No era consciente de que me vigilaran. Después de lo que me había enterado en las últimas horas, sabía que me debieron controlar al menos de vez en cuando durante mis visitas anteriores.
Junto a los márgenes de la Ciudad Muerta había muchos barracones y otros edificios. Una antigua comisaría, una barbería, un comercio de lavado en seco, una floristería, una panadería, un banco los rótulos pelados y llenos de polvo. Un centro de asistencia diurna. Los mocosos de los militares en edad escolar asistían a clase en Moonlight Bay, pero aquí hay un jardín de infancia y una escuela elemental. En la biblioteca de la base, los estantes llenos de telarañas estaban desnudos de libros a excepción de una copia de El guardián entre el centeno . Clínicas dentales y médicas. Un cine con nada en la marquesina excepto una palabra enigmática: quien. Una bolera. Una piscina olímpica seca cuarteada y llena de detritos. Un centro de fitness . Hileras de establos, que ya no albergan caballos, las puertas abiertas moviéndose con desagradable coro de roces y crujidos cuando sopla el viento. El campo de soft ball esta lleno de malas hierbas y la carcasa podrida de un puma que yace allí hace más de un año en la jaula del bateador es, por fin, solo un esqueleto.
Pero no me interesaba nada de todo esto. Pasé por delante con la bicicleta hasta un edificio similar a un hangar que se levanta sobre la madriguera de cámaras subterráneas donde encontré la gorra Instrucción Secreta el pasado otoño.
Sujeta a la parte trasera de la bicicleta llevo una linterna de policía en la que se puede regular la intensidad de la luz. Aparqué en el hangar y saqué la linterna de la rejilla.
Orson encuentra Fort Wyvern interesante y aterrador al mismo tiempo, pero a pesar de la reacción de una noche particular, permanece a mi lado, impasible. Esta vez estaba asustado, pero no vaciló ni se quejó.
La puertecita del tamaño de un hombre en una de las grandes puertas del hangar estaba abierta. La atravesé guiándome con la linterna y con Orson pisándome los talones.
El hangar es un edificio contiguo al campo de vuelo, y es improbable que aquí hubiera algún avión de servicio. Arriba están los carriles en los que una cabria móvil, ahora desaparecida, se movía de extremo a extremo de la estructura. A juzgar por la solidez de la lámina y la complejidad de los soportes de acero de esos elaborados raíles, la cabria debía levantar objetos de mucho peso. Había también unas planchas de acero con abrazadera, todavía atornilladas al hormigón, una de ellas debió de sostener maquinaria muy fuerte. En el suelo, unos receptáculos de formas curiosas, ahora vacíos, debieron de albergar mecanismos hidráulicos cuya función me era desconocida.
Con el foco de la linterna ilumine unas formas geométricas de luces y sombras que proyectaban las cabrias. Como ideogramas de una lengua desconocida, decoraban las paredes y las planchas curvas del techo y ponían al descubierto que la mitad de los paños de las altas ventanas con galería estaban rotos. Me desconcertó la sensación de que no estaba en un almacén de maquinaria vacío ni en un centro de mantenimiento, sino en una iglesia abandonada. El aceite y las manchas de productos químicos en el suelo emanaban un aroma semejante al incienso. El frío penetrante no era solamente una sensación física sino que también afectaba al espíritu, como si se tratara de un lugar sin consagrar.
Un vestíbulo, en uno de los extremos del hangar, albergaba un tramo de escaleras y un gran pozo de ascensor del cual se habían retirado el mecanismo de elevación y los cables. No puedo asegurarlo, pero a juzgar por el abandono de aquellos que habían dejado el edificio, el acceso al vestíbulo debió de hacerse a través de otra cámara. Y sospecho que la existencia del ascensor y las escaleras se mantuvo en secreto para la mayoría del personal que trabajaba en el hangar o que tenía que atravesarlo.
En la parte superior de la caja de la escalera permanece todavía una formidable armadura de acero y una entrada, pero la puerta ha desaparecido. Aparté unas arañas y cochinillas de humedad de los escalones con la linterna y baje con Orson a través de una película de polvo que únicamente tenía las huellas que nosotros habíamos dejado durante otras visitas.
Los escalones llevaban a tres plantas subterráneas, con unas huellas de pisadas considerablemente más grandes que las del hangar. La red de corredores y habitaciones sin ventanas habían sido desalojadas de todo el mobiliario que pudiera dar una clave de la naturaleza del trabajo que allí se realizaba se lo habían llevado todo y solo habían dejado las paredes de cemento. Hasta los aparatos más pequeños de filtración de aire y de los sistemas de cañerías habían desaparecido.
Tengo la sensación de que la meticulosa erradicación solo se explica en parte por su deseo de evitar que nadie se enterase del verdadero propósito del lugar. Aunque solo se trataba de una intuición, creo que cuando hicieron desaparecer toda huella del trabajo que allí se había llevado a cabo, en parte estaban motivados por la vergüenza.
No creo, sin embargo, que sea este el servicio de guerra químico-biológica que he mencionado antes. Considerando el alto grado de aislamiento requerido, este complejo subterráneo se encuentra seguramente en un rincón más alejado de Fort Wyvern, es mucho más grande que estas tres inmensas plantas, está más oculto y enterrado a mayor profundidad.
Además aquel servicio al parecer todavía esta operativo.
Sin embargo, no estoy seguro de que actividades peligrosas y extraordinarias de un tipo u otro no se llevaran a cabo debajo del hangar. Muchas de las cámaras, reducidas a cuatro paredes de hormigón, tienen peculiaridades que son desconcertantes y profundamente inquietantes.
Una de esas enigmáticas cámaras se encuentra en el nivel mas bajo, donde el polvo todavía no ha entrado, en el centro de la planta y rodeada por corredores y habitaciones más pequeñas. Es de forma ovoide, de unos seis metros de longitud, no menos de dieciocho metros de diámetro en el punto más ancho, que va disminuyendo hacia los extremos. Las paredes, el techo y el suelo son curvos, así que ahí dentro te sientes como si estuvieras en el interior de la cáscara de un huevo gigante.
Se entra a través de un pequeño espacio contiguo que podía haber sido ocupado con una antecámara de compresión. En lugar de puertas debía de tener una compuerta, la única abertura en las paredes de la cámara ovoide es un círculo de metro y medio de diámetro.
Crucé el umbral curvo y pasé a través de la abertura con Orson, deslicé el haz de luz por las paredes y, como siempre, me quedé maravillado: metro y medio de hormigón con refuerzos de acero.
En el interior del gigantesco huevo, la curva lisa y continua de las paredes, el suelo y el techo están cubiertos por lo que parece ser un cristal lechoso, ligeramente dorado y translúcido, como es irrompible, cuando pisas fuerte produce un sonido de campanas tubulares. Además, no hay ninguna grieta en ningún sitio.
Este raro material está muy pulimentado y posee la textura de la porcelana. El foco de la linterna penetra el revestimiento, vibra y parpadea a través de él, ilumina las espirales doradas de su interior y brilla tenuemente por su superficie. Sin embargo, ese material no era en absoluto resbaladizo cuando cruzamos hacia el centro de la cámara.
Las suelas de goma de mis zapatos apenas chirriaron. Las uñas de Orson produjeron una tenue música mágica, tañendo el suelo con un tinc-ting como de campanillas.
En la noche de la muerte de mi padre, en la noche de las noches, quise volver a este lugar en el que había encontrado la gorra Instrucción Secreta el último otoño. Estaba en el centro de la habitación en forma de huevo, el único objeto olvidado en las tres plantas bajo el hangar.
Pensé al principio que el último trabajador o el inspector la debieron dejar olvidada allí. Pero ahora sospechaba que una cierta noche de octubre, unos desconocidos me habían descubierto explorando estos lugares, me habían seguido de una planta a otra sin que yo me apercibiera, me habían adelantado sigilosamente y habían dejado la gorra donde pudiera encontrarla.
Si fue así, no parecía un acto de provocación sino más bien un saludo o hasta una gentileza. La intuición me decía que las palabras Instrucción Secreta tenían algo que ver con el trabajo de mi madre. Veintiún meses después de su muerte, alguien me había dado la gorra porque era un lazo de unión con ella y quienquiera que me había hecho el regalo era alguien que admiraba a mi madre y me respetaba a mí porque yo era su hijo.
Esto es lo que deseaba creer: que en la impenetrable conspiración había alguien que no consideraba a mi madre como una villana, alguien amistoso, aunque no me reverenciara, como había dicho Roosevelt. Deseaba creer fervientemente que allí dentro había buenos tipos, no sólo malvados, porque cuando me enteré de lo que mi madre había hecho para destruir este mundo, prefería recibir la información de personas que estaban convencidas, por lo menos, de que sus intenciones habían sido buenas.
No quería enterarme de la verdad por boca de personas que odiaban a mi madre y a mí me perseguían y que soltaban con amargura aquella acusación: «¡Tú!».
– ¿Hay alguien ahí? -pregunte.
La pregunta se alzó en espiral en ambas direcciones, rebotó en las paredes de la habitación en forma de huevo y volvió a mí en dos ecos separados, como el murmullo de la brisa a través del agua.
Ninguno de los dos recibió respuesta.
– No busco venganza -exclamé- No la quiero.
Nada.
– No voy a ir a las autoridades. Es demasiado tarde y lo hecho, hecho está. Lo acepto.
El eco de mi voz desapareció poco a poco. Otra vez la habitación se llenó de un silencio sobrecogedor tan denso como el agua.
Esperé un minuto antes de romperlo de nuevo.
– No quiero que Moonlight Bay quede borrada del mapa, y mis amigos tampoco. Bajo ninguna razón. Todo lo que deseo es comprender.
Nadie apareció para darme explicaciones.
Ir allí había sido una apuesta arriesgada.
Pero no me sentí desilusionado. Rara vez me había permitido sentir desilusión por algo. La lección de mi vida es la paciencia.
Sobre aquellas cavernas construidas por el hombre, el amanecer se estaba aproximando rápidamente y no podía perder más tiempo en Fort Wyvern. Tenía otro asunto importante que resolver antes de ir a casa de Sasha a esperar la desaparición del reinado del sol.
Orson y yo atravesamos el sonoro suelo, en el que el haz de luz de la linterna era refractado con espirales de un brillo dorado como galaxias de estrellas bajo los pies.