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¿Qué es cubano? -pregunté.

El hombre bajo me miró con reconvención.

Pero mujer -dijo, y se llevó las manos a los pechos que no tenía. No estuve segura de entender muy bien, pero sólo me atreví a preguntar otra cosa:

¿Está ya elegido mi compañero? -me dieron ganas de decir ‘mi compañero de reparto’, pero pensé que podía parecerles una burla.

Sí, ya lo conncerás pasado mañana. No te preocupes, él tiene experiencia y te llevará muy bien. -Esa fue la expresión que empleó el bajito, como si hablara de un baile antiguo, agarrado, cuando aún tenía sentido decir ‘Yo llevo’.

Ahora estaba de nuevo en la salita de espera, esperando para rodar, esperando con mi compañero, al que acababan de presentarme, me dio la mano. Nos habíamos sentado en el sofá un tanto escaso, tanto que él, en seguida, se pasó a un silloncito que hacía juego para esrar más cómodo. El tipo alto y el tipo bajo y el de la coleta y los técnicos estaban rodando con otra pareja (confiaba en que no estuviera presente el salido, daban miedo los ojos saltones y la nariz rebanada, los pantalones mortales). En el cine todo lleva siglos y va con retraso, según tengo entendido, y nos habían dicho que esperásemos y nos fuéramos conociendo. Aquello era absurdo. ‘No conozco a este hombre de nada y dentro de un rato estaré mamándosela’, pensé, y no pude evitar pensarlo con estas palabras. ‘Qué sentido tiene que nos conozcamos un poco, que hablemos.’ Yo casi no me atrevía a mirarlo, lo hacía de reojo, un ataque de pudor de lo más inoportuno. Al presentármelo me habían dicho: ‘Este es Loren, tu pareja.’ Habría preferido que lo hubieran llamado ‘partenaire’, pero ya nadie conoce esta palabra. Tendría unos treinta años, llevaba pantalones y sombrero y botas vaqueras, los actores todos americanizados, aunque sean actores porno. Así empiezan muchos, a lo mejor un día triunfaba. No era nada feo pese a la pinta, un tipo atlético de los que van al gimnasio, con una nariz levemente ganchuda y unos ojos grises, tranquilos y fríos; los labios eran agradables, pero eso quizá no tendría que besárselo, la boca agradable. Él no parecía nada inhibido, tenía las piernas cruzadas como un vaquero y hojeaba un periódico, no me hacía mucho caso. Me había sonreído al ser presentados, tenía los dientes separados, eso lo hacía un poco aniñado de cara. Se había quitado el sombrero entonces, pero luego se lo había puesto, quizá fuera a conservarlo durante las escenas. Me ofreció pastillas de regaliz, no quise, él chupaba dos a la vez, quizá fuera mejor que no nos besáramos. Llevaba en la muñeca una cinta de cuero o de piel de elefante, ajustada, no lo llamaría una pulsera. Supongo que era moderno, yo me sentí antigua de pronto con mi falda estrecha, mis medias negras y mis tacones, no sé por qué diablos me había puesto los más altos que tengo, quizá no quisieran que me los quitase si se fijaban, a muchos hombres les gusta vernos así, desnudas y con tacones, un poco infantil toda esta imaginería, él cubierto y yo calzada. Me di cuenta de que me estaba bajando un poco la falda, que se me subía demasiado sentada, y eso ya me pareció un disparate. Ni siquiera mi partenaire hacía caso a mis muslos, y hacía bien, al cabo de un rato no habría falda ni nada.

Oye perdona -le dije entonces-, tú has trabajado antes en esto, ¿verdad?

Apartó la vista del periódico pero no lo dejó a un lado, como si todavía no estuviera seguro de ir a iniciar una conversación en regla, o más bien lo estuviera de lo contrario.

Sí -contestó-, pero no mucho, dos, no, tres veces, desde hace poco. Pero no te preocupes, se olvida uno de la cámara en seguida. Ya me han dicho que eres debutante. -Le agradecí que dijera ‘debutante’ en vez de ‘primeriza’, como Mir, alto y calvo.- Tú no te cortes por nada, lo peor es eso, tú sígueme a mí y disfruta lo que puedas, y de los otros ni caso.

Ya, eso se dice fácil -respondí-. Espero que tengan paciencia si me pongo nerviosa. Estoy un poco nerviosa.

El actor Lorenzo sonrió con sus dientes espaciados. Leía la página de deportes. Parecía muy seguro de sí mismo, porque me dijo:

Mira, no vas ni a enterarte de que están rodando. Yo me encargo. -Lo dijo con ingenuidad más que con soberbia, no me molestó por eso, aunque sí que no se le ocurriera pensar que no serían los testigos la causa principal de mi nerviosismo probable en escena.

Bueno -contesté, sin atreverme a ponerlo en duda, quizá intimidada-. Pero habrá interrupciones, ¿no?, para las diferentes tomas y eso, ¿no? ¿Y qué pasa entonces? ¿Qué se hace en medio?

Nada, te pones una bata si quieres y te tomas una coca-cola. No te preocupes -repitió-. Hay cosas peores. Y si necesitas, seguro que tienen rayas.

¿Ah sí, hay cosas peores? -dije yo ahora un poco irritada por su despreocupación excesiva.- Pues será que yo no las conozco todavía; anda, dime una. -Él dejó por fin el periódico a un lado, y yo me apresuré a añadir:- Oye, que quede claro que no lo digo por ti, ¿eh? No me refero a ti, ya me entiendes, ¿no? Esto por el dinero, pero no me digas que no es un trago. Bueno, no sé tú, pero yo, pues no.

Loren hizo caso omiso de mis puntualizaciones para no herirlo y se quedó con mis anteriores frases. Me miró con su expresión sosegada pero con una leve exaltación ahora, como si lo hubiera provocado y fuera alguien sin capacidad para eso, para sentirse provocado, y no supiera encontrar el tono adecuado. Tenía los ojos grises también algo separados, los dos muy distantes de su nariz ganchuda, que parecía tirar de los labios hacia arriba, esa clase de fosas nasales que parecen siempre resfriadas.

Te voy a decir una cosa peor -dijo-. Te la voy a decir. Lo que yo hacía antes era mucho peor. No es que pretenda montarme en esto para siempre, pero vale para ir tirando hasta que surja otra cosa, y no sabes la maravilla que es al lado de lo que hacía antes.

¿Y qué hacías antes? ¿Te lanzaban cuchillos en el circo?

No sé por qué le dije eso. Supongo que sonó ofensivo, como si el actor Lorenzo tuviera que provenir necesariamente del campo más arrastrado del espectáculo. Al fin y al cabo yo estaba ahora en lo mismo que él, y simplemente había perdido mi empleo hacía ya dos años y tenía un ex marido desaparecido, missing, y la niña conmigo. A lo mejor él tenía también una niña. Y además, ya no hay especráculos de ese tipo, es una cosa anticuada, ni siquiera hay casi circo.

No, tía lista -dijo él, pero sin reproche y sin intentar devolvérmela, no sé si porque tenía aguante o porque no habría sabido. Me lo dijo como lo dicen los niños en el colegio: -No, tía lista. Era tutor.

¿Tutor? ¿Cómo tutor? ¿Tutor de qué? -Era la última palabra que me habría esperado oír en sus labios y no pude disimular, quizá mi sorpresa también fue ofensiva. Lo miré muy de frente ahora, un tutor, parecía salido de un spaghetti western.

Él se tocó el ala del sombrero con desazón, como colocándoselo.

Bueno, quiero decir que tenía a alguien bajo mi tutela, bajo mi protección. Como un guardaespaldas, pero distinto.

Ah bueno, guardaespaldas, ya -dije con resabio y como rebajándolo de categoría-. ¿Y qué, eso era tan malo? ¿Te tuviste que interponer muchas veces entre tu jefe y las balas o qué? -No tenía motivo para estar borde con él, pero me salían las impertinencias, quizá me iba poniendo enferma la idea de tener que ir a mamársela sin preámbulos dentro de un rato, cada vez faltaba menos. Involuntariamente le miré el paquete, en seguida aparté la vista. Volví a pensar eso con ese verbo, la edad nos va haciendo groseros, o nos importa menos serlo, o es la pobreza: cuanto menos hay, menos escrúpulos. Al hacernos mayores también hay menos vida, no queda tanta.

No, no era guardaespaldas de esos, no soy un gorila -dijo él sin resentirse de mis sarcasmos, con seriedad y sin doblez y con transparencia-. Tenía que vigilar a una persona que estaba mal, para evitar que se hiciese daño, es muy difícil evitar eso. Tienes que estar las veinticuatro horas encima, todo el rato alerta, y nunca puedes evitarlo del todo.

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