– ¿Y jugar conmigo? Ver cómo me suspendían del cargo, cómo arruinaban mi carrera.
– Yo no podía hacer gran cosa al respecto. Como te he dicho, mi intención era sacarte de ésta y conseguir que te rehabilitaran en el cargo. Que fueras la heroína. Dejar que creyeran que Ken había sido el infiltrado. Estaba muerto, ¿qué más daba?
– A su familia le habría importado, Connie.
Connie adoptó una expresión de enfado.
– Mira, no tengo que ponerme aquí a dar explicaciones a nadie, ni siquiera a ti. No estoy orgulloso de lo que hice pero tenía mis razones. No tienes por qué estar de acuerdo con ellas y tampoco te lo pido, pero no pretendas sermonearme sobre algo de lo que no tienes ni idea, señora. ¿Quieres hablar de dolor y amargura? Te llevo quince años de ventaja.
Reynolds parpadeó y dio un paso atrás sin apartar la vista del arma.
– De acuerdo, Connie, nos has salvado la vida. Eso cuenta mucho.
– ¿Eso crees?
Brooke extrajo su teléfono móvil.
– Voy a llamar a Massey para que envíen un equipo.
– Deja ese teléfono, Brooke.
– Connie…
– ¡Suelta el maldito teléfono inmediatamente!
Reynolds dejó caer el teléfono al suelo.
– Connie, se acabó.
– Nunca se acaba, Brooke, ya lo sabes. Las cosas que sucedieron hace años siempre vuelven para martirizarte. La gente descubre cosas, investiga sobre ti y de repente tu vida se acaba.
– ¿Por eso te metiste en esto? ¿Alguien te chantajeaba? Lentamente, Connie recorrió el lugar con la mirada.
– ¿Qué coño importa?
– ¡A mí me importa! -exclamó Reynolds.
Connie exhaló un profundo suspiro.
– Cuando mi esposa enfermó de cáncer, el seguro no cubría todos los tratamientos especializados. Los médicos pensaban que con ciertos tratamientos quizá tuviera alguna posibilidad, unos cuantos meses más de vida. Me hipotequé hasta el cuello. Agoté nuestras cuentas corrientes y aun así no había suficiente. ¿Qué se supone que debía hacer? ¿Dejarla morir? -Connie sacudió la cabeza con gesto enfadado-. Así que un poco de coca y otras drogas desaparecieron de la sala de pruebas del FBI. Al poco tiempo alguien lo descubrió y de repente tuve un jefe nuevo. -Se calló y bajó los ojos por unos instantes-. Y lo peor es que June murió de todos modos.
– Puedo ayudarte, Connie. Puedes acabar con esto ahora mismo.
Connie sonrió con tristeza.
– Nadie puede ayudarme, Brooke. Hice un trato con el diablo.
– Connie, déjalos marchar. Se acabó.
Él negó con la cabeza.
– He venido aquí a cumplir una misión. Y me conoces lo suficiente para saber que nunca dejo el trabajo inacabado.
– ¿Y luego qué? ¿Qué historia inventarás para salir de este aprieto? -Miró a los dos cadáveres-. ¿Y ahora quieres matar a tres más? Esto es demencial. Haz el favor.
– No tan demencial como entregarme y pasarme el resto de la vida entre rejas. 0 quizá acabar en la silla eléctrica. -Encogió sus fornidos hombros-. Ya se me ocurrirá algo.
– Por favor, Connie. No lo hagas. No puedes hacerlo. Te conozco. No puedes.
Connie examinó su pistola, se arrodilló y recogió el arma con silenciador de uno de los hombres muertos.
– Tengo que hacerlo y lo siento, Brooke.
Todos oyeron el clic. Connie y Reynolds reconocieron enseguida el percutor de una pistola semiautomática.
– ¡Suelta la pistola! -bramó Lee-. ¡Ahora mismo o te perforo la cabeza!
Connie se quedó paralizado y dejó caer la pistola al suelo. Lee subió las escaleras y presionó la boca del arma contra la cabeza del agente.
– Me tienta mucho matarte, pero me evitaste el problema de tener que vérmelas con dos gorilas más. -Lee se volvió hacia Reynolds-. Agente Reynolds, le agradecería que recogiera la pistola y apuntara a su amiguito.
Ella obedeció mientras observaba enfurecida a su compañero. -¡Connie, siéntate ahora mismo! -ordenó.
Lee se acercó a Faith y la abrazó.
– Lee -fue todo lo que ella alcanzó a decir, al tiempo que se refugiaba en sus brazos.
– Gracias a Dios que decidí volver.
– ¿Puede explicarme alguien de qué va todo esto? -inquirió Reynolds.
Buchanan dio un paso adelante.
– Yo, pero no servirá de nada. La prueba que tenía estaba en esa cinta. Tenía la intención de hacer copias pero no tuve oportunidad antes de salir de Washington.
– Es obvio que tú sabes qué está pasando aquí -le dijo Reynolds a Connie-. Si cooperas, te reducirán la condena.
– Sí, a lo mejor dejan que yo mismo me ate a la silla eléctrica -espetó Connie.
– ¿Quién? Maldita sea, ¿quién está detrás de esto que tiene tan asustado a todo el mundo?
– Agente Reynolds -dijo Buchanan-, estoy convencido de que dicho caballero espera recibir noticias de todo esto. Si no las recibe pronto, enviará a más hombres. Sugiero que lo evitemos.
– ¿Por qué he de confiar en usted? -soltó Reynolds-. Lo que debería hacer es llamar a la policía.
– La noche que asesinaron al agente Newman -explicó Faith- le dije que quería que Danny testificara conmigo. Newman me dijo que eso no ocurriría nunca.
– Y tenía razón.
– Pero creo que si estuvieses al corriente de todos los hechos no pensarías eso. Lo que hicimos estaba mal, pero no había otra solución…
– Vaya, ahora sí que lo tengo todo claro -repuso Reynolds con ironía.
– Eso puede esperar -se apresuró a decir Buchanan-. Ahora mismo debemos ocuparnos del hombre que está detrás de estos dos. -Señaló con la cabeza a los hombres muertos.
– Puedes añadir uno más a la cuenta -le informó Lee-. Está fuera, dándose un baño en el mar.
Reynolds estaba exasperada.
– Aquí todo el mundo parece saberlo todo menos yo. -Se dirigió a Buchanan con el ceño fruncido-. Bueno, le escucho, ¿qué sugiere?
Buchanan había empezado a responder cuando todos oyeron el sonido de un avión que se acercaba. Dirigieron la vista a la ventana y vieron que ya había amanecido.
– Es el servicio aéreo. Ya es de día. El primer vuelo de la mañana. La pista está al otro lado de la calle -aclaró Faith.
– Eso sí lo sabía -manifestó Reynolds.
– Sugiero que utilicemos a su amigo -propuso Buchanan mirando hacia Connie- para comunicarnos con esa persona. -¿Y qué le decimos?
– Que la operación ha sido todo un éxito pero que sus hombres han muerto en la refriega. Él lo entenderá, por supuesto. Es normal que haya víctimas. Pero le haremos creer que Faith y yo hemos sido eliminados y la cinta destruida. Así se sentirá seguro.
– ¿Y yo? -preguntó Lee.
– Dejaremos que seas nuestro comodín -respondió Buchanan.
– ¿Y por qué motivo debo hacer eso -quiso saber Reynolds-, cuando podría llevaros a vosotros, a Faith y a él -apuntó con la pistola a Connie- a la Oficina de Campo, recuperar mi puesto y quedar como una heroína?
– Porque si lo hace, el hombre que ha provocado todo esto quedará libre. Libre para hacer otra vez algo parecido. Reynolds parecía confusa y preocupada.
Buchanan la escrutó.
– La decisión está en sus manos.
Reynolds los miró uno a uno y luego posó los ojos en Lee. Se fijó en la sangre de la manga, los cortes y las magulladuras del rostro.
– Nos has salvado la vida a todos. Probablemente seas el más inocente de toda la casa. ¿Qué opinas?
Lee se volvió hacia Faith y luego hacia Buchanan antes de dirigirse a Reynolds.
– Me parece que no puedo darte una razón de peso, pero el instinto me dice que deberías fiarte de él.
Reynolds exhaló un suspiro.
– ¿Puedes ponerte en contacto con ese monstruo? -le preguntó a Connie, que no contestó-. Connie, será mejor que colabores con nosotros. Sé que estabas dispuesto a matarnos a todos y no debería importarme lo que te pase. -Guardó silencio y agachó la cabeza por unos instantes-. Pero me importa. Es tu última oportunidad, Connie, ¿qué dices?
Connie abría y cerraba sus grandes manos con nerviosismo. Miró a Buchanan.
– ¿Qué quiere que diga exactamente?
Buchanan se lo explicó con todo lujo de detalles y Connie se sentó en el sofá, tomó el teléfono y marcó un número. Cuando respondieron a la llamada dijo:
– Aquí… -Pareció avergonzarse por un momento-, aquí Mejor Baza. -Al cabo de unos minutos, Connie colgó el teléfono y los miró-. Bueno, ya está.
– ¿Se lo ha tragado? -preguntó Lee.
– Eso parece, pero con estos tipos nunca se sabe.
– Bueno, eso nos dará un poco más de tiempo -dijo Buchanan.
– Ahora tenemos ciertas cosas de las que ocuparnos -aseveró Reynolds-. Como unos cuantos muertos. Y yo tengo que informar de todo esto. -Fijó la vista en Connie-. Y encargarme de que te encierren.
Connie la observó airado.
– En eso queda la lealtad -dijo.
Brooke le devolvió la mirada.
– Tú elegiste. Lo que hiciste por nosotros te ayudará. Pero vas a pasar mucho tiempo en prisión, Connie. Por lo menos vivirás. Eso ya es más de lo que consiguió Ken. -A continuación se dirigió a Buchanan-. ¿Y ahora qué?
– Sugiero que nos marchemos de inmediato. Cuando estemos lejos de esta zona puede llamar a la policía. Una vez en Washington, Faith y yo nos reuniremos con el FBI y les contaremos lo que sabemos. Debemos mantenerlo todo en el más absoluto de los secretos. Si ese hombre se entera de que estamos colaborando con el FBI, nunca conseguiremos la prueba que necesitamos.
– ¿Ese tipo ordenó matar a Ken? -preguntó Reynolds.
– Sí.
– ¿Defiende intereses extranjeros?
– De hecho, usted y él tienen el mismo jefe.
Reynolds lo miró, sorprendida.
– ¿El Tío Sam? -dijo despacio.
Buchanan asintió.
– Si confía en mí, haré lo posible por ponérselo en bandeja de plata. Tengo una asignatura pendiente con él.
– ¿Y exactamente qué espera a cambio?
– ¿Para mí? Nada. Si no hay más remedio, iré a la cárcel. Pero quiero que Faith quede libre. A no ser que me lo garantice, por mí ya puede llamar a la policía.
Faith lo agarró del brazo.
– Danny, tú no vas a pagar por todo.
– ¿Por qué no? Fue cosa mía.
– Pero tus motivos…
– Los motivos no sirven de excusa -replicó Buchanan-. Yo sabía que corría ese riesgo cuando decidí infringir la ley.
– ¡Yo también, maldita sea!
Buchanan se volvió hacia Reynolds.
– ¿Acepta el trato? Faith no va a la cárcel.
– En realidad, no estoy en situación de ofrecer nada. -Reflexionó sobre el tema por unos instantes-. Pero puedo prometer algo: si es sincero conmigo, haré todo cuanto esté en mi mano para que Faith quede libre.