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– Qué es lo que estás queriendo decir. Dilo -le exigí.

– Pues eso, Vila. Que fue la dulce Ruth. La que se le acercó por la espalda, le sujetó del flequillo y de un solo tajo, antes de que el bobo de Iván pudiera darse cuenta de que se le había acabado la vida, lo degolló.

No hablé. No pestañeé siquiera.

– Empéñate en no creerlo -dijo-. Pero así fue.

Seguí impasible.

– Por qué.

– Cómo que por qué.

– Sé me ocurre por qué pudiste matarle tú. Sé, además, que te desembarazaste del cadáver y que hiciste la llamada fingida para que todo el mundo creyera que el concejal había simulado el robo de su coche. De ella sólo sé que mientras tú hacías todo eso estaba de patrulla con Siso, que lo confirma, y es el único por cuya inocencia apostaría en todo este embrollo.

– No eres mal apostador -opinó-. Claro que Siso es inocente. El inocente perfecto. Y el espectador perfecto para hacer creíble una obra de teatro. No fue idea mía. Fue ella, la que pensó que había que utilizarlo para eso.

Confieso que hasta ahí no había llegado.

– Vamos, Vila. Piensa. Ella sabía que yo iba a pasar. Los dos sabíamos que a Siso iban a parecerle sospechosos aquel coche y sus ocupantes, o si no, se le podría invitar fácilmente a que se lo parecieran. Y yo podía ir tranquilo con el cadáver sentado a mi lado, porque sabía que ella, aunque fingiera perseguirme, nunca me iba a coger. Funcionó como un reloj, o casi. Porque Siso se empeñó luego en dar media vuelta, y se encontraron conmigo cuando yo regresaba. Pero al final eso nos vino aún mejor. Porque pudimos fingir una persecución más trepidante, le hicimos fijarse más en el BMW y le pusimos en condiciones de asegurar que lo había visto volver a la carretera principal desde el desvío que lleva a donde apareció el cuerpo.

– Lo que no puedo entender es cómo tuviste la sangre fría de hacer todo eso, sabiendo que iba a servir para inculpar a un inocente -dijo Chamorro.

Nava rió sin fuerza.

– No necesitábamos que le condenasen, tan sólo que se centrara en él la investigación y no se mirase mucho por otro lado. Lo que yo deseaba era que pudiera dar alguna coartada, y que eso condujera la investigación a un callejón sin salida, hasta que los jefes y los jueces se aburrieran y el caso empezara a criar polvo. Salió aún mejor, con un juicio y una absolución unánime del jurado. Lo crítico son los primeros momentos, que es cuando la gente está en tensión y las pistas frescas. Luego todo se relaja mucho. O eso pensaba, hasta que me las he tenido que ver con vosotros.

– Pero ese hombre pasó un año en la cárcel.

– No me siento orgulloso. Ya he dicho que había cosas que me pesaban, y que estoy dispuesto a pagar. Ésa es una de las más feas.

– No nos estás diciendo todo -sugerí.

– ¿Qué es lo que me callo?

– Que a tu socio le convenía quitar de la circulación al concejal. A quien le denegaba licencias y le limitaba las ganancias.

– Mi socio -evocó-. Pobre. Me lo imagino ahora, cagándose por la pata abajo. Y no sabe lo que se le viene encima. Eso pasa por jugar con fuego.

– Tampoco a él pienso tenerle lástima. Pero va después de ti.

– Pues se la podrías tener. Cuando se enteró de lo que habíamos hecho, estuvo a punto de desmayarse, del espanto. Tiene la mano rápida para coger los beneficios, pero le faltan huevos para manchársela.

– ¿Me estás diciendo que él no sabía nada?

– Coño, ni siquiera lo sabía yo. Ya te lo estoy diciendo. Fue ella. Cuando yo llegué, me encontré ya con el muerto y el charco de sangre.

– Qué vas a ganar dejándole fuera, Nava.

Meneó la cabeza.

– Nada, tío, ya lo sé. Yo estoy frito. Y no te creas que no me apetecería echarlo a los leones, por gallina y tacaño, pero no soy tan cabrón.

– No te puedo creer.

– Te lo juro. Él se enteró cuando Iván ya estaba muerto y cuando ya habíamos hecho la farsa para colgarle el marrón al concejal. Era como matar dos pájaros de un tiro. Todo se le ocurrió a ella, que tenía la mente más retorcida que me he echado a la cara. El concejal era el mejor culpable que podíamos encontrar, por sus broncas con el chico, y encima andaba estorbando. Verde y con asas. Yo me limité a poner en práctica la idea, porque algo había que hacer y aquélla me pareció tan buena como cualquier otra. Y el pobre PP se encontró el pastel con la guinda puesta, y a partir de entonces tuvo que vivir con el miedo de que le acusaran de un asesinato.

– Lo que tampoco os vino mal, suponiendo que me crea la historia.

– Pues no. Un socio que tiene mucho que perder es más fiable.

– Si insistes en declarar eso, vas a dejarle en encubridor. Le vas a ahorrar una pila de años de talego. Lo sabes.

– Lo sé -asintió-. Ha llegado el momento de empezar a hacer el bien.

Hice una pausa, para tratar de ensamblar todas las piezas del rompecabezas. Era aún más complicado de lo que presentía, y no quería que se me quedara ningún cabo suelto. Sobre todo, no quería que, bajo la añagaza de su disposición a confesarlo todo, Nava lograra despistarme.

– Bien, todo lo que me cuentas es muy interesante, y no te diré que inconsistente. Pero sigo sin ver por qué ella iba a querer matarlo, al chico.

– ¿Por qué crees que podía querer hacerlo yo? -me devolvió la pregunta.

– Porque empezasteis a usarlo como camello y te diste cuenta de que era un idiota y un bocazas. Que no era de fiar, y podía traerte la ruina.

– Eres listo, Vila. O eso, o adivino.

– Tampoco hay que estrujarse mucho los sesos. Sólo hace falta juntar todos los datos que se van recogiendo aquí y allá, sobre unos y otros.

– En serio, tío. Me admiras. Qué cabeza. La verdad es que casi es un honor, que te mande a la cárcel un tipo de tu talento.

– No soy más inteligente que tú -le rebatí-. Ni siquiera diría que soy inteligente. Sólo tengo buena memoria. Lo que veo y lo que oigo no se me suele olvidar. Por si te anima, he tenido que oír y ver muchas cosas antes de comprender quién eras y de enterarme de lo que estaba pasando aquí.

– Gracias. Me anima, sí. Sin embargo, con lo listo que eres, o con tu buena memoria, no aciertas en todo. Es verdad que cometimos un error fatídico. Pero el error fue otro, e involuntario. Coger a un idiota para que pase mercancía no es un error, necesariamente. Lo es que el idiota te conozca, y sepa quién eres y que trabaja para ti. Y de eso la culpa no fue nuestra, sino de un gilipollas al que espero que enganchéis pronto, si no ha caído ya.

– El Moranco.

– Bingo. No sé por qué vino con ese niñato a una cita a la que debía haber venido solo. Luego nos dijo que por comodidad, porque se le había cascado el coche y el otro lo trajo en la moto. El caso es que el niñato nos vio. Y nos llegó la onda de que, a partir de ahí, empezó a darse importancia.

– No me cuentes más.

– Sí, claro que te cuento más. Tampoco era una tragedia. Cosa de darle un susto y hacerle entender de qué iba el negocio. No es la primera vez que se presenta ese problema, y no hay por qué resolverlo en plan carnicero.

– Pero…

– Pero ella se adelantó, tío. Así, como te lo cuento. Antes de que yo pudiera encauzarlo de forma razonable, zas. Asunto liquidado.

Sacudí la cabeza enérgicamente.

– No puedo creerte, ni así me lo jures. Todo tiene un por qué. Y por más que me lo digas, aquí sigo sin ver por qué ella iba a hacer lo que tú no.

Nava abatió la mirada.

– Yo también sigo sin verlo. En el primer momento, pensé que estaba loca. Luego, cuando me contó lo que había pasado aquella tarde…

– Y qué había pasado -preguntó Chamorro, reticente.

– En principio, nada anormal para ella. El chaval estaba de buen ver, no voy a negarlo, y Ruth no se andaba con muchas gaitas para estas cosas. Lo sé por experiencia personal. Y como yo, muchos otros. Su teniente Guzmán, sin ir más lejos. El caso es que se hizo la encontradiza con él.

No estaba nada seguro de querer seguir escuchando su relato. Pero tampoco podía detenerle. Si amarga era la verdad, amarga debía beberla.

– En fin, después de darle un poco de conversación, y de calentarlo un poquito, me imagino, lo llevó al chalet que teníamos para… Bueno, para utilidades diversas. El chaval la siguió como un cordero. Sin embargo, una vez allí, debió de portarse de una manera un poco especial. Algo debió de hacer que a Ruth no le gustó demasiado. Era una chica abierta, pero con tendencia a querer llevar la voz cantante. Pon que el chico no se percatara, y se pusiera inconveniente o un poco tonto. Pon que hiciera algo de fuerza, o que se descolgara con alguna grosería. No lo sé. El caso es que todo eso se debió de juntar en el cerebro de ella con alguna otra cosa, y explotó. El cuerpo estaba en la cocina, caído junto a una mesa. Sobre la mesa había una papelina con dos rayas. El cuchillo era uno de la cocina, el primero que encontró. El chaval estaba ocupado en algo que le exigía atención, y eso le dio ventaja. Pero nuestra Ruth tuvo que decidirlo y hacerlo muy rápido.

Si era un cuento, tenía la contundencia y la meticulosidad suficientes para acreditar a Nava como un fabulador bastante capaz.

– Luego me llamó. Y cuando me presenté allí y lo vi, sólo me dejé arrastrar por lo que ella propuso. En algún momento, sí, pensé en detenerla. Mientras limpiábamos la sangre, mientras lo preparábamos todo, pasó por mi cerebro la única idea sensata, ponerle unas esposas, entregarla, y aceptar que la función también había terminado para mí. La expulsión del Cuerpo, la cárcel, y después la nada. Si hubiera estado solo, lo habría aceptado. Pero acababa de conocer a otra mujer. Y ella estaba embarazada de dos meses, íbamos a casarnos. Quise ser yo el que cuidara de esa criatura. O la usé como pretexto, para cuidar de mí mismo. Ponlo como quieras.

– No estoy aquí para juzgarte -le aclaré. En definitiva, no era el primer hombre que perpetraba una infamia invocando una buena intención.

– En cuanto hubimos limpiado todo, volvimos al puesto. Ruth entraba de turno a las doce. Mientras ella salía de patrulla con Siso, yo dije que me iba por ahí a tomar unas copas. Hice unos cuantos viajes. Primero en mi coche hasta el chalet donde seguía el cuerpo. Luego en la moto del chico hasta las inmediaciones de la casa del concejal. El BMW estaba aparcado fuera, me costó poco hacerme con él. De nuevo vuelta al chalet, esta vez en el coche del concejal, y de allí, ya con el chico, al parque. Abandoné el BMW no demasiado lejos del chalet y fui andando a recuperar mi coche. La moto la recogimos y la llevamos a la casa del chico al día siguiente. Sabíamos que no estaba la madre y que no había prisa. Fue un poco laborioso, pero cuando estuvo hecho, creí que todo había salido a pedir de boca. Entonces pensé que si la hubiera detenido habría hecho el primo. A fin de cuentas, yo no había matado a nadie. Y de momento, había logrado alejar el problema.

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