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Lee se levantó antes que Faith, se duchó, se puso ropa limpia y regresó junto a la cama, para observarla mientras dormía. Durante unos segundos se permitió el lujo de olvidarse de todo excepto de la maravillosa noche que habían pasado juntos. Sabía que aquello le había cambiado la vida para siempre, y esa certeza lo asustaba sobremanera.

Descendió a la planta baja moviéndose con cierta lentitud. Le dolían algunos músculos del cuerpo que había olvidado que tenía. Y no era sólo por el baile. Entró en la cocina y decidió preparar café. Mientras calentaba el agua pensó en la noche anterior. En su interior, se había comprometido seriamente con Faith Lockhart. Algunos quizá lo considerarían un sentimiento anticuado, pero para Lee acostarse con una mujer significaba que sentía algo profundo por ella.

Se sirvió una taza de café y salió para sentarse en la terraza de la cocina. Eran alrededor de las once y hacía un día soleado y caluroso, aunque no parecía que fuera a durar mucho pues se aproximaban varios nubarrones. Más cerca, divisó el bimotor en el aire, preparándose para aterrizar con otra carga de pasajeros. Faith le había dicho que, durante los meses de verano, los aviones realizaban unos diez viajes al día. Ahora sólo había tres vuelos, uno por la mañana, otro al mediodía y otro a primera hora de la tarde.

Hasta el momento ninguno de los pasajeros del avión se había quedado en aquella calle. Todos se habían marchado en coche a otros lugares, lo cual ya le parecía bien a Lee.

Mientras se tomaba el café, llegó a la conclusión de que albergaba aquellos sentimientos profundos por Faith, aunque hacía pocos días que la conocía. Supuso que cosas más extrañas se habían visto. Además, su relación había empezado en un terreno de lo más resbaladizo. Después de todo lo que le había hecho pasar, Lee sabía que sería comprensible que odiara a aquella mujer. Y después de lo que él le había hecho aquella noche, borracho o no, ella tenía todo el derecho a odiarlo. ¿Amaba a Faith Lockhart? Sabía que en aquel preciso instante no quería separarse de ella. Deseaba protegerla de todo mal. Quería abrazarla, pasar todos los minutos del día junto a ella y, sí, mantener relaciones sexuales lo más vigorosas posibles mientras su cuerpo aguantara. ¿Aquello era amor?

Por otro lado, Faith había participado en una trama de sobornos a altos cargos del gobierno y la buscaba el FBI, entre otros. Sí, pensó exhalando un suspiro, la situación se había complicado mucho. Justo antes estaban dispuestos a marcharse quién sabe adónde. No parecía muy probable que pudieran acudir a una iglesia o presentarse ante el juez de paz y casarse. «Así es, padre, somos una pareja de fugitivos. ¿Podría darse prisa?»

Lee puso los ojos en blanco y se dio una palmada en la frente. ¡Boda! Cielo santo, ¿se había vuelto loco? Quizá ésos fueran sus sentimientos pero ¿y Faith? Tal vez le iban las aventuras de una noche, aunque todo lo que había observado en ella apuntaba a lo contrario. ¿Lo amaba ella? Posiblemente estuviera encaprichada, cautivada por su papel de protector. Lo sucedido la noche anterior podía achacarse al alcohol, a la embriaguez del peligro que los acechaba o quizá a la simple lujuria. Además, él no iba a preguntarle su opinión. Ya tenía bastantes cosas de que preocuparse.

Se centró en el futuro inmediato. ¿Acaso el mejor plan sería viajar a campo traviesa en la Honda hasta San Diego? ¿México y luego América del Sur? Sintió una punzada de culpabilidad cuando pensó en la familia que dejaría atrás. Acto seguido, algo más le vino a la mente: su reputación, lo que creería su familia.

Si huía, en cierto modo era como reconocer su culpabilidad. Y si los detenían en el camino, ¿quién los creería?

Se reclinó en el asiento y de repente se planteó una estrategia totalmente distinta. Pocos minutos antes, la huida le parecía la mejor opción. Faith no quería volver ni colaborar en la inculpación de Buchanan, lo que no era de extrañar. Lee tampoco tenía demasiado interés en ello, y menos ahora que conocía la razón por la que sobornaba a los políticos. A decir verdad, Danny Buchanan debía ser canonizado. Fue entonces cuando una idea empezó a rondarle la cabeza.

Entró de nuevo en la cocina y tomó su teléfono móvil de la mesita. Había contratado una de esas superofertas sin cuotas predeterminadas para llamadas de larga distancia, así que ya casi nunca utilizaba el teléfono fijo. Disponía de buzón de voz, buzón de mensajes e identificación de llamada. Incluso poseía un servicio de información que permitía acceder a las últimas noticias o consultar el precio de las acciones, aunque él no tuviera.

Cuando empezó a ejercer de investigador privado, Lee utilizaba una máquina de escribir IBM, los teléfonos inalámbricos suponían la vanguardia de la tecnología y los aparatos de fax escupían rollos de papel térmico y eran privativos de las grandes empresas. Aquélla era la situación hacía menos de quince años. Ahora tenía un centro de comunicación global en la palma de la mano. Unos cambios tan rápidos no podían ser saludables. Sin embargo, ¿quién era capaz de vivir ahora sin todos esos trastos?

Se desplomó en el sofá y contempló el giro lento de las aspas de rota del ventilador del techo, mientras se planteaba las ventajas y los inconvenientes de lo que se le había ocurrido. Entonces se decidió y extrajo la cartera de su bolsillo trasero. Ahí estaba el trozo de papel con el número que su cliente, que ahora sabía que era Danny Buchanan, le había dado en un principio. La persona a quien había sido incapaz de localizar. Pero entonces lo asaltó una duda. ¿Y si se equivocaba al pensar que Buchanan no tenía nada que ver con el intento de asesinato de Faith? Se levantó y empezó a ir y venir por la habitación. Cuando miró por la ventana hacia el cielo azul, no vio más que la cercanía del desastre simbolizado por las nubes de tormenta que se avecinaban. De todos modos, Buchanan lo había contratado. Estrictamente hablando, trabajaba para aquel hombre. Quizá hubiera llegado el momento de rendirle cuentas. Rezó una oración en silencio, tomó el teléfono móvil y marcó el número escrito en el trozo de papel.

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