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Apenas he tenido noticias de Toby últimamente, pero vi a su madre en la escuela cuando acompañaba a su hijo pequeño y me dijo que se comportaba más o menos como Katie con su nueva novia, Monica.

Yo nunca tuve una cita a los catorce años. La juventud actual está creciendo muy aprisa… (¡Qué vieja me siento diciendo esto!) Vale, vale, mamá, te oigo bufar desde aquí. Es verdad que me quedé embarazada a los dieciocho sin tener trabajo, formación, ni hombre, y por poco te provoco una crisis nerviosa, pero en algunos países del mundo a esa edad se es mayor, así que deberías dar gracias a tu buena estrella de que no empezara incluso antes.

Kevin estuvo por aquí el fin de semana. Vino con su novia. Me pareció encantadora, pero no entiendo qué ha visto en él. ¿Sabías que ya llevan un año saliendo? Francamente, ese hermano mío es tan reservado… ¡Prácticamente hay que sacarle la información a golpes! Quién sabe, ¡igual suenan más campanas de boda para la familia Dunne! Dile a papá que baje su viejo esmoquin del desván y que le quite las telarañas y las bolas de naftalina para irse preparando. Le alegrará saber que esta vez no tendrá que desfilar por el pasillo. (La verdad, ¡qué nerviosa me puso en mi boda!)

En cuanto a mi palacio en el North Strand, ya puestos podríamos prescindir de los cristales de las ventanas con el viento que dejan pasar. Esta noche hace mucho frío y viento, y la lluvia acribilla las ventanas. La farola de enfrente da de lleno en el piso. Si pudiéramos correrla un poquito a la derecha molestaría a Rupert y no a nosotras. Aunque así ahorro dinero en electricidad. Estoy por asomarme a ver si Gene Kelly está bailando con el paraguas. ¿Por qué será que las películas hacen que todo, hasta la lluvia, parezca divertido?

Cada mañana me levanto cuando aún es noche cerrada (y, ¿sabes?, no me parece normal estar levantada a una hora en que ni el sol se ha tomado la molestia de salir), el piso está helado, voy corriendo de la ducha a mi cuarto, temblando como una posesa, salgo a la calle y camino diez minutos hasta la parada del autobús, invariablemente bajo la lluvia y el viento. Las orejas me duelen y suelo acabar con el pelo mojado, así que podría ahorrarme lavarlo y secarlo con el secador. El rímel se me corre por la cara, el viento le da la vuelta al paraguas y parezco una Mary Poppins desmelenada. Entonces el autobús llega tarde. O tan lleno que no se para. Y acabo por llegar tarde al trabajo y con pinta de rata ahogada, después de haber discutido al menos una vez con el conductor del autobús, mientras todos los demás llevan el maquillaje, la ropa y el pelo en perfecto estado porque se han levantado de la cama una hora más tarde que yo, han subido a sus coches para ir a trabajar y han llegado al colegio un cuarto de hora antes de que empiecen las clases, el tiempo necesario para tomarse un café y comenzar relajadamente la jornada.

¿Cantando bajo la lluvia? ¡Y un cuerno!

Te habrás fijado en que hoy te escribo una carta en vez de un e-mail. En parte se debe a que el tipo del ciber café que hay abajo me ha pillado demasiadas veces mirándole. Tiene una cara tan de rechupete que me vienen ganas de darle un mordisco. Me parece que le gusto, así que he decidido quedarme en casa esta noche. La otra razón por la que te escribo es que estoy fingiendo que estudio. A las dos se nos echan encima los exámenes de Navidad y le he dicho a Katie que debía tomárselos más en serio. Bueno, en esto me he metido yo sola. Así que aquí estamos las dos, sentadas a la mesa de la cocina con nuestros libros, carpetas, papeles y bolis, dándonos aires de intelectuales.

Tengo que estudiar tanto para ponerme al día que no he podido preparar la cena en toda la semana. De ahí que estos últimos días nos hayamos hartado de comida del indio de abajo. Por suerte Sanjay nos hace un cuarenta por ciento de descuento en los platos para llevar e incluso ha creado una nueva especialidad que llama Rosie Chicken Curry. Anoche nos la envió gratis con nuestro pedido. Lo probamos y se lo devolvimos. Es broma. Básicamente es pollo al curry. Lo único que ha hecho ha sido añadirle el Rosie. Eso no quita que me halague ver mi nombre en una carta hindú, y resulta curioso oír cómo por la noche lo gritan los borrachos con voz ronca. Me hace pensar que mi Romeo está en la acera, debajo de mi ventana, llamándome y lanzando piedrecitas para despertarme de mi sueño. Entonces recuerdo que es sábado por la noche, la una de la madrugada, que el pub acaba de cerrar, que los borrachos piden comida a gritos en la barra de Sanjay y que las piedras contra mi ventana son gotas de lluvia. Pero una chica siempre puede soñar.

Cada vez que me cruzo con la mujer de Sanjay, pone los ojos en blanco y chasquea la lengua. Él sigue invitándome a salir, me lo pide incluso estando ella presente. Así que yo le digo en voz bien alta y clara que lo que me pide está mal habida cuenta de su condición de casado, que debería ser más respetuoso con su mujer y que aunque no estuviera casado le diría que no. Lo digo bien alto para que ella lo oiga, pero ella sigue chasqueando la lengua y Sanjay me sonríe y mete unas cuantas tortas indias gratis en mi bolsa. Ese hombre está loco.

Rupert (mi otro vecino) me preguntó si quería ir con él al National Concert Hall el próximo fin de semana. Al parecer la Orquesta Sinfónica Nacional toca el Concierto para piano número 2, opus 83, de Brahms, que es su favorito. No se trata de una cita ni nada por el estilo. Me parece que Rupert es completamente asexual y que sólo quiere un poco de compañía. Por mí no hay problema. Además, el tatuaje «Amo a mi madre» que lleva en el brazo me quitaría las ganas. La cita de James Joyce que lleva en el pecho también me fastidia bastante porque Rupert es tan alto que cuando miro al frente me veo obligada a leer constantemente: «Los errores son los portales del descubrimiento». Es como un signo o algo así, como si Rupert hubiese sido puesto en el apartamento de al lado para hacerme comprender mis errores. Sólo que ojalá el mensaje tuviera más sentido. Los errores son más bien como los baches del descubrimiento. Es una puñetera carretera llena de baches, obstáculos y peligros la que conduce al descubrimiento. Ojalá dijera «el chocolate es bueno» en vez de eso.

Hablando de errores, todavía no he hablado con Alex y ya llevamos así más de un año. Creo que esta vez no hay vuelta atrás. No hemos hecho más que mandarnos tarjetas ridículas el uno al otro. Es como si estuviéramos aguantándonos la mirada el uno al otro y ninguno de los dos quisiera ser el primero en pestañear. Lo añoro como una loca. Hay tantas cosas que me pasan, tonterías sin importancia del día a día, que me muero por contarle… Como cuando el cartero esta mañana repartía en la casa de enfrente y ese estúpido perro, un Jack Russell llamado Jack Russell, lo ha vuelto a atacar. He mirado por la ventana y he visto al cartero sacudiéndose al perro de la pierna como hace cada mañana, pero esta vez le ha dado una patada en el vientre sin querer y el perro se ha quedado tumbado y sin moverse durante siglos. Entonces el dueño ha salido y lo ha examinado mientras el cartero fingía que el perro ya estaba allí cuando él ha llegado. El dueño le ha creído y han armado la de Dios es Cristo mientras intentaban ayudar al animal. Finalmente Jack Russell se ha levantado y cuando ha visto al cartero ha gimoteado y ha salido disparado hacia la casa. Ha sido la pera. El cartero se ha encogido de hombros y ha seguido su camino. Iba silbando cuando ha llegado a mi puerta. Cosas como ésta habrían hecho reír a Alex, sobre todo sabiendo como sabe que ese maldito perro me ha tenido en vela más de una noche entera con sus ladridos y que siempre le roba mi correo al pobre cartero.

Espera un segundo, Katie está intentando leer lo que escribo…

TEORÍA DE LA JERARQUÍA DE MASLOW

Ja, ja, esto la despistará. En fin, será mejor que te deje y que estudie un poco. Nos vemos pronto. Saluda a papá de mi parte y dile que le quiero.

Ah, por cierto, Ruby me ha montado una cita a ciegas el sábado por la noche. Casi la mato, pero no puedo cancelarla. Cruza los dedos y reza para que no sea un asesino en serie.

Te quiere,

Rosie

Tiene un mensaje instantáneo de: ROSIE

Rosie: Hola, Julie. Te he puesto en mi lista de compinches, o sea que cuando vea que estás on-line podré enviarte mensajes.

Julie: No si te bloqueo en mi lista.

Rosie: No te atreverás.

Julie: ¿Por qué quieres que nos comuniquemos así si estoy en la habitación de al lado?

Rosie: Porque siempre lo hago. Significa que soy multitarea. Puedo hablar por teléfono con una persona y al mismo tiempo despachar asuntos contigo on-line. Por otra parte, ¿qué es lo que haces realmente, señorita Casey? Lo único que te veo hacer es aterrorizar a niños inocentes y reunirte con padres fastidiados,

Julie: Es que es prácticamente lo único que hago, Rosie, tienes razón. Créeme, tú fuiste uno de los peores alumnos a los que he enseñado y uno de los peores padres con los que me he reunido. Aborrecía tener que convocarte.

Rosie: Y yo aborrecía tener que venir.

Julie: Y ahora me añades a tu lista de compinches on-line. Cómo cambian los tiempos. Por cierto, monto una pequeña reunión para celebrar mi cumpleaños la semana que viene y me estaba preguntando si te gustaría venir.

Rosie: ¿Quién más va?

Julie: Oh, sólo unos cuantos ex alumnos a los que solía aterrorizar hace veinte años. Nos encanta reunimos y rememorar los viejos tiempos.

Rosie: ¿En serio?

Julie: No, sólo unos cuantos amigos y unos pocos parientes. Tomaremos unas copas y picaremos algo durante un ratito para señalar la ocasión, y luego podéis iros todos y dejarme sola.

Rosie: ¿Cuántos cumples? Sólo lo pregunto para poder comprarte una tarjeta de cumpleaños con un número. Quizá también te regale una insignia.

Julie: Hazlo y estás despedida. Voy a cumplir cincuenta y tres.

Rosie: Sólo eres veinte años mayor que yo. ¡Y pensar que te consideraba una anciana!

Julie: Curioso, ¿verdad? Imagínate, yo tenía más o menos tu edad cuando dejaste esta escuela. Ahora los niños deben de pensar que la anciana eres tú.

Rosie: Me siento anciana.

Julie: Los ancianos no van a citas a ciegas. Venga, descubre el pastel, ¿cómo era?

Rosie: Se llama Adam y es un hombre muy, pero que muy atractivo. Toda la velada se mostró cortés; es un gran conversador y muy divertido. Pagó la cena, el taxi, las copas, absolutamente todo, negándose a dejarme abrir el bolso (tampoco es que llevara dinero para gastar, habida cuenta del sueldo de esclava que me pagan, ejem…). Es alto, moreno y guapo, y vestía impecable. Cejas depiladas, dientes rectos y ni un pelo de la nariz a la vista.

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