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Se impacientaba Lifante, ya estaba su amanuense ante la máquina a la espera del verbo de Cayetano.

– Vas a colaborar, Cayetano, porque tenemos horas y horas y las cosas están claras. Tú y la Palita formáis una sociedad digamos que de negocios y amatoria, de pronto se presenta el argentino ése, os rompe la pareja y tú venga aguantar, hasta que se te acaba la paciencia, se te cruzan los cables y se te nubla la vista.

– Locura transitoria.

Aporta Celso Cifuentes.

– Ya encontrarán algo más espectacular. Cayetano. Te arrastras todo el día por la calle. Te van a meter en chirona años ¿tres? No más. A cuerpo de rey.

Sonreía Cayetano, negaba con la cabeza, ofrecía su mejor sonrisa desdentada a su abogada. De pronto, se echaba a reír. Luego lloraba.

– Es que es una persecución, no hay día que no me detengan y me pongan en cueros.

– ¿En cueros? ¿Estás en cueros, ahora? ¿Te creces porque tienes a tu abogada?

– Siempre me dejan en pelota, señorita, y es cosa sabida que en la cárcel te has de proteger el culo y en comisaría los cojones.

Hizo una seña Lifante a la abogada para que le siguiera y en un rincón de la estancia le habló protector.

– La cosa está clara, señorita. No lo ha admitido todo porque está Vd. y lo más lógico es que Vd. le aconseje que colabore. Aquí entre nosotros, es un caso menor, entre gente que está fuera de juego. ¿Qué interés tenemos en cargarle a este tío de cadenas? ¿Y el juez? Le va a dedicar diez minutos.

Pero la mirada de Lifante se ha agudizado, por encima del hombro de la rubia ha visto a Carvalho buscando algo o a alguien por el pasillo.

– Disculpe.

Va Lifante a por el detective, pero repiensa su movimiento y reclama su atención con un chist que alerta a toda la brigada. Carvalho se acerca a la extraña pareja compuesta por el semiólogo y la muchacha descolorida.

– ¿Turismo?

– Cadáveres. Lo de Pepita de Calahorra clama al cielo. Este caso se le complica, Lifante.

26. EL MITO DE LA CAVERNA

– Que este caso se me complica, puede ser. Pero voy a hacerle un resumen a Vd. Carvalho y a la abogada de oficio. Esa desgraciada, Helga, la muchacha que pudo ser Emmanuelle, se tropieza con su antiguo amor. Los mejores años de su vida. La juventud, ella es una víctima de la bebida y él de la metafísica. Angustias concretas, abstractas, y la vagabunda vuelve al paraíso de la juventud, la pureza, la generosidad, ayuda a Rocco, tal vez piense en volver a empezar otra vida. Y luego aparece muerta, salvaje y calculadamente muerta. Bien. Ha podido ser cualquier vagabundo, Cayetano por ejemplo, despechado por la llegada del otro.

Rodríguez cabecea dubitativo.

– Cayetano ayudaba a Rocco. Yo estuve con él aquella tarde en que quería localizarlo.

– ¿Qué viste? ¿Qué oíste? Lo que Cayetano quiso que vieras y oyeras. Pudo prepararlo todo para quedar a salvo de cualquier sospecha. Lo cierto es que él es un candidato serio a la autoría de los dos crímenes.

– ¿Y la dueña de La Dolce Vita?

Lifante dedica a Carvalho media mirada y contesta sin afrontarle:

– ¿Qué tiene que ver el culo con las témporas? Sobredosis.

– La única sobredosis que se le conocía a Pepita de Calahorra era la de bocadillos de atún con mayonesa, vino de Málaga y copas en general para alternar.

Lifante pasa por encima del cadáver de Pepita de Calahorra y del de Carvalho.

– Pero ¿qué vagabundo está en condiciones de matarla en un sitio, trasladarla a otro? ¿Varios? ¿Un ajuste de cuentas? Cayetano tuvo cómplices para el traslado del cadáver. Hay que apretarle las clavijas. Eso es todo. No tiene salida.

Llaman a Lifante desde arriba, señala Celso Cifuentes las alturas, como si señalara la segunda residencia de un Dios Padre. En cuanto se va el inspector, sobre Carvalho se concentran las miradas expulsadoras de los policías, miradas que Carvalho no da por recibidas.

– Si espera algo, espérelo fuera.

Le señalan el pasillo y a él se va Carvalho, dejando a la rubita abandonada a su voluntad vigilante del interrogatorio. Se saca un puro del bolsillo derecho de la chaqueta y lo enciende con parsimonia, estudia el ascua, se deja hipnotizar por la brasa en la penumbra, casi oscuridad del pasillo a donde se abren los despachos. Lifante ya está en presencia de los jefes, no es el jefe sólo, son los jefes. Al parecer el caso de la vagabunda ha vuelto a necesitar un cónclave.

– ¿A Vd. nunca se la han metido doblada?

– Si lo que Vd. quiere insinuar es si alguna vez me han dado por culo, no señor.

– Hay muchas maneras de dar por culo. Nos la han metido doblada, Lifante. Del caso de la vagabunda asesinada y de Rocco Cavalcanti sólo conocemos las sombras que nos han dejado ver y hay que terminar cuanto antes con este embarazoso asunto. ¿Qué probabilidades hay de que el asesinato de la propietaria de La Dolce Vita tenga algo que ver?

– Todas.

– Corte por lo sano

– Necesito que no aparezcan más cadáveres.

– Eso podemos garantizarlo, pero necesitamos un asesino obvio, de esos que no invitan a ir más allá. ¿Comprende?

– Haré lo que pueda.

Se saca un puro del bolsillo derecho de la chaqueta y lo encendí con parsimonia, estudia el ascua, se deja hipnotizar por la brasa en la penumbra.

En la antesala del jefe otra vez un gordo que le parece familiar, como si fuera un gordo de la plantilla, de la plantilla por ser gordo. Vuelve Lifante a su despacho con la cabeza de huevo iluminada por las consignas. La cabeza de Lifante parece una lámpara globo de diseño nórdico. Le fastidia que Carvalho le espere, que le aborde.

– Vd. sabe que todo esto lo ha movido un cuerpo operativo especial.

– A mí no me consta que exista ese cuerpo operativo especial. Los hechos son los hechos. Las personas y las situaciones emiten señales y yo deduzco.

– Vd. ve lo que quieren que vea. Vd. y yo estamos a dos pasos dentro de la misma situación. Los dos estamos en la misma caverna, Lifante. ¿Recuerda el mito de la caverna? Los dueños de la realidad nos dejan ver las sobras de la realidad, a Vd. le llegan mediante señales, señales que les sobran. A mí me llegan sensaciones, gestos, basura lógica, desechos lógicos. En cuanto te acercas al poder, la cosa se complica y no sólo para mí. Veo que Vd. no sólo no sabe nada de nada, sino que no sabe que no sabe nada de nada. Me lleva ventaja.

– ¿Cuál?

– Que Vd. puede comerse este marrón sin ponerse enfermo porque obedece órdenes de arriba. Pero yo tengo que proteger a mi cliente. ¿Va a ser ella la próxima víctima?

– ¿Quién es ella?

– Dorotea Samuelson.

– No habrá más víctimas.

– Dorotea Samuelson y Dieste, el actor.

– Que se estén calladitos y no habrá más víctimas. Calladitos ellos y Vd. De acuerdo en que yo no sé todo lo que quiero saber, pero Vd. no vaya largando por ahí lo que no sabe. ¿Entendido?

Le da la espalda, pero antes de juntarse con su grupo, Lifante se vuelve hacia Carvalho, decidido a acabarse el puro sentado en el pasillo. El inspector le mira el puro. Le mira a él.

– Es un Partagás "Gran Connaisseur" y un puro así no me lo voy a fumar por la calle. En la calle los puros no se huelen.

– Algún día hablaremos sobre el mito de la caverna. No me ha impresionado. Yo elijo los casos en los que voy a cien. Éste no se merece ir a cien. Sólo necesito un culpable. Todo sobre todo no se puede saber nunca.

– Una vez se lo conté creo que a otro policía. Te pasas la vida como un gusano recorriendo el haz de una hoja animado a descubrir qué hay al otro lado. ¿Qué hay? El envés. Y como un gusano te arrastras para ver qué hay más allá del envés. ¿Qué hay?

– El haz. Bonita metáfora. ¿Es suya?

– No. De Kasantzakis o de Zorba el Griego. Es lo mismo.

Se encoge de hombros Lifante, penetra en el despacho, se acerca a la ventana y ve cómo el Jefe Superior sale de la Central a paso rápido, con una agilidad que mal secunda el gordo que le sigue. El jefe rechazó cualquier intervención de los guardias de la puerta, le bastaba con un simple gesto de cabeza. Fue hacia su coche. El gordo se precipitó para abrirle la puerta y antes de que subiera a él, el gordo trató de darle la mano, mano que fue aceptada.

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