Литмир - Электронная Библиотека
A
A

Capítulo 27

Tiene un mensaje instantáneo de: RUBY

Ruby: Oye, ¿sigues ahí?

Rosie: Oh, tus palabras de apoyo son como una bocanada de aire fresco. Sí, sigo aquí.

Ruby: ¿Y encontraste a tu hija?

Rosie: Sí, la hemos adiestrado para que acuda a la carrera cuando oiga tres silbidos y una palmada.

Ruby: Impresionante…

Rosie: Todo este asunto me ha llevado a recordar que Alex y yo nos fugamos unas cuantas veces cuando éramos niños. La primera vez nos fugamos porque los padres de Alex no le dejaron ir el fin de semana a un parque temático para ver al Capitán Tornado. Ahora comprendo el punto de vista de sus padres, porque, bueno, el parque en cuestión estaba en Australia…, en unos dibujos animados. En fin, no debíamos de tener más de cinco o seis años. Cogimos las mochilas del colegio y salimos corriendo. Salimos corriendo literalmente. Creíamos que era lo que teníamos que hacer, correr calle abajo, una gran estrategia para pasar desapercibidos, por supuesto.

Estuvimos el día entero deambulando por calles que no conocíamos, mirando las casas y preguntándonos si las monedas que habíamos ahorrado aquella semana nos alcanzarían para comprarnos una casa. Hasta mirábamos casas que no estaban en venta. Todavía no habíamos acabado de captar el concepto. En cuanto se hizo de noche comenzamos a aburrirnos de nuestra libertad y también a tener un poco de miedo. Al final decidimos volver a casa para ver si nuestra protesta había alterado la situación con respecto al Capitán Tornado. Nuestros padres no se habían dado ni cuenta de que habíamos huido. Los de Alex pensaban que estábamos en mi casa y los míos en la suya.

No sé si Katie habría subido a ese avión de haber tenido ocasión. Me gusta pensar que de mis enseñanzas como madre ha aprendido que huir no es manera de resolver un problema. Puedes correr y correr tan rápido y lejos como quieras, pero lo cierto es que por más que corras el problema seguirá ahí. De hecho, hoy ha intentado decirme que me quería con todo el corazón y que nunca podría abandonarme. Me ha parecido percibir sinceridad en sus ojos y en su voz, pero en cuanto la he abrazado me ha preguntado si eso significaba que ya no estaba castigada. Me temo que es una oportunista, igual que su padre.

¿Alguna vez te escapaste de casa cuando eras niña?

Ruby: No. Pero mi ex marido se fugó de casa con una niña a la que le doblaba la edad, si te sirve de consuelo.

Rosie: Caray… Pues no, no me consuela, pero gracias por contármelo de todos modos.

Ruby: No hay de qué.

Rosie: ¿Qué planes tienes para celebrar los cuarenta, Ruby? Tu cumpleaños está al caer.

Ruby: Voy a romper con Teddy.

Rosie: ¡No! ¡Es imposible! ¡Tú y Teddy sois una institución!

Ruby: ¡Ja! Has dado en el clavo. De acuerdo, quizá no lo haga. Sólo estaba pensando en introducir algún cambio emocionante en mi vida y, curiosamente, eso ha sido lo primero que se me ha pasado por la cabeza.

Rosie: No necesitas ningún cambio en tu vida, Ruby. Está muy bien tal como está.

Ruby: Voy a cumplir cuarenta, Rosie. CUARENTA. Soy más joven que Madonna, ¿puedes creerlo?, y parezco su madre. Cada día me despierto en un dormitorio desordenado junto a un hombre que ronca y huele mal, tropiezo con montones de ropa camino de la puerta, bajo tambaleándome a la cocina, me preparo un café y me como un pedazo de pastel de chocolate del día anterior. Al volver hacia el dormitorio me cruzo con mi hijo en el pasillo. Algunas veces me saluda, pero son las menos.

Discuto con él por el tema de la ducha y no me refiero a quién va a usarla primero, sino a que tengo que obligarle a lavarse. Me peleo con la ducha para no escaldarme ni morir congelada. Me visto con ropa que hace demasiados años que llevo, de una talla que no consigo variar, que me pone enferma, y que me ha hecho perder la voluntad de hacer algo respecto a… nada, o nada respecto a algo. Teddy se despide de mí con un gruñido, me meto como puedo en mi viejo, abollado, oxidado y desleal Mini que se estropea casi cada mañana en una autovía que se parece más a un aparcamiento que una carretera. Aparco el coche, llego tarde al trabajo para variar y tengo que aguantar un sermón de alguien a quien me he visto obligada a poner el mote de Randy Andy. Me siento a mi escritorio y, una vez allí, me invento historias que me ayudan a evadirme de la oficina y me escabullo al mundo exterior para fumar un cigarrillo a escondidas. Hago esto varias veces al día. No hablo absolutamente con nadie, nadie habla conmigo y luego llego a casa a las siete de la tarde totalmente agotada y muerta de hambre, una casa que nunca se limpia a sí misma y una cena que nunca se prepara a sí misma. Hago esto cada día.

Los sábados por la noche me reúno contigo, salimos de copas y me paso todo el domingo con una resaca espantosa. Esto significa que me convierto en una zombi y me quedo tumbada en el sofá como un trozo de brócoli. La casa sigue sin limpiarse sola y, por más que le grite, se niega a ordenarse. El lunes me despierta el espantoso lamento de mí despertador y vuelvo a empezar otra vez por el principio.

Rosie, ¿cómo puedes decir que no necesito un cambio? Necesito un cambio desesperadamente.

Rosie: Ruby, ambas necesitamos un cambio.

Para una amiga especial

¡Que éste sea el principio de un año lleno de éxitos y felicidad!

Perdona, Ruby, ésta era la única tarjeta medianamente decente que pude encontrar que no diera la lata sobre que tu vida ya está casi terminando. Gracias por estar siempre a mi lado, ¡hasta cuando preferirías no estarlo! Eres una amiga fantástica. Disfrutemos este cumpleaños y buena suerte en tu año nuevo.

Besos, Rosie

P. D.: Espero que te guste el regalo.

¡No vuelvas a quejarte de cambios nunca más!

Este vale da derecho a diez lecciones de salsa.

Ricardo será tu profesor cada miércoles a las ocho de la tarde en el pabellón de la Escuela Secundaria San Patricio.

Tiene un mensaje instantáneo de: RUBY

Ruby: ¡Estoy salseada! La última vez que tuve tantos dolores fue cuando los colegas de Teddy le regalaron el libro del Kama Sutra por Navidad. Prácticamente tuvieron que subirme a la oficina con una carretilla elevadora después de las vacaciones, ¿te acuerdas? Bueno, pues esta vez he tenido que tomarme la mañana libre. ¡¿Puedes creerlo?! Me he despertado con la sospecha de que había sufrido un accidente grave de coche, he mirado a Teddy y me he convencido de que era verdad. Claro que se me olvidaba que las babas, el sudor y los ruidos molestos formaban parte del paquete de Teddy. He tardado veinte minutos en despertarlo para que me ayudara a levantarme de la cama. Luego he tardado otros veinte en levantarme. Mis articulaciones se habían declarado en huelga. No hacían más que holgazanear por ahí en piquetes gritando: «¡Articulaciones en huelga, articulaciones en huelga!». Las caderas eran las instigadoras de esta conspiración.

Así que he llamado a mi jefe y he acercado el teléfono a mis caderas para que las oyera. Ha estado de acuerdo conmigo y me ha dado la mañana libre. (Bueno, ahora sostiene que no lo ha hecho, pero me aferro a mi versión de la historia.)

No me figuraba que algo pudiera doler tanto. Dar a luz no es nada comparado con el ejercicio, y Gary fue un bebé enorme. Esto es lo que tendrían que hacerles a los prisioneros de guerra para interrogarlos: obligarlos a tomar lecciones de salsa. Ya sabía que no estaba en forma pero, por Dios, conducir el Mini ha sido horrendo. Cada vez que cambiaba de marcha era como si alguien me arreara un martillazo en el brazo. Primera marcha, dolor; segunda marcha, mucho dolor; tercera marcha, tortura. Me dolía tanto que he terminado yendo al trabajo en segunda. No ha sido seguro ni saludable para el motor, pero el coche se las ha apañado para llegar hasta el trabajo tosiendo y resoplando, igual que su propietaria.

Si me hubieses visto caminar habrías jurado que Teddy y yo habíamos practicado todas las posturas del Kama Sutra. Hasta escribir a máquina ha sido una experiencia traumática: de repente me he dado cuenta de que el hueso del dedo está conectado con el del brazo, que por alguna razón me tiraba del ligamento de la corva provocándome dolor de cabeza. Tendría que haber previsto que me encontraría tan mal. Cuando anoche me dejaste en casa estaba tan entumecida que casi tuve que entrar a gatas al vestíbulo, donde mis oídos recibieron el saludo de la sesión de intercambio de gruñidos que Teddy y Gary celebraban en la sala de estar. He descubierto que ése es su sistema particular de comunicación.

Así que dejé en paz a mi maravillosa e inteligente familia, me hundí en la bañera y consideré la posibilidad de ahogarme. Entonces recordé que aún quedaban sobras del pastel de chocolate de ayer y saqué la cabeza del agua para respirar. Hay cosas por las que merece la pena vivir.

Pero gracias por el regalo, Rosie; nos divertimos lo nuestro en clase, ¿verdad? No recuerdo haber reído tanto en toda mi vida, lo cual, pensándolo bien, seguramente sea el motivo de que me duela tanto la barriga. Gracias por recordarme que soy una mujer, que tengo caderas, que puedo ser sexy, que soy capaz de reír y pasármelo bien.

Y gracias por meter al sexy de Ricardo en mi vida. Me muero por volver a sentirme así la semana que viene. Y después de todos mis quejidos y lamentos, dime, ¿cómo te encuentras?

Rosie: Muy bien, gracias. No me quejo.

Ruby: ¡Ja!

Rosie: Vale, vale, estoy un poco entumecida.

Ruby: ¡Ja!

Rosie: Vale, esta mañana el autobús ha tenido que bajar la rampa para minusválidos porque no podía levantar las piernas.

Ruby: Eso empieza a ser creíble.

Rosie: ¡¡Ay, qué guapo es Ricardo, Ruby!! Anoche soñé con él. Me he despertado sin camiseta y con la almohada llena de babas. (Vale, no es verdad.) Cada vez que oía esa voz italiana tan sexy gritando: «¡¡Ro-sie!! ¡Pres-ta ten-sión!» y: «¡¡Ro-sie!! ¡Le-van-ta del sue-lo!» se me estremecía todo el espinazo. Pero lo que realmente me puso fue cuando dijo: «¡Muy bien, Rosie, un meneo de caderas fantabuloso!». Mmmm, el rico Ricardo y sus caderas…

Ruby: ¡Sí! ¡Las caderas! Aunque creo recordar que se refería a mí con lo del «meneo fantabuloso».

Rosie: ¡Oh, Ruby! ¿No tiene derecho a soñar una chica? Me sorprendió que hubiera tantos hombres. ¿A ti no?

Ruby: ¡Sí! Me hizo pensar en cuando iba a las discotecas siendo todavía una colegiala: siempre era una de las chicas a las que les tocaba como pareja de baile otra chica. Anoche había más hombres bailando con hombres que mujeres con mujeres.


29
{"b":"89007","o":1}