotores y comerciantes y maestros negros tendría que invertirse todo el proceso normal, pues la auténtica formación clasista de una burguesía tendría que suceder y no preceder al poder político?

¡Qué fascinado estaba con su mensaje, introduciendo en el conocido vocabulario prohibido los términos de los conocidos objetivos prohibidos de los partidarios! Sus palabras me acunaron: certezas que rodearon mi infancia. A él debían parecerle descubrimientos; ¿dónde había tropezado últimamente con ellas…? Pero es un periodista, aunque use una cámara y no una máquina de escribir y probablemente se siente a sus anchas en cualquier ambiente, reproduciendo la jerga apropiada. Su trabajo le expone a todo. Está al tanto: si quisiera, podría hablar exactamente como uno espera que hable un piloto de carreras en el autódromo, o exactamente como un comunista blanco próximo al CNA.

– Eso y esto debería ocurrir y no ocurre debido a eso y aquello. Estas teorías no cuadran con nosotros. No nos interesan. Venís repitiendo la misma mierda desde antes de mi nacimiento. El ha estado escuchando -Dhladhla señaló a James-. ¿Y dónde está? ¿Y dónde estoy yo? Cuando voy a comprar pan, dan al kaffir [«negro» en sentido peyorativo. (N. de la T.)] el que quedó duro de ayer. Cuando va a buscar fruta, el kaffir recibe la que está podrida y el blanco no quiere comprar. Eso significa ser negro.

– ¿Ignoras al sistema capitalista a través del cual estás oprimido por tu raza?

– No ignoramos nada. Estamos educando al negro para que sepa que es fuerte y se sienta orgulloso de ello. Nos liberaremos del sistema capitalista y racista, pero no como «clase trabajadora». Aquí ésas son bobadas blancas. Los trabajadores blancos pertenecen a la clase explotadora y participan en la represión de los negros. El hombre negro no lucha por la igualdad con los blancos. Negritud es el hombre negro negándose a creer que el estilo de vida del hombre blanco es mejor para los negros -Tandi hundió la cara en su brazo por un instante, echó la cabeza hacia atrás para que viéramos su sonrisa, que mostraba la curva rosa de su lengua entre los dientes-. No se trata de una lucha de clases para negros, sino de una lucha de razas. La principal razón por la que seguimos estando donde estamos es que los negros no se han unido en tanto negros, porque se pasan todo el tiempo diciéndonos que hacerlo es ser racistas. El CNA ha prestado oídos a eso.

Marisa rió.

– El CNA logró la más amplia unidad negra que jamás haya existido.

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