Nos quedamos sentados un rato en silencio. Yo estaba a punto de preguntar: ¿Sería tan malo eso? cuando vi la expresión en la cara de Moore. Su rostro estaba pálido como la tiza.
– ¿Qué piensa Kent Atkins?
Se quedó callado medio minuto por lo menos.
– No lo sé, Ben. Kent está aterrorizado. Me preguntó a mí qué estaba sucediendo.
– ¿Y qué le dijiste?
– Que no importa lo que estén tratando de hacer los renegados de la Agencia en Europa, no va a ser sólo contra los europeos. Nosotros también estamos involucrados. El mundo entero está involucrado. Y tiemblo al pensar en el tipo de conflagración que puede producirse.
– ¿Qué quieres decir, específicamente?
Él no me prestó atención, sonrió una vez, una sonrisa pequeña y triste, y sacudió la cabeza.
– Mi padre murió a los noventa y uno, y mi madre a los ochenta y nueve. La longevidad es un rasgo típico en mi familia. Pero ninguno luchó en la Guerra Fría.
– No entiendo. ¿De qué tipo de conflagración estás hablando?
– En los últimos meses de su mandato, Ben, tu suegro estaba obsesionado con la idea de salvar a Rusia. Estaba convencido de que a menos que la cIa se lo tomara en serio y actuara pronto, las fuerzas de la reacción volverían a tomar Moscú. Y entonces, la Guerra Fría sería un dulce recuerdo. Tal vez estaba muy metido en algo cuando murió. -Apretó el puño pequeño y manchado, y lo apoyó un momento contra sus labios tensos. -Corremos riesgos los que trabajamos para la cIa. La tasa de suicidios es muy alta, como bien sabes.
Asentí.
– Y aunque es raro que alguien muera en la línea de fuego, a veces pasa. -Su voz se suavizó un tanto. -Eso también lo sabes.-¿Tienes miedo de que te maten?
Otra sonrisa, un movimiento de cabeza.
– Ya estoy cerca de los ochenta. No pienso vivir el resto de mis años con un guardia armado junto a la cama. Eso, suponiendo que me dieran uno. No veo ninguna razón para vivir enjaulado.
– ¿Te amenazaron?
– No, para nada. Son los esquemas que veo los que me preocupan.
– ¿Esquemas…?
– Dime, ¿quién sabía que venías a verme?
– Molly.
– ¿Nadie más?
– Nadie.
– Pero, claro, está el teléfono.
Lo miré con cuidado, preguntándome si la paranoia lo estaría dominando como a James Angleton en sus últimos años. Moore me miró y al parecer leyó mis pensamientos.
– No te preocupes por mí, Ben. Tengo todos los tornillos puestos. Y tal vez me equivoque en mis sospechas. Si algo me pasa, es porque tenía que pasarme. Pero creo que tengo derecho a estar asustado.
Yo nunca lo había visto verdaderamente asustado y ese miedo tranquilo me ponía muy nervioso.
– Creo que estás exagerando -fue lo único que conseguí decir.
Él sonrió despacio, con tristeza.
– Tal vez. Tal vez no. -Buscó un gran sobre de papel marrón y me lo pasó por encima de la mesa. -Un amigo… o, mejor dicho, el amigo de un amigo… me mandó esto.
Abrí el sobre y saqué una fotografía en colores sobre papel brillante.
Me llevó unos segundos reconocer la cara, pero apenas lo hice, me dieron ganas de vomitar.
– Dios mío -dije. Estaba horrorizado.
– Lo lamento, Ben. Pero tenías que saberlo. Esta fotografía aclara todas las dudas sobre cómo murió Hal Sinclair.
Yo lo miré confundido, mareado.
– Tal vez Alex Truslow -me dijo- sea la última oportunidad que tiene nuestra Compañía. Es valiente y está tratando de limpiar a la cIa de todo esto, de este… cáncer, digamos, que la aflige.
– ¿Te parece que las cosas son así realmente?
Moore miró el reflejo de la habitación en los paneles oscuros de las ventanas. Tenía los ojos fijos en alguna parte, muy lejos.
– Hace muchos años, Alex y yo éramos analistas jóvenes en Langley y teníamos un supervisor que sabíamos que estaba manipulando una misión, exagerando mucho el peligro que representaba un grupo de extrema izquierda italiano, para poder conseguir el doble de presupuesto para sus operaciones. Alex lo llamó, y se lo dijo. El tipo tenía pelotas. Alex tenía una clase de integridad que parecía fuera de lugar, casi extraña, en un lugar tan cínico como la Agencia. Me acuerdo de que su abuelo era un ministro presbiteriano de Connecticut de quien él debe de haber heredado ese tipo de empecinamiento ético. Y… ¿sabes algo? La gente lo respeta por eso.
Moore se sacó los anteojos, cerró los ojos, y se los masajeó.
– El problema es que no sé si queda alguien más como él hoy en día. Y si lo matan como a Hal Sinclair… bueno, ¿quién sabe lo que puede pasar?
No me fui a la cama hasta después de medianoche. Era demasiado tarde para tomar el último avión de vuelta a Logan, y Moore no quería saber nada de que me quedara en un hotel, sobre todo con las muchas habitaciones vacías que había en su casa ahora que sus hijos se habían ido. Así que pasé la noche en su habitación de huéspedes en el segundo piso, y puse el reloj despertador para las seis de la mañana para llegar a la oficina lo suficientemente temprano.
Una hora después, me senté de pronto en la cama, con el corazón en la boca y encendí la lámpara de la mesa de noche. La fotografía todavía estaba allí. Me dije que Molly no debería verla nunca. Me levanté de la cama y bajo la luz amarilla y brillante de la lámpara, la coloqué dentro del sobre y la metí en un compartimiento lateral del maletín.
Apagué la luz, di vueltas y vueltas en la cama hasta que finalmente me rendí y volví a encender la luz. No podía dormir. En general, evito los sedantes, en parte por mi entrenamiento en la Agencia (uno siempre tiene que estar dispuesto a saltar de la cama en un instante) y en parte porque, como abogado especialista en propiedad intelectual, lo peor que puede pasarme durante el día es tener el dolor de cabeza y el sopor que vienen después del sueño inducido por drogas.
Así que encendí el televisor y busqué algo lo suficientemente soporífero, c-span generalmente sirve para dormirme. En la cnn había un programa de noticias con el nombre de Alemania en crisis. Tres periodistas discutían la situación alemana, la caída del mercado de valores alemán, y las manifestaciones neonazis. Todos parecían estar de acuerdo en que Alemania estaba en peligro inminente de sucumbir ante otra dictadura, lo cual sería muy peligroso para el mundo. Y, como eran periodistas, parecían seguros de lo que decían.
A uno de ellos lo reconocí inmediatamente.
Era Miles Preston, corresponsal británico. De mejillas enrojecidas, inteligencia brillante y (a diferencia de muchos ingleses que conozco) fanático de la buena salud y el cuerpo bien mantenido Lo había conocido en mis primeros días en la Agencia Era excelente en lo suyo, estaba maravillosamente bien informado y sus conexiones eran impresionantes Yo siempre escuchaba con mucho cuidado todo lo que tenía que decir
– Creo que hay que llamar a las cosas por su nombre -estaba diciendo desde el estudio de la cnn en Washington- Los así llamados neonazis, los que están detrás de toda esta violencia, son viejos nazis y sólo eso Creo que hace mucho que esperan este momento histórico Finalmente, después de todos estos años, hay un mercado de valores unido, la Deutsche Borse, y miren lo que pasa se desploma completamente, ¿no es cierto''
Lo había conocido durante mi misión en Leipzig, cuando acababa de graduarme en la Granja Estaba solo Laura había vuelto a casa en Reston, Virginia, a tratar de vender nuestra casa para unírseme en Europa Estaba sentado a solas en el Thüringer Hof de la Burgstrasse, una cervecería pequeña y agradable en Altstadt, y seguramente tenia aspecto de desdichado con mi gran balón de cerveza entre las manos
Noté a alguien de pie junto a mi mesa, obviamente un occidental
– Parece aburrido -dijo el hombre con acento británico
– No, para nada -dije- Con suficiente cerveza en el cuerpo, todo el mundo resulta interesante
– En ese caso -dijo Miles Preston-, ¿le molesta si me siento con usted?
Yo me encogí de hombros Él se sentó a mi mesa y dijo
– ¿Estadounidense? ¿Diplomático o algo así?
– Del Departamento de Estado -contesté Me hacía pasar por agregado comercial
– Yo soy del Economist ¿Hace mucho que está aquí?
– Un mes, más o menos -dije
– Y no ve la hora de irse, supongo
– Estoy empezando a cansarme de los alemanes
– Por más cerveza que tome -agregó Preston- ¿Cuánto tiempo le falta para volver a casa?
– Un par de semanas Después, París Y tengo ganas de ir allí Siempre me gustaron los franceses
– Ah -dijo él- Pero en realidad, los franceses son alemanes con mejor comida
Nos entendimos, nos seguimos viendo para tomar un trago o cenar hasta que me transfirieron a París El parecía creer en mi disfraz de Departamento de Estado, por lo menos no lo cuestionaba Tal vez sospechaba que estaba con la Agencia, pero no lo sé En una o dos oportunidades cuando estaba cenando con los amigos de la cIa en el Auerbachs Keller, uno de los pocos restaurantes decentes de la ciudad, muy popular entre los extranjeros, entró por la puerta y me vio, pero no se me acercó Tal vez intuyó que yo no quena presentarlo Eso era algo que me gustaba de él periodista o no, nunca trataba de forzar a la gente a decirle cosas ni hacia preguntas impertinentes acerca de lo que yo estabarealmente haciendo en Leipzig Era sincero hasta la brutalidad -lo cual era fuente de mucho humor entre los dos-, pero al mismo tiempo era capaz de demostrar un tacto extraordinario Los dos estábamos en el mismo tipo de trabajo, razón por la cual me sentía bien con el los dos buscábamos y recogíamos información La única diferencia era que yo lo hacia del lado más sombrío y peligroso de la calle
Ahora, que lo miraba en la televisión de la casa de Ed, levante el teléfono Eran más de la una y media de la mañana pero alguien contestó en la oficina de la CNN en Washington, sin duda un residente joven que me dio la información que yo estaba necesitando
Nos encontramos a la mañana siguiente, muy temprano, y desayunamos juntos en el Mayflower. Miles Preston estaba alegre y encantador como siempre
– ¿ Te volviste a casar? -me preguntó después de la segunda taza de café- Lo que le pasó a Laura en París No sé como sobreviviste a eso
– Sí -lo interrumpí- Mi mujer se llama Martha Sinclair. Pediatra
– ¿Doctora, en? Eso es problemático, Ben Una esposa debería tener apenas la inteligencia suficiente como para entender la inteligencia de su esposo, y la estupidez suficiente como para admirarla