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– Parece que redecoraron. -El pobre intento de humor hizo eco detrás de ella. -Nunca nos quedamos en sitios tan bonitos como éste que yo recuerde. Nada tan limpio y, bueno, cuidado, supongo, como está ahora. A veces había dos habitaciones, entonces yo tenía mi propia cama. Pero a veces dormía en el piso. Yo dormía en el piso.

Su mirada volvió hacia atrás. Podía verse a si misma ahí, si hubiera querido, verse acurrucada en el piso debajo de una delgada manta.

– Hace frío. El control del clima se rompió. Está tan frío que me duelen los huesos. No hay agua caliente y yo odio lavarme en el frío. Pero tengo que sacarme su olor de encima. Es peor que tener frío, tener que sentir su olor en mí después que él…

Se abrazó con fuerza, temblando.

El observaba lo que pasaba dentro de ella, y eso lo rompía en pedazos. Se abría paso a través de su corazón como una lanza, y podía sentir la sangre derramándose por ella.

Los ojos de ella se agrandaron y nublaron, y su rostro se puso más pálido. Casi transparente.

– Yo dormía ahí. Trataba de dormir. Había luz a través de la ventana, prendiendo y apagando. Rojo y luego negro, rojo y negro, pero el rojo permanecía como una niebla. El salió por mucho tiempo. Lugares adonde ir, gente que ver. Quedate quieta como un ratón, pequeña, o las serpientes te atraparán. A veces te tragan entera, pueden hacerlo, y quedas viva dentro de ella. Gritando.

– Dios santo. -El casi escupió el juramento, apretando los puños en los bolsillos porque ahí no había nadie para pelear, para castigar, por aterrorizar a la niña qua ahora era su esposa.

– Si alguien venía, yo tenía que quedarme en el baño. Los niños no tienen que ver ni escuchar. Cuando él traía mujeres, les hacía lo que me hacía a mí. Yo estaba a salvo cuando él se lo hacía a ellas, y ellas no gritaban o le rogaban que pararan cuando empezaba a metérselas. Pero yo no quería escucharlo.

Ella se cubrió los oídos con las manos. -El no las tenía por mucho tiempo. Entonces yo no estaba a salvo. A veces se emborrachaba, se emborrachaba bastante. Pero no siempre. Cuando no lo hacía, me lastimaba. Me lastimaba.

Inconsciente presionó una mano entre sus piernas y se meció. -Si yo no podía quedarme quieta, si gritaba, o lloraba, o rogaba, él me lastimaba más. Esto es lo que se supone que tienes que hacer. Mejor que aprendas, pequeña. Muy pronto vas a tener que ganarte tu sustento. Recuerda lo que te digo.

Ella miró a Roarke, miró a través de él, luego dio un vacilante paso hacia delante. No veía las amapolas, las bonitas flores, la pálida y limpia alfombra.

– Tengo tanto frío. Tanto hambre. Tal vez el no regrese. Pero siempre regresa. Algo malo podría sucederle entonces no volvería. Entonces podría calentarme. Tengo tanta hambre.

Avanzó hacia la cocinita. -Se supone que no debo tocar nada. Se supone que no debo comer hasta que él lo diga. Se olvidó de darme de comer otra vez. Hay queso. Está verde, pero si se lo cortas, sirve. Tal vez no se de cuenta si tomo sólo un poco. Me va golpear si me encuentra aquí, pero me va a golpear de todas formas, y estoy tan hambrienta. Me olvidé que se suponía que no debía comer porque quiero más. Quiero más. Oh Dios, él viene.

La mano que ella había cerrado en un puño se abrió. Escuchó el cuchillo golpear el piso.

Que estás haciendo, pequeña?

– Tengo que pensar rápido, buscar excusas, pero eso no me va a ayudar. El sabe, y no está muy borracho. Me pega en la cara. Siento el gusto de la sangre, pero no lloro. Tal vez se detenga. Pero no lo hace, y ahora son sus puños. Me derriba. -Ella se desplomó sobre las rodillas. -Y no puedo parar de suplicarle. Para, por favor, no lo hagas. Por favor, por favor, me duele. Me va a matar si me defiendo, pero no puedo evitarlo. Duele! Y yo lo herí a él.

Ella se miró la mano, recordando haber usado sus uñas para clavárselas en el rostro, como él aulló. Pudo escucharlo.

– Mi brazo! -Se lo aferró. Escuchó, sintió el seco chasquido del hueso joven, y el espantoso y cegador dolor. -El empujaba dentro de mí, empujaba, jadeando en mi cara. Aliento a caramelo. Menta. -Lo imaginó brevemente. -Menta sobre whisky. Horrible, horrible en mi cara. Veo su cara. Lo llamaban Rick, o Richie, y su cara sangró cuando lo arañé. Podía sangrar también. Podía ser lastimado también.

Estaba llorando ahora, y las lágrimas corrían por su rostro. Observándola, sabiendo que no tenía más elección que verla vivir la pesadilla, Roarke sintió que se rompìa por dentro.

– Tengo el cuchillo en mi mano. Mi mano cerrada sobre el cuchillo que levanté del piso. Y el cuchillo está dentro de él. Lo empujo dentro de él, y suena como un pop. Y ahora él grita, y se detiene. El cuchillo lo detiene, entonces lo empujo otra vez. Otra vez. Otra vez. El se retuerce, pero no puedo parar. El se detuvo, pero yo no. No puedo parar. El me mira y no puedo parar. Sangre, toda esa sangre sobre él. Y sobre mi. Su sangre está sobre mí.

– Eve. -Estaba sobre manos y rodillas, jadeando como un animal. Roarke se agachó frente a ella, tomándola de los brazos. Ella se revolvió, pero él la aferró con fuerza. Y sus manos temblaron. -Quédate aquí. Quédate conmigo. Mírame.

Ella se sacudió violentamente, luchando por respirar. -Estoy bien. Puedo olerlo. -Se quebró, y se derrumbó en sus brazos. -Oh Dios, puedes sentir el olor?

– Nos vamos. Te voy a sacar de aquí.

– No. Sólo quédate conmigo. Quédate. Recuerdo que me gustó. No como ser humano. Como si el animal que vive dentro de nosotros hubiera salido. Luego me alejé arrastrándome, hasta ahí.

Tiritó cuando miró hacia el rincón, pero se obligó a mirar, a verse a si misma, a lo que había sido. -Me quedé mirándolo mucho tiempo, esperando que se levantara y me hiciera disculparme. Pero no lo hizo. Cuando hubo luz, me levanté y me lavé su sangre con agua fría. Y empaqué un bolso. Te imaginas pensando en eso? Me dolía el brazo, y donde él me había violado otra vez, pero estaba enterrado bajo el skock. Tuve el ingenio de no usar el elevador. Usé las escaleras. Bajé las escaleras y salí. No recuerdo mucho de eso, excepto que había luz brillante afuera y me enceguecío. Perdí el bolso en algún lado y caminé. Y caminé.

Se echó hacia atrás. -El nunca me llamaba por mi nombre. Porque no lo tenía. Ahora recuerdo eso. Ellos no me dieron un nombre porque yo no era una niña para ellos. Era una cosa. No puedo recordarla a ella, pero lo recuerdo a él. Recuerdo lo que me dijo la primera vez que me tocó. Lo que me dijo que recordara. Que él me mantenía, y cuando yo aprendiera, así me iba a ganar mi sustento. Me iba a prostituir. Nada como una mascota joven, dijo, así que mejor que aprendiera a aceptarlo sin gimotear ni llorar. Tenía una jodida inversión en mi, y yo iba a pagarla. Ibamos a empezar aquí. Aquí en Dallas, porque yo tenía ocho años y era lo bastante grande para empezar a ganarme la vida.

– Eso terminó aquí. -El le limpió las lágrimas de las mejillas. -Y lo que empezó, querida Eve, eres tú.

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