– Es un honor, eminencia, pero…
– No hay más honor que el mío de poder siquiera verte, percibir el aura que emana de tu cuerpo de joven diosa. Me siento enfermo y no puedo decirte de qué enfermedad.
Me duele el pecho y no he recibido otro golpe que el de tus ojos.
– Es un honor, eminencia, pero…
– "Plena de seny, dirvos que us am no cal puis crec de cert que us ne teniu per certa -si be mostrau que us está molt cobertacella perqu [2] é amor es desegual." (2)
No ha entendido las palabras de Rodrigo, pero sí que él se arrodille, le tome la mano entre las suyas y luego se abrace a su talle y la contemple de abajo arriba como una copa floral y frágil. Los ojos de Vannozza estaban más allá de la puerta entreabierta y vuelven del recuerdo para recuperar la servil, a veces irritante ternura de Carlo Canale.
– Han pasado dos años, Rodrigo ya es papa. Ha enriquecido a los Orsini por dejarse poner cuernos y a los Farnesio por ser parientes de Giulia. Se dice que Laura, la hija de Giulia y el tuerto Orsini, es en realidad hija de Rodrigo. Todos hemos pecado, pero la pecadora fundamental sigo siendo yo, yo soy la que le he dado los hijos, yo voy de boca en boca de santos predicadores.
– ¡Santos! Eso lo dices tú, bella mía. ¡Santos! ¡Vete a saber!
– Si te dijera que Savonarola no me preocupa te mentiría, Remulins, pero si te dijera lo contrario, también. Ese modelo de religiosidad que representa Savonarola corresponde al pasado, a la infancia de la Iglesia, se emparenta con la rebelión de Hus o con las teorías multitudinarias que reivindican el protagonismo de las ovejas frente al Buen Pastor. En el cristianismo subyace un impulso igualitarista que tiende a la anarquía, al desorden y el desorden, sólo conduce al desorden o a un nuevo orden peor que el impugnado.
Los tiempos de cambio son estimulantes pero peligrosos, porque no siempre el cambio es controlable y hay fuerzas oscuras que aprovechan las mutaciones para la subversión.
Pero, sobre todo, lo que me preocupa de Savonarola no es que me considere el Anticristo, sino que sea un pelele en manos del rey de Francia y haga de Florencia la puerta de entrada de los franceses en Italia.
– De hecho a Savonarola se le debe el título de Nuevo Ciro con el que Carlos Viii amenaza invadir Italia. Y fue Savonarola el que utilizó al profeta Isaías para justificar esa invasión. Isaías pone en boca de Jehová: Ciro es mi pastor y cumplirá todo lo que yo quiero, en diciendo, Jerusalén serás edificada y sobre el Templo serás fundada.
– Isaías es un puro pretexto.
Ya sé que el rey de Francia ha pedido que le lean el libro de Isaías y utiliza la consigna: en ti está Dios y no hay otro fuera de Dios. Ése es el desorden que temo. Los franceses por el norte utilizando Florencia y los españoles por el sur utilizando Nápoles mientras Castilla se expande más allá de la mar Océana, hacia las Indias, por el nuevo camino descubierto por Colón.
– Isaías dijo: de Oriente los sirios y los filisteos de poniente y con todas sus bocas se tragarán a Israel.
– ¡Profetas! ¡Profetas al servicio de historias pasadas! ¿Y el poder de Dios hoy? ¿Quién representa el poder de Dios? Savonarola predica la necesidad de un concilio para desposeerme y le secundan el rey de Francia y Della Rovere.
– En mi opinión hay que dejarle hacer. No conviene atacarle con el pretexto de que es un instrumento de los franceses porque eso representaría una precipitada declaración de hostilidad contra el rey de Francia. Savonarola se autodestruirá teológicamente y teológicamente hay que dejar que se ahorque él solo.
La idea deslumbra a Rodrigo.
¡Que se ahorque él solo! ¡Remulins! Admira la frialdad analítica de su compañero de estudios desde que se conocieron en el Estudi de Lleida. No consigue recordarle en ningún desliz, cierto, aunque tampoco le recuerda en ninguna cacería.
– Vigila el caso Savonarola.
Lo pongo en tus manos. Viaja a Florencia cuanto haga falta. No puedo perder el tiempo con estos frailes fanáticos cuando he de pelearme con los nuevos príncipes y en tiempos de cambios insospechados. Voy a dictar una normativa para la repartición de los territorios conquistados por los españoles y los portugueses más allá del océano. Vamos a llegar al 1500 y me temo una oleada de milenarismo a cargo de frailes calzados o descalzos como ese Girolamo Savonarola.
– No minimizaría lo de Savonarola. Se ha hecho dueño de la República de Florencia, hace inviable el poder de los Medicis y ha conseguido extraños usos sociales.
– ¿Por ejemplo?
– Las gentes se pasan el día rezando, hacen ayuno voluntario sólo con pan y agua tres días a la semana y dos con pan y vino.
– El vino mejora la dieta.
– No te rías. Los conventos están llenos de doncellas y mujeres casadas y se dice que en Florencia sólo ves por las calles chicos, hombres y ancianas. Organizan hogueras para purificar las vanidades y a ellas van a parar vestidos de lujo, objetos suntuosos, cartas, dados, cancioneros, pelucas, instrumentos de música y obras de arte lascivas. Botticelli, el gran Botticelli, ha pedido perdón por sus tiempos de pintor pagano y sólo pinta vírgenes, y de ti, Savonarola dice que ni siquiera crees en Dios.
– Alejandro pensaba que peores cosas decían de él en los panfletos que cuelgan en el busto de Pasquino junto a la piazza Navona. Pudo leer uno cuando abandonaba la plaza donde César había lidiado dos toros. Pero lo del fraile es diferente y rompe el signo de los tiempos. Vigila eso de cerca, Remulins -le insta-, y tenme al día.
– Burcardo quiere hablarme y es un milagro porque es un hombre que calla tanto cuanto mira y me pone nervioso.
Como en un relevo preconcebido, Remulins deja su sitio a Burcardo, de silencioso entrar y breve saludo, hasta que, a solas con el papa, trata de vencer la asfixia de la prudencia para hablar con soltura.
– Santidad, he visto a medio hacer algunas pinturas de Pinturicchio que su santidad ha encargado y otras ya realizadas y me temo que puedan ser piedra de escándalo en este pedregal de escándalos que rodea a su santidad.
– Son pinturas religiosas, Burcardo.
– Desgraciadamente la Iglesia jamás ha elaborado un criterio suficiente, un canon moral sobre el tratamiento de las imágenes. Ese canon moral urge, porque, en efecto, hablamos de situaciones y personajes irreprochablemente sacros, pero con una modelo casi exclusiva, santidad: Giulia Farnesio, como ha sido utilizada de modelo su hija Lucrecia y en el pasado Vannozza Catanei.
– ¿Te sorprende la selección de modelos? Tú eres hombre ilustrado, y conoces las teorías platónicas dominantes y la tristeza que sentimos por la imposibilidad de aprehender la Belleza absoluta. Pero en su imposibilidad, en su ausencia terrena, hay que acercarse a la belleza más cercana y aproximada.
¿Hay mujer más bella que Giulia
Farnesio para representar a la Virgen o a las santas? ¿Acaso el gran Giotto o Masaccio no recurrieron a modelos reales para encarnar historias evangélicas? ¿Para qué una Doctrina de las Imágenes como la que tú le pides a la Iglesia?
– Se dice que cada vez que su santidad pasa ante un cuadro en el que aparece Giulia Farnesio se arrodilla o se persigna.
– Me arrodillo o persigno ante la Virgen o ante santa Catalina, no ante Giulia Farnesio.
– Se habla de un pasadizo secreto que comunica el Vaticano con el lugar de encuentro con Giulia Farnesio.
– Tú conoces ese pasadizo, bajo la Capilla Sixtina, que está ahí para cualquier emergencia. Roma no es un lugar seguro, ni siquiera para el papa.
– También se reprocha que su santidad haya llenado las estancias vaticanas con la estampa del buey, y se interpreta como signo de paganismo. El buey Apis.
– Según mis cortas luces en mitología, Burcardo, los egipcios fueron los maestros de simbología de Moisés. ¿Era hereje la simbología de Moisés? Si recorres las estancias Borja sólo verás exaltación de los valores evangélicos o bíblicos, aunque sibilas y profetas anunciaran la llegada de Cristo.
– Se dice…
– ¡Se dice! ¿Quién lo dice?
– Es grave que se presuma en su santidad una aplicación de la Cábala judía mediante la síntesis de elementos culturales cristianos, judíos, paganos, a la manera del peligroso Pico della Mirandola, partidario de declarar la Cábala como parte de la Revelación. Eso se suma a la prevención de judaísmo…
– Sé que se me llama "marrano" porque he acogido en Roma a los judíos que los reyes de Aragón y de Castilla, Fernando e Isabel, han expulsado, siguiendo el consejo del tétrico Cisneros, confesor de Isabel. ¿Qué son esos judíos?
Médicos, abogados, astrólogos, profesionales que necesitamos.
– Prestamistas.
– También necesitamos dinero, si queremos organizar un ejército del Vaticano que disuada las rebeliones de los involucionistas señores feudales o los apetitos de franceses y españoles. La alianza con los Sforza ha sido un fiasco y mi yerno un pusilánime que no moverá un dedo contra los franceses.
Ha huido a su tierra y me acusa de toda clase de agravios. Según parece le inspiro pavor. Necesitamos formar una liga antifrancesa con otras ciudades y sobre todo con la República de Venecia. Eso cuesta dinero. Te agradezco que trates de protegerme de los demás, pero no me protejas de mí mismo.
Mas no es posible seguir la conversación porque llegan gritos y alborozos desde el patio interior y se asoma a los ventanales el papa para descubrir el motivo, sin que Burcardo se atreva a ponerse a su lado.
– Mira, Burcardo, es César.
Está jugando al toro.
A caballo, César burla al toro, finge dejarse atrapar, luego se escapa, se inclina para tocarle la testuz, cogerle por la cola. Le ríen las gracias su corte de seguidores y damas asomadas a las ventanas. Desciende César del caballo y desenfunda la espada. Espera la arremetida del animal con los brazos en alto armados por el espadón, deja pasar a la bestia y a continuación la decapita en dos tiempos, el primer golpe detiene la carrera del animal y le obliga a ponerse de rodillas. El segundo desprende la cabeza e instantes después César la alza ensangrentada hacia la ventana donde su padre ha trocado la expresión de entusiasmo por la de disgusto. No así Burcardo, que parece fascinado ante el cabezón del que cuelgan barbas de sangre.
Savonarola se ha subido a un pedestal sin estatua y clava su barbilla en el aire, puros ángulos agudos sus rasgos y sus gestos, como si tratara de agredir el espacio en el que se inserta como una cuchillada.