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– Sí -dijo Sinclair-, más fácil sí, pero también más arriesgado. Un cuerpo sin identificar siempre atrae sospechas.

– ¿Y la fotografía? -preguntó Molly-. ¿La del cuello… el cuello cortado?

– En estos días, tampoco eso es imposible -dijo Sinclair, con cansancio-, un contacto con alguien de los laboratorios de medios en el mit…

– Claro -dije-. Fotografías retocadas con métodos digitales…

Él asintió. Molly no entendía del todo.

Yo le expliqué:

– ¿Te acuerdas hace unos años, cuando la National Geographic vino con una fotografía en la que habían corrido la pirámide de Giza para que encajara?

Ella negó con la cabeza.

– Hubo controversia en algunos círculos -dije-. Pero el asunto es que ahora se pueden retocar fotos de una forma tan sofisticada que casi nadie puede detectar el truco.

– Correcto -dijo Sinclair.

– Fue para que el foco de atención no estuviera en el problema de si te habían matado, sino en el cómo, ¿verdad?

– Bueno -dijo Molly-, a mí me engañaste. Pensé que te habían asesinado, que te habían cortado el cuello en dos antes del accidente, que habían matado a mi padre de una forma espantosa… Nada menos. Y aquí estás, todo el tiempo, tomando sol y navegando en un lago del Canadá… -La voz se hacía cada vez más fuerte, más furiosa. -¿Cuál era el punto? ¿Hacerme pensar a mí que te habían matado? ¿Hacerle creer todo esto a tu propia hija?

– Molly… -trató de interrumpir su padre.

– ¿Traumatizar y aterrorizar a tu hija, a tu propia hija? ¿Para qué?

– ¡Molly! -interrumpió él con desesperación-. ¡Escúchame!. Por favor, escúchame… El punto era salvarme.

Respiró hondo y después empezó a contarnos todo.

65

La habitación en la que estábamos sentados -toda ventanas y muebles de madera rústica- se oscurecía lentamente a medida que se acercaba el crepúsculo. Nuestros ojos se iban acostumbrando a la oscuridad poco a poco. Sinclair no se levantó a encender las luces. Nosotros tampoco lo hicimos. Ahí estábamos, transfigurados, mirando su forma en sombras, escuchándolo.

– Una de las primeras cosas que hice cuando llegué a director, Ben, fue pedir los archivos de tu corte marcial de hacía quince años. Siempre había tenido sospechas sobre ese asunto y aunque tú querías olvidarte lo antes posible, yo necesitaba saber la verdad sobre ese día.

"Si esto hubiera pasado en los viejos días, el asunto habría muerto ahí. Pero la Unión Soviética ya no existía, y nos era mucho más fácil acceder a los agentes soviéticos. La transcripción del juicio contra ti revelaba la identidad del agente que había tratado de desertar, Berzin, así que usé un canal complejo del que no voy a hablar, para hacer contacto con él.

"Los rusos habían averiguado algo sobre el intento de deserción. Supongo que Toby les informó. Así que pusieron a Berzin en prisión -por suerte, habían dejado de fusilar a ese tipo de agentes cuando Krushchev llegó al poder-. Unos años después lo soltaron y lo enviaron a vivir a una casa a cien kilómetros de Moscú.

"Bueno, el nuevo gobierno soviético no tenía interés en él, así que yo pude hacer un trato. Le mandé un pasaje para él y uno para su esposa y a cambio, me dio el archivo que había tratado de vender en París y que probaba que Toby era, o mejor dicho, había sido, una especie de agente soviético llamado

URRACA.

Molly interrumpió.

– ¿Por qué "una especie de" agente soviético? -urraca no simpatizaba con el comunismo desde el punto de vista ideológico -explicó Sinclair

"No trabajaba para ellos por propia voluntad. Empezó en1956, o antes. Aparentemente, uno de los tipos importantes de la kgb había encontrado a Toby con las manos en la masa: manipulando fondos de la Agencia. Le dieron un ultimátum: o cooperas con nosotros, o le decimos a Langley lo que sabemos, y tú te enfrentas a las consecuencias. Toby decidió cooperar.

"Como sea, este tipo Berzin me dijo que tenía una cinta grabada del encuentro entre tú y Toby, y me la pasó. Confirmaba todo. Te habían tendido una trampa. Le dejé el original a él pero la copié. Y le pedí que te diera el original si alguna vez llegaba el momento de hacerlo, si tú se lo pedías.

"Investigué toda la historia y supe que Toby no estaba ya en una posición importante dentro de la Agencia, una posición caliente, sino a cargo de proyectos externos que a mí me parecieron marginales… percepción extrasensorial y cosas así, proyectos con los que nunca podría hacer demasiado daño.

– ¿Por qué no lo arrestaste? -pregunté.

– Habría sido un error arrestarlo antes de averiguar más sobre la corrupción -dijo Sinclair-. No podía arriesgarme a que supieran que yo sabía.

– Pero si Toby era uno de los conspiradores -me preguntó Molly-, ¿por qué se te acercaba tanto físicamente en Toscana?

– Porque sabía que yo estaba demasiado drogado para intentar nada -expliqué.

– ¿De qué están hablando? -preguntó Sinclair.

Aquí Molly se volvió. Me miró. Yo desvié la vista: ¿qué sentido tenía decírselo? ¿Qué sentido hubiera tenido aunque nos creyera?

– Tu carta explicaba lo del oro, lo de ayudar a Orlov a sacarlo de Rusia -dije-. Aparentemente la escribiste apenas te encontraste con él en Zúrich. ¿Qué pasó después?

– Supe que la desaparición del oro haría sonar toda clase de alarmas -dijo él-, pero no tenía idea de lo que realmente significaba. Mandé a Sheila a encontrarse con Orlov y llevar a cabo la segunda vuelta de negociaciones, hacer los últimos arreglos. Horas después de volver de Zúrich, la mataron camino a su departamento en Georgetown.

"Yo quedé aterrorizado y lleno de dolor. Sabía que la culpa era mía, y estaba seguro de que era el próximo en la lista. Había una guerra por el oro, una guerra desatada que seguramente conducían los Sabios. Casi ni podía pensar… estaba en estado de shock, de dolor por Sheila."

Aunque apenas si veía la cara de Hal, la silueta misma me decía que estaba tenso, por la concentración o tal vez por losnervios. Enfoqué la mente y traté de recibir algún pensamiento, pero no había nada: no estábamos lo suficientemente cerca.

– Y vinieron por mí, claro. Era cosa de horas después de la muerte de Sheila. Dos hombres entraron en mi casa. Yo tenía un revólver cerca de mi cama, a mano, y conseguí matar a uno. El otro, bueno, quería matarme pero no con un disparo. Tenía en mente algo más elaborado, un accidente, y eso lo hizo más lento.

– Lo diste vuelta -dije.

– ¿Qué? -interrumpió Molly.

– Correcto -contestó Hal-, lo di vuelta. Hice un trato. Después de todo, el director de la CIA tiene sus recursos, ¿no les parece? Esencialmente, lo convertí a mi bando, como se enseñaba en los días del entrenamiento. Tenía algo de dinero. Fondos reservados. Así que podía pagarle muy bien y sobre todo, protegerlo.

"Supe por él que Truslow había dado la orden de matarme, como antes con Sheila. Y que la idea era que el oro ya no estuviera en mis manos ni en las de los gobiernos de Rusia y los Estados Unidos, sino en las de los Sabios. Truslow ya había empezado sus preparativos para tenderme una trampa, fotos que me mostraban en las islas Caimán, registros de computadora y demás. Todo falso, claro. Iba a hacerme matar. Después me acusaría de la pérdida del dinero.

"Fue entonces que supe que Truslow se había corrompido. Que era uno de los Sabios. Y que no se detendría hasta que controlara el oro. Y me di cuenta de que mi único camino era desaparecer.

"Así que yo le hice lo mismo: creé una fotografía, una que me mostraba convincentemente muerto. Esa era la prueba que el hombre necesitaba mostrarle a Truslow para cobrar su medio millón de dólares. Y cuando ya "hubiera muerto", cuando hubieran enterrado a mi doble bajo tierra, ese agente se sentiría a salvo. Para él era un gran trato. Y para mí también.

– ¿Adonde está él ahora? -preguntó Molly.

– En Sudamérica, en alguna parte, creo yo. Seguramente en Ecuador.

Pero yo oí por primera vez uno de los pensamientos de Hal, un pensamiento bien claro: Lo hice matar.

Me parecía que las piezas del rompecabezas estaban empezando a caer en su lugar, así que interrumpí el relato de Sinclair.-¿Qué sabes sobre un asesino alemán cuyo nombre de código es Max?

– Descríbemelo.

Le dije cómo era Max.

– El Albino -contestó Sinclair enseguida-. Así lo llamábamos. El nombre real es Johannes Hesse. Hesse era el especialista en trabajos sucios de la Stasi hasta el día en que cayó el Muro de Berlín.

– ¿Y después?

– Después, desapareció. En algún lugar de Cataluña, en ruta hacia Burma donde se habían refugiado un número de camaradas de la Stasi. Supongo que se metió en el negocio pero como agente privado.

– Estaba en la lista de pagos de Truslow -dije-. Otra pregunta: ¿esperabas que los Sabios buscaran el oro?

– Naturalmente. Y no me equivocaba.

– ¿Cómo…?

Él sonrió.

– Escondí el número de cuenta en varios lugares, lugares que yo sabía que ellos registrarían llegado el momento. En casa, en las cajas fuertes de la oficina… En mis archivos ejecutivos. En código, claro.

– Para que fuera plausible -dije-. Pero ¿no crees que alguien inteligente podría haber encontrado una forma de transferir el dinero? ¿Sin detección?

– No desde esa cuenta. La pensé muy bien cuando hicimos el contrato con el banco. Una vez que yo o mis herederos legales tuviéramos acceso a la cuenta, el banco la activaba y entonces Truslow podría transferir el dinero. Pero tendría que ir a Zúrich personalmente… y por lo tanto, dejar sus huellas.

– ¡Ah, ahora entiendo! Esa era la razón por la que Truslow necesitaba que fuéramos a Zúrich! -exclamé de pronto-. Y la razón por la que, una vez que activamos la cuenta, su gente trató de matarme. Pero seguramente tú tenías un contacto confiable con el Banco de Zúrich.

Sinclair asintió, cansado.

– Necesito dormir. Necesito descansar.

Pero yo seguí diciendo:

– Así lo atrapaste: él mismo te dio sus "huellas" servidas.

– ¿Por qué dejaste la foto para mí en París? -preguntó Molly.

– Simple -contestó su padre-. Si me rastreaban hasta aquí y me mataban, quería estar seguro de que alguien, en lo posible tú, encontrara los documentos que escondí en esta casa.

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