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A raíz de ese incidente, cada vez que en verano la familia se ponía en marcha hacia la casa de la montaña, él salía del paso pretextando que tenía actividades en su club deportivo; y no volvió a emprender el viaje a aquella residencia veraniega familiar.

Pues bien, cuando Ogi consultó su opinión a Bailarina, ésta le dijo que, sin descartar la posibilidad de que Patrón encaminara sus pasos al Comité Mossbruger, en su propia opinión más les valía esperar un poco antes de proponer el plan al propio interesado. Pues por el momento, al parecer, a Patrón lo absorbía el afán de tratar sus nuevos planes con Guiador, quien por cierto se había recuperado, de la noche al día, y había salido ya felizmente del hospital. El joven Ogi, tan meticuloso él en cuanto a llevar los asuntos de oficina, pensó que debía comunicar cuanto antes al Centro de Cultura y Deportes de la ciudad universitaria que la respuesta iba a demorarse. Pero además pesaba en él otro motivo de orden afectivo para llamar: aquella animada voz de la señorita Tsugane al teléfono que, al oírla, le ponía a él la cara encendida; y no le quedaba más remedio que reconocerlo.

– Siendo así, yo diría que lo mejor es que lo trates directamente con la señorita Tachibana.

Dicho esto, la señorita Tsugane le comunicó el número de teléfono de la señorita Tachibana, la cual trabajaba en la Biblioteca Universitaria que la orden de los jesuitas tiene en el barrio de Yotsuya.

– La señorita Tachibana es una persona de gran valía, y desde hace tiempo vive con un hermano menor suyo, que está impedido. Y eso no lo hace como un sacrificio que se impone a sí misma, sino que de este modo tanto ella como su hermano pueden realizarse en un ambiente de cierta independencia. Así lo ve ella, toda una mujer. Por otro lado, también la señorita Ásuka es una joven muy coherente por lo que respecta a procurarse su independencia, y la vive en la práctica, muy a su modo. Ya la señorita Tachibana mencionó esto antes; pero, por expresarlo sin tapujos, diré que su trabajo se orienta a la diversión del público adulto: hace películas, para las que tiene que ahorrar dinero… ¿Por qué estas dos personas tan distintas están las dos tan compenetradas para ayudarse mutuamente en el Comité Mossbruger…? Casi no lo entiendo. Bien, creo que con todo esto sabido no os va a faltar tema de conversación. Una vez que te hayas entrevistado con ella, pásate por aquí a verme. No es que tenga importancia, pero me debes una, ¿no? ¡Aah! Ja, ja…

Antes de que acabara el día, Ogi se puso en contacto con la señorita Tachibana, aún en su lugar de trabajo, y se citó con ella para el día siguiente, a la hora en que ella salía de trabajar, junto a una de las puertas de la universidad, cerca de la biblioteca. Una vez allí, se fueron a hablar hacia un talud desde donde se dominaba una hondonada, y sobre el cual se erguía una arboleda de cerezos, de hojas ahora enrojecidas.

La señorita Tachibana vestía un conjunto de color blanco y azul marino excesivamente anodino para su edad. En contraste con su aspecto introvertido, mostraba un andar decidido, pisando firmemente la tierra.

Ogi empezó hablándole de la mujer a quien entre los compañeros llamaban Bailarina; le explicó cómo ella se responsabilizaba de atender diariamente a Patrón y de supervisar las futuras actividades que concernían a éste. También le comunicó la idea que ella tenía sobre la cuestión. Se disculpó además por su respuesta ambigua del otro día. Pero la señorita Tachibana le dijo que, dejando aparte la cuestión de una posible charla de Patrón en el Comité Mossbruger, ella más bien quería explicarle por qué le resultaba tan importante encontrarse personalmente con Patrón. Y… ¿tendría él la amabilidad de escucharla?

El joven asintió de inmediato. Ogi era una persona especialmente dotada para escuchar, rasgo éste que no parecía muy acorde con su juventud.

– Yo he sido alumna de esta universidad: hace algo más de diez años, justo antes del Salto Mortal, cuando aún mi hermano y yo vivíamos en el hogar familiar con nuestros padres. Entonces, y gracias a que cierta persona me presentó, tuve ocasión de asistir a una pequeña reunión para escuchar a aquel señor.

"Yo por entonces no era aún creyente de la iglesia. Y aunque lo oí hablar y sus palabras me conmovieron profundamente, tampoco puede decirse que con ocasión de eso me hiciera creyente. Pero de todos modos llegué a conocer a una señora que trabajaba en el mismo Instituto de Sanidad adonde yo llevaba a mi hermano para su tratamiento, siendo ella a su vez madre de un niño mentalmente discapacitado. Allí nos conocimos, y fue ella la que me acompañó y me introdujo en aquella reunión. Tampoco esa madre de familia era oficialmente creyente. Por ahí empezó la cosa.

"Ya entonces lo estaba yo pasando mal con la enfermedad de mi hermano. Las palabras que él puede emplear son escasas, y si hablamos en general de su capacidad de movimientos, ésta correspondía, y corresponde igualmente ahora, así como su competencia mental, a la de un niño de cuatro o cinco años de edad. Sólo que goza de una aguda percepción auditiva, Y gracias a ella compone música. Por aquellos días ya había empezado una composición. En un concierto de piano que hubo, organizado por un grupo que colabora con el Instituto de Sanidad, me acerqué después a hablar con el pianista, un voluntario, el cual me aconsejó que enviara una copia de la partitura a un famoso compositor, asegurándome que él mismo respaldaría nuestro caso. Así lo hicimos sin demora, y la respuesta nos llegó por correo: una carta del compositor, diciendo que verdaderamente la melodía era bellísima, junto con un libro que el mismo músico había escrito. El libro lo traigo aquí, y en él está escrito lo que le voy a leer.

La señorita Tachibana hizo una pausa, para sacar del bolso que llevaba -por cierto, desproporcionadamente grande para lo que suele llevar cualquier mujer- un libro de tamaño cuartilla, encuadernado en tapas duras. Ogi le indicó el camino hacia un banco de cemento, construido a semejanza del tocón de un árbol talado, donde se sentaron.

El texto rezaba así:

"Una vez que se ha pensado algo, es inevitable la mediación del lenguaje.

Aun cuando uno piense valiéndose de sonidos, es imposible desvincularse de la conexión con las palabras.

En mi caso, cuando yo pretendo enmarcar mi pensamiento en una estructura musical -en una composición- que lo muestre tanto globalmente como en sus detalles, me es necesario realizar una verificación en términos de lenguaje.

La facultad de decidir se la confío a mis sentidos. Para encontrar los temas de mi música recorro ese mismo proceso. Por consiguiente, nada de esto guarda relación con una inspiración poética ni cosa parecida."

– Según esto, pues -continuó diciendo ella- la música de mi hermano pequeño está dentro de un mundo claramente limitado. Es como si le hubieran puesto por delante un listón a baja altura para saltarlo, pero ni con eso puede, ¿eh? Incluso he pensado si el compositor no temería herir nuestros sentimientos si se pusiese a decirnos su opinión abiertamente, y por eso recurriría a enviarnos su libro.

"Mi hermano se pasa el día echado sobre el suelo de madera de nuestro apartamento -que pertenece a una institución pública-, y escribe su música en papel pautado con el pentagrama. Cuando se equivoca escribiendo, borra con una goma y escribe de nuevo la nota correcta en el sitio exacto. Es como si él tuviera la música asentada en su mente desde el principio, y la fuera transcribiendo al pentagrama.

"Él es incapaz de explicar con palabras qué tipo de música se propone componer, y en realidad no parece que en el proceso de composición esté pensando con palabras. Aquello que decía el compositor en el libro, de "realizar una verificación en términos de lenguaje", le resulta imposible.

"Yo no puedo dejar de pensar en el mundo limitado de la música de mi hermano, y como lo considero un callejón sin salida, me siento descorazonada y lo veo todo negro. Encontrándome así, con la moral por los suelos, aquella señora amiga del Instituto de Sanidad, madre de un discapacitado, tuvo la amabilidad de invitarme y acompañarme a una reunión donde aquel señor iba a predicar.

"Aunque todo eso ocurrió hace bastante tiempo, no se me borra de la memoria. La predicación de ese señor parecía reconocerme personalmente en medio de mi sufrimiento, y en tal circunstancia me tendía una mano amiga.

"Aquel sermón tomaba como base un texto de un filósofo del siglo XVII, y yo tomé nota de él en esta libreta. Comprende dos párrafos independientes:

"Dios se ha revelado a sí mismo directamente en Cristo, o bien en el espíritu de Cristo, pero sin adecuarse a las imágenes y palabras que de Él habían presentado los profetas.

"Las cosas sólo se pueden entender correctamente cuando se capta su espíritu mismo con pureza, lejos de las palabras e imágenes que las representan. Así es como Cristo entendió la revelación, en toda su verdad e integridad" "A medida que él iba leyendo estos textos, y explicándolos uno por uno después de leerlos, yo iba escuchando sus palabras; hasta que finalmente no me pude quedar callada, y le hice una pregunta. La reunión se estaba celebrando en un pequeño local privado, que a causa de la apremiante alza de precios del terreno se tenía que desocupar y transferir la semana siguiente mismo, según se decía. Desde la puerta y hacia la penumbra del interior se habían colocado quince o dieciséis personas, y nosotras nos sentamos detrás de ellas. Yo alcé la mano, irguiéndome ligeramente y, levantando la voz como si fuera un gemido, le dirigí mi pregunta:

"-Aunque usted nos ha hablado de Cristo, yo no conozco nada de esa persona tan especial. ¿Sería abusivo aplicar lo que nos ha dicho de él a alguna otra persona que sea desgraciada? Pienso en alguien que ni siquiera sea consciente de su desgracia, pero que tenga un corazón puro. ¿Estaría fuera de lugar pensar que Dios pueda revelarse, no mediante palabras, sino mediante la música, directamente?

"Acto seguido aquel señor se abrió paso caminando vacilantemente y con cierto peligro por entre las personas sentadas delante de nosotras, y sujetándome una mano me susurró:

"-Así es, desde luego.

"Yo era aún una jovencita, pero dentro de mi corazón convertí mi sentimiento en palabras. Mi cuerpo y mi mente empezaban a inundarse de luz…

Como queriendo dar tregua a esta oleada de emociones, la señorita Tachibana guardó silencio por un rato mientras contemplaba los negros troncos de los cerezos, alineados ante su vista. Ogi a su vez se quedó mirando a las ramas de muérdago, de un rojo más denso aún que el espeso follaje otoñal de los cerezos. Ante la oscuridad del crepúsculo, aquel rojo se iba tornando en negro. "Por lo visto, también a una persona como esta honrada mujer, tan trabajadora y sencilla, que serenamente vive para su trabajo y organiza en libertad su vida…, también a ella Patrón le ha transmitido ánimos -pensó Ogi-. Y todo eso pervive hoy, a los diez años del Salto Mortal…"

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