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– ¿Le mataste? -preguntó Lena-. ¿Mataste a Andy?

– Andy le estaba chantajeando. Sabia que era imposible que a Brian se le hubiera ocurrido esa idea, por no hablar de llevar a cabo la investigación.

– ¿Qué idea?

– La idea de Sibyl. Estaba a punto de someterla al comité cuando la mataron.

Lena miró las cajas.

– ¿Ésas son sus notas?

– Su investigación -le aclaró-. La única prueba que queda de que fue suya.

– Una expresión de tristeza pasó por su rostro-. Era tan inteligente, Lena. Ojalá te pudieras hacer una idea del talento que tenía.

Lena no podía ocultar su cólera.

– Tú le robaste la idea.

– Trabajé con ella en cada fase del proyecto -se defendió-.Y cuando desapareció, yo era el único que estaba al corriente. Era el único que podía asegurarse de que alguien continuaba su trabajo.

– ¿Cómo pudiste hacerle eso? -preguntó Lena, porque sabía que Richard apreciaba a Sibyl-. ¿Cómo pudiste adueñarte del mérito de su trabajo?

– Estaba harto, Lena. Tú, sobre todo tú, deberías comprender qué estaba harto de ser un segundón. Estaba harto de ver cómo Brian lo derrochaba todo con Andy mientras yo estaba a su lado, dispuesto a hacer lo que fuera por él. -Se dio un golpe en la palma con el puño-. Yo era el hijo bueno. Yo fui el que le tradujo las notas de Sibyl. Yo fui el que le proporcionó la idea para que pudiéramos trabajar juntos y crear algo que… -Calló, y sus labios formaron una línea fina mientras intentaba reprimir sus emociones-. A Andy Rosen no le importaba una mierda. Todo lo que le interesaba era el coche que le iban a comprar, qué reproductor de CD o qué videojuego. Eso es todo lo que Brian era para él, un cajero automático. -Intentó razonar con ella-. Nos estaba chantajeando. A los dos. Sí, le maté. Le maté por mi padre.

Lena sólo pudo preguntar:

– ¿Cómo?

– Andy sabía que Brian era incapaz de hacer eso -dijo Richard, y señaló las cajas-. Brian no era exactamente un visionario.

– Cualquiera se daría cuenta de eso -dijo Lena, llegando al meollo del asunto-. ¿Qué prueba tenía?

Richard pareció impresionado de que ella lo hubiera entendido.

– La primera regla de la investigación científica -dijo-. Anotarlo todo.

– ¿Guardaba notas?

– Llevaba un diario -dijo Richard-. Anotaba cada reunión, cada llamada telefónica, cada estúpida idea que nunca resultaba.

– ¿Andy encontró los diarios?

– No sólo los diarios: todas las notas, todos los datos preliminares. Transcripciones de la investigación previa de Sibyl. -Richard hizo una pausa, visiblemente enfadado-. Brian anotaba todas las chorradas en esos diarios, y va y los deja por ahí para que Andy los encuentre y, naturalmente, la primera reacción de Andy no es: «Oh, papá, deja que te devuelva esto», sino: «Mmm, ¿cómo puedo sacar dinero de esto?».

– ¿Así es como le convenciste de que se reuniera contigo en el puente?

– Muy lista -dijo Richard-. Sí. Le dije que iba a darle el dinero. Sabía que eso no le bastaría. Seguiría pidiendo más y más, ¿y quién sabía si se lo contaría a alguien? -Richard soltó un bufido de exasperación-. A Andy lo único que le importaba era él mismo y cómo conseguir dinero para colocarse. No era de fiar. A él siempre le darían, le darían y le darían, y todo por lo que yo había trabajado, todos los sacrificios que había hecho para ayudar a mi padre, para darle algo en lo que trabajar de lo que pudiera estar orgulloso, de lo que pudiéramos estar orgullosos, se lo fundiría ese mierda desagradecido.

El odio que había en su voz dejó a Lena sin aliento. Se imaginó lo que debió de ser para Andy verse atrapado en el puente con Richard.

– Podría haberle hecho sufrir. -Richard moderó el tono, evidentemente con la intención de parecer razonable-. Podría haberle castigado por lo que me estaba haciendo, a la relación que tanto me había costado construir con mi padre, pero decidí ser humano.

– Debía de estar aterrado.

– Había esnifado tanto limpiainodoros que casi no veía -dijo Richard, asqueado-. Lo único que tuve que hacer fue sujetarle con la mano aquí -colocó la mano a pocos centímetros del pecho de Lena-, apoyarle suavemente contra la barandilla, e inyectarle succinilcolina. ¿Sabes lo que es?

Lena negó con la cabeza, rezando para que apartara la mano de ella.

– Lo utilizamos en el laboratorio para sacrificar animales. Te paraliza… lo paraliza todo. Se derrumbó en mis brazos como una muñeca de trapo y dejó de respirar. -Richard inhaló bruscamente, los ojos muy abiertos por la sorpresa, ilustrando la reacción de Andy-. Podría haberle hecho sufrir. Podría haber hecho que resultara horrible, pero no quise.

– Lo descubrirán, Richard.

Por fin, dejó caer la mano.

– No deja rastro.

– De todos modos lo descubrirán.

– ¿Quién?

– La policía -dijo Lena-. Saben que fue asesinato.

– Eso he oído -dijo, pero no pareció afectado por la información.

– Sabrán que fuiste tú.

– ¿Cómo? -preguntó-. No tienen ningún motivo para sospechar de mí. Brian no admitirá que soy su hijo, y aun cuando Jill no escondiera la cabeza como las avestruces, está demasiado asustada para decir nada.

– ¿Asustada de qué?

– Asustada de Brian -dijo Richard, como si fuera algo obvio-. Asustada de sus puños.

– ¿Le pega a su mujer? -preguntó Lena.

No podía aceptar que Richard dijera la verdad. Jill Rosen era fuerte. No era de las que tienen que tragar mierda de nadie.

– Pues claro que le pega.

– ¿A Jill Rosen? -preguntó Lena, incrédula-. ¿Le pega a Jill?

– Lleva años maltratándola. Y si sigue con él es porque nadie la ha ayudado como yo puedo ayudarte a ti.

– Yo no necesito ayuda.

– Sí la necesitas -dijo Richard-. ¿Crees que va a soltarte así como así?

– ¿Quién?

– Ya sabes quién.

Lena le cortó.

– No sé de qué me hablas.

– Sé que es muy difícil huir de eso -le dijo, poniéndose la mano en el pecho-. Sé que no puedes hacer sola algo así.

Lena negó con la cabeza.

– Deja que yo me encargue de él.

– No -dijo Lena dando un paso atrás.

– Puedo hacer que parezca un accidente -le dijo, acercándose aún más.

– Sí, hasta ahora lo has hecho muy bien.

– Podrías darme algún consejo -dijo Richard, levantando la mano para que no le interrumpiera-. Un pequeño consejo puede ser muy importante. Podemos ayudarnos a salir de ésta.

– ¿Cómo puedes ayudarme?

– Librándote de él -dijo Richard, quien algo debió de ver en los ojos de Lena, pues sonrió con tristeza-. Lo sabes, ¿verdad? Sabes que es la única manera de que desaparezca de tu vida.

Lena se lo quedó mirando.

– ¿Por qué mataste a Ellen Schaffer?

– Lena.

– Dime por qué -insistió ella-. Necesito saberlo.

Richard esperó un instante antes de decir:

– Me vio en el bosque. Me miraba fijamente mientras llamaba a la policía. Sabía que acabaría contándolo, sólo era cuestión de tiempo.

– ¿Y qué me dices de Scooter?

– ¿Por qué haces esto, Lena? -preguntó Richard-. ¿Crees que voy a hacer una confesión completa y luego vas a arrestarme?

– Los dos sabemos que no puedo arrestarte.

– ¿No puedes?

– Mírame -dijo, levantando ambos brazos, mostrándole su maltrecho cuerpo-. Sabes mejor que nadie en qué estoy metida. ¿Crees que van a escucharme? -Se llevó una mano al cuello magullado-. Si casi ni se me oye.

Richard sonrió a medias, negando con la cabeza para dar a entender que no se dejaría engatusar.

– Necesito saberlo, Richard. He de saber que puedo confiar en ti.

Richard la miró fijamente, sin saber si debía continuar.

– Lo de Scooter no fue cosa mía -dijo Richard.

– ¿Estás seguro?

– Naturalmente que lo estoy. -Richard puso los ojos en blanco, y por un momento fue el Richard femenino que Lena conocía-. He oído que se estranguló mientras se masturbaba. ¿Quién es lo bastante estúpido para seguir haciendo eso?

Aquel comentario venenoso era una invitación a que Lena bajara la guardia, pero ella no picó.

– ¿Y Tessa Linton?

– Llevaba esa bolsa -dijo, repentinamente agitado-. Estaba recogiendo cosas en la colina. Y yo no podía encontrar el colgante. Quería el colgante. Era un símbolo.

– ¿La estrella de David? -preguntó Lena, recordando cómo Jill se había aferrado a ella en la biblioteca.

Parecía haber pasado una eternidad.

– Los dos tenían una. Jill se la compró el año pasado, una para Brian y una para Andy. Padre e hijo. -Espiró con violencia-. Brian se la ponía todos los días. ¿Crees que haría algo así por mí?

– ¿Apuñalaste a Tessa Linton porque pensaste que tenía el colgante?

– Me reconoció. Vi en su cara que estaba atando cabos. Sabía por qué yo estaba en el bosque. Sabía que había matado a Andy. -Richard hizo una pausa, como para aclarar las ideas-. Comenzó a gritarme. A chillar. Tuve que hacerla callar. -Se secó la cara con las manos, perdiendo lentamente la compostura-. ¡Dios!, eso sí fue duro. Fue muy jodido. -Bajó la vista al suelo, y Lena percibió su remordimiento-. No puedo creer que tuviera que hacerlo. Fue horrible. Me quedé por ahí a ver qué pasaba y…

No acabó la frase, y permaneció en silencio, como si deseara que Lena le dijera que no pasaba nada, que no había podido hacer otra cosa.

– ¿Cómo quieres hacerlo? -dijo Richard.

Lena no contestó.

– ¿Cómo quieres que me libre de él? -preguntó Richard-. Puedo hacerle sufrir, Lena. Puedo hacerle daño, como el que él te hizo a ti.

Lena seguía sin poder contestar. Se miró las manos, recordando a Ethan en el café, y lo furiosa que se puso cuando le hizo daño. Entonces había querido desquitarse, hacerle sufrir por el dolor que le había causado.

Richard dio un golpecito suave en la fibra de vidrio que cubría el brazo de Lena.

– La escayola fue el compañero inseparable de mi infancia.

Lena se frotó la fibra de vidrio. La cicatriz de la mano aún estaba roja, y tenía sangre seca en los bordes. Se hurgó la herida mientras Richard le exponía su plan.

– Tú no tienes que hacer nada -dijo-. Yo me aseguraré de que no quede ningún cabo suelto. He ayudado a otras mujeres anteriormente, Lena. Sólo tienes que decírmelo y le haré desaparecer.

Lena sentía la cicatriz bajo las uñas, la despegaba como se despega la etiqueta de una naranja.

– ¿Cómo? -susurró, jugando con el reborde de piel-. ¿Cómo lo harías?

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