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Docenas de personas sin hogar dormían sobre cartones en los bancos. Muchos negocios estaban tapiados con madera, había vidrieras rotas sin arreglar y locales abandonados. Wegen Geschaftsaufgabe alie Waren 30% billiger!, decía un cartel: Cerramos, liquidación 30% de descuento.

Munich parecía una ciudad fuera de control. Me pregunté si el país entero, en la crisis económica más profunda desde los días anteriores a la llegada de Hitler al poder, no estaría exactamente igual.

Molly y yo tomamos el subte desde Marienplatz hasta Münchner Freiheit y nos abrimos paso a través de los caminos asfaltados del Englischer Garten, junto al lago artificial, cerca de la Torre China. Pronto localizamos el Monopteros, todo columnas y capiteles labrados. Lo rodeamos en silencio. En los sesenta, el Monopteros había sido un lugar preferido por los manifestantes y la gente de la calle. Ahora parecía el punto de reunión de adolescentes, vestidos con camperas de cuero y tachas o con uniformes de secundaria como los estadounidenses.

– ¿Por qué crees que el dinero está en Munich? -me preguntó Molly-. La capital financiera de Alemania, ¿no es Frankfurt?

– Sí. Pero Munich es el centro manufacturero. La capital industrial y también la capital de Bavaria. La verdadera ciudad del dinero. A veces, se la llama la capital secreta de Alemania.

Era temprano, o mejor dicho, Atkins llegó tarde, en su Ford Fiesta viejo, apenas unas planchas de metal sostenidas por cinta aisladora. Tenía la radio a todo volumen o tal vez era una cinta. Donna Summer con el viejo clásico: Ella tiene que trabajar muy duro por dinero. En París, recordaba yo, Kent había demostrado un gusto vergonzoso por las discotecas. La música desapareció sólo cuando él detuvo el auto por completo. La máquina tembló una vez antes de parar a unos ciento cincuenta metros.

– Lindo auto -le grité cuando lo vi acercarse-. Muy gemütlich.

– Muy cagado -me devolvió él, sin sonreír. Tenía una gran tensión en la cara, la misma que había habido en la voz un rato antes. Atkins tenía unos cuarenta y cinco años, un hombre flexible con una cabellera prematuramente blanca que contrastaba con las cejas oscuras y espesas. Tenía una cara larga, delgada y casi nada de labios, pero de todos modos era muy buen mozo. También era homosexual, lo cual hizo difícil su carrera durante mucho tiempo (los grandes de Langley se han liberado de muchos prejuicios sólo hace muy pero muy poco, por cierto).

Había envejecido desde los tiempos de París. Tenía ojeras grandes, oscuras, que hablaban de noches de insomnio. No había sido de los que se preocupan, pero algo lo obsesionaba ahora, y yo sabía de qué se trataba.

Empecé por presentárselo a Molly pero él no quería saber nada con contactos sociales. Sacó una mano y me apretó el hombro.

– Ben -dijo, con los ojos llenos de alarma-, mira Ben, sal de aquí enseguida. Sal de Alemania, corriendo. No puedo dejar que me vean contigo. ¿Dónde estás parando?

– En Vier Jahreszeiten -mentí.

– Demasiado público, demasiado vulnerable. Yo no me quedaría en esta ciudad si fuera tú.

– ¿Por qué?

– Eres un PNG. -Persona no grata.

– ¿Aquí?

– En todas partes.

– ¿Y?

– Estás en la lista. Hay que buscarte.

– ¿Es decir?

Atkins dudó, miró a Molly, después a mí, como si nos pidiera permiso para contestar. Yo asentí.

– Cauterización.

– ¿Qué? -En la jerga de la Agencia, un agente comprometido o identificado debe "cauterizarse", es decir, se lo saca a los empellones de una situación de peligro por su propia protección. Pero muchas veces, cada vez más en realidad, el término se usa con ironía, y entonces significa que los empleadores de un agente van a arrestarlo porque lo consideran peligroso para la organización.Atkins me estaba diciendo que había órdenes que exigían que cualquier funcionario de la Agencia que me viera en el mundo me redujera y me llevara a los cuarteles generales.

– Es una D-Sin. -Eso significaba una DDCín, una directiva del director de la Central de Inteligencia.

– Ordenes de algún desgraciado que se llama Rossi, en la Agencia. ¿Qué estás haciendo aquí? -Ahora, había empezado a moverse con rapidez, seguramente un reflejo inconsciente, por el miedo. Lo seguimos, Molly en una especie de media carrera. Ella escuchaba y me dejaba a mí las palabras y las preguntas.

– Necesito ayuda, Kent.

– Dije que qué estás haciendo aquí. ¿Estás loco?

– ¿Cuánto sabes de esto?

– Me dijeron que tal vez te me acercaras. ¿Estás solo en esto o que?

– Estoy solo desde que me fui a la universidad a aprender leyes. No es nuevo que no pertenezco a la Agencia.

– Pero ahora estás en el juego otra vez -insistió él-. ¿Por qué?

– Me obligaron.

– Eso dicen todos. No se puede abandonar esto.

– A la mierda con eso. Yo lo abandoné. Un tiempo.

– Dicen que te pusieron en un programa experimental súper confidencial. Una investigación o algo así, algo que aumentaba la utilidad que puedes prestarles. No sé lo que significa. Los rumores son varios.

– Los rumores son bario -dije. Entendió enseguida: "bario" es un término inspirado en la kgb que indica información falsa que se da a gente de la que se sospecha, para detectar a los dobles agentes, exactamente lo que se hace con el bario en la gastroenterología.

– Tal vez -dijo él-. Pero tienes que esconderte, Ben. Ella también. Los dos. Desaparecer. Sus vidas están en peligro.

Cuando llegamos a un lugar desierto, un grupo de árboles junto a un camino polvoriento, me detuve.

– Ya sabes lo de muerte de Ed Moore…

El parpadeó.

– Sí. Le hablé la noche anterior.

– Me dijo que estabas asustadísimo.

– Exageró.

– Pero sí estás asustado, Kent. Tienes que decirme lo que sabes. Le diste documentos a Moore…

– ¿De qué estás hablando?

Molly, que se daba cuenta de la reticencia de mi amigo, anunció de pronto:-Voy a dar un paseo. Necesito aire fresco. -Me tocó la nuca con el dorso de la mano antes de partir.

– Él mismo me lo contó, Kent -seguí diciendo-. Nunca salió de mí, eso puedes creerlo. No tenemos tiempo. ¿Qué sabes? ¿Qué sabes de todo esto?

Él se mordió el labio. Frunció el ceño. Tenía la boca convertida en una línea recta, un arco apenas inclinado hacia abajo en los bordes. Consultó el reloj, un falso Rolex.

– Los documentos que le di a Ed no son prueba suficiente -dijo Kent.

– Pero tú sabes más, ¿verdad?

– No tengo nada escrito. Ningún documento. Todo lo que sé es de oído.

– A veces ésa es la información más valiosa, Kent. A Ed Moore lo mataron por esto. Tengo algo de información que puede serte útil…

– Es que no quiero tu información, carajo…

– ¡Escúchame!

– No -dijo él-. Tú escúchame a mí. Hablé con Ed unas horas antes de que esos hijos de puta lo obligaran a suicidarse. Me previno sobre una conspiración de asesinatos.

– Sí -dije, con el estómago tenso-. ¿Contra quién?

– Ed sólo sabía partes, algo. Especulación.

– ¿Quién?

– Contra el único que puede limpiar la Agencia.

– Alex Truslow.

– Eso es.

– Yo estoy trabajando para él.

– Me alegro. Por él y por la Agencia.

– Gracias. Ahora, necesito algo de información. Hace poco se giró mucho dinero a una cuenta corporativa en Munich. El Commmerzbank.

– ¿De quién es la cuenta?

¿Podía confiar en él o no? Tenía que confiar en las personas en quienes había confiado Ed Moore. Me lancé hacia adelante.

– ¿Estás conmigo o no?

Atkins respiró hondo.

– Sí. Estoy contigo.

– El nombre del que lo recibió era Gerhard Stoessel. La cuenta pertenece a Krafft A.G… Cuéntame lo que sepas. Todo.

Él meneó la cabeza.

– Hay algo que no está bien en lo que dices, Ben. Estás totalmente equivocado.

– ¿Por qué?-¿Sabes quién es Stoessel realmente?

– No -admití.

– ¡Dios! ¿Cuánto hace que no lees los diarios? Gerhard Stoessel es el presidente de Neue Welt, una gran empresa relacionada con propiedades. Se cree que tiene o controla la mayoría de las propiedades comerciales en la Alemania unificada. Y sobre todo, Stoessel es el asesor económico de Wilhelm Vogel, el canciller electo. Vogel ya lo nombró ministro de finanzas en el gobierno. Quiere que Stoessel reconstruya la economía caída de Alemania. Se lo conoce como el Svengali de Vogel, una especie de genio financiero. Pero como dije, hay algo que no encaja en lo que dices.

– ¿Qué?

– La compañía de Vogel no tiene relación alguna con Krafft A.G… ¿Qué sabes de Krafft?

– En parte, ésa es la razón por la que estoy aquí -dije-. Sé que es una gran fábrica de armas.

– Sólo la más grande de Europa. Con central en Stuttgart. Mucho más grande que otras compañías alemanas: Krupp, Dornier, Krauss-Maffei, Messerschmitt-Bölkow-Blohm, Siemens, y no nos olvidemos de Bayerische Motorenwerke. Más grande que Ingenieurkontor Lübeck, los fabricantes de submarinos; o Maschinenfabrik Augsburg-Nürnberg, aeg, mtu, Messerschmitt, Daimler-Benz, Rheinmetall…

– ¿Cómo sabes que Stoessel no tiene relación con Krafft?

– Es la ley. Hace años había una regla de la Oficina Federal de Cartel. La dictaron cuando Neue Welt trató de adquirir Krafft. La oficina decidió que ninguna de las dos podía tener nada que ver con la otra porque eso crearía un gigante incontrolable. ¿Sabes que la palabra "cartel" viene del alemán Kartell? Es un concepto alemán.

– Mi información es correcta, te lo aseguro -dije.

Había estado tratando de recibir los pensamientos de Kent todo el tiempo, en medio de la información. A veces, me llegaba algo. Cada vez que llegaba, me confirmaba lo que yo ya sabía: que me estaba diciendo la verdad, por lo menos la verdad tal como él la conocía.

– Si, y digo si, la información es correcta, y no pienso preguntarte de dónde la sacaste, no quiero saberlo, eso es prueba convincente de que la compañía de Stoessel adquirió Krafft, en secreto, ilegalmente…

Yo me volví para ver si Molly estaba cerca. Sí. Estaba caminando ida y vuelta por el mismo sendero.

Lo que significaba todo eso, pensé sin decirlo, era que el Banco de Zúrich había enviado millones de dólares a una corporación alemana, la firma más grandiosa de propiedades combinada con la mayor fábrica de armas del continente, las cuales estaban en estrecha relación con Wilhelm Vogel, el canciller electo de Alemania, el próximo líder de… de Europa, por lo menos funcionalmente.

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