– Una cosa es que te acoja en mi seno y otra que te aproveches, que una no es de piedra. Has frotado la nariz contra mis tetas.
No entendía Biscúter el requerimiento, pero ya se había levantado Pepita y tiraba de él en dirección al altillo en otro tiempo destinado a la dirección del local y ahora penúltimo refugio de los gatos. Una vez allí, sobre un canapé estilo imperio con la tapicería orinada por los gatos y comida por las ratas, desnudó Pepita a Biscúter a manotazos mientras canturreaba: "He de comerme esa tuna, he de comerme esa tuna…". Privado estaba el socio de Carvalho de capacidad de respuesta y casi sin transición viose ocupada la tuna y montando sobre los tres lomos de Pepita desbragada, pero conservando unos sujetadores bien armados, a la manera de cruzados suficientemente mágicos como para contener mucha, demasiada caída de teta. Ciego Biscúter porque había cerrado los ojillos para perder el miedo a tanta hartura, se prestó al zarandeo sexual de la veterana ex cantante melódica y cayó derrengado finalmente sobre sus pechos, ya aligerados del sostén armario. Trató de rodear con sus brazos a la complacida mujer, pero no tenía los suficientes como para abarcarla.
– Qué bien te sabe la tuna, la tunita, Papitu.
– No seas grosera. Estoy pensando, y no se piensa con la tuna.
– ¿Y lo demás?, ¿qué tal? ¿Quién tuvo retuvo? No eres precisamente un atleta sexual japonés, pero a tus años y con tu tamaño no estuvo mal.
– Me llamaban el follador de las Pampas.
– Con lo despobladas que están las Pampas no tiene mucho mérito, pero a mi edad, a polvo regalado no le mires el dentado. ¿En qué pensaba mi follador de las Pampas?
Toda la morfología del rostro de Biscúter conducía a dar la impresión de perspicacia.
– Pensaba en el gordo. Demasiadas coincidencias. Recupera el local de su juventud y la memoria. La memoria de Helga, incluso de Rocco. ¿Tú llegaste a conocer a Rocco?
No le gusta el tema de conversación a Pepita porque intenta desesperadamente fruncir la piel del rostro tensada por un lifting despiadado.
– ¡Ay! -suspiró-. Los hombres nunca tenéis sentido de la oportunidad. ¿Tú crees que es el momento de hacer de Sherlock Holmes?
Le contó Biscúter la intromisión de Rocco en el despacho de Carvalho y las malas maneras que había exhibido, pero no ganaba respuestas, sino desasosegamiento progresivo en la de Calahorra, revestida con morosidad y con ganas de que su amante de un día se marchara por donde había venido.
– Es curioso, Pepita, pero la otra tarde me encontré en la puerta al gordo del traje blanco y ahora resulta que tú me citas en La Dolce Vita no sé con qué motivo y me encuentro aquí al hipopótamo sentimental ese. ¿De qué va, Pepita?
Se le puso gorda la voz a Pepita de Calahorra.
– Por si acaso, no te metas donde no te llaman.
18. EL GORDO EXPLICA SU FILOSOFÍA DE LA HISTORIA
Ustedes no digan nada y déjenme hablar. Hasta hace veinticuatro horas controlábamos la situación y de pronto resulta que todo se ha desmadrado, que incluso nos faltan cadáveres. ¿Dónde está Rocco? ¿Dónde está el cuerpo de Rocco? Según el Jefe Superior de Policía, que tuvo a bien recibirme, el inspector que lleva el caso considera imprescindible ocultar de momento la noticia y el cadáver. El Jefe Superior de Policía comprende lo embarazoso de este asunto, lo complicado de sus raíces, y hará todo cuanto pueda para no volver al pasado y resucitar los tiempos de cooperación antidemocrática; repitió varias veces la palabra antidemocrática. El Jefe Superior de Policía es un convencido demócrata y no quisiera que el Gobierno de centro derecha, repitió varias veces lo de centro derecha, aparezca con la más mínima mancha de complicidad con tramas ultras, ni en el presente ni en el pasado, cuando muchos de los que ahora son de centro derecha eran escuela, simplemente de derechas predemocráticas. También repitió varias veces la palabra predemocráticas.
– Ése tío es un gil. Ya le daría yo democracia.
Había hablado el que evidentemente mandaba en el tándem Osorio amp; Olavarría, taciturno el cuñado de Helga y colérico Osorio. El gordo se encogió de hombros y se quedó a la espera de que su interlocutor moviera ficha o palabra. Osorio amp; Olavarría permanecieron mudos.
– Hice lo que usted me ordenó, coronel. El capitán Doreste me dijo: "Coge un avión, plántate en Barcelona y soluciona el problema que tiene planteado el coronel Osorio. Lástima que ustedes perdieran el control de Rocco y le diéramos tiempo para movilizar a su ex mujer y a ese detective, pero no se preocupe por el detective, él sólo verá y sabrá lo que queramos que vea y sepa, siempre y cuando el inspector que lleva la encuesta no se pase de listo o de constitucionalista. Ese detective privado tiene un ayudante de película, de película cómica.
– Hay que entregarles al asesino. Lo tenemos, ¿no?
El gordo asintió, pero corrigió el ademán resolutivo del coronel Osorio.
– Hay que dejar que el inspector Lifante, así se llama quien lleva el caso, descubra por su cuenta quién es el asesino de Helga y le atribuya además el de Rocco. No son la misma persona, hubiera sido imposible convencer al que mató a Helga, pero una vez confiese que fue él, se comerá el marrón, como llaman por aquí a asumir un delito que no has cometido. Por medio millón de pesetas ese miserable mata a su madre.
No estaba tranquilo Osorio. No sé, no sé. Ustedes están acostumbrados a moverse por Buenos Aires y en lo suyo son los mejores, Doreste es un genio y usted también, pero esto es otra cosa. Aquí se ha perdido el vínculo entre la policía y los grupos parapoliciales. Que no salte la cosa a los periódicos, que no empiecen a tirar de la manta.
– Todos los días aparecen vagabundos muertos y cualquier policía del mundo procura no gastarse ni veinte pesos en descubrir quién ha sido.
Se va el gordo, pero se vuelve desde la puerta. Señala a Olavarría.
– Osorio, controle a su socio, ya ha cometido muchas tonterías, yo me cuido de todo lo demás.
Salió a la calle y se dirigió hacia Galerías Condal, donde abría una tienda de productos argentinos. Compró diarios atrasados, revistas de sociedad, una lata de dulce de leche que pensaba comerse en el hotel a cucharadas y al recuperar el Paseo de Gracia compró diarios de la ciudad y tuvo ojos para compartir un desayuno en el Tapa-Tapa de la esquina Paseo de Gracia-Consejo de Ciento con la noticia de que se había encontrado el cadáver de Rocco.
– La madre que les parió. Son unos aprendices.
Tomó el primer taxi que pasó y lo dirigió hacia el encuentro de Conde del Asalto con Peracamps. El taxista pertenecía a la raza de taxistas partidarios del monólogo. Yo ese barrio me lo sabía de memoria, y cuidado que es complicado, pero ahora cada día que pasa tiran una manzana, abren una calle y la gente sigue siendo la misma, la misma escoria en las esquinas. Las viejas putas ya no saben dónde poner el culo. Les han quitado las fachadas de detrás y están allí horas y horas aguantándose en una patita, luego en la otra. Les han crecido las varices. Casi les veo las varices desde el coche cuando paso a hacer algún servicio. ¡Tiempo, tiempo, tiempo!, comentó el gordo melancólicamente. Compensó con una buena propina la oratoria del taxista y, bamboleándose sobre sus pies pequeños, se adentró en lo que quedaba en la calle de las Tapias en busca de La Dolce Vita. Estaba Pepita de Calahorra dando de comer cabezas de sardinas cocidas a los doce gatos del local y se puso en tensión cuando asomó por la puerta la cara de bebé inflado del gordo.
– ¿Otra vez aquí? ¿No quedamos en vernos lo menos posible?
– Si vengo es porque es necesario.
Se fue el gordo por la ex estrella de la canción melódica y ella dio un paso atrás.
– Tú a mí no me vuelves a hostiar.
– ¿Quién habla de hostiar? Vengo a que me recites la lección por si te la sabes y te la pregunta la policía.