Yo me encogí de hombros, halagado y contento, pero no demasiado seguro de lo que debía decir. Obviamente él tenía que haber oído hablar de mi "temeridad".
– Usted y yo tenemos mucho en común -siguió diciendo él- Me di cuenta de eso desde el principio. Usted es un hombre directo, un hombre de acción. Le dio todo a la Agencia pero siempre sintió que podía haberle dado más. Le diré algo en los años que estuve en la Agencia, vi cómo malgastaban y pervertían el proposito fundamental de la Agencia con ideologías y fanatismos de izquierda y de derecha. Angleton me dijo algo una vez "Alex, eres uno de los mejores que tenemos, y lo paradójico es que lo que te hace tan bueno en tu trabajo es el hecho de que en cierto nivel lo desapruebas" -Truslow rió apesadumbrado -En ese entonces, yo lo negué hasta ponerme ronco. Pero al final, me di cuenta de que el tenia razón. Y mi instinto me dice que usted es parecido, Ben. Hacemos lo que creemos que se debe hacer, pero hay una parte de nosotros que esta lejos, que esta en desacuerdo. -Tomó un largo trago de agua de su vaso y sonrió, aparentemente avergonzado de haber dicho tanto. Deslizó la lista de vinos sobre el mantel, como invitándome a hacer una selección -¿Podría echarle una mirada a esto, Ben? Elija algo bueno.
Abrí el cuadernillo forrado en cuero y lo revisé con rapidez
– Me gusta bastante el Grand-Puy-Ducasse Pauillac -dije.
Trusiow sonrió y tomó la lista de nuevo.
– ¿Qué había en la parte superior de la lista en la página tres''
Pensé por un segundo, traje la lista a mi memoria y dije
– Un Stag's Leap Merlot, 82.
Trusiow asintió.
– Pero no me gusta mucho que me pidan demostraciones como a un animal de circo -le dije.
– Lo se. Le pido disculpas. Es un don muy raro el suyo. Cómo se lo envidio.
– Me permitió pasar todos los cursos de Harvard en los que la memoria era crucial. Literatura, Historia, Historia del Arte.
– Bueno. Ben, su… su memoria eidética es una gran ventaja para un trabajo como este, un trabajo que puede exigir secuencias de códigos y cosas asi. Si es que todavía piensa aceptar, claro está. Ah, y quería aclararle que estoy totalmente de acuerdo con los términos que usted arreglo con Bill
Los términos que yo había conseguido casi por extorsión, quería decir, pero era demasiado amable para decirlo.
– Ah, Alex, cuando Bill y yo discutimos esos términos, no tenia idea de la tarea para la que usted me necesitaba.
– Cierto, cierto.
– No, déjeme terminar Si lo comprendo totalmente… si entiendo que se trata de limpiar el nombre de Hal Sinclair…entonces no tengo intención de ser mercenario, se lo aseguro.
Truslow trunció el ceño, la expresión firme.
– ¿ Mercenario ? Por Dios, Ben, conozco su situación financiera Eso me da la oportunidad de ayudarlo en algo por lo menos. Si quiere, puedo ponerlo ademas en la lista de pago demis empleados ¿Le parece?
– Gracias, pero no.
– Bueno, entonces, me alegro de que esté a bordo con nosotros -Nos dimos la mano como para consumar el trato -Escuche, Ben, mi esposa Margaret y yo vamos a nuestra casa de New Hampshire esta noche La abrimos para la primavera Nos encantaría que usted y Molly vinieran a cenar nada importante, un asado o algo así Les presentaríamos a los nietos.
– Me parece bien -dije
– ¿Mañana le parece bien?
Mañana era un desastre, pero podría hacerme algo de tiempo.
– Sí, claro -dije- Mañana.
El resto de la tarde no pude concentrarme en nada ¿Era posible que el padre de Molly estuviera involucrado en algún tipo de conspiración con el antiguo jefe de la kgb? ¿Era posible que hubiera malversado fondos, "una fortuna", como decía Truslow? Para mi, no tenía sentido.
Sin embargo, como explicación de su muerte lo tenía en parte, ¿o no?
Se me había formado un nudo de tensión en el estómago y evidentemente no iba a aflojarse con el tiempo.
Sonó el teléfono Darlene me anunció que Molly estaba en la línea.
– ¿A qué hora nos vemos con Ike y Linda? -Llamaba desde algún corredor ruidoso del hospital.
– A las ocho, pero puedo cancelarlo si quieres Bajo las circunstancias.
– No… Quiero ir.
– Ellos tienen que entender, Molly.
– No lo canceles Me va a hacer bien salir un poco.
Gracias a Dios no hubo tiempo para pensar en nada esa tarde. Mi cliente de las cuatro llegó puntualmente: el señor Mel Kornstein era un hombre robusto de cincuenta años que usaba ropas italianas demasiado lujosas, carísimas y lentes estilo aviador siempre un poco torcidos. Tenia la mirada de los genios, distraída, fuera de foco, y yo realmente creo que era un genio. Había hecho una fortuna con la invención de un juego de computadora llamado SpaceTron, del que seguramente usted ha oído hablar. Por si acaso no lo conoce, se trata de un juego de caza en el cual, el jugador, piloto de una pequeña nave espacial, tiene que eludir las naves malvadas que quieren destruirlo y salvar así al planeta Tierra. Tal vez parezca una tontería pero el juego es una maravilla de tecnología. Es tridimensional y es tan realista que uno se convence de que está ahí, siente cómo lo rozan al pasar los cometas y meteoros y se le hace un nudo en la garganta cuando lo atacan los enemigos espaciales. La base es un programa de software muy ingenioso, patentado por Kornstein, un verdadero avance en el campo. Eso, más un simulador de voz, también patentado, que ladra órdenes como "!Muy a la izquierda! " o "!Está demasiado cerca! ", y lo que se consigue es una explosión de color y sonido en la computadora. La compañía de Kornstein tiene ganancias por algo más de cien millones de dólares por año.
Pero ahora había surgido otra compañía de software con un producto similar y las ganancias del SpaceTron habían caído en picada. Obviamente, quería hacer algo al respecto.
Se hundió en la silla junto a mi escritorio, irradiando una desesperación oscura. Charlamos unos momentos pero él no estaba de buen humor. Me entregó una caja con el juego rival, que se llamaba SpaceTime. Yo la dejé caer sobre mi escritorio de computación, la abrí y me quedé de una pieza al ver los innumerables detalles copiados.
– Estos tipos ni siquiera trataron de ser originales, ¿ no es cierto? -dije.
Kornstein se saco los anteojos y los limpió con la camisa.
– Quiero acabar con esos hijos de puta -murmuró.
– Ey, más despacio por favor -lo interrumpí- Voy a tener que mandar hacer un examen imparcial sobre el tema para ver si realmente hay infracción de patente.
– Lo que yo quiero es aplastarlos -repitió.
– Todo a su tiempo. Vamos a tener que tomar los puntos de la patente, uno por uno y analizarlos.
– Es idéntico -dijo Kornstein, mientras volvía a ponerse los anteojos, todavía torcidos- ¿ Le parece que tengo un caso, o no?
– Bueno, los juegos de computadora se patentan sobre los mismos principios que los juegos de tablero, digamos Lo que usted hace es patentar la relación entre los elementos físicos y los conceptos que los sustentan, la forma en que interactúan.
– Lo único que quiero es aplastarlos.
Asentí.
– Haremos todo lo posible -dije.
Focaccia era uno de esos restaurantes del norte de Italia, siempre sofisticados, vagamente ofensivos y bien caros, que frecuentan los yuppies en el Back Bay y donde sirven mucha arugula y radicchio, y las camareras son jóvenes y hermosas y trabajan de modelos en otro horario. Con el ruido de las voces y la música rap, el sitio era realmente para aturdirse, ésa también parece ser otra característica necesaria de los restaurantes italianos pretenciosos en Estados Unidos.
Molly llegó tarde, pero mi mejor amigo, Ike, y su esposa, Linda, ya estaban sentados frente a frente a una mesa. Se gritaban en lo que parecía una terrible discusión familiar y era sólo un intento de comunicación. Isaac Cowan y yo habíamos ido juntos a la universidad, donde el se especializó en derrotarme en partidos de tenis Ahora tiene un trabajo corporativo tan pero tan aburrido que ni siquiera él consigue describirlo, aunque yo sé que tiene algo que ver con los seguros. Linda, que en ese momento estaba embarazada de siete meses, es sicóloga de niños. Los dos son altos, pecosos y pelirrojos, terriblemente similares físicamente Para mí es especialmente agradable estar con ellos.
Estaban diciendo algo acerca de que la madre de Isaac iba a venir a visitarlos. Después, Ike se volvió hacia mí y me mencionó un juego al que había ido la semana anterior. Hablamos un poco de trabajo, del embarazo de Linda (ella quería preguntarle algo a Molly sobre un análisis que le había pedido el obstetra), sobre mi revés (prácticamente inexistente) y finalmente, sobre el padre de Molly.
Ike y Linda siempre se habían sentido un poco incómodos cuando hablábamos del famoso padre de Molly, nunca estaban seguros de si estaban demostrando demasiada curiosidad y no querían hacerlo. Ike sabía algo de mi trabajo para la CIA, aunque yo le había dicho claramente que no quería hablar de eso con él. También sabía que yo había estado casado antes, que mi primera esposa había muerto en un accidente, y no mucho más. Naturalmente, eso limitaba los temas de conversación. Ambos expresaron sus condolencias por Hal Sinclair y me preguntaron cómo andaba Molly Yo sabía que no podía decirles nada sobre lo que me estaba preocupando, ciertamente nada sobre el asesinato.
Molly llegó, toda disculpas, cuando terminábamos las entradas (por principio, nadie pedía focaccia)
– ¿ Cómo te fue? -me preguntó cuando me besó. Me miró tal vez uno o dos segundos de más, y supe que estaba preguntándome sobre Truslow.
– Muy bien -dije
Besó a Ike y a Linda, se sentó y dijo:
– No creo que pueda seguir aguantando todo esto.
– ¿La medicina? -preguntó Linda
– Los premas -contestó ella, una palabra de la jerga médica para los bebés prematuros- Hoy recibí mellizos y otro bebé, y los tres juntos pesaban menos de cinco kilos. Me la pasé cuidándolos y el estado era crítico, pobres cositas, todo el día tratando de colocarle catéteres en la arteria umbilical, y manejando a familias muy estresadas y enloquecidas.
Ike y Linda sacudieron la cabeza.
– Chicos con sida -siguió diciendo Molly- O infecciones bacterianas en el cerebro y como estoy de guardia cada tres noches.