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“Para comer, Luis se encargó de vender mis joyas y mis vestidos al mejor postor. Mi ajuar de novia, que nunca llegué a utilizar, se convirtió en nuestra manutención. Mijail y yo apenas hablábamos. Él vagaba por nuestra mansión como un espectro, cada vez más deformado. Sus manos eran incapaces de sostener un libro. Sus ojos leían con dificultad. Ya no le escuchaba llorar. Ahora simplemente se reía. Su risa amarga a medianoche me helaba la sangre. Con sus manos atrofiadas escribía en un cuaderno con letra ilegible páginas y páginas cuyo contenido desconocíamos.

Cuando el doctor Shelley acudía a visitarle, Mijail se encerraba en su estudio y se negaba a salir hasta que su amigo se había marchado. Le confesé a Shelley mi temor de que Mijail estuviese pensando en quitarse la vida. Shelley me dijo que él temía algo peor. No supe o no quise entender a qué se refería.

“Otra idea descabellada me rondaba la cabeza desde hacía tiempo. Creí ver en ella el modo de salvar a Mijail y nuestro matrimonio. Decidí tener un hijo. Estaba convencida de que, si conseguía darle un hijo, Mijail descubriría un motivo para seguir viviendo y para regresar a mi lado.

Me dejé llevar por aquella ilusión. Todo mi cuerpo ardía en ansias de concebir aquella criatura de salvación y esperanza. Soñaba con la idea de criar a un pequeño Mijail, puro e inocente. Mi corazón anhelaba volver a tener otra versión de su padre, libre de todo mal. No podía dejar que Mijail sospechase lo que tramaba o se negaría en redondo.

Bastante trabajo iba a costarme encontrar el momento de estar a solas con él. Como digo, hacía ya tiempo que Mijail me rehuía. Su deformidad le hacía sentirse incómodo en mi presencia. La enfermedad estaba empezando a afectarle el habla. Balbuceaba, lleno de rabia y vergüenza. Sólo podía ingerir líquidos. Mis esfuerzos por mostrar que su estado no me repelía, que nadie mejor que yo entendía y compartía su sufrimiento, sólo parecían empeorar la situación. Pero tuve paciencia y, por una vez en la vida, creí engañar a Mijail. Sólo me engañé a mí misma. Aquél fue el peor de mis errores.

“Cuando anuncié a Mijail que íbamos a tener un hijo, su reacción me inspiró terror. Desapareció durante casi un mes. Luis le encontró en el viejo invernadero de Sarriá semanas más tarde, sin conocimiento. Había estado trabajando sin descanso. Había reconstruido su garganta y su boca. Su apariencia era monstruosa. Se había dotado de una voz profunda, metálica y malévola. Sus mandíbulas estaban marcadas con colmillos de metal. Su rostro era irreconocible excepto en los ojos. Bajo aquel horror, el alma del Mijail que yo amaba aún seguía quemándose en su propio infierno. Junto a su cuerpo, Luis encontró una serie de mecanismos y cientos de planos.

Hice que Shelley les echase un vistazo mientras Mijail se recuperaba con un largo sueño del que no despertó en tres días. Las conclusiones del doctor fueron espeluznantes. Mijail había perdido completamente la razón. Estaba planeando reconstruir completamente su cuerpo antes de que la enfermedad le consumiese por completo. Le recluimos en lo alto de la torre, en una celda inexpugnable.

“Di a luz a nuestra hija mientras escuchaba los alaridos salvajes de mi marido, encerrado como una bestia. No compartí ni un día con ella.

El doctor Shelley se hizo cargo de ella y juró criarla como a su propia hija. Se llamaría María y, al igual que yo, nunca llegó a conocer a su verdadera madre. La poca vida que me quedaba en el corazón partió con ella, pero yo sabía que no tenía elección. La tragedia inminente se respiraba en el aire. La podía sentir como un veneno. Sólo cabía esperar.

Como siempre, el golpe final llegó desde donde menos lo esperábamos.

Benjamín Sentís, a quien la envidia y la codicia habían llevado a la ruina, había estado tramando su venganza. Ya en su día se había sospechado que fue él quien había ayudado a Sergei a escapar cuando me atacó en la catedral. Como en la oscura profecía de las gentes de los túneles, las manos que Mijail le había dado años atrás sólo habían servido para tejer el infortunio y la traición. La última noche de 1948 Benjamín Sentís regresó para asestar la puñalada definitiva a Mijail, a quien odiaba profundamente.

“Durante aquellos años mis antiguos tutores, Sergei y Tatiana, habían estado viviendo en la clandestinidad. También ellos estaban ansiosos de venganza. La hora había llegado. Sentís sabía que la brigada de Florián planeaba hacer un registro en nuestra casa del parque Güell al día siguiente, en busca de las supuestas pruebas incriminatorias contra Mijail. Si ese registro llegaba a producirse, sus mentiras y sus engaños quedarían al descubierto.

Poco antes de las doce, Sergei y Tatiana vaciaron varios bidones repletos de gasolina alrededor de nuestra vivienda. Sentís, siempre el cobarde en la sombra, vio prender las primeras llamas desde el coche y luego desapareció de allí.

“Cuando desperté, el humo azul ascendía por las escalinatas. El fuego se esparció en cuestión de minutos. Luis me rescató y consiguió salvar nuestras vidas saltando desde el balcón al cobertizo de los garajes y, desde allí, al jardín.

Cuando nos volvimos, las llamas envolvían completamente las dos primeras plantas y ascendían hacia el torreón, donde manteníamos encerrado a Mijail. Quise correr hacia las llamas para rescatarle, pero Luis, ignorando mis gritos y mis golpes, me retuvo en sus brazos. En ese instante descubrimos a Sergei y a Tatiana. Sergei reía como un demente. Tatiana temblaba en silencio, sus manos apestando a gasolina.

“Lo que sucedió después lo recuerdo como una visión arrancada de una pesadilla. Las llamas habían alcanzado la cima del torreón. Los ventanales estallaron en una lluvia de cristales. Súbitamente, una figura emergió entre el fuego. Creí ver un ángel negro precipitarse sobre los muros. Era Mijail. Reptaba como una araña sobre las paredes, a las que se aferraba con las garras de metal que se había construido. Se desplazaba a una velocidad espeluznante. Sergei y Tatiana lo contemplaban atónitos, sin comprender lo que estaban presenciando. La sombra se lanzó sobre ellos y, con una fuerza sobrehumana, los arrastró hacia el interior.

Al verlos desaparecer en aquel infierno, perdí el sentido.

Luis me llevó al único refugio que nos quedaba, las ruinas del Gran Teatro Real. Éste ha sido nuestro hogar hasta hoy. Al día siguiente los diarios anunciaron la tragedia. Dos cuerpos habían sido encontrados abrazados en el desván, carbonizados. La policía dedujo que éramos Mijail y yo. Sólo nosotros sabíamos que en realidad se trataba de Sergei y Tatiana.

“Nunca se encontró un tercer cuerpo. Aquel mismo día Shelley y Luis acudieron al invernadero de Sarriá en busca de Mijail. No había rastro de él. La transformación estaba a punto de completarse.

Shelley recogió todos sus papeles, sus planos y sus escritos para no dejar ninguna evidencia. Durante semanas los estudió, esperando encontrar en ellos la clave para localizar a Mijail. Sabíamos que estaba oculto en algún lugar de la ciudad, esperando, ultimando su transformación. Gracias a sus escritos, Shelley averiguó el plan de Mijail. Los diarios describían un suero desarrollado con la esencia de las mariposas que había criado durante años, el suero con el que había visto a Mijail resucitar el cadáver de una mujer en la fábrica de la Velo Granell. Finalmente, comprendí lo que se proponía. Mijail se había retirado a morir. Necesitaba desprenderse de su último aliento de humanidad para poder cruzar al otro lado. Como la mariposa negra, su cuerpo se iba a enterrar para renacer de las tinieblas. Y cuando regresara, ya no lo haría como Mijail Kolvenik. Lo haría como una bestia."

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