A media mañana ya lleva un buen rato de paseo con Katy, la bulldog. Es sorprendente que Katy se haya mantenido a su paso, tanto si es porque él camina más despacio que antes como si es porque ella anda mejor. Jadea y resopla tanto como siempre, pero esto es algo que a él ya no parece fastidiarle.
Según se acercan a la casa se fija en el chico, el chico del que Petrus dijo que era de mi pueblo. Está de pie, cara a la pared de la parte trasera. Al principio piensa que está orinando; luego comprende que está mirando por el ventanuco del cuarto de baño, que está espiando a Lucy.
Katy ha comenzado a gruñir, pero el chico está tan absorto que no presta atención. Cuando se da la vuelta ya se hallan junto a él. Con toda la palma de la mano alcanza al chico en la mejilla.
– ¡Cerdo! -le grita, y le atiza otra bofetada que hace que se tambalee-. ¡Cerdo asqueroso!
Más sobresaltado que dolido, el chico trata de echar a correr, pero tropieza y cae. La perra se planta sobre él en el acto. Cierra las fauces en torno a su codo; aprieta las patas delanteras y da tirones sin dejar de gruñir. Con un grito de dolor, él trata de zafarse. Le lanza algún puñetazo, pero son golpes que carecen de fuerza, y que la perra apenas encaja.
La palabra sigue zumbando en el aire: ¡Cerdo! Nunca había sentido una rabia tan elemental. Le gustaría dar su merecido al chico: una buena tunda. Algunas frases que ha evitado a lo largo de toda su vida parecen de pronto justas, exactas:
Darle una lección, enseñarle cuál es su sitio en el mundo. ¡Entonces, así es todo esto!, piensa. ¡Así es como actúa un salvaje! Propina al chico un buen puntapié, de modo que rueda de costado. ¡Pollux! ¡Vaya nombre!
La perra cambia de postura y monta sobre el cuerpo del chico sin dejar de tironearle del brazo, desgarrándole la camisa. El chico intenta apartarla, pero el animal no cede. -¡Ay, ay, ay, ay, ay! -exclama dolorido-. ¡Voy a matarte! Aparece Lucy en la escena. -¡Katy! -llama con voz de mando. La perra la mira de lado, pero no la obedece.
Arrodillándose, Lucy sujeta a la perra por el collar, y le habla con voz queda, pero apremiante. A regañadientes, la perra suelta su presa.
– ¿Estas bien? -dice ella.
El chico gimotea de dolor. Se le han caído los mocos. -¡Voy a matarte! -solloza. Está a punto de echarse a llorar sin poder contenerse.
Lucy le retira la manga de la piel. Se ven las huellas de los colmillos del perro; mientras las estudian, sobre la piel oscura se forman perlas de sangre.
– Venga, vamos a lavarte esa herida -dice ella. El chico se sorbe los mocos y las lágrimas, niega con la cabeza.
Lucy solo lleva una toalla enrollada en torno al cuerpo. Al incorporarse, la toalla resbala y sus pechos quedan expuestos a la luz del día.
La última vez que vio los pechos de su hija eran los recatados capullos de rosa de una chiquilla de seis años de edad. Ahora son pechos redondos, grandes, casi lechosos. Se hace la quietud. Él la mira fijamente; el chico también la mira con toda su desvergüenza. La rabia de nuevo se hincha en su interior y le nubla la mirada.
Lucy se aparta de los dos hombres, se cubre. Con un solo, rápido movimiento, el chico se pone en pie y corre hasta quedar fuera del alcance de los otros.
– ¡Vamos a mataros a todos! -vocifera. Se vuelve; pisoteando adrede el patatal, se cuela por debajo de la verja de alambre y se retira hacia la casa de Petrus. Vuelve a caminar con aire chulesco, aunque va sujetándose el brazo.
Lucy tiene razón. Le pasa algo raro; no está bien de la cabeza. Es un niño violento en el cuerpo de un joven. Pero hay algo más, hay en todo el asunto algún detalle que él no entiende. ¿Qué se propone Lucy protegiendo al chico?
– Esto no puede seguir así, David -dice Lucy-. Puedo apañármelas con Petrus y sus aanhangers; puedo apañármelas contigo, pero es imposible que me las apañe con todos vosotros a la vez.
– Estaba mirándote por el ventanuco. ¿Lo sabías?
– Es un perturbado. Un chiquillo perturbado.
– ¿Y eso es una excusa? ¿Una excusa por lo que te hizo?
Lucy mueve los labios, pero él no acierta a descifrar lo que le dice.
– Yo no me f o de él -sigue diciendo él-. Es artero. Es como un chacal que anda al acecho, buscando pendencia. En los viejos tiempos había una palabra para designar a los que son como él. Es deficiente. Es un deficiente mental. Un deficiente moral. Debería estar internado en un sanatorio.
– Decir eso es una temeridad, David. Si prefieres pensar de ese modo, te ruego que no me lo digas. En cualquier caso, lo de menos es lo que tú puedas pensar acerca de él. Está aquí y seguirá aquí, no va a desaparecer envuelto en una humareda. Forma parte de la vida misma. -Ella lo mira impertérrita, entornando los ojos para protegerse del sol. Katy está tumbada a sus pies y jadea levemente, contenta consigo misma, con sus hazañas-. David, no podemos seguir así. Estaba ya todo apaciguado, estaba todo en paz hasta que tú volviste. Debo gozar de paz a mi alrededor. Estoy dispuesta a lo que sea, a cualquier sacrificio, con tal de conseguir la paz.
– ¿Y yo formo parte de lo que estás dispuesta a sacrificar?
Ella se encoge de hombros.
– Yo no he dicho eso. Lo has dicho tú. -Entonces voy a hacer las maletas.
Horas después del suceso, la mano todavía le cosquillea debido a las dos bofetadas. Cuando piensa en el chico y en sus amenazas se revuelve de ira. Al mismo tiempo, está avergonzado. Condena su actuación sin paliativos. A nadie ha dado una lección; desde luego, no al chico. Todo lo que ha logrado es alejarse más aún de Lucy. Se ha mostrado ante ella en un momento de pasión incontrolable, y está claro que a ella no le gusta lo que ha visto.
Debería pedir disculpas, pero no puede. Da la impresión de que sigue sin haber recuperado el dominio de sí. Hay algo en Pollux que le inspira esa rabia: sus ojillos feos y opacos, su insolencia, pero también la idea de que, como una mala hierba, ha tenido ocasión de enmarañar sus raíces con Lucy y con la existencia misma de Lucy.
Si Pollux vuelve a insultar a su hija, hará lo mismo que ha hecho. Du musst dein Leben dundern!: debes cambiar de vida. En fin: es demasiado viejo para hacer caso, demasiado viejo para cambiar. Lucy tal vez sea capaz de plegarse ante el temporal. Él no puede, o no puede hacerlo con honor.
Por eso ha de prestar atención a Teresa. Teresa puede ser la última que lo salve. Teresa está más allá del honor. Expone sus pechos al sol; toca el banjo delante de los criados, le importa un comino que se rían de ella. Tiene anhelos de inmortalidad y los canta. No ha de morir.
Llega a la clínica cuando Bev Shaw está a punto de marcharse. Se abrazan con cierta prevención, como dos desconocidos. Cuesta creer que yacieron desnudos, el uno en brazos del otro.
– ¿Se trata de una visita o vas a quedarte una temporada? -pregunta ella.
– Me quedaré todo el tiempo que sea necesario, pero no con Lucy. Está claro que no nos llevamos bien. Voy a buscarme una habitación en la ciudad.
– Cuánto lo siento. ¿Cuál es el problema?
– ¿Entre Lucy y yo? Espero que ninguno, o ninguno que no tenga remedio. El problema está en las personas junto a las cuales vive. Si me añado yo al conjunto somos demasiados. Demasiados para un espacio tan reducido. Como las arañas en el fondo de una botella.
Le viene a la cabeza una imagen tomada del Inferno: el gran marjal de la laguna Estigia, dentro del cual brotan las almas como setas. Ved¡ ¡'anime di color cui viese ¡'ira. Almas sobrepasadas por la ira, almas que se roen las unas a las otras. Un castigo adecuado al delito.
– Veo que hablas de ese chico que se ha ido a vivir con Petrus. Debo decir que no me agrada su aspecto, pero al menos mientras Petrus esté presente sé con seguridad que a Lucy no le pasará nada malo. Tal vez haya llegado la hora, David, de que te alejes un poco y dejes que Lucy encuentre ella sola las soluciones. Las mujeres tienen una gran capacidad de adaptación. Lucy la tiene. Además, es joven. En comparación contigo o conmigo, ella anda más con los pies sobre la tierra.
¿Que Lucy tiene capacidad de adaptación? Desde luego que no, al menos según su experiencia.
– A todas horas me aconsejas que no me meta -dice-. Si no me hubiera metido desde el primer momento, ¿dónde estaría Lucy ahora?
Bev Shaw permanece en silencio. ¿Habrá en él algo que Bev Shaw sabe cómo ver y que a él se le escapa? Por el hecho de que los animales confíen en ella, ¿también debe él confiarse a sus consejos, aprender una lección de ella? Los animales confían en ella, pero ella emplea esa confianza para liquidarlos. ¿Qué lección cabe aprender de eso?
– Si dejara de meterme en toda esta historia -sigue diciendo a duras penas- y sobreviniera un nuevo desastre en la granja, ¿cómo iba a poder seguir viviendo conmigo mismo?
Ella se encoge de hombros.
– ¿Es esa la cuestión, David? -le pregunta con toda tranquilidad.
– No lo sé. Yo ya no sé cuál es la cuestión. Es como si entre la generación de Lucy y la mía hubiera caído un telón impenetrable. Y yo no me di cuenta de cuándo cayó.
Hay un largo silencio entre ambos.
– De todos modos -prosigue-, está claro que no puedo seguir con Lucy, así que estoy buscando alojamiento. Si te enteras de alguna cosa en Grahamstown no dejes de comunicármelo. Lo que vine a decirte por encima de todo lo demás es que estoy disponible para echar una mano en la clínica.
– Pues nos vendrá muy bien -dice Bev Shaw.
A un amigo de Bill Shaw le compra una camioneta de media tonelada de tara, por la cual le paga con un cheque de mil rands y otro más por siete mil, aunque con fecha de final de mes.
– ¿Para qué tiene previsto emplearla? -le dice el hombre. -Transporte de animales. Perros.
– Tendrá que poner unos rieles al fondo de la caja, no sea que se le vayan de un salto. Sé de alguien que se los puede instalar.
– No se preocupe. Mis perros no saltan.
Según la documentación, la camioneta tiene doce años de antigüedad, pero el motor ronronea como la seda. Además, se dice, tampoco tiene por qué durar para siempre. Nada tiene que durar para siempre.
Tras localizar un anuncio in el Grocott's Mail, alquila una habitación en una casa cercana al hospital. Al formalizar el contrato dice apellidarse Lourie, paga un mes por adelantado y dice que se encuentra en Grahamstown para recibir tratamiento médico como paciente externo. No dice a qué se debe el tratamiento, pero sabe que ella piensa que es un cáncer.