– ¿Qué hará cuando tenga familia? -inquirió Charlie con brusquedad, fijando en Dick sus pequeños ojos azules.
– Saldré del apuro a mi modo -respondió, obstinado, Dick.
– Está loco -dijo Charlie-, loco. No diga que no se lo advertí y no venga a pedirme nada prestado cuando el vientre de su mujer empiece a hincharse y necesite dinero contante y sonante.
– Nunca le he pedido nada -replicó Dick, ofendido, con el rostro ensombrecido por el orgullo. Hubo un momento de auténtico odio entre los dos hombres. Pero en el fondo se respetaban mutuamente, a pesar de las diferencias de temperamento, tal vez porque compartían la misma vida. Se separaron con bastante cordialidad, aunque Dick no consiguió emular el afectado buen humor de Charlie.
Cuando Slatter se hubo marchado, volvió a la casa, agobiado por la preocupación. La ansiedad y la tensión repentinas le atacaban siempre el estómago y sentía náuseas, pero ocultó el hecho a Mary para no mencionar la causa de su inquietud. Hijos eran lo que necesitaba ahora que su matrimonio era un fracaso y parecía imposible de enderezar. Los hijos les acercarían el uno al otro y derribarían aquella barrera invisible. Pero no podían permitirse el lujo de tenerlos. Cuando había dicho a Mary (pensando que tal vez ansiaba tener uno) que tendrían que esperar, ella había asentido con un suspiro de alivio. A Dick no le pasó desapercibido aquel suspiro. Pero cuando hubieran salido del atolladero, quizá le complacería tener hijos.
Empezó a trabajar con mayor ahínco, a fin de mejorar su situación y hacer posible la llegada de los hijos. Se pasaba el día planeando, soñando y haciendo proyectos mientras supervisaba el trabajo de los peones. Y entretanto, la situación doméstica no mejoraba. Mary no sabía tratar a los nativos; era un hecho incontestable y tenía que aceptarlo. Estaba hecha de aquel modo y no podía cambiar. Los cocineros no le duraban nunca más de un mes, y siempre había escenas y arrebatos de cólera. Dick apretaba los dientes para resistirlo, sintiendo en el fondo que en cierto modo era culpa suya, debido a la existencia difícil que hacía llevar a Mary; pero a veces salía corriendo de la casa, mudo por la irritación. Si por lo menos tuviera algo en qué ocuparse… aquél era el problema.