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Te voy a decir una cosa peor -dijo-. Te la voy a decir. Lo que yo hacía antes era mucho peor. No es que pretenda montarme en esto para siempre, pero vale para ir tirando hasta que surja otra cosa, y no sabes la maravilla que es al lado de lo que hacía antes.

¿Y qué hacías antes? ¿Te lanzaban cuchillos en el circo?

No sé por qué le dije eso. Supongo que sonó ofensivo, como si el actor Lorenzo tuviera que provenir necesariamente del campo más arrastrado del espectáculo. Al fin y al cabo yo estaba ahora en lo mismo que él, y simplemente había perdido mi empleo hacía ya dos años y tenía un ex marido desaparecido, missing, y la niña conmigo. A lo mejor él tenía también una niña. Y además, ya no hay especráculos de ese tipo, es una cosa anticuada, ni siquiera hay casi circo.

No, tía lista -dijo él, pero sin reproche y sin intentar devolvérmela, no sé si porque tenía aguante o porque no habría sabido. Me lo dijo como lo dicen los niños en el colegio: -No, tía lista. Era tutor.

¿Tutor? ¿Cómo tutor? ¿Tutor de qué? -Era la última palabra que me habría esperado oír en sus labios y no pude disimular, quizá mi sorpresa también fue ofensiva. Lo miré muy de frente ahora, un tutor, parecía salido de un spaghetti western.

Él se tocó el ala del sombrero con desazón, como colocándoselo.

Bueno, quiero decir que tenía a alguien bajo mi tutela, bajo mi protección. Como un guardaespaldas, pero distinto.

Ah bueno, guardaespaldas, ya -dije con resabio y como rebajándolo de categoría-. ¿Y qué, eso era tan malo? ¿Te tuviste que interponer muchas veces entre tu jefe y las balas o qué? -No tenía motivo para estar borde con él, pero me salían las impertinencias, quizá me iba poniendo enferma la idea de tener que ir a mamársela sin preámbulos dentro de un rato, cada vez faltaba menos. Involuntariamente le miré el paquete, en seguida aparté la vista. Volví a pensar eso con ese verbo, la edad nos va haciendo groseros, o nos importa menos serlo, o es la pobreza: cuanto menos hay, menos escrúpulos. Al hacernos mayores también hay menos vida, no queda tanta.

No, no era guardaespaldas de esos, no soy un gorila -dijo él sin resentirse de mis sarcasmos, con seriedad y sin doblez y con transparencia-. Tenía que vigilar a una persona que estaba mal, para evitar que se hiciese daño, es muy difícil evitar eso. Tienes que estar las veinticuatro horas encima, todo el rato alerta, y nunca puedes evitarlo del todo.

¿Quién era? ¿Qué le pasaba?

Loren se quitó el somorero y se puso a acariciar la copa con el antebrazo derecho, como hacen los vaqueros de las películas. Quizá fue un gesto de respeto. Empezaba a clarearle el pelo.

Era la hija de un tío rico, multimillonario, no te imaginas, un empresario de esos que ni saben lo que tienen. Habrás oído el nomore, pero mejor me lo callo. La hija estaba zumbada, una histérica con tendencias suicidas, cada poco lo intentaba. Podía llevar una vida aparentemente normal durante semanas y luego, de pronto, sin previo aviso, se cortaba las venas en la bañera. Andaba de verdad grillada. No querían internarla porque eso es muy duro y además se acaba enterando todo Cristo, de los intentos de suicidio sólo unos pocos, los que estábamos cerca. Así que me contrataron para que se lo impidiera, sí, como un guardaespaldas pero no para protegerla de otros, como es lo corriente, sino de sí misma. Sus amigos me tomaban por uno convencional, pero no lo era. Lo mío era otra cosa, como un custodio.

Pensé que conocería esa palabra porque se habría tomado la molestia de buscar una para definirse. La habría conocido al buscarla.

Ya -dije-. Y eso era peor. ¿Qué edad tenía? ¿Por qué no le ponían mejor un enfermero?

Loren se pasó el revés de la mano por la barbilla, a contrapelo, como si descubriera de pronto que no estaba bien afeitado. Iba a tener que besarme por todas partes. Pero parecía bien afeitado, estuve tentada de pasarle yo la mano, no me atreví, podría haberlo tomado por una caricia.

Porque un enfermero canta más, por lo mismo, qué hace una tía joven todo el día con un enfermero detrás. Que tuviera guardaespaldas se entendía, el padre superforrado. Ella podía llevar su vida normal, ya te digo, iba a la Universidad, veinte años, iba a sus fiestas y a sus pijerías, y al psiquiatra, claro, pero no es que anduviera todo el día deprimida y eso, no. Estaba normal una temporada, y era simpática, eh. De repente le daba un ataque y el ataque era siempre suicida, y era imprevisible cuándo. Ni un objeto punzante en su habitación, ni tijeras ni cortaplumas ni nada, ni cinturones con los que poder ahorcarse, nada de pastillas a su alrededor, ni aspirina; hasta los zapatos de tacón, su madre cuidaba de que no fueran muy agudos desde que una vez se había rajado un pómulo con uno de ellos, le tuvieron que dar cirugía plástica, no se le notaba pero se había hecho un buen corte, a lo bestia. Los que tú llevas no se los habrían permitido, menuda arma. En eso la tenían como a los presos, ni un objeto peligroso. El padre estuvo a punto de quitarle también las gafas de sol cuando vio El padrino III, allí hay uno al que matan con unas gafas, con la parte más cortante de la patilla, la hostia, al tío lo habían registrado de arriba abajo y va y degüella al otro con eso. ¿Has visto El padrino III?

Creo que no, vi la primera.

Si quieres te la dejo en vídeo -dijo Loren amistosamente-. Es la mejor de las tres, a lo grande.

No tengo vídeo. Sigue -contesté yo, temiendo que en cualquier momento se abriera la puerta y aparecieran la cara alta de Mir o la huesuda de Custardoy o el bigote bajo para hacernos pasar a rodar nuestras escenas. No podríamos hablar durante ellas, o no de la misma forma, nos exigirían concentración, a lo nuestro.

Pues eso, había que estar todo el día encima y dormir con un ojo abierto, yo en la habitación de al lado, la mía y la suya comunicadas por una puerta de la que yo tenía la llave, sabes, como en los hoteles a veces, la casa era inmensa. Pero claro, hay infinitas maneras de hacerse daño, si alguien está de verdad dispuesto a matarse acabará consiguiéndolo siempre, lo mismo que un asesino, si alguien se quiere cargar a alguien acabará cargándoselo por mucha protección que tenga, aunque sea el Presidente del Gobierno, aunque sea el Rey, si alguien se empeña en matar y no le importan las consecuencias, acaba matando a quien quiere, no hay nada que hacer, lo tiene todo de su parte si no le importa lo que le pase luego. Mira a Kennedy, mira en la India, allí no queda un político vivo. Pues lo mismo con el que se asesina a sí mismo, me río yo de los suicidios fallidos. La princesa de pronto se tiraba de cabeza por las escaleras mecánicas de El Corte Inglés y la recogíamos con la frente abierta y las piernas en carne viva, y hubo suerte porque yo metí la mano. O se precipitaba contra una cristalera, contra un escaparate en plena calle, tú no sabes lo que es eso, toda llena de cortes y con cientos de cristalitos clavados, una locura, gritando de dolor, porque si no te matas la cosa duele. Tampoco se la podía encerrar, así no se habría curado. Me acostumbré a ver peligros por todas partes y eso es el horror, ver el mundo entero como una amenaza, nada es inocente y todo está en contra, en lo más inofensivo veía un enemigo, mi imaginación tenía que anticiparse a la suya, agarrarla de un brazo cada vez que íbamos a cruzar una calle, procurar que no se acercara a ninguna ventana alta, en las piscinas extremar el cuidado, apartarla de un obrero que pasara llevando una barra, era capaz de intentar ensartarse en ella, o así me acostumbré a pensar, que podía hacer cualquier cosa, uno desconfía de todo, de las personas, de los objetos, de las paredes. -‘Así vivía yo cuando la niña era pequeña’, pensé; ‘aún ahora vivo así un poco, nunca tranquila del todo. Conozco eso. Sí, es horrible.’ -Una vez intentó arrojarse a las patas de los caballos en plena recta final, en el hipódromo, tuve suerte de agarrarla del tobillo cuando ya estaba a punto de alcanzar la pista, se aprovechó de que yo estaba ocupado con las apuestas y se me escabulló, vaya minutos de pánico hasta que la pesqué, iba ya corriendo hacia los caballos. -El actor Lorenzo hizo una pausa sólo verbal, no mental, vi cómo seguía rumiando lo que contaba o iba a contar.- Aquello era mucho peor que esto, te lo aseguro, una tensión tremenda, una angustia continua, sobre todo desde que me la tiré, me la tiré dos veces: la puerta contigua, la llave en mi poder, las noches siempre medio despierto y sobresaltado, comprendes, era un poco inevitable. Además, mientras yo estaba así con ella no había peligro, no podía pasarle nada conmigo encima abrazado a ella, conmigo encima estaba a salvo, comprendes. -‘El sexo el lugar más seguro’, pensé, ‘se controla al otro, se lo tiene inmovilizado y a salvo’. Hacía tiempo que no estaba en ese lugar seguro.- Pero claro, te tiras a una tía un par de veces y le coges afecto. Vamos, no mucho, yo tengo mi novia, no por fuerza, pero ya es otra cosa, la has tocado, la has besado y ya no la ves igual, y ella se pone cariñosa contigo. -Me pregunté si me pondría cariñosa con él tras la sesión que nos esperaba. O si él me cogería afecto por eso. No le interrumpí.- Así que además de la tensión del trabajo, tenía también preocupación, bueno, pánico, no quería que le pasara nada, por nada del mundo quería que le pasara nada. Total, una ganga, y al lado de aquello esto es jauja.

‘Ganga’ y ‘jauja’, cada vez se oyen menos esas palabras, parecen de chiste.

Ya -dije-. Y qué pasó, te hartaste -pregunté sin esperanza de que fuera a contestarme afirmativamente. En realidad ya me había contado lo que había pasado, por su manera de rumiar y de contarme el resto.

Loren se puso el sombrero de nuevo y aspiró con fuerza por sus fosas nasales que parecían humedecidas, como si cobrara energía para un esfuerzo. El ala del sombrero le tapó la mirada gris y fría, su cara era ahora nariz y labios, los labios agradables que no besaría, no hay besos en la boca en las películas porno.

No, me quedé sin empleo. Fallé, la princesa se cortó el cuello en la cocina de su casa hace tres semanas, en mitad de la noche, y yo ni siquiera la oí salir de la habitación, qué te parece. Me quedé sin nadie de quien cuidar. Un desastre, qué desastre. -Por un instante me asaltó la duda de si el actor Lorenzo no estaba actuando, para distraerme y quitarme los nervios. Pensé un momento en la niña, la había dejado con una vecina. Él se puso en pie, dio unos pasos por la habitación al tiempo que se alzaba los pantalones vaqueros. Se paró ante la puerta cerrada que tendríamos que cruzar ya pronto. Creí que iba a darle un golpe pero no se lo dio. Sólo dijo malhumorado: -Bueno, a ver si empezamos de una puta vez, yo no tengo todo el día.

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