– ¿Y está usted seguro de haber acertado? Porque, al fin y al cabo, el autor es usted, el responsable es usted.
– Sí, eso es cierto, pero también lo es que todavía ando en los primeros tanteos, que no tengo claro en la cabeza por dónde voy a salir… ni siquiera a entrar. La invención de un tercer personaje, de ese malo que usted considera indispensable, aún es posible, ¡ya lo creo!, de ese tercer personaje y de algunos más, si fueran necesarios.
– Yo le hablé a usted como futuro lector.
– El punto de vista del lector no deja de ser importante, aunque, claro…
– Claro, ¿qué?
Ansúrez se vio cogido.
– Claro, quería decir… bueno, quizás que el autor también tiene su punto de vista…
– Que puede estar equivocado. ¡Cuántos autores, si hicieran lo que usted, hablar con los amigos, no cometerían los errores que cometen! Pero me veo obligado a demorar hasta mañana lo que quería decirle. Es la hora en que usted debe volver a su mesa en el despacho, y no quiero que digan de mí que entretengo a los funcionarios, sobre todo a los buenos trabajadores, como usted. Porque usted es un buen funcionario, ¿verdad?
– Eso creo, al menos.
Cuando regresó al despacho, todo el mundo se hallaba va en su puesto. Ansúrez salió del ascensor con la mayor sencillez posible. Pero no pudo evitar un silencio, que duró hasta el momento en que estuvo instalado en su puesto. El Director se acercaba con unos papeles en la mano. Ansúrez esperó para sentarse.
– Siéntese, siéntese, haga el favor. No son más que unos papeles… Cuando pueda, no hace falta que me los lleve. Me los puede mandar por el botones.
Ansúrez, que estaba más cerca, oyó cómo don Periquito murmuraba por lo bajines:
– Pelotillero.
CAPÍTULO VI
– DESDE EL PUNTO DE VISTA ESTÉTICO, no cabe duda da que el viejo tiene razón. El episodio del Paraíso dio para siempre el número de personajes, y lo que puede cambiar son los motivos del tercero en discordia. ¿Celos? Lo más probable, a lo que se me alcanza. Hay el otro esquema, del que alguna vez te hablé, el de Dafnis y Cloe. Ahí también hay un tercero en discordia, la ignorancia, pero eso no es verosímil en nuestro tiempo, y más entre personas maduras, o a punto de serlo, como tú advertiste en cierta ocasión, si no recuerdo mal. Pues bien: acepto el esquema de Dafnis y Cloe, pero metiendo un tercero en discordia, un tercero celoso. ¿Y quién podía ser ese tercero? ¿Conoces alguno de la Caja que esté enamorado de ti? Alguien que te haya dicho alguna ver que tienes un buen culo… Vamos a descartar a don Perico, que no te lo dijo nunca, pero que lo piensa todos los días, cuando vienes a saludarme y le das la espalda de manera tan ostensible. Él no lo toma a desprecio sino como el mejor regalo de cada mañana… Hay que ver el culo que tiene su mujer, tan esmirriada…
»Pues don Periquito sería un buen personaje, no creas, pero me da no sé qué sacarlo en una novela, al fin tengo que aguantar su calva durante toda la mañana, un día y otro. Además, será eso lo que esperen todos, una especie de venganza. ¡Me río yo de la venganza! Porque sacarlo en la novela sería como inmortalizarlo, y él no se lo merece. De modo que, descantado don Perico, tía me dirás a quién ponemos de malo. Tiene que ser un tío guapo, con algo de terrible… Sí, va lo estoy viendo, un tío que te espera en` la escalera cuando bajas del baño, y te coge la mano, te la coge contra el barandal… Y te dice un piropo o alguna grosería… ¿Y por qué no un tío de fuera, un tío vestido de uniforme, militar o marino, que te espera con su coche todas las mañanas y quiere traerte al trabajo? Sí, creo que es la mejor solución… A un tío así se le puede hacer malo, malo de veras, y también bueno. No se me había ocurrido. El tercero en discordia no tiene por- qué ser malo: ésa es una apreciación particular del Presidente. Puede ser un hombre normal, un hombre que se ha enamorado de ti, ¿no te parece mejor? Un hombre malo siempre tiene el defecto de su maldad, y por él es repulsivo. Todo el mundo ha sido prevenido contra la gente mala… Claro que habría que establecer primero qué es una persona mala. Yo mismo no lo sé ni tengo experiencia de ello. ¿Don Periquito es una mala persona? Pues no lo creo. Que sea mi enemigo, que me ponga verde, que ande diciendo por ahí que soy un mal poeta no basta para tildarlo de mala persona. Envidiosillo sí que lo es, pero nada más, y él probablemente no tiene la culpa, sino las circunstancias. Sí, decidido: cl tercero en discordia es un hombre normal que se ha enamorado de ti, un hombre con ciertos atractivos, además del uniforme…
CAPÍTULO VII
– NO ESTÁ MAL VISTO, eso de meter a un oficial de marina en la novela: le daría cierto sabor local. Porque supongo que la novela transcurre en este pueblo. Un oficial de marina, sí. Pero, en cambio, esa idea de cine sea una persona corriente, ni buena ni mala, no me parece tan bien. Una persona corriente, ni buena ni mala, se retira al saber que su amor no es correspondido. En cualquier caso, un personaje de esas características, ni pone en peligro la virtud de la muchacha ni constituye un verdadero tercero en discordia. Los protagonistas, o se mofan de él, o lo consideran con piedad… «¡El pobre…!», tiene que decir ella alguna vez, y no es de eso de lo que se trata. Ese tercero tiene que ser un tipo tal, por su carácter o por su situación, que sólo saber que pretende a la muchacha introduce un elemento de terror. Tiene usted que inventar a alguien de quien dependa el porvenir de la pareja, alguien a quien hay que tener contento porque, si no… va me entiende.
– Sí, entiendo -respondió Pepe Ansúrez con voz ronca-. Alguien de quien dependa el porvenir de los dos… Pero eso lo sitúa aquí, entre nosotros, y en este mismo despacho. Porque nuestro destino está en sus manos, usted lo sabe, y nadie más que usted nos puede poner en la calle, con razón o sin ella. Usted es en realidad el dueño de nuestras vidas, pero no querrá aparecer como el malo de mi novela.
– Y ¿por qué no?
Se miraron en silencio. Pepe Ansúrez comenzó a jugar, nerviosamente, con algo que había encima de la mesa.
– Yo no me atrevería…
– ¿Y si se lo ruego? ¿Y si se lo ordeno?
– En ese caso…
– No hay más que hablar, entonces. Estoy dispuesto a ser ese malo que usted necesita, pero sin disfrazar mi personalidad, sin disfrazar siquiera mi despacho. Aquí mismo donde estamos…
– Aquí mismo, ¿qué?
– Este despacho puede ser el lugar de mis maldades. Pongamos que lo es ya, realmente.
– ¿Va usted a despedirnos? Quiero decir a Elisa y a mí…
– No, no, no. Más bien todavía no. En este despacho se pueden cometer más males que el de despedir injustamente a dos funcionarios intachables. Se puede, por ejemplo, seducir a una mujer, a una mujer casada, pongamos por caso. Incómodo, sí, seducir- a nadie aquí, pero satisfactorio. El verdaderamente malo tiene que saber renunciar al placer de una cama cómoda, puesto que su meta no está en el placer físico, sino en el moral que da la maldad… No olvide usted que se trata de un malo, no de un conquistador- profesional. El malo, tal y como yo la concibo, está por encima del placer, aunque se sirva de él. Fíjese bien que he dicho se sirva, no se someta. Un hombre que pone el placer por encima de todo no puede ser verdaderamente malo.
– Entiende usted más que yo. ¿Por qué no escribe la novela?
– Porque no sé escribir, así de simple. ¡Si supiera…!
Cerró los ojos. Ansúrez imaginó que el Presidente se imaginaba escritor, autor de una novela cuyo personaje fuera la Maldad personificada, algo que estaba más allá de las posibilidades de su mente.