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Sentado en una silla de cuero junto al escritorio había un hombre de hombros redondos, cabella negro y cuerpo robusto. Tendría unos cincuenta años-Ben -dijo Truslow-, me gustaría presentarle a Charles Rossi.

Rossi se levantó y me dio un fuerte apretón de manos.

– Me alegro mucho de conocerlo, señor Ellison

– Lo mismo digo -dije aunque dudaba de que fuera verdad Los dos nos sentamos y finalmente, yo agregué -Llámeme Ben.

Rossi asintió y sonrió.

La secretaria trajo una taza de café recién hecho en vajilla de cerámica italiana Estaba muy bueno. Yo saqué un bloc de hojas amarillas de mi maletín y empuñé mi lapicera Mont Blanc.

Cuando ella se fue, Truslow escribió algo en el teclado Amtel que tenía enfrente, un aparato que le servía para comunicarse con ella sin palabras, durante las reuniones y en medio de una llamada telefónica.

– Lo que estamos por discutir tiene que ser absolutamente secreto.

Yo asentí, tomé un trago de café Una mezcla de tostado francés con alguna otra cosa. Excelente.

– Charles, si nos permites -dijo Truslow. Rossi se puso de pie y abandonó la oficina, cerrando la puerta tras él.

– Rossi es nuestra conexión con la CIA -explicó Truslow-. Viene directamente de Langley para trabajar con usted.

– No estoy seguro de entender -dije.

– Rossi me llamó anoche. Dada la delicadeza, la complejidad del asunto que tenemos que resolver, la Agencia está preocupada por la seguridad Es comprensible Insistieron quieren implementar sus propios procedimientos de admisión.

Asentí.

– A mí también me parece un poco excesivo -dijo Truslow- Usted ya está examinado y limpio y todas esas estupideces. Pero para que lo esté totalmente, Rossi quiere pasarlo por algunas pruebas preliminares. Nos piden en el contrato que revisemos a todos los empleados externos.

– Ya veo -dije.

Se refería al polígrafo, al detector de mentiras, al cual debían someterse todos los empleados de la Agencia vanas veces en sus carreras al principio del ejercicio y periódicamente, y a veces también después de operaciones vitales o casos extraordinarios.

– Ben -siguió diciendo Truslow-, verá, como centro de nuestra investigación quisiera que usted localizara a Vladimir Orlov y que averiguara todo lo que pudiera sobre lo que pasó en la reunión con su suegro. Tal vez Orlov jugaba a dos puntas con Hal Sinclair y quiero saber si es así o no-¿Quiere que localice a Orlov? -pregunté.

– Eso es lo único que pienso decirle hasta que esté limpio. Cuando lo hayan aprobado, podremos hablar un poco más. -Apretó un botón en el escritorio para que volviera Rossi.

Truslow dio la vuelta al escritorio y le palmeó la espalda al hombre de la CIA.

– Lo dejo en manos de Charlie -me dijo y me dio la mano-. Bienvenido, amigo.

Vi que se volvía una vez más hacia el Amtel y tocaba un botón del teléfono. Cuando me iba, tuve una última imagen de él, una figura alta, oscura, pensativa, intensamente enérgica, destacada en silueta contra la brillante luz de la mañana.

Charles Rossi me llevó en un sedán azul oscuro del gobierno. Cruzamos el río hacia un edificio ultramoderno en la sección de Kendall Square de Cambridge, cerca del mit (Instituto de Tecnología de Massachusetts) y de Raytheon y Genzyme y las otras grandes corporaciones tecnológicas.

Cuando salimos del ascensor en el quinto piso, entramos en una recepción muy funcional, toda de acero y vidrio, alfombras en gris industrial y maderas claras. En la pared que quedaba frente a nosotros había una placa que decía: laboratorios DE DESARROLLO E INVESTIGACIÓN SOLO VISITAS AUTORIZADAS.

Me di cuenta inmediatamente de que se trataba de una operación manejada por la CIA. Todo lo que me rodeaba -el nombre sin revelar, lo anónimo de los procedimientos, la quietud amenazadora- hablaba de la Agencia a gritos. Yo sabía que la CIA tenía laboratorios y edificios de prueba en los suburbios de las afueras de Washington y en un edificio de la calle Water en Nueva York; no sabía que tuviera algo así en Cambridge, en la tierra del mit, pero era lógico.

Rossi no dijo mucho. Me llevó a través de una serie de enormes puertas de metal que se abrían insertando una tarjeta magnética en una ranura vertical. Las puertas nos dejaron en una enorme habitación con fila tras fila de terminales de computadora. Había gente trabajando en ellas.

– No demasiado impresionante, ¿eh? -hizo notar Rossi cuando nos detuvimos en la puerta-. Muy aburrido…

– Debería ver el lugar donde trabajo yo -le contesté.

Rió con amabilidad.

– Hay una serie de proyectos en este lugar -explicó-. Artefactos microscópicos, criptografía automática, visión artificial, cosas así. ¿Está usted familiarizado…?

– No mucho -dije.

– Bueno, por ejemplo, la criptografía automática. Los fondos son de la Administración de Proyectos en InvestigaciónAvanzada de Defensa, la apiad, parte del Departamento de Defensa.

Asentí mientras él me escoltaba hacia una terminal, una estación SPARC-2, en la que parecía estar trabajando con toda la furia un joven de barba muy larga.

– Esta terminal, por ejemplo, es de Sun Microsystems, y le está "hablando" a una supercomputadora de la Corporación de Máquinas Pensantes cm-3.

– Ya veo.

– Como sea, Keith está desarrollando algoritmos de codificación en textos llanos. Es decir, códigos que son, por lo menos teóricamente, imposibles de quebrar. En otras palabras, esos códigos nos permitirán traducir o codificar información de máximo secreto en una forma que va a parecer un inglés común, un documento con aspecto poco importante, no una tontería sin sentido, sino prosa real. Luego, por medio de reconocimiento de voz lo pueden decodificar nuestras computadoras. Es algo como un código tipo puerta trampa.

Yo no lo entendía, pero asentí. Rossi, al parecer, era muy observador porque se disculpó.

– Estoy divagando. A ver, pongámoslo de otra forma. Un agente de campo podrá codificar un documento secreto y pasarlo como un guión de un programa de noticias común en la Voz de América. Para cualquiera que lo escuche será una noticia más, pero la computadora correcta será capaz de entenderlo.

– Hermoso.

– Bueno, hay una serie de cosas en las que estamos trabajando actualmente. Micro artefactos, por ejemplo, que se diseñan aquí… antes los hacíamos en otra parte, en un laboratorio de nanofabricación, por ejemplo.

– ¿Y para qué sirven?

Él sacudió la cabeza, de un lado a otro, como indeciso y finalmente dijo:

– Estos son artefactos muy pequeños, de siliconas y xenón, apenas unos angstroms de ancho. Pueden colocarse, digamos, en una computadora y son imposibles de detectar. Están pensados para transmitir pero hay otros usos no menos interesantes. Claro que no puedo decirlos… Así que si está…

Volvimos al corredor blanco y luego entramos en otra área de seguridad donde Rossi insertó una tarjeta magnética distinta en la ranura vertical. Se volvió y dijo simplemente:

– Seguridad.

Ahora estábamos en un corredor enteramente blanco, sin ventanas. Había una placa insertada directamente frente a nosotros que decía sólo personal autorizado.Rossi me llevó por ese corredor a través de otra serie de puertas y luego a una cámara extraña, toda de cemento. En el centro de la cámara había una pequeña habitación, de paredes de vidrio, que contenía una gran máquina blanca de tal vez cuatro metros y medio por tres. Parecía una gran rosquilla cuadrada. Fuera de las paredes había un gran banco de monitores de computadora.

– Un generador de imágenes por resonancia magnética – dije-. Los vi en los hospitales. Pero éste parece más grande.

– Muy bien. Los generadores de los hospitales tienen entre 0,5 tesla y 1,5 tesla. "Tesla" es una unidad de medida que da una dimensión a la energía del magneto que tiene adentro. Una vez cada tanto, puede haber alguno de dos teslas, muy especializado. Este tiene cuatro.

– Muy poderoso.

– Pero seguro, muy seguro. Y algo modificado. Yo dirigí las modificaciones. -Los ojos de Rossi pasaron sobre el cemento de la habitación, como perdidos en otra cosa.

– ¿Seguro para qué?

– Está mirando el reemplazo del viejo polígrafo. Muy pronto, habrá un generador así, en cada una de las oficinas de la Agencia para investigar a los funcionarios de inteligencia, a los desertores, a los agentes y demás, y tener una verdadera "huella dactilar" de la cabeza de cada uno de ellos.

– ¿Podría explicármelo, por favor?

– Estoy seguro de que conoce las muchas desventajas del viejo sistema de polígrafos.

Claro que las conocía pero escuché cuando me las explicó.

– La técnica antigua confía en las bajas y subas de la tensión arterial, en electrodos que miden respuestas galvánicas a nivel de la piel, sudor, cambios en la temperatura de la piel y demás. Es muy primitivo y sólo… sólo sesenta por ciento efectivo. Si es que llega a tanto.

– De acuerdo -dije, un poco impaciente.

Rossi siguió, tranquilo, sin apuro.

– Los soviéticos ni lo usaban. Se limitaban a dictar seminarios sobre cómo hacer para engañarlo. Por Dios, ¿se acuerda de la vez en que veintisiete agentes dobles de Cuba que trabajaban contra nosotros pasaron las pruebas de la CIA a la perfección?

– Claro -dije. La anécdota era parte del folclore de la Agencia.

– La maldita cosa sólo registra respuestas emocionales, como usted sabe. Y eso varía muchísimo según el temperamento. Y sin embargo, se puede decir que el detector es parte fundacional de nuestras operaciones de inteligencia, nos basamos en él. No solo en la CIA, también en la adi (Agencia de Defensa de Inteligencia) y la asn (Agencia de Seguridad Nacional) y muchas agencias de inteligencia más. La seguridad operacional de lo que hacen tiene que ver con establecer la confiabilidad del producto, incluso entre los reclutas y recién venidos.

– Y es fácil engañar a esas máquinas -agregué.

– Vergonzosamente fácil -aceptó Rossi-. No sólo los sociópatas y los que no registran la variación normal de sentimientos humanos, la culpa y la ansiedad, la conciencia y lo que sea. También los profesionales bien entrenados pueden hacerlo con cierto número de drogas. O por ejemplo, causarse dolor físico durante el interrogatorio, algo así de simple, puede arruinarlo todo. Hasta pincharse con un alfiler.

– De acuerdo -le dije para apurarlo.

– Así que, con su permiso, me gustaría empezar para poder enviarlo de vuelta con el señor Truslow.

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