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Menos escrúpulos

Estaba tan apurada de dinero que me había presentado a las pruebas para aquella película porno dos días antes y me había quedado atónita al ver cuánta gente aspiraba a uno de esos papeles sin diálogo, o bueno, sólo con exclamaciones. Había ido hasta allí con el ánimo encogido y avergonzado, diciéndome que la niña tenía que comer, que tampoco importaba tanto y que era improbable que esa película la fuera a ver nadie que me conociese, aunque sé que siempre todo el mundo se acaba enterando de todo lo que sucede. Y no creo que nunca llegue a ser nadie para que en el futuro quieran hacerme chantaje con mi pasado. Por otra parte ya hay bastante.

Al ver aquellas colas en el chalet, en las escaleras y en la sala de espera (las pruebas, como el rodaje, se hacían en un chalet de tres pisos, por Torpedero Tucumán, por esa zona, no la conozco), me entró miedo a que no me cogieran, cuando hasta aquel momento mi verdadero temor había sido el contrario, y este otro mi esperanza: que no les pareciera lo bastante guapa, o lo bastante opulenta. Esto último era una esperanza vana, he llamado la atención toda mi vida, sin exageraciones pero la he llamado, no ha servido de gran cosa. ‘Vaya, tampoco conseguiré este trabajo’, pensé al ver a todas aquellas mujeres que lo pretendían. ‘A menos que la película incluya una escena de orgía masiva y necesiten extras a patadas.’ Había muchas chicas de mi edad y más jóvenes, también mayores, señoras con aspecto demasiado hogareño, madres como yo sin duda, pero madres de proles, con cinturas irrecuperables, todas vestidas con faldas un poco cortas y zapatos de tacón y jerseys ajustados, como yo misma, mal maquilladas, en realidad era absurdo, íbamos a salir desnudas si es que salíamos. Alguna se había traído a los niños, que correteaban arriba y abajo por las escaleras, las demás les hacían monerías cuando pasaban. También había mucha estudiante con vaqueros y camiseta, ellas tendrían padres, qué pensarían sus padres si eran aceptadas y ellos veían la película por azar un día; aunque fuera para comercializar sólo en vídeo luego hacen lo que quieren, acaban pasándolas por las televisiones a las tantas de la madrugada, y un padre con insomnio es capaz de todo, una madre menos. La gente no tiene un duro y hay mucho desocupado: se ponen ante la televisión y ven cualquier cosa para matar el rato o matar el vacío, no se escandalizan de nada, cuando uno no tiene nada todo parece aceptable, las barbaridades resultan normales y los escrúpulos se van de paseo, y al fin y al cabo estas guarrerías no hacen daño, hasta se ven con curiosidad a veces. Se descubren cosas.

Dos tipos salieron de la habitación de arriba en que se estaban realizando las pruebas, más allá de la sala de espera, y al ver la cola se llevaron las manos a la cabeza y decidieron recorrerla lentamente -peldaño a peldaño-, diezmándola.

‘Tú puedes irte’, le decían a una señora. ‘No eres adecuada, no sirves, no hace falta que esperes’, les iban diciendo a las más matronas, también a las jóvenes con aspecto más tímido o pánfilo, tuteando a todas. A una le pidieron el carnet allí mismo. ‘No lo llevo’, dijo. ‘Entonces fuera, no queremos líos con menores’, dijo el más alto, al que el otro llamó Mir. El más bajo llevaba bigote y parecía más educado o con más miramientos. Dejaron la cola reducida a un cuarto, allí quedamos sólo ocho o nueve y nos fueron pasando. Una de las que me precedió salió al cabo de unos minutos llorando, no supe si porque la rechazaban o porque le habían hecho hacer algo humillante. Quizá se habían burlado de su cuerpo. Pero si una acude a estas cosas ya sabe lo que le espera. A mí no me hicieron nada, sólo lo previsible, me dijeron que me desnudara, por partes primero. Ante una mesa estaban Mir y el bajito y otro con coleta como un triunvirato, luego había un par de técnicos y de pie un tipo con cara de mono y pantalones rojos cruzado de brazos que no sé qué pintaba, podía ser un amigo que se había apuntado a la sesión, un mirón, un salido, la cara era de salido. Hicieron unas tomas de vídeo, me miraron bien, por aquí y por allá, al natural y en pantalla, date la vuelta, levanta los brazos, normal, un poco de vergüenza claro que pasé, pero casi me entró la risa al ver que tomaban notas en unas fichas, muy serios, como si fueran profesores en un examen oral, santo cielo. ‘Puedes vestirte’, dijeron luego. ‘Aquí pasado mañana a las diez. Pero ven bien dormida, no nos traigas esas ojeras de sueño, no sabes lo que cantan en pantalla.’ Lo dijo Mir, y era verdad que tenía ojeras, apenas había pegado ojo pensando en la prueba. Iba ya a salir cuando el tipo de la coleta, al que llamaban Custardoy, me retuvo con la voz un momento. ‘Oye’, dijo, ‘para que no haya sorpresas ni problemas ni te nos plantes a última hora: la cosa será francés, cubano y polvo, ¿de acuerdo?’ Se volvió hacia el alto para confirmar: ‘Griego no, ¿verdad?’ ‘No, no, con esta no, que es primeriza’, respondió Mir. El primate descruzó los brazos y volvió a cruzarlos, contrariado, vaya mamarracho con sus pantalones rojos. Intenté hacer memoria rápidamente; había oído esos términos, o los había visto en los anuncios sexuales de los periódicos, quizá había sabido lo que significaban, aproximadamente. ‘Griego no’, habían dicho, así que eso me daba lo mismo, al menos por ahora. ‘Francés’, creí acordarme. Pero, ¿y ‘cubano’?

¿Qué es cubano? -pregunté.

El hombre bajo me miró con reconvención.

Pero mujer -dijo, y se llevó las manos a los pechos que no tenía. No estuve segura de entender muy bien, pero sólo me atreví a preguntar otra cosa:

¿Está ya elegido mi compañero? -me dieron ganas de decir ‘mi compañero de reparto’, pero pensé que podía parecerles una burla.

Sí, ya lo conncerás pasado mañana. No te preocupes, él tiene experiencia y te llevará muy bien. -Esa fue la expresión que empleó el bajito, como si hablara de un baile antiguo, agarrado, cuando aún tenía sentido decir ‘Yo llevo’.

Ahora estaba de nuevo en la salita de espera, esperando para rodar, esperando con mi compañero, al que acababan de presentarme, me dio la mano. Nos habíamos sentado en el sofá un tanto escaso, tanto que él, en seguida, se pasó a un silloncito que hacía juego para esrar más cómodo. El tipo alto y el tipo bajo y el de la coleta y los técnicos estaban rodando con otra pareja (confiaba en que no estuviera presente el salido, daban miedo los ojos saltones y la nariz rebanada, los pantalones mortales). En el cine todo lleva siglos y va con retraso, según tengo entendido, y nos habían dicho que esperásemos y nos fuéramos conociendo. Aquello era absurdo. ‘No conozco a este hombre de nada y dentro de un rato estaré mamándosela’, pensé, y no pude evitar pensarlo con estas palabras. ‘Qué sentido tiene que nos conozcamos un poco, que hablemos.’ Yo casi no me atrevía a mirarlo, lo hacía de reojo, un ataque de pudor de lo más inoportuno. Al presentármelo me habían dicho: ‘Este es Loren, tu pareja.’ Habría preferido que lo hubieran llamado ‘partenaire’, pero ya nadie conoce esta palabra. Tendría unos treinta años, llevaba pantalones y sombrero y botas vaqueras, los actores todos americanizados, aunque sean actores porno. Así empiezan muchos, a lo mejor un día triunfaba. No era nada feo pese a la pinta, un tipo atlético de los que van al gimnasio, con una nariz levemente ganchuda y unos ojos grises, tranquilos y fríos; los labios eran agradables, pero eso quizá no tendría que besárselo, la boca agradable. Él no parecía nada inhibido, tenía las piernas cruzadas como un vaquero y hojeaba un periódico, no me hacía mucho caso. Me había sonreído al ser presentados, tenía los dientes separados, eso lo hacía un poco aniñado de cara. Se había quitado el sombrero entonces, pero luego se lo había puesto, quizá fuera a conservarlo durante las escenas. Me ofreció pastillas de regaliz, no quise, él chupaba dos a la vez, quizá fuera mejor que no nos besáramos. Llevaba en la muñeca una cinta de cuero o de piel de elefante, ajustada, no lo llamaría una pulsera. Supongo que era moderno, yo me sentí antigua de pronto con mi falda estrecha, mis medias negras y mis tacones, no sé por qué diablos me había puesto los más altos que tengo, quizá no quisieran que me los quitase si se fijaban, a muchos hombres les gusta vernos así, desnudas y con tacones, un poco infantil toda esta imaginería, él cubierto y yo calzada. Me di cuenta de que me estaba bajando un poco la falda, que se me subía demasiado sentada, y eso ya me pareció un disparate. Ni siquiera mi partenaire hacía caso a mis muslos, y hacía bien, al cabo de un rato no habría falda ni nada.

Oye perdona -le dije entonces-, tú has trabajado antes en esto, ¿verdad?

Apartó la vista del periódico pero no lo dejó a un lado, como si todavía no estuviera seguro de ir a iniciar una conversación en regla, o más bien lo estuviera de lo contrario.

Sí -contestó-, pero no mucho, dos, no, tres veces, desde hace poco. Pero no te preocupes, se olvida uno de la cámara en seguida. Ya me han dicho que eres debutante. -Le agradecí que dijera ‘debutante’ en vez de ‘primeriza’, como Mir, alto y calvo.- Tú no te cortes por nada, lo peor es eso, tú sígueme a mí y disfruta lo que puedas, y de los otros ni caso.

Ya, eso se dice fácil -respondí-. Espero que tengan paciencia si me pongo nerviosa. Estoy un poco nerviosa.

El actor Lorenzo sonrió con sus dientes espaciados. Leía la página de deportes. Parecía muy seguro de sí mismo, porque me dijo:

Mira, no vas ni a enterarte de que están rodando. Yo me encargo. -Lo dijo con ingenuidad más que con soberbia, no me molestó por eso, aunque sí que no se le ocurriera pensar que no serían los testigos la causa principal de mi nerviosismo probable en escena.

Bueno -contesté, sin atreverme a ponerlo en duda, quizá intimidada-. Pero habrá interrupciones, ¿no?, para las diferentes tomas y eso, ¿no? ¿Y qué pasa entonces? ¿Qué se hace en medio?

Nada, te pones una bata si quieres y te tomas una coca-cola. No te preocupes -repitió-. Hay cosas peores. Y si necesitas, seguro que tienen rayas.

¿Ah sí, hay cosas peores? -dije yo ahora un poco irritada por su despreocupación excesiva.- Pues será que yo no las conozco todavía; anda, dime una. -Él dejó por fin el periódico a un lado, y yo me apresuré a añadir:- Oye, que quede claro que no lo digo por ti, ¿eh? No me refero a ti, ya me entiendes, ¿no? Esto por el dinero, pero no me digas que no es un trago. Bueno, no sé tú, pero yo, pues no.

Loren hizo caso omiso de mis puntualizaciones para no herirlo y se quedó con mis anteriores frases. Me miró con su expresión sosegada pero con una leve exaltación ahora, como si lo hubiera provocado y fuera alguien sin capacidad para eso, para sentirse provocado, y no supiera encontrar el tono adecuado. Tenía los ojos grises también algo separados, los dos muy distantes de su nariz ganchuda, que parecía tirar de los labios hacia arriba, esa clase de fosas nasales que parecen siempre resfriadas.

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