El resplandor de los faros resultaba molesto; si pudiera encontrar el enchufe, los apagaría. De todas formas, le costaba mucho trabajo mantener los ojos abiertos. Podría volver a conciliar el sueño si dejaba de oír aquel sonido ronco. Emergía del interior de su abrigo, del interior de su pecho. Fuera lo que fuera, resultaba molesto y… y doloroso. Sí, muy doloroso.
¿Qué estaba haciendo el presidente Nixon en las luces? La saludó con la mano. Christine intentó devolverle el saludo, pero todavía tenía el brazo dormido. Nixon entró en su salón y le quitó los muebles del pecho. Después, la trasladó a un lugar donde pudo dormir otra vez.
Timmy veía su trineo alejarse corriente abajo. El naranja brillante parecía fosforito a la luz de la luna. Se agazapó en la nieve, entre las espadañas de la ribera. Las prácticas de salto en Cutty's Hill habían valido la pena, aunque su madre lo mataría si se enterara.
Se sentía bastante seguro de sí. Entonces, se percató de que había perdido un zapato en el salto. Le dolía el tobillo. Lo tenía hinchado, el doble de grande que el otro. Entonces, vio la sombra negra descolgándose de la loma, aferrándose a raíces y a plantas trepadoras. Se movía deprisa.
Timmy volvió a mirar el trineo, lamentando no haberse quedado en él. El desconocido se acercó a la orilla del río. Él también observaba el trineo. A aquella distancia, no podía ver el interior, así que quizá creyera que Timmy se había quedado dentro. Desde luego, ya no parecía tener prisa. De hecho, se quedó de pie, contemplando el río. Quizá estuviera pensando si lanzarse tras el trineo.
Allí, a la intemperie, el desconocido parecía menos alto y, aunque estaba demasiado oscuro para ver su rostro, Timmy podía ver que ya no llevaba la careta del presidente muerto.
Timmy se hundió aún más en la nieve. La brisa del río estaba cargada de humedad. Empezaron a castañetearle los dientes, y sintió escalofríos. Acercó las rodillas al pecho mientras observaba y esperaba. En cuanto el desconocido se fuera, seguiría la carretera. Parecía muy inclinada, pero sería mejor que volver a atravesar el bosque. Además, debía de conducir a alguna parte.
Por fin, el desconocido dio la impresión de desistir. Hurgó en sus bolsillos, encontró lo que buscaba y encendió un cigarrillo. Después, se volvió y echó a andar en línea recta hacia Timmy.
Maggie subía los peldaños a cuatro patas, molesta por que las rodillas no la sostuvieran. Sentía fuego en el costado, y las llamas se propagaban hacia dentro, prendiendo su estómago y sus pulmones. Era como si el metal del cuchillo se hubiese roto y estuviera atravesándole las entrañas. Nadie nacía sabiendo pero, Señor, ella ya debería estar acostumbrada. Sin embargo, cuando emergió de la tierra, se mareó al ver su propia sangre a la luz de la luna. Le cubría el costado y le empapaba la ropa, y tenía el cuello alto del jersey lleno de tierra y sangre ennegrecidas.
Se apartó el pelo de la cara, de la frente sudorosa, y se dio cuenta de que tenía la mano ensangrentada. Se quitó la chaqueta y rasgó el forro hasta que obtuvo un trozo de tela lo bastante grande para taponarse el costado. Envolvió puñados de nieve con la tela y se la aplicó a la herida. De pronto, las estrellas del cielo se multiplicaron. Cerró los ojos con fuerza para combatir el dolor. Cuando los abrió, vio acercarse una sombra negra que se tambaleaba entre las lápidas como un borracho. Echó mano a su arma, y los dedos permanecieron posados en la funda vacía. Claro, su pistola yacía en un rincón oscuro del túnel.
– ¿Maggie? -la llamó el borracho, y reconoció la voz de Nick. La oleada de alivio fue tan poderosa que se olvidó por completo del dolor durante un segundo o dos.
Estaba rebozado de barro y tierra, y cuando se arrodilló junto a ella, su hedor le produjo náuseas. De todas formas, se recostó en él, y acogió la presión de su brazo.
– ¡Santo Dios! Maggie, ¿estás bien?
– Creo que no ha pasado del músculo. ¿Lo has visto? ¿Lo has atrapado?
Vio la respuesta en sus ojos, pero no era sólo decepción. Había algo más.
– Debe de haber un laberinto de túneles ahí abajo -repuso, casi sin aliento-. Y yo escogí el equivocado.
– Hay que detenerlo. Debe de estar en la iglesia. Quizá sea allí donde tiene a Timmy.
– Tenía.
– ¿Qué?
– He encontrado la habitación donde lo tenía. Vi el abrigo de Timmy.
– Entonces, hay que encontrarlo -intentó ponerse en pie, pero volvió a caer en los brazos de Nick.
– Creo que hemos llegado demasiado tarde, Maggie -lo oyó decir con la voz anudada-. También he visto… Había una almohada ensangrentada.
Maggie apoyó la cabeza en el pecho de Nick y escuchó los latidos, la respiración entrecortada.
– Dios mío, Maggie, estás desangrándote. Hay que llevarte al hospital. No pienso perder a dos seres queridos en una misma noche.
La incorporó mientras él se ponía en pie a duras penas, todavía tambaleándose un poco. Maggie se aferró a él mientras trataba de ponerse de rodillas. Sentía feroces puñaladas de dolor, abrasadoras y desgarradoras, como agujas de cristal candente. Mientras se apoyaba en el brazo de Nick, se preguntó si habría oído mal. ¿Realmente acababa de decir que la quería?
– No, Maggie. Déjame que te lleve en brazos al Jeep.
– He visto cómo caminabas, Morrelli. Prefiero arriesgarme yendo por mi propio pie -se enderezó y apretó los dientes para soportar el dolor.
– Apóyate en mí.
Ya casi estaban en el Jeep cuando Maggie se acordó de la caja.
– Nick, espera. Tenemos que volver.
Christine contemplaba las estrellas. No tardó en encontrar la Osa Mayor. Era lo único que sabía reconocer en el cielo nocturno. Sobre el suave lecho de nieve y bajo la cálida aunque áspera manta de lana, apenas se percataba de que yacía en el borde de la carretera. Si conseguía dejar de escupir sangre, tal vez podría dormir.
La realidad volvió a ella con fogonazos de dolor y de recuerdos. Eddie acariciándole el pecho. Metal aplastándose contra sus piernas, aplastándole el pecho. Y Timmy, Señor, Timmy. Notó el sabor dulce de las lágrimas y se mordió el labio para contenerlas. Intentó incorporarse, pero su cuerpo se negaba a escuchar, no lograba comprender las órdenes. Le costaba trabajo respirar. ¿Por qué no podía dejar de respirar, al menos, durante unos minutos?
Las luces surgieron de la nada, doblaron la curva y sé abalanzaron sobre ella. Oyó el chirrido de los frenos. La grava acribilló el metal, los neumáticos patinaron. La luz la cegaba. Cuando dos sombras alargadas salieron del vehículo y se acercaron a ella, imaginó a alienígenas con cabezas abultadas y ojos saltones. Después, comprendió que eran los sombreros lo que les agrandaba la cabeza.
– Christine. Cielos, es Christine.
Sonrió y cerró los ojos. Nunca había oído aquella clase de miedo y pánico en la voz de su padre. ¡Qué tonta era por sentirse tan complacida!
Y cuando su padre y Lloyd Benjamín se arrodillaron junto a ella, lo único que se le ocurrió decir fue:
– Eddie sabe dónde está Timmy.
Nick intentó convencer a Maggie para que se quedara en el Jeep. Ya habían cortado la hemorragia, pero había perdido mucha sangre y apenas podía mantenerse en pie ella sola. Quizá, hasta estaba delirando.
– No lo entiendes, Nick -siguió protestando. Él se sentía tentado a levantarla en brazos y arrojarla al interior del Jeep. Ya era terrible que no le dejara llevarla al hospital.
– Iré a mirar lo que hay en esa estúpida caja -dijo por fin-. Tú espera aquí.
– Nick, no -le hundió los dedos en el brazo con una mueca de dolor-. Podría ser Timmy.
– ¿Qué?
– En la caja.
Aquella posibilidad tuvo el impacto de un puñetazo. Se apoyó en el capó del Jeep, víctima de una repentina debilidad.
– ¿Por qué haría una cosa así? -logró decir, aunque se le cerraba la garganta. No quería imaginar a Timmy embutido en una caja-. No es su estilo.
– Lo que está en la caja podría estar ahí para mí.
– No te entiendo.
– ¿Te acuerdas de su última nota? Si sabe lo de Stucky, podría estar copiando sus hábitos. Nick, Timmy podría estar dentro de esa caja y, en ese caso, no deberías verlo.
Se la quedó mirando. Tenía la cara manchada de sangre y tierra, y el pelo lleno de telarañas. Apretaba sus hermosos labios a fin de contener el dolor, y encogía los hombros suaves y lisos en su intento de mantenerse en pie. Y, aun así, quería protegerlo.
Nick giró sobre los talones y empezó a subir la loma.
– Nick, espera.
No le hizo caso. Ella no lo seguiría, no podría hacerlo sin su ayuda.
Vaciló en la entrada de la cueva. Después, se obligó a bajar los peldaños. El hedor impregnaba toda la oquedad. Encontró una barra de acero y el revólver de Maggie, y se guardó éste en el bolsillo de la chaqueta. Después, con la barra y la linterna bajo el brazo, levantó la caja y subió despacio los peldaños. Los músculos se negaban a obedecerlo, pero aguantó hasta que salió del agujero infernal y pudo respirar otra vez aire fresco.
Maggie estaba allí, esperando, apoyada en una lápida. Estaba aún más pálida que antes.
– Déjame -insistió, alargando el brazo hacia la barra.
– Puedo hacerlo, Maggie -Nick introdujo la barra debajo de la tapa y empezó a usarla como palanca. Los clavos chirriaron y resonaron en la negrura silenciosa. A pesar de la brisa y del frío, el hedor de la muerte dominaba los sentidos. En cuanto la tapa cedió, volvió a vacilar. Maggie se acercó, alargó el brazo y abrió la caja.
Los dos dieron un paso atrás, pero no fue por el hedor. Cuidadosamente guardado y envuelto en una tela blanca se encontraba el delicado cuerpo de Matthew Tanner.
Timmy no tenía adonde huir ni dónde esconderse. Resbaló por la orilla, acercándose al agua. ¿Podría cruzar el río a nado, flotar corriente abajo? Examinó las aguas negras y tempestuosas que corrían veloces junto a él. La corriente era demasiado fuerte, demasiado rápida y demasiado fría.
El desconocido se había detenido para terminarse el cigarrillo, pero no había alterado su rumbo. En el silencio, Timmy lo oía balbucir para sí, pero no podía descifrar lo que decía. De vez en cuando, daba patadas a las piedras para arrojarlas al agua, salpicando a Timmy.
Tendría que probar a refugiarse otra vez en el bosque. Al menos, allí podría esconderse. No sobreviviría si se zambullía; los estremecimientos de frío ya casi eran convulsiones El agua sería aún peor.