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– Sí -contestó-. Todo el departamento.

– Y tú también.

– Oh, mi amigo, especialmente yo.

– ¿Estás infectado?

– «Infección» no es la palabra apropiada.

– Pero se aproxima bastante.

– Todo el mundo en el departamento la tiene. Pero yo no. No que yo sepa. Todavía no.

– Quizá los otros no pudieron elegir y tú sí.

– Decidí cooperar porque podían obtenerse muchos beneficios de lo que había salido tan mal.

– ¿Del fin del mundo?

– Están trabajando para descubrir qué es lo que ha sucedido.

– ¿Trabajando fuera de Wyvern, en algún sitio bajo tierra?

– Allí y en otros lugares, sí. Y si encuentran la forma de combatirla… entonces conseguirán maravillas.

Mientras hablaba apartó su mirada de mí y la dirigió a la ventana del estudio.

– Toby.

Los ojos de Manuel volvieron a clavarse en mí.

– Esto, esta plaga, sea lo que sea, ¿esperas que puedan controlarla, pueden utilizarla para ayudar a Toby?

– Tú también eres parte interesada, Chris.

Desde el tejado del granero un bufo replicó cinco veces en rápida sucesión, como si sospechara de todo el mundo en Moonlight Bay.

– Es la razón por la que mi madre trabajó en investigación biológica para los militares. La única razón. Porque allí tenía la oportunidad de encontrar algo que curara mi XP -dije tras lanzar un profundo suspiro.

– Y algo puede hacerse todavía.

– ¿Era un proyecto de armamento?

– No la culpes, Chris. Sólo un proyecto de armamento podía disponer de diez billones de dólares. Nunca hubiera podido hacer su trabajo de otra manera. Hubiera sido demasiado caro.

Indudablemente esto era cierto. Sólo un proyecto de armamento contaría con los recursos necesarios para llevar a cabo la complicada investigación que requería poner en práctica las teorías de mi madre.

Wisteria Jane (Milbury) Snow era especialista en teoría genética. Esto significa que ella pensaba lo que otros científicos ponían en práctica. No pasaba mucho tiempo en laboratorios o trabajando en el laboratorio virtual de una computadora. Su laboratorio era su mente y estaba magníficamente equipado. Ella teorizaba y, guiados por sus teorías, otros las comprobaban.

Ya he dicho que era una mujer muy brillante, pero quizá no he dicho que lo era de una manera extraordinaria. Así era ella. Podría haber elegido cualquier universidad del mundo para enseñar. Todas la querían.

A mi padre le gustaba Ashdon, pero la hubiera seguido a cualquier parte. Se hubiera adaptado a cualquier ambiente académico.

Se quedó en Ashdon por mi causa. La mayor parte de las universidades importantes se encuentran en ciudades grandes o medianas, en las que hubiera estado limitado durante el día como lo estaba en Moonlight Bay pero en las que no hubiera podido disfrutar de la vida por la noche. Las ciudades siguen brillando después de la puesta del sol. Y en algunas zonas oscuras de una ciudad no hay espacio en el que un muchacho y su bicicleta puedan aventurarse a salvo entre el anochecer y la madrugada.

Redujo su vida para ampliar la mía. Se confinó en una ciudad pequeña, abandonando muchas de sus facultades, para darme la oportunidad de ampliar las mías.

Las pruebas que determinan daños genéticos en el feto no estaban muy desarrolladas cuando yo nací. Si los instrumentos de análisis hubieran estado lo suficientemente avanzados para detectar el XP en las semanas siguientes a mi concepción, quizás hubiera decidido no traerme a este mundo.

Cómo me gusta el mundo con toda su belleza y rareza.

Por mi causa en los años venideros el mundo se hará aun más extraño, y quizá menos hermoso.

Si no hubiera sido por mí, se hubiera negado a poner su inteligencia al servicio del proyecto de Wyvern, nunca les hubiera permitido tomar nuevos caminos en la investigación. Y no hubiéramos seguido uno de esos caminos hacia el precipicio en el que ahora nos encontramos.

Mientras Orson se apartaba para dejarle pasar, Manuel se aproximó a la ventana. Se quedó mirando a su hijo y en su rostro más iluminado ahora no observé ninguna luz salvaje sino un amor sobrecogedor.

– Aumentar la inteligencia de los animales -dije- ¿que aplicación militar podía tener?

– Por un lado ¿que mejor espía que un perro tan inteligente como un ser humano entre las filas enemigas? Un disfraz imposible de descubrir. Y los perros no necesitan pasaportes ¿Que mejor explorador en un campo de batalla?

Diseñas un perro excepcionalmente poderoso que es mas inteligente pero además de una violencia salvaje cuando ha de tenerla. Y tienes un nuevo tipo de soldado; una maquina asesina con capacidad para la estrategia.

– Creía que la inteligencia dependía del tamaño del cerebro.

Se encogió de hombros.

– Solo soy un poli.

– O del número de pliegues en la superficie del cerebro.

– Evidentemente ellos descubrieron la diferencia. Hubo un éxito previo, hace unos años, creo que se llamaba proyecto Francis. Un golden retriever de una inteligencia sorprendente. La operación Wyvern se inició para capitalizar lo que habían aprendido de la anterior. Y en Wyvern no se trabajó precisamente con la inteligencia animal. Se intentaba aumentar la inteligencia humana, en muchos aspectos, en demasiados aspectos.

Toby, en el estudio, con las manos enguantadas, colocó el jarrón en un recipiente lleno hasta la mitad con vermiculita. Empezaba la etapa siguiente del proceso de templado.

– ¿Demasiadas cosas? ¿Qué? -pregunté sin moverme del lado de Manuel.

– Querían aumentar la agilidad, la velocidad y la longevidad humanas, no solo transfiriendo material genético de una persona a otra sino de una especie a otra.

De una especie a otra.

– Oh, Dios mío -me oí exclamar.

Toby vertió mas vermiculita granular en el jarro, hasta que quedó cubierto. La vermiculita es un magnifico aislante que permite que el cristal siga enfriándose muy despacio y a velocidad constante.

Recordé algo que me había dicho Roosevelt Frost: que perros, gatos y monos no eran los únicos sujetos de experimento en el laboratorio de Wyvern, sino que había algo peor.

– Personas -dije aturdido-, ¿experimentaban con personas?

– Con soldados sentenciados en tribunales militares por asesinato, condenados a sentencias de por vida en prisiones militares. Podían pudrirse allí o tomar parte en el proyecto y quizás obtener la libertad como recompensa.

– Pero experimentar con personas…

– Dudo que tu madre estuviera enterada de todo esto. No siempre le comunicaban como aplicaban sus ideas.

Toby debió de oír nuestras voces a través de la ventana, porque se quitó los guantes aislantes y las gafas protectoras para mirarnos. Nos dirigió un saludo con la mano.

– Todo fue a peor -siguió diciendo Manuel- No soy un científico. No me preguntes cómo. Pero fue a peor en muchos sentidos. Se veía en su rostro. De repente sucedieron cosas que ellos no esperaban. Cambios que no habían considerado. Los animales y los prisioneros para los experimentos su material genético sufrió unos cambios que no esperaban y que no se podían controlar.

Esperé un momento, pero al parecer no iba a decirme nada más.

– Se escapo un mono. Un rhesus. Lo encontraron en la cocina de Angela Ferryman -insistí.

La mirada inquisitiva que me dirigió Manuel fue tan penetrante que me dio la sensación de que había visto el interior de mi corazón, que sabía el contenido de cada uno de mis bolsillos y hasta había contado las balas que me quedaban en la Glock.

– Volvieron a capturar al rhesus -dijo-, pero cometieron la equivocación de atribuir su escapada a un error humano. No comprendieron que lo habían soltado, liberado. No comprendieron que algunos científicos del proyecto se estaban… transformando.

– ¿Transformando en que?

– Solo… transformando. En algo nuevo. Cambiando.

Toby apago el gas. El quemador Fisher se tragó sus propias llamas.

– ¿Cambiando como? -le pregunte a Manuel.

– Sea cual fuere el sistema que desarrollaron para insertar nuevo material genético en un animal o un prisionero de laboratorio ese sistema cobró vida independiente.

Toby apagó todos los paneles fluorescentes menos uno para que yo pudiera entrar.

– Material genético de otras especies se introducía en el cuerpo de los científicos del proyecto sin que ellos se dieran cuenta. De pronto algunos empezaron a tener muchas cosas en común con los animales.

– Dios.

– Quizá demasiado. Hubo algún episodio. No conozco los detalles. Fue extremadamente violento. Hubo muertos. Y todos los animales escaparon o fueron liberados.

– El grupo.

– Alrededor de una docena de monos inteligentes y violentos, sí. Pero también perros y gatos… y nueve prisioneros.

– ¿Y todavía andan sueltos?

– Tres de los prisioneros murieron cuando se intento capturarlos. La policía militar vino a ayudarnos. Fue cuando la mayoría de los polis del departamento se contaminó. Pero los otros seis y todos los animales… no se encontraron.

La puerta del granero se abrió y apareció Toby en el umbral.

– ¿Papa? -acercó su pesado cuerpo al de su padre y lo abrazó con fuerza. Luego me sonrió-. Hola, Christopher.

– Hola, Toby.

– Hola, Orson -dijo el muchacho, soltando a su padre y poniéndose de rodillas para saludar al perro.

Orson lamió a Toby, se comportaba como una mascota mimada.

– Ven a visitarnos -añadió Toby.

– Ahora hay un nuevo grupo -le dije a Manuel-. No es violento como el primero. O al menos todavía no lo es. Todos sus miembros llevan emisores, lo que significa que los han soltado con un propósito ¿Por que?

– Para encontrar al primer grupo y descubrir donde se oculta. Son tan evasivos que todos los intentos para localizarlos han fracasado. Es un plan desesperado, un intento de hacer algo, antes de que el primer grupo se haga demasiado grande. Pero tampoco funciona. Se acaba de crear otro problema.

– Y no solo por culpa del padre Eliot.

Manuel se me quedo mirando fijamente un buen rato.

– Sabes mucho, ¿no es cierto?

– No lo bastante. Y demasiado.

– Tienes razón, el padre Tom no es el problema. Solo ha visto a algunos. Se sacan los emisores unos a otros. Este nuevo grupo no son violentos pero son muy inteligentes y desobedientes. Desean ser libres. A toda costa.

Abrazando a Orson, Toby me repitió su invitación.


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