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Pronto se abrirá la puerta y escucharemos el quedo susurro de las pisadas en la alfombra de don Rigoberto. Pronto lo veremos asomarse a la vera de este lecho a comprobar si hemos sido capaces, yo y el profesor, de acercar la rastrera realidad a los oropeles de su fantasía. Oyendo la risa de la señora, viéndola, respirándola, comprenderá que algo de eso ha ocurrido. Hará entonces un casi imperceptible ademán de aprobación, que será para nosotros la orden de partida.

El órgano enmudecerá; con una profunda venia, el profesor hará mutis por el patio de los naranjos y yo saltaré por la ventana y me alejaré volatineando rumbo a la noche fragante del campo.

En la alcoba quedarán ellos dos y el rumor de su tierna contienda.

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