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VOLANDO AL NORTE

Aurora no se encontraba en condiciones de viajar, pero cuando le sugerí que podíamos alojarnos en algún hotel y esperar a que le bajara la fiebre, sacudió la cabeza e insistió en que tomáramos el primer avión para Nueva York.

– David no es tonto -advirtió-. Si nos quedamos por aquí unas horas más, terminará por encontramos. Si me inflo de Advil o algo parecido, aguantaré.

De modo que le compré Advil, la envolví en mi abrigo, puse al máximo la calefacción del coche, y nos pusimos en marcha hacia el aeropuerto. Aquella mañana había aterrizado en Greensboro, pero como Minor seguramente nos andaría buscando por allí, Rory pensó que lo mejor era coger el avión en Raleigh-Durham. Estábamos a unos ciento sesenta kilómetros, y Aurora se pasó durmiendo las dos horas que duró el viaje. Después de cuatro Advil y la larga siesta, tenía aspecto de encontrarse mejor. Todavía pálida, aún sin muchas fuerzas, pero al parecer con menos fiebre, al cabo de otra dosis de pastillas y dos vasos de zumo de naranja en el aeropuerto se sintió lo bastante fuerte para hablar; yeso fue lo que hicimos a lo largo de varias horas: desde el momento en que nos sentamos en la puerta de embarque hasta la noche, cuando nos bajamos de un taxi frente a mi casa de Brooklyn.

– Todo ha sido culpa mía -empezó-. Hace tiempo que lo veía venir, pero estaba demasiado débil para hacer frente a la situación, demasiado nerviosa para defenderme. Eso es lo que pasa cuando crees que el otro es mejor que tú. Dejas de pensar por ti misma, y cuando te quieres enterar ya no eres dueña e tu vida. Ni siquiera te das cuenta, tío Nat, pero entonces ya estás jodida. Verdaderamente jodida…

»El primer error fue volver la espalda a Tom. Cuando salí de rehabilitación, David y yo nos marchamos de California y fuimos al Este con Lucy. Vivimos con su madre en Filadelfia durante seis meses, y las cosas me iban bien, mejor de lo que habían ido nunca. Estaba locamente enamorada de él. Ningún hombre se había portado tan bien conmigo, y yo iba por ahí con la increíble sensación de estar protegida, de que aquel hombre inteligente y honrado me conocía de verdad. Éramos un par de supervivientes. Ambos habíamos pasado muchas calamidades, pero allí estábamos los dos después de tantos altibajos, juntos y rehabilitados, a punto de casarnos…

»Un día fui a Nueva York a ver a Tom, y tengo que admitir que fue un poco deprimente. Estaba gordo, había dejado los estudios y trabajaba de taxista; y al principio parecía enfadado conmigo. No es que se lo reprochara. Hacía tanto tiempo que no lo llamaba, que tenía derecho a estar resentido conmigo. No cabían excusas. Yo había estado dando tumbos por California, viniéndome abajo poco a poco, y sencillamente no tenía fuerzas para coger el teléfono y llamar. Intenté explicárselo, pero no sirvió de nada. A pesar de todo, Tom seguía siendo mi hermano mayor, y ahora que me iba a casar, quería que fuese mi padrino y me acompañase al altar, igual que hiciste tú con mamá cuando se casó. Me dijo que estaría encantado, y de pronto todo volvía a ser como en los buenos tiempos y empecé a sentirme feliz de verdad. Había recuperado a mi hermano. Me iba a casar con David, y Lucy, mi increíble Lucy, vivía otra vez con su madre, con su estúpida e infantil madre que finalmente estaba empezando a madurar. ¿Qué más se podía pedir? Tenía todo lo que podía desear, tío Nat. Todo…

»Luego cogí el autobús y volví a Filadelfia, y cuando dije a David que había que invitar a Tom a la boda, contestó que ni hablar, que era imposible. Después de estar pensándolo durante todo el tiempo que estuve en Nueva York, había llegado a la conclusión de que mi hermano ejercía mala influencia sobre mí. Si yo quería seguir adelante con la boda, tendría que romper los lazos con el pasado. No sólo con los amigos, sino también con todos los miembros de mi familia. Pero ¿qué estás diciendo?, protesté. Yo quiero a mi hermano. Es la mejor persona del mundo. Pero David se negaba a discutir el asunto. Empezábamos una nueva vida juntos, me dijo, y a menos que cortáramos con todo lo que me había corrompido en el pasado, terminaría cayendo otra vez en los malos hábitos de siempre. Tenía que elegir. Se trataba de todo o nada, me advirtió. Un acto de fe o un acto de rebelión. Una vida con Dios o una vida sin Dios. Boda o no boda. Marido o hermano. David o Tom. Un futuro lleno de esperanza o una lamentable vuelta al pasado…

»Debí haberme cerrado en banda. Debí decide que no me tragaba aquellas gilipolleces, y si creía que iba a casarse conmigo sin invitar a Tom a la boda, ya podía ir olvidándose. Y punto. Pero no lo hice. No me defendí, y en el momento en que le dejé salirse con la suya, fue el principio del fin. Nunca hay que dejarse dominar, ni siquiera cuando crees que el otro sabe lo que más te conviene. Eso es lo que acabó conmigo. No era sólo que me asustara perder a David. Lo que me daba verdadero miedo era pensar que probablemente tenía razón. Yo quería a Tom, pero ¿qué había hecho por él aparte de cread e un montón de problemas y dolores de cabeza? ¿No sería preferible que cortara del todo y lo dejara en paz? Tal vez fuera mejor para él que no volviera a vedo más…

»No, David jamás me ha puesto la mano encima. Nunca ha pegado a Lucy, y nunca me ha pegado a mí. No es una persona violenta. Lo suyo es hablar. Hablar, hablar y venga a hablar. Continuamente. Te acobarda con sus argumentos, y además tiene una voz tan amable y convincente, y se expresa tan bien, que es como si anulara tu voluntad; casi como si te hipnotizara. Eso es lo que me salvó en la clínica de desintoxicación en Berkeley. Su forma de hablar sin parar, mirándome a los ojos con esa expresión de ternura y esa voz suya tan suave, tan serena. Es difícil resistirse a él, tío Nat. Se te mete en la cabeza, y al cabo de un tiempo empiezas a creer que nunca puede equivocarse en nada…

»Sé que Tom estaba preocupado. Tenía miedo de que me convirtiera en uno de esos meapilas renacidos, pero yo no estoy hecha para esas cosas. Aunque David seguía haciendo proselitismo conmigo, yo sólo fingía seguirle la corriente. Si él quiere creer en esa mierda…, vale, no me importa. Eso le hace feliz, y yo nunca me opondré a lo que hace feliz a la gente. En casa oí lo que te decía, y era verdad. A él no le va todo ese sermón fundamentalista. Cree en Jesucristo y en la otra vida, pero si comparamos eso con las creencias de otra gente, no es tan malo. Su problema es que aspira a la santidad. Quiere ser perfecto…

»Así que, bueno, lo acompañaba a la iglesia todos los domingos. No tenía más remedio, ¿verdad? Pero no todo era tan negativo, al menos cuando estábamos en Filadelfia. Yo cantaba en el coro, y ya sabes lo que me gusta cantar. No hay en el mundo canciones más ñoñas que esos himnos, pero al menos me daban ocasión de ejercitar los pulmones una vez a la semana, y mientras David no se empeñara en atiborrarme de Jesucristo a todas horas, no se podía decir que fuera una tía desgraciada. A veces pienso que si no nos hubiéramos marchado de Filadelfia, todo habría salido bien. Pero ninguno de los dos encontrábamos un trabajo decente. A mí me salió uno de camarera a tiempo parcial en una cafetería siniestra, y lo mejor que consiguió David después de meses de andar buscando fue un puesto de guarda nocturno en un edificio de oficinas de la calle Market. Asistíamos a las reuniones de Drogadictos Anónimos; no tocábamos la bebida; a Lucy le gustaba el colegio; aunque la madre de David estaba un poco chiflada, en el fondo era buena; pero en aquella ciudad sencillamente no ganábamos lo suficiente para vivir. Luego surgió algo en Carolina del Norte, y David no dejó escapar la oportunidad. La Ferretería Valor Seguro. A partir de ahí las cosas empezaron a ir mejor, pero luego, hace año y medio o así, David conoció al reverendo Bob, y de pronto todo empezó a ir de mal en peor…

»David sólo tenía siete años cuando murió su padre. No digo que sea culpa suya, pero creo que desde entonces está buscando un sustituto de la figura paterna. Alguien con autoridad. Con la energía suficiente para mantenerlo bajo su tutela y orientarle en la vida. Por eso fue probablemente por lo que al terminar el instituto se alistó en la infantería de marina en vez de ir a la universidad. Ya sabes, obedece las órdenes del Capitán América, y el Capitán América, como un buen padre, se ocupará de ti. El Capitán América se encargó de él, desde luego. Lo mandó a la Tormenta del Desierto y le montó un numerito en la cabeza. Lo jodió, pero bien. David empezó a ir de mal en peor y acabó enganchándose al caballo. Eso ya lo sabes. He oído cómo te lo contaba hoy, pero para mí lo interesante es la forma en que llegó a dejarlo. No al estilo de Alcohólicos Anónimos de creer en un ser superior; sino en una onda religiosa pura y dura. Se remonta a las alturas y encuentra al padre más grande de todos. Al señor Dios, al puñetero Dios, al señor que rige el universo. Pero a lo mejor no es suficiente. Uno puede hablar con Dios y confiar en que te escuche, pero a menos que tengas el cerebro sintonizado con Radio Esquizofrenia las veinticuatro horas del día, no pienses que va a contestar. Reza lo que quieras, que Papi no va a decir ni pío. Puedes estudiar sus palabras en la Biblia, pero la Biblia no es más que un libro, y los libros no hablan, ¿verdad? En cambio el reverendo Bob sí habla, y una vez que le empiezas a escuchar, sabes que es lo que andabas buscando. Justo el padre que necesitas, un verdadero padre de carne y hueso, un ser humano con una voz que, cada vez que la oyes, crees que viene directamente del gran jefe en persona. Dios habla a través de ese tío, y será mejor que siempre hagas lo que te dice, porque si no…

»Tendrá unos cincuenta y tantos años, calculo yo. Alto y flaco, con mucha nariz y una mujer llamada Darlene que parece una vaca de lo gorda que está. No sé cuándo puso en marcha el Templo del Verbo Divino, pero no es un Iglesia normal como a la que íbamos en Filadelfia. El reverendo afirma que es cristiano, pero nunca dice de qué clase, y ni siquiera estoy segura de que le importe un rábano la religión. Se trata de tener dominados a los demás, de obligarlos a que hagan cosas raras y autodestructivas, convenciéndolos al mismo tiempo de que cumplen la voluntad de Dios. Creo que es un farsante, un estafador como no hay otro igual, pero tiene a sus seguidores en la palma de la mano, y todos lo quieren, lo adoran, y David más que nadie. Mantiene su entusiasmo a base de lanzar ideas nuevas a cada momento, cambiando continuamente el mensaje. Un domingo habla de los males del materialismo y de cómo debemos renunciar a las posesiones terrenales para vivir en la santa pobreza como nuestro amadísimo Señor. Al domingo siguiente nos dice que hay que trabajar mucho y ganar todo el dinero que se pueda. Dije a David que ese tío estaba chalado y que no quería que Lucy se siguiera contagiando más de esas tonterías. Pero David ya era entonces un verdadero converso, y no me hizo caso. Dos o tres meses después, el reverendo Bob decide de pronto prohibir los cánticos en el servicio del domingo. Es una ofensa a los oídos de Dios, nos asegura, y en lo sucesivo debemos venerarlo en silencio. En lo que a mí se refería, era la gota que colmaba el vaso. Dije a David que Lucy y yo dejábamos la Iglesia. Él podía seguir todo lo que quisiera, pero nosotras no volveríamos a poner los pies en aquel sitio. Era la primera vez que decía lo que pensaba desde que estábamos casados, y no me sirvió absolutamente de nada. Hizo como que me daba su apoyo y comprensión, pero las normas eran que todas las familias de la Congregación tenían que ir juntas al servicio religioso. Si yo dejaba de asistir, a él lo excomulgarían. Bueno, contesté yo, pues di que Lucy y yo estamos enfermas, que tenemos una enfermedad grave y que no podemos levantamos de la cama. David me dirigió una de sus tristes y condescendientes sonrisas. Mentir es pecado, sentenció. Si no decimos la verdad en todo momento, nuestra alma se encontrará con las puertas del cielo cerradas y se precipitará a las profundidades del averno…

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