También la carpintería. Cuarenta y tres años en la carpintería. Antes había sido almacén de carbón. El carbón es una pintura sin educación. El taller estaba negro siempre. Limpiándolo todos los días también, negro el taller. Siempre. Sólo tenía una esquina limpia, a saber por qué. Puse una figura de madera allí, en la esquina limpia. Tampoco se puede decir que aquella figura fuera el propio Jesús. Era algo así como un primo de Jesús. No tenía ni cruz.
Jesús no tenía hermanos, pero primos sí. La cosa es que hice un primo de Jesús y lo puse en la esquina limpia del taller.
Don Rodrigo dice que a él también le cansan las escaleras, que no me preocupe.
María. Ficciones
Pilar me dijo que probara. Me decía que me metiera en el baño, a recordar cosas, sin más. Y que si se me acababan las cosas que tenía para recordar -en apariencia, claro-, que me inventara nuevas, que, total, lo mismo da recordar que imaginar, que la cuestión es hacer cosas; si es posible bien y disfrutando. Pero si no, un poco mal y disfrutando.
Desde entonces me paso horas en el baño y lo que recuerdo es algunas veces verdad y otras no. A veces se me olvida que la mentira es mentira. Lo de ayer por la tarde, por ejemplo. Me acordé de cuando estuve con Alberto. De cómo me abrió la puerta de su casa y de cómo me quitó el abrigo y del gesto que hizo al encender las velas de la cena y de que luego estuvimos.
Pero ése es un recuerdo bastante reciente, y me marea un poco y me da algo de calor también. Cuando salí del baño mi madre me preguntó «¿Qué?» y yo le contesté «¿Qué?», como si no hubiese hecho nada malo, y me fui a la cama. Pero se conoce que me faltaba todavía algún recuerdo porque en la cama seguía viendo a Alberto. Olía los olores también.
Por eso me gustan más los recuerdos antiguos, de cuando era niña. Era entonces cuando más escribía mi padre. Ahora también escribe algo, y yo le suelo quitar los cuadernos de vez en cuando. A decir verdad los deja encima de la mesa, a la vista; pero yo los cojo con miedo. Es más, los abro con los ojos cerrados. Mi padre escribe muchísimo mejor que yo:
«A excepción de alguna nimiedad y, claro está, siempre dentro de nuestros límites -que aunque insustanciales, eran límites-, llegamos a dar, en la década de los sesenta, indiscutible explicación a todo aquello que preocupaba a lo que de humano tiene el mundo. Reunimos toda ideología, lo aclaramos todo, dejando al futuro sin opción a contestar, ridiculizando a todo aquel que hoy quiera ser escritor, enterrando sus ganas. Podría suceder, sin embargo, que nuestra propia explicación careciese de fundamento, de esencia. Entonces, pero sólo entonces, allí donde hicimos de nuestra explicación baluarte, sin que llegue el terror a paralizarnos, emplazaríamos el objetivo personal, en forma, en cualquier caso, de búsqueda especializada. Pero todo esto, no cabe la menor duda, también quedó definido por nosotros, en la década de los sesenta».
Ahí está. ¿No lo decía yo? Lo bien que escribe mi padre. Por eso suelo traer a veces los cuadernos al baño. Quiero aprender. Pero no sé yo.
Una vez se me mojaron tres hojas del cuaderno.