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– ¡No la mataron en el Metro!.

– ¿A Palita?

– A Helga como se llame. La mataron de un golpe en la cabeza. Con algo parecido a un bate de baseball. Luego le dieron las puñaladas para despistar y dejaron el cuerpo en el Metro.

– Por lo que me ha dicho ese desgraciado igual no hay ningún misterio en esa muerte. Era una serpiente putón, como él dice. Cualquiera puede haberla rajado. A pesar de lo que le prometimos a su cuñado, habría que dar la noticia sobre la verdadera identidad de la muerta -dijo el mendigo policía.

– No seas memo. Nada de nada. Hay que esperarles. Verles venir.

– ¿A quién?

– A quien sea.

Desembarcaron en la central. Lifante subió al piso del poder y recorrió los pasillos que desembocaban en el despacho donde el poder se reunía de vez en cuando con sus ejecutantes. Esta vez no había ningún representante directo del gobierno y el Jefe Superior, aunque se autodotó de la gesticulación más importante a su alcance, le acogió entre dos cansancios. NO quería que Lifante le cansara más y escuchó sin demasiada atención el resumen de los asuntos más publicados. Reservaba Lifante para el último lugar la exposición de los avances conseguidos en la investigación del caso de la vagabunda que era algo más que una vagabunda, pero al mencionar el nombre de Helga Singer, el jefe le preguntó extrañado.

– ¿Quién es esa?

– Se trata de aquella vagabunda que apareció asesinada en el metro y que se me insinuó que era algo más que un ajuste de cuentas entre miserables.

– ¿Quién le insinuó eso?

– Estaba Vd. delante. Me lo insinuó el Excelentísimo Señor Delegado del Gobierno.

– A ese no le ha llamado excelentísimo señor nadie en su vida. Vd. vaya a la suya, Lifante. Consígame un culpable y no pierda demasiado tiempo en ese caso. ¿Tenemos un culpable?

– Una prefiguración de culpable.

– Pues eso.

Daba la audiencia por concluida. Lifante se cruzó por el pasillo con un hombre gordo vestido de blanco, resoplaba aunque avanzaba hacia el despacho del jefe Superior con la majestad de un elefante empapado de humedades perfumadas.

15. NO TODOS LOS GOLPES DE BASEBALL SON IGUALES

El forense apaga la luz e ilumina las radiografías adheridas al expositor. Con un dedo orienta la mirada de Lifante.

– Ésta es la cabeza de la mujer. El golpe lo ha recibido de arriba abajo, respaldado por todo el peso del asesino, con el bate bien asido con las dos manos, y ha conseguido matarla por el empeño que ha puesto y por la ayuda del peso de todo su cuerpo, pero no es un golpe limpio, certero, sabio. Como golpe es una chapuza. Una chapuza criminal, pero una chapuza. Ahora pasamos a la radiografía del llamado Rocco Cavalcanti. A éste le han dado un palo perfecto, en la base del cráneo, encima de la nuca para entendernos, y con un gran estilo, como si su cabeza fuera una pelota. Es el golpe de alguien acostumbrado a usar el bate y con la musculatura suficiente como para dar el golpe de lado y contundentemente. No crea que es fácil. Tome, coja el palo y trate de darle de lado al inspector Cifuentes, además, situado a su misma altura. Trate de darle.

Cifuentes carraspeó.

– Que no me dé a oscuras. ¿Podría encender la luz?

Así lo hizo el enlutado forense y Lifante empuñó el bate con las dos manos, se situó a una distancia prudente de su ayudante, levantó el palo y giró hacia la izquierda. Aunque había apuntado a la altura del cráneo del máster en mendicidad, el peso de la madera le hizo descender el vuelo y Cifuentes sintió el paso del bate como un cometa a dos centímetros de su cuello.

– ¿Lo ve? Usted quería impactar a la altura de la cabeza, pero de haberle dado se habría limitado a romperle el cuello chapuceramente, tal vez. No. El golpe a Rocco lo ha dado un bateador habitual.

– ¿Un jugador de baseball?

– No creo que haya asesinos entre los escasos jugadores de baseball de Barcelona, pero cualquier profesional de dar palizas. Mueva sus confidentes.

– No basta con un asesino, ¿debo encontrar a dos?

– Ése es su problema.

– El estado mayor de Lifante reunía a especialistas con diferentes disciplinas acumuladas, y así como el máster en mendicidad también era un experto en violadores de extrarradio, Rodríguez, el cazacamellos de drogas de diseño, ex ultra macrobiótico, lo sabe casi todo sobre matarifes a sueldo.

– Matar, se mata poco. Pero dejar lisiado a alguien, todos los días. Cien mil pelas, un abogado por si acaso y un testaferro que paga fianzas. Normalmente utilizan, en el caso de los bates de baseball, a skin-heads de verdad o sucedáneos. Te puedo dar tres nombres de matones que van por la vida de skins y no lo son, pero así disimulan.

Lifante anota los tres nombres y distribuye el trabajo.

– Curro, sigue llamándote Curro y aprieta las clavijas a Cayetano. Si te parece lo detienes y me lo traes para aquí. Tú, Éxtasis, vente conmigo y con tres agentes a buscar matones. A tiro seguro. No me gusta dar palos de ciego.

Se pasaron media tarde buscando a tres individuos y de todas las operaciones policiales la más espectacular fue la del asalto a las naves abandonadas de una antigua factoría de barcos, en el Puerto Viejo. Aquello era un nido de ratas y de fachas, les sopló el confidente. Lifante y los suyos practicaron una irrupción muy teatral que trajo como resultado una redada de niños que estaban fumando hierba y de un perro que les hacía compañía. En un vagón en vía muerta de los límites de Pueblo Nuevo sorprendieron un burdel residual: varios viejos esperaban su turno para entrar en el compartimento de lujo donde se abrían de piernas dos muchachas negras. La última oportunidad se la ofrecía el gimnasio La Raza, de artes marciales y culturismos varios. Allí estaba el Pascualet haciendo músculo cuando se vio rodeado de extraña gente y del silencio expectante de los sudorosos gimnastas.

– Vigila cómo le esposas, que estos tíos tienen musculitos hasta en las muñecas.

No bien salido Pascualet esposado y disgustado, aunque con cara de chulo pendón, como repetía una y otra vez, histérico ante tanta musculatura, Celso Cifuentes, el encargado del gimnasio, cogió un teléfono móvil e hizo una llamada.

– Problemas X4.

El gordo amplificó el sonido para que ocupara el ámbito total del coche.

– Problemas X4. Problemas X4. Policía ha practicado la detención.

– ¿Policía? ¿Lo han comprobado?

– Afirmativo.

– ¿Lifante?

– Afirmativo.

– Limpieza apartamento, repito, limpieza apartamento. Voy a echar un vistazo.

El coche dio media vuelta y el brusco movimiento provocó indignaciones insuficientemente explicativas en otros conductores. Cuando el coche del gordo llegó ante el domicilio de Pascualet ya estaba allí la policía y los ojos de Aquiles no se limitaron a suponer dónde situar la ventana del apartamento del culturista. Abrió la guantera y apareció una central de recepción de sonido, pudo deducir así lo que estaba sucediendo más allá del cristal del sexto D y escuchar lo que decían los policías que rodeaban a Pascualet. Lifante le mostraba un bate de baseball.

– ¿Fue con este bate de baseball con el que os cargasteis a la mendiga y a Rocco?

– No sé de qué me habla.

– Sabes a qué mendiga me refiero. ¿Cómo os enterasteis de que ayudaba a Rocco Cavalcanti?

– No sé de qué me habla. Analicen el bate, sólo encontrarán cuero cabelludo de mariquita.

– Si no ha sido este bate ha sido otro cualquiera que habrás tomado de tus compañeros. No te va a gustar, musculitos, no te va a gustar convertirte en una ratita de calabozo. Se te van a caer los musculitos.

El gordo, en el coche, telefoneaba mientras seguía la conversación espiada.

– Osorio, mueve a un abogado, rápido. Éste se va a desmoronar en cuanto se pase doce horas sin proteínas puras. Yo voy a pincharles el cerebro a los de arriba.

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